Cosmopolitismo insuficiente, nacionalismo obsoleto
El cosmopolitismo como discurso pol¨ªtico y social ha ido circulando por el mundo como una especie de "tercera v¨ªa" entre la rampante globalizaci¨®n y un nacionalismo visto como algo del pasado. Desde posiciones cosmopolitas se han denigrado los elementos ¨¦tnicos, tradicionales o religiosos como algo obsoleto o reaccionario. La menci¨®n de din¨¢micas de autodeterminaci¨®n nacional se perciben como peligrosas para la autonom¨ªa individual en un mundo que se quiere accesible de manera indiferenciada, y perturban por lo que implican de reclamaci¨®n de autogobierno en un escenario cada vez m¨¢s interdependiente. Por otro lado, y como dec¨ªa Ulrich Beck en estas mismas p¨¢ginas, algunos de los esp¨ªritus m¨¢s cultivados y mejor formados se aferran a la fe en los estados-naci¨®n, y sostienen que sin ellos la posibilidad de que exista democracia es escasa. Europa se nos presentar¨ªa as¨ª como una construcci¨®n de unidad en las diferencias, no exenta de peligros tanto desde el punto de vista nacional como desde el punto de vista democr¨¢tico. El debate sobre la incorporaci¨®n del concepto de naci¨®n en el nuevo redactado del Estatuto de Autonom¨ªa de Catalu?a debe, desde mi perspectiva, situarse en ese contexto.
La realidad plurinacional no debe ser percibida como un problema, sino como un valor a proteger
Los te¨®ricos de la democracia cosmopolita tienen raz¨®n cuando se?alan la creciente multiplicidad de conexiones que existen entre las personas, y que embrionariamente permitir¨ªan hablar de sociedad civil transnacional, generando identidades m¨²ltiples y compartidas en un mismo individuo o colectividad. Pero tambi¨¦n es cierto que necesitamos complementar la tradici¨®n liberal e individual de derechos con otros aspectos que nos expliquen los lazos que siguen uniendo y vinculando ciertos individuos con otros, a partir de elementos (no siempre coincidentes) como la lengua, la tradici¨®n compartida, un territorio com¨²n, la religi¨®n, o la voluntad repetidamente manifestada de pertenencia. No tiene por qu¨¦ ser una situaci¨®n est¨¢tica, ni resistente a la modernizaci¨®n o a la contaminaci¨®n cosmopolita como a veces se argumenta. Esas ideas, valores y sentimientos compartidos, var¨ªan y se modifican, generando mixturas y ensamblajes muy variados, pero no por ello forzosamente disolventes. En muchos casos, como argument¨® Manuel Castells, s¨®lo desde esa identidad percibida y sentida toma significado el cambio global. La idea abstracta de sociedad no puede separarse de la realidad concreta de un territorio-naci¨®n en el que conviven personas y grupos, y en el que se desarrollan entramados de relaciones e intereses. Un sentido c¨ªvico de naci¨®n puede combinar categor¨ªas abstractas de identidad con concretas redes sociales, potenciado as¨ª la participaci¨®n individual y colectiva en un mundo muchos m¨¢s abierto, destribalizando la comunidad.
Si volvemos al debate actual en Espa?a, la frase "una sociedad, una naci¨®n, un estado", tan vinculada a la idea tradicional de estado-naci¨®n, no es ni posible ni deseable. La forma convencional de estado-naci¨®n entendida como un contenedor que incorpora un sistema social completamente autosuficiente ha perdido su raz¨®n de ser en el mundo contempor¨¢neo. Creo que Catalu?a (y otras "naciones internas" en Europa) son m¨¢s realidades que deben ser "entendidas" como naciones, que naciones-sin-estado que buscan su consecuci¨®n. En Espa?a, sea por problemas de dise?o normativo originales, sea por visiones r¨ªgidas, estrechas y restrictivas del sentido de "patria com¨²n", sabemos de las limitaciones del modelo auton¨®mico para abordar y enmarcar la pluralidad nacional espa?ola y la voluntad de mayor autogobierno de algunas comunidades expresada reiteradamente en las urnas. La denominaci¨®n "naci¨®n" es una nueva forma de expresar ese proceso de b¨²squeda de mejores acomodaciones. La formaci¨®n de identidades es hoy un proceso siempre abierto, que se manifiesta de diversas maneras, seg¨²n los roles de cada quien y las diversas circunstancias en que se expresa. En este sentido, es m¨¢s un problema de proyecto que de pasado claramente definido, basado en elementos distintivos que ayudan a imaginar esa comunidad, a hacerla viable, a ampliar su capacidad inclusiva. Es cierto que todo proceso de identidad parte de definir con mayor o menor precisi¨®n qui¨¦nes somos nosotros y qui¨¦nes son ellos. Pero lo cierto es que tenemos muchos "nosotros" y los "ellos" son cada vez m¨¢s. Ese sentido de pertenencia b¨¢sico y natural, que tiende a que nos reconozcamos miembros de un grupo o colectividad, y que se complementa con otros individuos que no forman parte de esa identidad asumida, es hoy mucho m¨¢s compleja de ser ejercida sin contradicciones, sin la existencia de espacios transfronterizos. Mis nosotros no acaban en una pertenencia ¨²nica. Salvo en situaciones dram¨¢ticas, todos nos encontramos inmersos en un cruce de pertenencias m¨²ltiples. Octavio Paz nos dio su versi¨®n de la "otredad". Para el poeta la aceptaci¨®n de que vida y muerte son inseparables, y se explican la una con la otra, es precisamente la mejor manera de expresar esa unidad de contrarios, sin la cual ninguno de los dos extremos tiene pleno sentido. En determinados momentos de nuestra historia, que acostumbran a ser los m¨¢s frecuentes, las relaciones entre Espa?a y sus "naciones internas" se han visto marcadas por la no aceptaci¨®n de esa otredad.
Hoy sabemos, con Isaiah Berlin, que no hay una sola manera de ser racional y ser moral, ni en Espa?a ni en ninguna otra parte del mundo. Y esa pluralidad deber¨ªa ser respetada siempre, con m¨¢s negociaci¨®n y con m¨¢s reconocimiento. La realidad plurinacional espa?ola no debe ser percibida como un problema molesto en nuestra democracia, sino como un valor a proteger y acomodar para hacer m¨¢s fuerte e inclusiva esa misma democracia. Hay un nacionalismo populista, tanto aqu¨ª como en otras muchas partes, que pretende que la naci¨®n es algo apol¨ªtico, fuera de los debates econ¨®micos y sociales que atraviesan hoy de forma muy significativa nuestras sociedades. Necesitamos una teor¨ªa cr¨ªtica de la naci¨®n (como de los estados y de la europeizaci¨®n) que discuta no s¨®lo esencias, sino tambi¨¦n las situaciones de injusticia y de desigualdad que se extienden por Europa y por el mundo. Una Espa?a y una Europa que reconozcan las diferencias no ponen en peligro su existencia, sino que renuevan, transforman y abren su proyecto en una perspectiva cosmopolita y emancipadora.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica y director del Instituto de Gobierno y Pol¨ªticas P¨²blicas de la UAB.
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