El precio de las naciones
Seg¨²n parece, el futuro Estatut proclamar¨¢ que Catalu?a es una naci¨®n. Se me escapa cu¨¢l es la idea de naci¨®n de los redactores. Incluso desde una perspectiva nacionalista, Catalu?a no es una naci¨®n. En lo esencial, los nacionalistas se debaten entre dos ideas de naci¨®n: "objetiva", como un conjunto de individuos que comparten una identidad; "subjetiva", como voluntad, como un conjunto de individuos que creen que son una naci¨®n. Ninguna de las dos ideas resiste el an¨¢lisis, pero son las que defienden los nacionalistas. Pues bien, en ninguna de las dos acepciones Catalu?a es una naci¨®n.
Veamos la primera. ?Comparten los catalanes una identidad distintiva? Las identidades colectivas son dif¨ªcilmente precisables. La lengua no es un terreno firme. Negar¨ªa la identidad catalana a la mitad de los catalanes. La demograf¨ªa es menos equ¨ªvoca: el 65% de los catalanes tenemos ra¨ªces fuera de Catalu?a. Los apellidos resultan muy reveladores. En la medida en que nos proporcionan una pista acerca de una identidad originaria compartida, tan espa?ola es Barcelona como Madrid o Catalu?a como Castilla. Un dato: Garc¨ªa es el apellido m¨¢s com¨²n en todas las comarcas catalanas.
?C¨®mo es posible que la Catalu?a real se parezca tan poco a la que reclama reconocimiento?
Esto no es ignorado por los nacionalistas. Nadie puede ignorar uno de los mayores movimientos migratorios del siglo XX, que recompuso la poblaci¨®n catalana de modo irreversible. Por eso, porque no hay naci¨®n objetiva, han puesto acento en el otro pie, en la voluntad de ser. Pero tampoco aqu¨ª la realidad les cuadra. Apenas un veintitantos por ciento de los catalanes cree que Catalu?a es una naci¨®n. Y eso, en rom¨¢n paladino nacionalista, quiere decir que Catalu?a no es una naci¨®n.
Y sin embargo, la clase pol¨ªtica catalana reclama un nuevo marco institucional para que "Catalu?a se sienta c¨®moda". Yo no s¨¦ muy bien c¨®mo se siente Catalu?a, pero, por lo que sabemos, los catalanes se sienten estupendamente en Espa?a. Seg¨²n una investigaci¨®n de hace un par de a?os, los catalanes est¨¢bamos entre los espa?oles m¨¢s satisfechos con nuestra autonom¨ªa. Antes de la victoria de Maragall, s¨®lo el 4% consideraba la reforma del Estatut como un asunto prioritario, y a¨²n hoy, despu¨¦s de dos a?os de debate pol¨ªtico, seg¨²n una encuesta de La Vanguardia, a los catalanes el Estatut les preocupa bastante poco.
Estos datos confirman la ficci¨®n en la que est¨¢ instalada la pol¨ªtica catalana. Una vez m¨¢s los nacionalistas se inventan la naci¨®n. No hay una realidad negada por Espa?a. Mejor dicho: la realidad negada, en nombre de Catalu?a, son los catalanes. La pregunta importante es c¨®mo es posible que la Catalu?a real se parezca tan poco a la que reclama reconocimiento.
Una pregunta que deber¨ªa hacerse Zapatero. Hasta ahora no se la ha hecho. Su estrategia parece consistir en aceptar la Catalu?a recreada por su clase pol¨ªtica, y, en todo caso, discutir sobre dinero. Quiz¨¢ piensa que las palabras importan poco.
Pero las cosas no son tan sencillas. No lo son, para los propios catalanes, porque la identidad no sale gratis. Ah¨ª est¨¢n los 233.000 euros de la celebraci¨®n del 11 septiembre o los 5,06 millones de euros en subvenciones discrecionales durante el primer semestre de este a?o a "asociaciones patri¨®ticas", entre ellas, 12.000 euros a la Asociaci¨®n Catalana pro Senyera m¨¢s Grande del Mundo. Gastos que, como siempre, exigen establecer prioridades: mientras el pr¨®ximo curso miles de ni?os catalanes estudiar¨¢n en barracones, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona gastar¨¢n 1,5 millones de euros en un barrio de Gaza. Aunque el precio m¨¢s importante es el envilecimiento de la sociedad civil y el deterioro de los derechos, como est¨¢ sucediendo con las oficinas de denuncia ling¨¹¨ªstica que animan a delatar a aquellos conciudadanos cuyos negocios flaquean en identidad ling¨¹¨ªstica. Pero ya se sabe, para el nacionalismo no hay problemas m¨¢s fundamentales que los de la identidad o la pol¨ªtica exterior y, por supuesto, Catalu?a importa m¨¢s que los catalanes.
Pero los s¨ªmbolos tambi¨¦n tienen un precio para todos. El debate sobre las balanzas fiscales tiene muchos matices y, fuera de sus perfiles t¨¦cnicos, en donde las diferencias est¨¢n claras, proliferan las confusiones y las deshonestidades, como relacionar las balanzas fiscales con el debate sobre la financiaci¨®n auton¨®mica o el obsceno recordatorio de que los ni?os extreme?os -a falta de pol¨ªtica exterior o identidad- tienen un ordenador a mano. Pero hay algo previo que sin los s¨ªmbolos no tendr¨ªa sentido: concebir los pueblos como sujetos de valoraci¨®n. Se ha repetido mil veces, as¨ª que no vendr¨¢ de una m¨¢s: no paga Catalu?a, pagan los catalanes, y no en tanto que catalanes, sino seg¨²n sus ingresos. Como los andaluces, como cualquier ciudadano. Por supuesto, ¨¦sa no es toda la realidad, pero es la realidad fundamental, la que se escamotea cuando se sostiene que "Catalu?a est¨¢ expoliada" o que "Catalu?a debe poner l¨ªmites a la solidaridad".
Estas expresiones s¨®lo son posibles cuando la justicia entre ciudadanos se sustituye por la negociaci¨®n entre pueblos. ?Por qu¨¦ nadie se pregunta por la balanza fiscal entre Gerona y el resto de Catalu?a? Simplemente, se considera que Gerona forma parte de los nuestros y entre nosotros s¨ª valen las consideraciones de justicia. Conjetura que no se ve debilitada cuando el Gobierno catal¨¢n proclama el deseo de poner l¨ªmites a la "solidaridad". ?Se imaginan que un grupo de ciudadanos estableciera un l¨ªmite a lo que est¨¢n dispuestos a pagar? El problema no est¨¢ en "los l¨ªmites", sino en la unilateralidad. Es posible que, despu¨¦s de un debate democr¨¢tico, atendiendo a las razones de todos, lleguemos a la conclusi¨®n de que cierto sistema impositivo es injusto. Est¨¢ ah¨ª contenido el n¨²cleo m¨¢s noble de la democracia: el debate, la exposici¨®n de razones, la justicia de las decisiones entre ciudadanos. Nada que tenga que ver con ¨¦l "yo s¨®lo estoy dispuesto a dar esto, negociemos".
La mayor renuncia intelectual de nuestra izquierda ha sido sustituir el lenguaje de los derechos, la justicia y la ciudadan¨ªa por la fr¨¢gil mitolog¨ªa de las identidades. Si ¨²nicamente se tratara de palabras, poco importar¨ªa. Pero hemos aprendido, de mala manera, que no es as¨ª.
F¨¦lix Ovejero Lucas es profesor de ?tica y Econom¨ªa de la Universidad de Barcelona.
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