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Reportaje:EL ?LTIMO SECRETO DEL 'CASO WATERGATE'

C¨®mo Mark Felt lleg¨® a ser 'Garganta Profunda'

Uno de los reporteros del 'Post' que investigaron el 'caso Watergate' describe a su confidente clave

En 1970, cuando era teniente en la marina estadounidense y trabajaba en la oficina del almirante Thomas H. Moorer, jefe de operaciones navales, a veces actuaba de mensajero y llevaba documentos a la Casa Blanca. Una noche me enviaron con un paquete al piso inferior del ala oeste de la Casa Blanca, donde hab¨ªa una peque?a sala de espera cerca del gabinete de crisis. La espera a que saliera la persona que deb¨ªa firmar pod¨ªa ser muy larga, en ocasiones de una hora o m¨¢s, y aquel d¨ªa, cuando llevaba un rato, un hombre alto y de cabello gris, perfectamente peinado, se sent¨® a mi lado. Vest¨ªa traje oscuro, camisa blanca y una corbata discreta. Deb¨ªa de tener 25 o 30 a?os m¨¢s que yo, y llevaba lo que parec¨ªa una cartera o un malet¨ªn. Ten¨ªa un aspecto muy distinguido y un aire trabajado de seguridad, la tranquilidad de alguien acostumbrado a dar ¨®rdenes y ser obedecido instant¨¢neamente.

No se conoc¨ªan presiones y resentimientos entre la Casa Blanca de Nixon y el FBI de Hoover
Felt y yo ¨¦ramos como dos pasajeros que se sientan al lado en un largo viaje en avi¨®n

Me di cuenta de que estaba observando la situaci¨®n con sumo cuidado. No es que su atenci¨®n fuera abrumadora, pero no paraba de mover los ojos a un lado y otro, en una especie de vigilancia educada. Al cabo de unos minutos, me present¨¦. "Teniente Bob Woodward", dije, terminando con un respetuoso "se?or".

"Mark Felt", respondi¨®.

Empec¨¦ a hablarle de m¨ª, que era mi ¨²ltimo a?o en la Marina y que llevaba unos documentos de la oficina del almirante Moorer. Felt no parec¨ªa tener ganas de explicar qui¨¦n era ni por qu¨¦ estaba all¨ª.

Era una ¨¦poca de mi vida en la que estaba bastante angustiado, incluso consternado, respecto a mi futuro. Me hab¨ªa graduado en 1965 en Yale, donde hab¨ªa estudiado con una beca del cuerpo de entrenamiento de los oficiales de Marina en la reserva, que exig¨ªa que estuviera unos a?os en la Marina despu¨¦s de acabar la carrera. Despu¨¦s de cuatro a?os de servicio, me hab¨ªan a?adido un a?o m¨¢s debido a la guerra de Vietnam.

Durante ese a?o que pas¨¦ en Washington, dediqu¨¦ muchas energ¨ªas a buscar cosas o personas interesantes. Ten¨ªa un compa?ero de universidad que iba a trabajar con el presidente del Tribunal Supremo, Warren E. Burger, y me esforc¨¦ en hacerme amigo de ¨¦l. Con el fin de acallar mi angustia y mi desorientaci¨®n, asist¨ªa a cursos de posgrado en la Universidad George Washington (GW). Uno de ellos era sobre Shakespeare, otro sobre Relaciones Internacionales.

Cuando le mencion¨¦ los estudios de posgrado a Felt, se anim¨® inmediatamente y me dijo que ¨¦l hab¨ªa estudiado Derecho en GW, en horario nocturno, durante los a?os treinta, antes de entrar -y ¨¦sa fue la primera vez que lo mencion¨®- en el FBI. Mientras estudiaba Derecho, dijo, trabajaba a jornada completa para el senador de su Estado natal, Idaho. Le respond¨ª que hab¨ªa hecho alg¨²n trabajo como voluntario en el despacho de mi congresista, John Erlenborn, un republicano del distrito de Wheaton, Illinois, donde me hab¨ªa criado. As¨ª, pues, ten¨ªamos dos cosas que nos un¨ªan, los estudios de posgrado en GW y el trabajo con representantes elegidos de nuestros respectivos Estados.

Felt y yo ¨¦ramos como dos pasajeros que se sientan al lado en un largo viaje en avi¨®n, sin poder moverse y sin m¨¢s remedio que resignarse a matar el tiempo. No parec¨ªa tener inter¨¦s en iniciar una larga conversaci¨®n, pero yo estaba decidido. Por fin consegu¨ª sacarle que era un director adjunto en el FBI, encargado de la divisi¨®n de inspecciones; un puesto importante bajo las ¨®rdenes del director J. Edgar Hoover. Dirig¨ªa equipos de agentes que examinaban las oficinas de campo del FBI para asegurarse de que segu¨ªan las normas y cumpl¨ªan las ¨®rdenes. M¨¢s tarde me enter¨¦ de que les llamaban "la patrulla de los matones".

Ten¨ªa delante a alguien que estaba en el coraz¨®n del mundo secreto que, desde mi destino en la Marina, s¨®lo pod¨ªa atisbar, as¨ª que le asalt¨¦ con preguntas sobre su trabajo y su mundo. Cuando pienso ahora en aquel encuentro casual pero crucial -uno de los m¨¢s importantes de mi vida-, veo que mis rollos deb¨ªan de resultar bastante adolescentes. Como ¨¦l no dec¨ªa gran cosa sobre s¨ª mismo, convert¨ª la charla en una sesi¨®n de orientaci¨®n profesional. Me mostr¨¦ respetuoso, pero deb¨ªa de parecer muy ansioso. ?l estuvo amable y con un inter¨¦s que ten¨ªa algo de paternal. No obstante, la impresi¨®n que se me qued¨® m¨¢s grabada fue la de sus maneras, distantes pero formales, un producto muy t¨ªpico del FBI de Hoover. Le ped¨ª su n¨²mero de tel¨¦fono y me dio el de la l¨ªnea directa con su despacho.

Creo que s¨®lo le vi una vez m¨¢s en la Casa Blanca. Pero ya hab¨ªa echado el anzuelo. Iba a ser una de las personas a las que consultar detenidamente sobre mi futuro, que se avecinaba amenazador a medida que se aproximaba mi fecha para dejar la Marina. En alg¨²n momento le llam¨¦, primero al FBI y luego a su casa de Virginia. Estaba un poco desesperado y estoy seguro de que le abr¨ª mi coraz¨®n. Hab¨ªa pedido la admisi¨®n en varias facultades de Derecho para el oto?o siguiente, pero, a los 27 a?os, me preguntaba si iba a ser verdaderamente capaz de pasar tres a?os m¨¢s de carrera antes de empezar a trabajar.

Felt se mostr¨® comprensivo con mis preguntas de alma perdida. Dijo que, despu¨¦s de acabar Derecho, su primer trabajo hab¨ªa sido en la Comisi¨®n Federal de Comercio. Su primer deber fue decidir si el papel higi¨¦nico de la marca RedCross hac¨ªa competencia desleal porque la gente pod¨ªa pensar que estaba patrocinado o aprobado por la Cruz Roja. La Comisi¨®n era un ejemplo t¨ªpico de burocracia federal -lenta y pesada-, y Felt la odi¨®. Antes de un a?o, ya hab¨ªa solicitado la entrada en el FBI, donde le aceptaron. Derecho abr¨ªa m¨¢s puertas que cualquier otra carrera, parec¨ªa decirme, pero no conven¨ªa quedarse atrapado en el equivalente a una investigaci¨®n sobre papel higi¨¦nico.

En agosto de 1970 me licenciaron formalmente de la Marina. Estaba suscrito a The Washington Post y sab¨ªa que el director era un periodista pintoresco y obstinado llamado Ben Bradlee. Su cobertura informativa ten¨ªa un toque duro e incisivo que me gustaba; parec¨ªa apropiado para la ¨¦poca, la sensaci¨®n general de que el mundo era mucho m¨¢s que una facultad de Derecho. Quiz¨¢ pod¨ªa dedicarme al periodismo.

Durante mi enloquecida b¨²squeda de futuro, hab¨ªa enviado una carta al Post en la que ped¨ªa trabajo como reportero. Por alg¨²n motivo -no recuerdo exactamente c¨®mo-, Harry Rosenfeld, el redactor jefe de local, acept¨® verme. Me mir¨® a trav¨¦s de sus gafas con cierta confusi¨®n. ?Por qu¨¦, me pregunt¨®, quer¨ªa ser reportero? No ten¨ªa ninguna experiencia. Ninguna. ?Por qu¨¦, dijo, iba a querer contratar The Washington Post a una persona sin nada de experiencia? Pero era tal locura, concluy¨®, que hab¨ªa que intentarlo. Me iban a dar dos semanas de prueba.

Dos semanas despu¨¦s, hab¨ªa escrito una docena de reportajes o trozos de reportajes. No hab¨ªan publicado ni pensado publicar ninguno. Ni siquiera los hab¨ªan editado.

No sabes hacer este trabajo, dijo Rosenfeld al poner un piadoso fin a mis dos semanas. Sin embargo, me fui de la redacci¨®n m¨¢s cautivado que nunca. Aunque no hab¨ªa superado mi prueba -hab¨ªa sido un fracaso espectacular-, me di cuenta de que hab¨ªa encontrado algo que me apasionaba. La sensaci¨®n de inmediatez en el peri¨®dico me pareci¨® abrumadora, y entr¨¦ a trabajar en el Montgomery Sentinel, donde Rosenfeld dijo que pod¨ªa aprender a ser reportero. Le dije a mi padre que no iba a estudiar Derecho y que iba a empezar a trabajar, con un sueldo semanal de unos 115 d¨®lares, como reportero para un peri¨®dico semanal en Maryland.

"Est¨¢s loco", respondi¨® mi padre, una de las pocas veces que se permiti¨® juzgar mis decisiones.

Llam¨¦ asimismo a Mark Felt, que, de manera m¨¢s suave, indic¨® que a ¨¦l tambi¨¦n le parec¨ªa aquello una locura. Me dijo que, en su opini¨®n, los peri¨®dicos eran demasiado superficiales y demasiado apresurados. Los peri¨®dicos no se preocupaban por el detalle y rara vez llegaban al fondo de las cuestiones.

Le contest¨¦ que yo estaba encantado. A lo mejor me pod¨ªa suministrar alguna historia. Recuerdo que no me respondi¨®.

Durante el a?o que pas¨¦ en el Sentinel, me mantuve en contacto con Felt mediante llamadas telef¨®nicas a su oficina y a su casa. Nos fuimos haciendo amigos, por as¨ª decir. ?l era mi mentor, se encargaba de que no cayera en investigaciones sobre papel higi¨¦nico, y yo le ped¨ªa consejo sin parar. Un fin de semana fui a visitarle a su casa de Virginia y conoc¨ª a su mujer, Audrey.

Para mi asombro, Felt admiraba a J. Edgar Hoover. Le gustaba su orden y su forma de dirigir la organizaci¨®n con normas estrictas y un pu?o de hierro. Valoraba que Hoover llegara a su despacho todas las ma?anas a las 6.30 y que todo el mundo supiera a qu¨¦ atenerse. La Casa Blanca de Nixon era otra cosa, dec¨ªa Felt. Las presiones pol¨ªticas eran inmensas, me dijo, sin especificar. Creo que utiliz¨® las palabras corrupto y siniestro. Hoover, Felt y la vieja guardia eran el muro que proteg¨ªa al FBI.

En sus memorias, The FBI Pyramid: From the Inside

[La pir¨¢mide del FBI, desde el interior], que no recibi¨® pr¨¢cticamente ninguna atenci¨®n cuando se publicaron en 1979 -cinco a?os despu¨¦s de la dimisi¨®n de Richard M. Nixon-, Felt hablaba con indignaci¨®n del "concili¨¢bulo entre la Casa Blanca y el Departamento de Justicia".

En aquel momento, antes del Watergate, no hab¨ªa conocimiento p¨²blico de las maniobras, las presiones y los resentimientos existentes entre la Casa Blanca de Nixon y el FBI de Hoover. Posteriormente, las investigaciones sobre el Watergate revelaron que, en 1970, un joven asesor de la Casa Blanca llamado Tom Charles Huston hab¨ªa elaborado un plan para autorizar a la CIA, el FBI y los servicios militares de inteligencia a intensificar la vigilancia electr¨®nica de "las amenazas internas contra la seguridad", permitir la apertura ilegal de correo y eliminar las restricciones a las incursiones furtivas para obtener informaciones.

Huston advert¨ªa, en un memor¨¢ndum secreto, que el plan era "claramente ilegal". Sin embargo, al principio Nixon lo aprob¨®. Hoover se opuso dr¨¢sticamente porque las escuchas, la apertura de cartas y las entradas en hogares y despachos de posibles peligros internos para la seguridad eran propiedad del FBI, y no quer¨ªa competencia. Cuatro d¨ªas despu¨¦s, Nixon rescindi¨® el plan de Huston.

Felt, un hombre mucho m¨¢s culto de lo que muchos cre¨ªan, escribi¨® posteriormente que, en su opini¨®n, Huston era "una especie de gauleiter de la Casa Blanca encargado de vigilar a los servicios de inteligencia". La palabra gauleiter no est¨¢ en casi ning¨²n diccionario, pero en el grueso Diccionario Enciclop¨¦dico Webster de la Lengua Inglesa se define como "l¨ªder o funcionario principal de un distrito pol¨ªtico bajo dominio nazi".

Es evidente que, para Felt, los miembros del equipo de Nixon eran nazis. Durante aquel periodo, por ejemplo, tuvo que detener los trabajos de otros miembros del FBI para "identificar a todos los miembros de todas las comunas hippies" del ¨¢rea de Los ?ngeles, o para abrir expediente a todos los miembros de Estudiantes por Una Sociedad Democr¨¢tica.

Ninguna de estas cosas sal¨ªa directamente a relucir en nuestras conversaciones, pero estaba claro que sufr¨ªa muchas presiones y que la amenaza contra la integridad y la independencia del FBI era real y parec¨ªa preocuparle m¨¢s que ninguna otra cosa.

El 1 de julio de 1971 -aproximadamente un a?o antes de la muerte de Hoover y la entrada en el Watergate-, Hoover ascendi¨® a Felt al puesto n¨²mero tres del FBI. Aunque el compa?ero de Hoover, Clyde Tolson, era t¨¦cnicamente el n¨²mero dos, estaba enfermo y muchos d¨ªas no iba a trabajar, por lo que no controlaba en absoluto las operaciones. De modo que mi amigo pas¨® a ser el responsable cotidiano de todo lo que ocurr¨ªa en el FBI, siempre que mantuviera informados a Hoover y Tolson o pidiera a Hoover su aprobaci¨®n en asuntos estrat¨¦gicos.

En agosto, un a?o despu¨¦s de mi prueba fracasada, Rosenfeld decidi¨® contratarme. Empec¨¦ a trabajar en el Post al mes siguiente.

Aunque mi nuevo empleo me manten¨ªa ocupado, segu¨ªa llamando a Felt de vez en cuando. Conmigo hablaba con relativa libertad, pero insist¨ªa en que ¨¦l, el FBI y el Departamento de Justicia ten¨ªan que quedar al margen de cualquier cosa que yo pudiera utilizar o pasar a otros. Eran normas que me repet¨ªa en tono estricto y una voz insistente y sonora. Se lo promet¨ª, y me dijo que era fundamental que tuviera mucho cuidado. Y la ¨²nica forma de garantizarlo era no decir a nadie que nos conoc¨ªamos, ni que habl¨¢bamos, ni que yo ten¨ªa un contacto en el FBI. A nadie.

En la primavera me dijo de forma confidencial que el FBI ten¨ªa ciertas informaciones de que el vicepresidente Spiro T. Agnew hab¨ªa recibido un soborno de 2.500 d¨®lares en efectivo y que los hab¨ªa metido en el caj¨®n de su mesa. Se lo dije a Richard Cohen, el principal reportero del Post en cuestiones relacionadas con Maryland, sin identificar a la fuente. Cohen dijo, como m¨¢s tarde escribi¨® en su libro sobre el caso Agnew, que le parec¨ªa "rid¨ªculo". Otro reportero del peri¨®dico y yo pasamos un d¨ªa entero buscando en Baltimore a la persona que supuestamente estaba al tanto del soborno. No conseguimos nada. Dos a?os m¨¢s tarde, la investigaci¨®n sobre Agnew revel¨® que el vicepresidente hab¨ªa recibido aquel soborno en su despacho.

Hacia las 9.45 de la ma?ana del 2 de mayo de 1972, Felt estaba en su despacho del FBI cuando un director adjunto fue a decirle que Hoover hab¨ªa fallecido en su casa. Felt se qued¨® helado. A efectos pr¨¢cticos, era el siguiente en la cola para hacerse cargo de la oficina.

Sin embargo, pronto iba a sufrir una tremenda decepci¨®n. Nixon design¨® a L. Patrick Gray III como director en funciones. Gray era un fiel colaborador de Nixon desde hac¨ªa muchos a?os. Hab¨ªa dimitido de la Marina en 1960 para trabajar en su candidatura durante las elecciones presidenciales en las que Nixon perdi¨® frente a John F. Kennedy.

Me di cuenta de que Felt estaba destrozado, pero puso buena cara. "Si hubiera sido m¨¢s inteligente, me habr¨ªa jubilado", escribi¨®.

El 15 de mayo, cuando todav¨ªa no hac¨ªa dos semanas que hab¨ªa muerto Hoover, un pistolero en solitario dispar¨® contra el gobernador de Alabama, George C. Wallace, que se encontraba en plena campa?a para la presidencia, en un centro comercial. Las heridas eran graves, pero Wallace sobrevivi¨®.

Wallace ten¨ªa muchos seguidores en el Sur, una base cada vez m¨¢s importante para Nixon. Cuatro a?os antes, en 1968, la candidatura independiente del gobernador pod¨ªa haberle costado a Nixon la elecci¨®n, y el presidente hab¨ªa decidido vigilar con suma atenci¨®n todos sus movimientos durante la campa?a de 1972.

Esa noche, Nixon llam¨® a Felt -no a Gray, que estaba de viaje- para que le pusiera al corriente. Era la primera vez que Felt hablaba directamente con ¨¦l. Le dijo que Arthur H. Bremer, el presunto asesino, estaba detenido pero en el hospital, porque los que le hab¨ªan capturado le hab¨ªan vapuleado y dejado varios cardenales.

"?Qu¨¦ l¨¢stima que no le hayan dado una paliza de verdad al hijo de puta!", respondi¨® Nixon.

A Felt le ofendi¨® que el presidente hiciera un comentario semejante. Nixon estaba tan agitado y preocupado, tan ansioso de solucionar el atentado, que dijo que quer¨ªa que Felt le informara de todo cada 30 minutos, de cualquier dato que se descubriera.

En d¨ªas sucesivos llam¨¦ varias veces a Felt y ¨¦l, con mucha precauci¨®n, me dio varios detalles relacionados con nuestros intentos de averiguar m¨¢s cosas sobre Bremer. Se descubri¨® que hab¨ªa seguido a otros candidatos, y fui a Nueva York a seguir la pista. De ah¨ª salieron varios reportajes de portada sobre los viajes de Bremer, y el resultado fue la imagen de un loco que no ten¨ªa especial inter¨¦s en Wallace sino que quer¨ªa disparar a cualquier candidato presidencial. El 18 de mayo publiqu¨¦ un art¨ªculo en primera p¨¢gina que dec¨ªa, entre otras cosas, que "altos funcionarios federales que han estudiado los resultados de las investigaciones del atentado contra Wallace dijeron ayer que no existe ninguna prueba de que Bremer sea un asesino a sueldo". Un poco osado por mi parte. Aunque t¨¦cnicamente estaba protegiendo mi fuente y habl¨¦ con otros adem¨¢s de con Felt, no ocult¨¦ bien de d¨®nde proced¨ªa la informaci¨®n. Felt me rega?¨® ligeramente. Pero la informaci¨®n de que Bremer hab¨ªa actuado por su cuenta, sin c¨®mplices, era una historia que tanto la Casa Blanca como el FBI quer¨ªan ver publicada.

Un mes despu¨¦s, el s¨¢bado 17 de junio, el supervisor de noche del FBI llam¨® a Felt. Cinco hombres vestidos de traje, con billetes de 100 d¨®lares en los bolsillos y con equipos de escucha y fotograf¨ªa, hab¨ªan sido detenidos dentro del cuartel general de los Dem¨®cratas, en el edificio de oficinas Watergate, hacia las 2.30 de la ma?ana.

A las 8.30, Felt estaba en su despacho del FBI y buscaba m¨¢s detalles. M¨¢s o menos a esa misma hora, el redactor de local del Post me despert¨® y me pidi¨® que fuera a cubrir un robo un poco raro.

El primer p¨¢rrafo del reportaje que se public¨® al d¨ªa siguiente en la primera p¨¢gina del Post dec¨ªa: "Cinco hombres, uno de los cuales es, al parecer, un antiguo empleado de la Agencia Central de Inteligencia, fueron detenidos a las 2.30 de la ma?ana de ayer en lo que, seg¨²n las autoridades, era un complejo plan para colocar micr¨®fonos en las oficinas del Comit¨¦ Nacional Dem¨®crata".

Al d¨ªa siguiente, Carl Bernstein y yo escribimos nuestro primer art¨ªculo conjunto, en el que identific¨¢bamos a uno de los ladrones, James W. McCord, hijo, como el coordinador de seguridad en el comit¨¦ para la reelecci¨®n de Nixon. El lunes me puse a trabajar sobre E. Howard Hunt, cuyo n¨²mero de tel¨¦fono hab¨ªa aparecido en las libretas de dos de los ladrones, con una peque?a anotaci¨®n que dec¨ªa "Casa Blanca" junto a su nombre.

Era el momento en el que disponer de una fuente o un amigo en los organismos de investigaci¨®n del Gobierno ten¨ªa un valor incalculable. Llam¨¦ a Felt al FBI y consegu¨ª que su secretaria me pusiera con ¨¦l. Aquella fue la primera vez que hablamos del Watergate. Me record¨® que no le gustaba nada que le llamara al despacho pero dijo que el caso del robo en el Watergate iba a "caldearse" por razones que no pod¨ªa explicar. Luego colg¨® bruscamente. Me dijeron que intentara seguir al d¨ªa siguiente con la historia de las escuchas en el Watergate, pero no estaba seguro de contar con nada. Carl ten¨ªa el d¨ªa libre. Descolgu¨¦ el tel¨¦fono, marqu¨¦ 456-1414 -la Casa Blanca- y ped¨ª que me pusieran con Howard Hunt. No hab¨ªa nadie, pero la operadora me dijo, muy amable, que tal vez estaba en el despacho de Charles W. Colson, asesor especial de Nixon. La secretaria de Colson dijo que Hunt no se encontraba all¨ª en ese momento pero que pod¨ªa estar en una empresa de relaciones p¨²blicas en la que trabajaba como escritor. Llam¨¦, consegu¨ª hablar con Hunt y le pregunt¨¦ por qu¨¦ figuraba su nombre en las libretas de dos de los ladrones del Watergate.

"?Por Dios!", grit¨® Hunt antes de colgar de golpe. Llam¨¦ al presidente de la empresa de relaciones p¨²blicas, Robert F. Bennett, que hoy es senador republicano por Utah. "Supongo que no es ning¨²n secreto que Howard trabaj¨® en la CIA", me dijo.

Para m¨ª s¨ª era un secreto, y un portavoz de la CIA confirm¨® que Hunt hab¨ªa trabajado en la agencia entre 1949 y 1970. Volv¨ª a llamar a Felt al FBI. Colson, Casa Blanca, CIA, le dije. ?Qu¨¦ era todo aquello? Cualquiera pod¨ªa tener el nombre de una persona en su agenda. No quer¨ªa atribuir culpas s¨®lo por asociaci¨®n.

Felt parec¨ªa nervioso. Me dijo extraoficialmente -es decir, que no pod¨ªa utilizar la informaci¨®n- que Hunt era uno de los principales sospechosos en el robo del Watergate por motivos que iban m¨¢s all¨¢ de las libretas de tel¨¦fonos. Por tanto, hablar en mi reportaje de que hab¨ªa una conexi¨®n no ten¨ªa por qu¨¦ ser injusto.

En julio, Carl fue a Miami, lugar de residencia de cuatro de los ladrones, tras la pista del dinero, y se las arregl¨® para localizar a un fiscal y su investigador jefe que ten¨ªan copias de unos cheques mexicanos por valor de 89.000 d¨®lares y un cheque por valor de 25.000 d¨®lares que se hab¨ªan ingresado en la cuenta de Bernard L. Barker, uno de los ladrones. Pudimos averiguar que el cheque de 25.000 d¨®lares era dinero para la campa?a que le hab¨ªan dado a Maurice H. Stans, el responsable de recaudar fondos en el equipo de Nixon, durante una partida de golf en Florida. El reportaje publicado el 1 de agosto fue el primero en establecer un nexo directo entre la campa?a de Nixon y el Watergate.

Intent¨¦ llamar a Felt, pero no cog¨ªa el tel¨¦fono. Una noche me present¨¦ en su casa de Fairfax. Era una casa t¨ªpica de barrio residencial, con todo en su sitio. Su actitud me puso nervioso. Me dijo que no volviera a llamarle ni fuera a su casa, nada a la luz.

Por aquel entonces yo no sab¨ªa que, en su primera etapa en el FBI, durante la II Guerra Mundial, Felt hab¨ªa estado destinado a espionaje. En aquel puesto aprendi¨® mucho sobre el espionaje alem¨¢n y, despu¨¦s estuvo un tiempo supervisando la vigilancia de los sospechosos de ser agentes sovi¨¦ticos.

Aquel verano, en su casa de Virginia, Felt dijo que si necesit¨¢bamos hablar tendr¨ªa que ser cara a cara y sin que nadie nos viera. Respond¨ª que me parec¨ªa bien lo que fuera. Nos hac¨ªa falta un sistema de avisos planeado con antelaci¨®n, un cambio que ninguna otra persona pudiera notar o pensar que tuviera ning¨²n significado. Yo no sab¨ªa de qu¨¦ me hablaba.

Si tienes las cortinas de tu piso cerradas, ¨¢brelas y eso ser¨¢ la se?al, me dijo. Puedo comprobarlo cada d¨ªa y, si est¨¢n abiertas, vernos esa noche en alg¨²n sitio. Le expliqu¨¦ que, a veces, me gustaba que entrara la luz. Necesit¨¢bamos otra se?al, continu¨®, y ¨¦l pod¨ªa mirar mi apartamento peri¨®dicamente. Nunca me explic¨® c¨®mo.

Un poco agobiado, le dije que ten¨ªa una bandera roja de menos de 30 cent¨ªmetros -de ¨¦sas que indican una carga m¨¢s larga de lo normal en los camiones- que una novia m¨ªa hab¨ªa colocado en una maceta vac¨ªa en el balc¨®n.

Felt y no decidimos que, si necesitaba verme con ¨¦l urgentemente, mover¨ªa la maceta con la bandera, que sol¨ªa estar en la parte delantera, cerca de la barandilla, a la parte posterior del balc¨®n. Me dijo, muy serio, que ten¨ªa que ser importante y ocasional. La se?al significar¨ªa que nos ver¨ªamos esa misma noche, hacia las 2 de la ma?ana, en la planta inferior de un aparcamiento subterr¨¢neo al otro lado del Key Bridge, en Rosslyn.

Me dijo que deb¨ªa tomar estrictas medidas para evitar que me siguieran. ?C¨®mo sal¨ªa de mi piso?Andando por el pasillo hasta el ascensor.

"?Que te lleva al vest¨ªbulo?", pregunt¨®. "S¨ª".

"?Ten¨ªa escaleras posteriores mi edificio?" "S¨ª".

"Cuando vayas a verme, ¨²salas. ?Salen a un callej¨®n?" "S¨ª".

"Sal por el callej¨®n. No uses tu coche. Para un taxi a varias manzanas, delante de un hotel en el que haya taxis despu¨¦s de medianoche, b¨¢jate y anda un trozo para coger un segundo taxi que te lleve a Rosslyn. No bajes en el aparcamiento. Camina las ¨²ltimas manzanas. Si te siguen, no bajes al aparcamiento. Si no apareces, lo comprender¨¦". La clave estaba en salir con tiempo suficiente. Una o dos horas. S¨¦ paciente. Conf¨ªa en la cita. No hab¨ªa lugar ni cita de seguridad. Si no aparec¨ªamos, no hab¨ªa entrevista.

Felt me dijo que, si ten¨ªa algo para m¨ª, pod¨ªa hacerme llegar un mensaje. Me pregunt¨® mis costumbres diarias, qu¨¦ me tra¨ªan al piso, al buz¨®n, etc¨¦tera. El Post me lo dejaban delante de la puerta. Estaba suscrito al The New York Times. Varias personas de mi edificio, cercano a Dupont Circle, recib¨ªan el Times. Dejaban los ejemplares en el vest¨ªbulo, cada uno con el n¨²mero del apartamento. El m¨ªo era el 617, escrito con rotulador. Felt dijo que, si hab¨ªa algo importante, pod¨ªa utilizar mi New York Times; nunca supe c¨®mo. Har¨ªa un c¨ªrculo en la p¨¢gina 20, y en la parte inferior de la p¨¢gina habr¨ªa un reloj con las manecillas indicando la hora a la que deb¨ªamos vernos esa noche, seguramente las 2 de la ma?ana, en el aparcamiento.

La relaci¨®n ten¨ªa que ser de absoluta confianza: no pod¨ªa discutir ni compartir aquello con nadie.

Para m¨ª sigue siendo un misterio c¨®mo pod¨ªa vigilar a diario mi balc¨®n. En aquellos tiempos, la parte posterior del edificio no estaba cercada, as¨ª que cualquiera pod¨ªa ver el balc¨®n. Adem¨¢s, daba a un patio compartido con otros edificios de viviendas y oficinas. Seguramente se pod¨ªa ver mi apartamento desde otros muchos.

En la zona hab¨ªa varias embajadas. La de Irak estaba en la misma calle, y pens¨¦ que tal vez el FBI ten¨ªa puestos de vigilancia en las proximidades. ?Es posible que Felt ordenara a los agentes de contraespionaje que le informaran peri¨®dicamente sobre la posici¨®n de mi maceta y mi bandera? Parece poco probable, por no decir imposible.

En el curso de ¨¦sta y otras discusiones, siempre le ped¨ª disculpas por molestarle tanto, pero le explicaba que no ten¨ªamos a nadie m¨¢s a quien acudir. Carl y yo hab¨ªamos conseguido una lista de los que hab¨ªan trabajado en el comit¨¦ para la reelecci¨®n de Nixon y sal¨ªamos muchas noches a visitar a esas personas en sus casas para intentar entrevistarles. Le expliqu¨¦ que muchos nos daban con la puerta en las narices. Muchos nos miraban con miedo. Me sent¨ªa frustrado.

Felt dec¨ªa que no me preocupase por molestarle. Hab¨ªa sido agente de a pie y sab¨ªa lo que era entrevistar a la gente. El FBI, como la prensa, depend¨ªa de la cooperaci¨®n voluntaria. La mayor¨ªa quer¨ªa ayudar, pero el FBI tambi¨¦n conoc¨ªa el rechazo. Tal vez toleraba mi insistencia porque ¨¦l hab¨ªa sido as¨ª cuando era joven; as¨ª hab¨ªa conseguido llegar a hablar con Hoover para explicarle su ambici¨®n de ser agente especial del FBI. Lo que me dec¨ªa era poco habitual, me estaba animando a que le diera la lata. Con una historia tan atractiva, compleja, competitiva y din¨¢mica como el caso Watergate, no hab¨ªa tiempo ni ganas de reflexionar sobre los motivos de nuestras fuentes. Lo importante era si pod¨ªamos contrastar la informaci¨®n y si resultaba cierta. Nad¨¢bamos, viv¨ªamos en unas aguas que bajaban a toda velocidad. No hab¨ªa tiempo para preguntarse por qu¨¦ contaban cosas o si ten¨ªan cuentas que saldar.

Yo estaba agradecido por cualquier m¨ªnimo dato, confirmaci¨®n o ayuda que pod¨ªa darme Felt, mientras Carl y yo intent¨¢bamos comprender el monstruo de mil cabezas que era el Watergate. Dada su posici¨®n, sus palabras y orientaciones estaban revestidas de una autoridad inmensa, a veces abrumadora. El peso, la veracidad y la discreci¨®n eran m¨¢s importantes que su prop¨®sito, si es que lo ten¨ªa.

S¨®lo despu¨¦s de la dimisi¨®n de Nixon empec¨¦ a preguntarme por qu¨¦ hab¨ªa hablado Felt, cuando claramente supon¨ªa riesgos para ¨¦l y para le FBI. Si le hubieran denunciado entonces, desde luego no se le habr¨ªa considerado ning¨²n h¨¦roe. T¨¦cnicamente, era ilegal hablar sobre algo que estaba sometido al gran jurado o sobre expedientes del FBI; por lo menos, habr¨ªan podido hacer que pareciera ilegal.

Felt pensaba que estaba protegiendo al FBI al sacar a la luz, aunque fuera de forma clandestina, parte de la informaci¨®n que figuraba en sus entrevistas y sus archivos, y que as¨ª ayudaba a crear una presi¨®n para que Nixon y su gente rindieran cuentas. Despreciaba la Casa Blanca de Nixon y sus esfuerzos por manipular el FBI con fines pol¨ªticos. El entusiasta grupo de j¨®venes de la Casa Blanca, simbolizado en John W. Dean III, le resultaba odioso. Su veneraci¨®n por Hoover y las normas estrictas del FBI hac¨ªan que le hubiera sorprendido m¨¢s a¨²n el nombramiento de Gray. ?l se consideraba el sucesor l¨®gico de Hoover.

Y, junto a todo esto, al antiguo cazador de esp¨ªas de la II Guerra Mundial le gustaba el juego. Tengo la sospecha de que, en su cabeza, yo era su agente. Me lo machacaba: secreto por encima de todo, no hablar a lo tonto, no hablar de ¨¦l con nadie, no indicar a nadie que exist¨ªa una fuente secreta.

En nuestro libro All the President's Men [Todos los hombres del presidente], Carl y yo cont¨¢bamos c¨®mo hab¨ªamos especulado sobre Garganta Profunda y su manera poco sistem¨¢tica de suministrar informaci¨®n. Quiz¨¢ lo hizo para reducir riesgos. O quiz¨¢ porque uno o dos reportajes, por muy destructivos que fueran, eran algo que la Casa Blanca pod¨ªa haber suavizado. Quiz¨¢ lo hizo para dar m¨¢s inter¨¦s al juego. Probablemente, era nuestra conclusi¨®n, "Garganta Profunda intentaba proteger al FBI, conseguir que su comportamiento cambiase antes de que fuera demasiado tarde". Cada vez que le plante¨¦ la cuesti¨®n a Felt, me dio la misma respuesta: "Tengo que hacerlo a mi manera".

Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia

Bob Woodward (derecha) en la puerta de su casa de Washington junto a Carl Bernstein el pasado martes.
Bob Woodward (derecha) en la puerta de su casa de Washington junto a Carl Bernstein el pasado martes.AP
Mark Felt, entre su hija y su nieto a la puerta de su casa de Santa Rosa el pasado mi¨¦rcoles.
Mark Felt, entre su hija y su nieto a la puerta de su casa de Santa Rosa el pasado mi¨¦rcoles.REUTERS

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