Unidos por el Vellocino de oro
Medea y su leyenda van unidas al griego Jas¨®n. La atracci¨®n fatal que sinti¨® esta grande de la tragedia por el hombre que buscaba el Vellocino entr¨® en la historia de la mano de Eur¨ªpides, S¨¦neca y Ovidio. Ellos vieron en Medea la encarnaci¨®n de la hechicera, la mujer malvada capaz de asesinar a sus propios hijos.
En un cuadro de Eug¨¨ne Delacroix, Medea aparece matando a sus dos hijos con un pu?al. Podr¨ªa tratarse de una de las desgraciadas noticias que alguna vez asaltan los telediarios, una mujer mata a sus hijos para escarmentar al marido, y que nos produce mayor escozor y rechazo que otras de la misma dimensi¨®n. Nos parece lo ¨²ltimo en el escalaf¨®n criminal. As¨ª que, partiendo de aqu¨ª, el resto de muertes cometidas por esta grande de la tragedia griega ya no nos sobresaltar¨¢. En la pintura lleva corona, lo que indica un rango noble, pero va desnuda de cintura para arriba, lo que le da un cierto aire salvaje. Y es que Medea a los ojos de los atenienses es una b¨¢rbara, una extranjera, hija del rey Eetes del remoto pa¨ªs de C¨®lquide, que el mito sit¨²a "al este del Sol y al oeste de la Luna". El padre de los ni?os es el griego Jas¨®n, que con los argonautas llega a C¨®lquide en busca del Vellocino de Oro tras pasar por mil aventuras que bien que mal ha ido superando.
Cuando este muchacho espl¨¦ndido y valiente, un h¨¦roe, que ese d¨ªa "estaba a¨²n m¨¢s bello que de costumbre", se presenta ante Eetes solicit¨¢ndole el Vellocino, Medea lo ve y se enamora locamente de ¨¦l. La duda es si Jas¨®n se enamora con la misma intensidad de ella o si se deja querer y ayudar, si se trata de una parada m¨¢s en su camino hacia el objetivo final: conseguir el dichoso Vellocino, para conseguir un reino. Y, por el contrario, lo que debe de ocurrirle a Medea con Jas¨®n es m¨¢s o menos lo que nos sucede a todos cuando nos incorporamos a la vida de otra persona, que tenemos la enga?osa sensaci¨®n de que su historia acaba de comenzar con nosotros. Grave error porque si toda historia y toda vida proceden de otra, la de Jas¨®n se remonta a la intrincada de su padre, Es¨®n, cuyo reino de Yolco le arrebat¨® su hermanastro Pelias. Es¨®n, temiendo que matasen a su hijo, se lo confi¨® al centauro Quir¨®n, que como es de suponer no lo iba a educar en un sal¨®n, sino en plena naturaleza, donde Jas¨®n aprendi¨® a luchar, a sobrevivir y a ser fuerte. Hasta que al cumplir veinte a?os decidi¨® ir a reclamar a su t¨ªo Pelias el trono que por derecho propio le correspond¨ªa. Por venir del medio en el que viv¨ªa, Jas¨®n se present¨® en Yolco vestido con una piel de pantera y una lanza en cada mano, lo que deb¨ªa de darle un aspecto imponente. Ah, y una sola sandalia, lo que le daba un aspecto inquietante, pues a su t¨ªo le hab¨ªan vaticinado que tuviese mucho cuidado con los que llevaban una sola sandalia, un detalle bastante intrigante por el que pasaremos de largo para no perdernos por los vericuetos de la mitolog¨ªa. Pero Pelias, para recuperar el trono y sobre todo para deshacerse de su inoportuno sobrino, le impuso como condici¨®n encontrar y llevarle el Vellocino de Oro, uno de esos extra?os objetos de deseo que ha hecho a los hombres de cualquier ¨¦poca salir de su casa y conocer mundo. ?ste en concreto estaba bien protegido por un drag¨®n en un bosque sagrado de C¨®lquide. All¨ª, el padre de Medea lo hab¨ªa colgado de una estaca en ofrenda a la diosa Ares. De modo que Jas¨®n se puso de inmediato manos a la obra para reunir a los mejores hombres de Grecia y emprender el viaje de los h¨¦roes.
La idea de convertir en oro la lana de un carnero es deslumbrante. Si adem¨¢s a esta rareza se la rodea de peligros se volver¨¢ irresistible. La explicaci¨®n de su origen es igualmente maravillosa y procede de un drama familiar. Dos ni?os, Hele y Frixo, estaban a punto de ser sacrificados por la insidia de su madrastra cuando un carnero alado de oro los recogi¨® y se los llev¨® volando. Durante el viaje, la ni?a, Hele, se mare¨® y cay¨® en el mar, en el lugar llamado desde entonces Helesponto, mientras que Frixo lleg¨® hasta C¨®lquide, donde el rey Eetes lo acogi¨®. En gratitud a Zeus sacrificaron el carnero prodigioso y el rey coloc¨® su tentador vell¨®n en el bosque. S¨®lo los dioses sab¨ªan que tiempo m¨¢s tarde precisamente un hijo de Frixo, Argo, construir¨ªa la embarcaci¨®n en que Jas¨®n y los argonautas conseguir¨ªan llegar a C¨®lquide y al Vellocino.
Y aqu¨ª est¨¢n. Nada m¨¢s les queda apoderarse del Vellocino para terminar con esta historia. Pero entonces, de entre las sombras de esa tierra lejana y desconocida, surge una mujer en la flor de la vida, Medea, que experimenta una atracci¨®n fatal por Jas¨®n, una atracci¨®n que la lanza a hacer cosas terribles. Con ¨¦l "tocar¨¦ las estrellas", exclama este s¨ªndrome viviente del amor excesivo. Pero ?qui¨¦n es Medea, aparte de saber que tiene los escr¨²pulos de una psic¨®pata a la hora de vengarse o de quitarse de en medio a quien le estorba?; tambi¨¦n sabemos que es hechicera, y as¨ª la represent¨® el arte griego en muchas ocasiones coloc¨¢ndole como atributo una caja con filtros m¨¢gicos. Por supuesto, Medea utiliza los poderes sobrenaturales para sus fines, tanto buenos como malos. Es m¨¢s, no parece pensar en t¨¦rminos de bien o mal, sino de resolver la situaci¨®n del momento, del instante que pasa y no volver¨¢, de resolverlo de la forma m¨¢s favorable a sus exigencias, y para ello usa todos los recursos a su alcance.
Demasiado amor que, por lo pronto, no le viene nada mal a Jas¨®n para lograr su meta. Digamos que la relaci¨®n se aborda desde dos puntos de vista distintos. Para ¨¦l, Medea es un eslab¨®n m¨¢s en su aventura, mientras que la de ella comienza con Jas¨®n. De hecho, Medea entra con fuerza en la mitolog¨ªa a partir de ¨¦l. De no haber sido por su amor loco, ni Eur¨ªpides ni siglos m¨¢s tarde S¨¦neca hubiesen escrito una tragedia sobre ella, ni varias m¨¢s griegas y latinas, tampoco lo habr¨ªa hecho Ovidio en sus Metamorfosis, ni seguir¨ªa habiendo versiones contempor¨¢neas, ni su figura continuar¨ªa interesando tanto. Es como si hubiera permanecido en la oscuridad hasta que Jas¨®n la enciende por dentro y empieza a brillar en medio de la noche. Y se siente encantada ("no es la ignorancia lo que me aleja de la verdad, sino el amor") de poder echarle una mano, aunque sea en contra de su propio padre, que impone a Jas¨®n algunas pruebas como condici¨®n para entregarle el Vellocino.
Las pruebas que han de superar los h¨¦roes cl¨¢sicos est¨¢n tan salpicadas de color y exotismo que merece la pena hablar un poco de ellas. Su dificultad y encanto son comprensibles incluso para hombres que han visto estallar la bomba at¨®mica y que han llegado a Marte. Una consiste en ponerles el yugo a dos impresionantes toros de pezu?as de bronce, que despiden fuego por la nariz para arar con ellos un campo y sembrarlo con los dientes de un drag¨®n. Lo que Jas¨®n no sabe es que esos dientes crecer¨¢n como hombres armados que tratar¨¢n de matarle. Menos mal que ah¨ª est¨¢ Medea para allanarle el camino proporcion¨¢ndole un ung¨¹ento que lo har¨¢ invulnerable al fuego de los toros y aconsej¨¢ndole que arroje una piedra en el centro de esos guerreros surgidos por generaci¨®n espont¨¢nea para que se peleen unos contra otros. Luego est¨¢ el drag¨®n inmortal que custodia el bosque y que Medea adormece mediante un encantamiento. Situaci¨®n que nos hace imaginarnos a Jas¨®n mano sobre mano mientras ella pronuncia el hechizo. Qu¨¦ mujer esta Medea, c¨®mo se trabaja el amor de Jas¨®n, no se queda a verlas venir, sino que act¨²a, se la juega. M¨¢s a¨²n, desde que Medea ha entrado en acci¨®n, aquel h¨¦roe, jefe nada menos que de los argonautas, nos est¨¢ pareciendo un consentido. Si no fuera por los cr¨ªmenes que se le atribuyen, Medea nos caer¨ªa bien. Es el reverso de los cuentos de hadas en que el pr¨ªncipe salva a la princesa. Aqu¨ª es ella la que le salva a ¨¦l, y es ella la que vence al drag¨®n. El aut¨¦ntico vellocino de oro para Medea es Jas¨®n, y su reino es Jas¨®n y est¨¢ dispuesta incluso a huir con ¨¦l en la nave Argos, perseguidos por su propio padre. L¨¢stima que, simplemente para retrasar a sus perseguidores, sea capaz de matar a su hermano Apsirto y arrojar sus miembros al mar, oblig¨¢ndoles as¨ª a detenerse para recogerlos.
Seg¨²n se toma las cosas Medea, esta traves¨ªa de unos cuatro meses plagada de peligros debe de ser una maravilla. Est¨¢ con su amor, ?qu¨¦ m¨¢s quiere? De los muchos obst¨¢culos que en ese tiempo tienen que vencer podemos escoger a Talos por ser un hallazgo casi de ciencia-ficci¨®n. Frente al drag¨®n convencional, ¨¦ste es un monstruo mec¨¢nico, construido de metal por el dios herrero Hefesto, que recuerda bastante a un robot. Se encargaba de disuadir a los nav¨ªos extranjeros que se acercaban a Creta arroj¨¢ndoles enormes rocas y no hab¨ªa forma de acabar con ¨¦l, salvo por un punto, una vena del tobillo protegida por una gruesa capa de piel. ?Adivinan qui¨¦n logra que ¨¦l mismo se mate golpe¨¢ndose el pie contra las rocas? La abnegada Medea, que no vive para otra cosa que para quitarle obst¨¢culos de en medio a su amado.
Y por fin llegan con el Vellocino a Yolco, adonde seguramente Pelias no esperaba que Jas¨®n regresara jam¨¢s. Pero as¨ª son estos h¨¦roes. Salen de casa, realizan su haza?a y vuelven, aunque en este caso con compa?¨ªa y puede que brevemente. Aqu¨ª nos damos cuenta de que el amor de Medea por Jas¨®n ha derivado en fanatismo, de otra forma no se entiende que maquine una manera tan retorcida de cargarse a Pelias y vengar as¨ª a su marido. Medea finge odiar a Jas¨®n para meterse en casa de las hijas de Pelias donde hace la demostraci¨®n de rejuvenecer a un carnero muy viejo. Ovidio, con su maravillosa forma de describir las situaciones, relata con todo detalle c¨®mo le atraviesa la garganta y luego hierve los miembros del animal en unos poderosos jugos hasta que del interior del caldero se oye un tierno balido y un corderillo sale trotando. Lo que sigue es f¨¢cil suponerlo. Medea convence a las incautas para que hagan lo mismo con su padre. S¨®lo que en esta ocasi¨®n del caldero no sale nadie. Lo peor de todo es que parece que Medea le haya tomado gusto a eso de matar, y lo que nos extra?a es que Jas¨®n no est¨¦ preocupado; claro que en otras versiones ni Jas¨®n es tan buen chico, ni ella tan mala. Despu¨¦s de esto, el hijo de Pelias destierra a Medea y a Jas¨®n, que se refugian en Corinto. Parece que all¨ª viven tranquilos unos a?os y tienen dos hijos, hasta que el rey Creonte, que no tiene descendencia masculina, pone sus ojos en Jas¨®n como marido de su hija Cre¨²sa y sucesor suyo. El bueno de Jas¨®n acepta y se casa en secreto.
En este punto arranca la tragedia de Eur¨ªpides. Medea est¨¢ muy enfadada, col¨¦rica. Y no es para menos, ha perdido su patria y ese amor por el que lo abandon¨® todo. Adem¨¢s ha de marcharse con sus dos hijos por esas tierras de Dios, puesto que Creonte no se f¨ªa de lo que pueda hacer una mujer despechada con poderes m¨¢gicos y la destierra. No es de extra?ar que con raz¨®n Medea exclame: "Ay, ay, para los mortales qu¨¦ horrible es el amor". Dicho fr¨ªamente, Jas¨®n ha encontrado un partido mejor y le da la patada a Medea y de paso a sus hijos. Adem¨¢s, se ha vuelto un c¨ªnico, lo que la altera mucho m¨¢s. Para nosotros, espectadores del siglo XXI, no puede parecernos normal que al resto de personajes de la obra les parezca normal lo que Jas¨®n ha hecho, pero es que en aquella ¨¦poca era normal hacerlo. Hablamos del siglo V antes de Cristo, el gran siglo de Pericles en que Atenas se puso a la cabeza de las artes. Sin embargo, se podr¨ªa decir que las mujeres s¨®lo sal¨ªan del gineceo, donde pr¨¢cticamente viv¨ªan recluidas, para entrar en las leyendas y tragedias como personajes de ficci¨®n desgarrados por la fatalidad. Las de carne y hueso, salvo casos contados, eran invisibles de puertas para afuera de la casa y su funci¨®n principal era la reproducci¨®n. A esto debe de referirse Jas¨®n cuando en la tragedia de Eur¨ªpides le dice a Medea: "Los mortales deber¨ªan engendrar sus hijos por cualquier otra v¨ªa sin necesidad de las mujeres". En lugar de mujeres reales, hasta nosotros han llegado Clitemnestra, Electra, Mirra, Pasifae, Fedra o Medea envueltas en un hurac¨¢n de parentescos divinos, pasiones, profec¨ªas, incestos y cr¨ªmenes. En ese extra?o mundo de seres divinos, semidivinos y humanos, en que nada m¨¢s parecen rescatarnos de nuestras miserias los prodigios que somos capaces de imaginar, Medea ha tenido una larga vida. Su figura sigue atrayendo por sentirse fuera de juego como mujer y como extranjera oprimida, como alguien que llevada al l¨ªmite puede hacer cualquier cosa. Puede que nada m¨¢s sea una loca a trav¨¦s de la cual cuestionar a la sociedad.
Las mujeres no llegaron a pertenecer a la polis en sentido pleno, porque eran consideradas criaturas que se reg¨ªan por el instinto y no por la raz¨®n, criaturas que nunca alcanzaban la mayor¨ªa de edad y que deb¨ªan tener un due?o, un var¨®n que las tutelase. En este contexto social, el marido era libre de repudiar a su esposa sin tener que justificar absolutamente nada y cuando le viniera en gana, incluso pod¨ªa casarla con otro. Pero Medea es una extranjera y no est¨¢ acostumbrada a estas leyes tan civilizadas. La situaci¨®n le parece humillante, injusta, y se rebela. Jas¨®n le viene a decir que es tonta por no avenirse a las decisiones de los poderosos. No sabemos c¨®mo a Jas¨®n no se le ocurri¨® pensar que del mismo modo que le hab¨ªa vengado a ¨¦l matando a Pelias pod¨ªa ingeni¨¢rselas para vengarse a s¨ª misma. Y, en efecto, lo hace. Su pr¨®ximo acto est¨¢ dirigido a eliminar a Creonte y a su hija con un odio m¨¢s maduro y profundo, que la vuelve m¨¢s creativa que nunca en el arte de matar, m¨¢s refinada. Resuelve enviar a sus hijos a su enemiga Cre¨²sa, so pretexto de que les permita quedarse en Corinto con ella y su padre, con un bello regalo, un velo muy fino de vivos colores y una corona de oro. Lo que nadie sabe es que velo y corona est¨¢n impregnados en veneno. Como es previsible, Cre¨²sa corre a un espejo para pon¨¦rselos y admirarse, y es entonces cuando Eur¨ªpides dibuja una espl¨¦ndida escena de aut¨¦ntico terror, con efectos especiales incluidos, en donde la corona y el velo act¨²an como si tuviesen vida propia. Ella perece envuelta en llamas, y al acudir su padre a socorrerla el velo lo atrapa y se agarra a su cuerpo.
Medea, no contenta con esta exhibici¨®n mort¨ªfera de sus poderes y su odio, maquina el ¨²nico crimen que continuamos sin perdonarle, el que nos salta a la cara como un bofet¨®n, el m¨¢s incomprensible, el que la sit¨²a en el lado de la enajenaci¨®n mental. Es el asesinato de sus dos hijos para mortificar a Jas¨®n. Sin embargo, el que en una madre era un acto contra natura, en un padre era un derecho, puesto que su autoridad sobre los hijos y la esposa era total, como si no fuese igual de criminal que otro h¨¦roe m¨ªtico, Agamen¨®n, sacrificase a su hija Ifigenia.
A pesar de que Medea no existiera realmente, s¨ª que era real la imaginaci¨®n de aquellos poetas que la hicieron inmortal a imagen y semejanza de su visi¨®n del mundo y de la mujer.
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