El secuaz m¨¢s cruel de Hitler
Reinhard Heydrich, "el verdugo de Hitler", fue el m¨¢s abyecto de los criminales nazis. Ambicioso, resentido, fr¨ªo y calculador, el jefe de seguridad del III Reich, ide¨®logo de la 'soluci¨®n final', impuls¨® con sa?a el exterminio de millones de jud¨ªos. Acab¨® sus d¨ªas en Praga, asesinado por un comando checo.
Una cripta es un buen lugar para empezar la historia de un tenebroso asesino. Aqu¨ª, debajo de la catedral ortodoxa de los santos Cirilo y Metodio, en Praga, en la calle Resslova, se escondieron los paracaidistas tiranicidas que mataron en 1942, en el pin¨¢culo de su carrera, al temible Reinhard Heydrich, el poderoso jefe de seguridad del III Reich, virrey de Hitler en Checoslovaquia y eficiente organizador del exterminio del pueblo jud¨ªo. Es dif¨ªcil imaginar a un tipo peor que Heydrich, aunque desde luego era polifac¨¦tico: adem¨¢s de ser malvado, tocaba el viol¨ªn, pilotaba aviones, navegaba y practicaba la esgrima. "La bestia rubia", se le ha llamado, y tambi¨¦n "el verdugo (der henker) de Hitler" y "el carnicero de Praga". Eichmann trabajaba para ¨¦l, y se dice que hasta Himmler, del que era nominalmente subordinado y prot¨¦g¨¦, lleg¨® a tenerle miedo. Ambicioso, resentido, fr¨ªo y calculador, Heydrich dirigi¨® con mano de hierro el enjambre de criminales del sistema policial m¨¢s perverso que ha conocido el mundo. Su espectro, enfundado en el uniforme de general de las SS con el que se sent¨ªa tan a gusto, parece deambular furioso por este t¨¦trico lugar de la capital checa clamando todav¨ªa venganza, como si no le hubieran aplacado los r¨ªos de sangre vertidos en su nombre y la destrucci¨®n en represalia por su muerte de todo un pueblo: Lidice.
La cripta de la iglesia de Praga conserva elocuentes testimonios de la lucha desigual entre el pu?ado de hombres valientes que cazaron al monstruo en una operaci¨®n de ribetes suicidas y la jaur¨ªa lanzada para capturarlos. En las paredes de piedra, cubiertas de nichos -gracias a Dios, hoy vac¨ªos-, se observan numerosos impactos de bala; en una vitrina pueden verse una pistola Colt de 9 mil¨ªmetros, una granada Mills y una metralleta Sten de los paracaidistas, as¨ª como un libro empapado en la sangre de uno de ellos. En este claustrof¨®bico subterr¨¢neo estuvieron refugiados durante 20 d¨ªas, tras su exitosa acci¨®n del 27 de mayo de 1942, los tres autores materiales del asesinato o "liquidaci¨®n militar" de Heydrich, los sargentos de la Brigada Checa instruidos en el Reino Unido Jozef Gabcik, Jan Kubis y Josef Valcik, junto con otros cuatro paracaidistas encargados de otras misiones, pero que se ocultaron en el mismo lugar para escapar de la inmensa redada policial montada por los nazis. Denunciados por un camarada traidor, el sargento Curda -con fama de borrach¨ªn, aunque parezca un chiste f¨¢cil-, y tras conseguir la Gestapo la pista final de su paradero torturando a una joven resistente a la que se present¨® la cabeza de su madre flotando en una pecera, los siete paracaidistas lucharon como fieras en la iglesia. Tres hicieron frente con sus armas desde el coro a los soldados de las Waffen SS que irrumpieron a tiros en el santo lugar -el total de efectivos movilizados en el ataque por los nazis super¨® los 800 hombres-. Cuando despu¨¦s de dos horas ces¨® el fuego, los alemanes descubrieron los cuerpos de dos paracaidistas muertos que se hab¨ªan envenenado con las c¨¢psulas de cianuro proporcionadas a todos sus agentes por el servicio de operaciones especiales brit¨¢nico (SOE) y el de un tercero tan malherido que falleci¨® poco despu¨¦s de ingresar en un hospital.
El resto de los paracaidistas se hab¨ªa atrincherado, en plan Term¨®pilas, en la cripta y no fue f¨¢cil reducirlos. Los atacantes bombearon agua a trav¨¦s de un ventanuco; lanzaron granadas, bombas lacrim¨®genas y r¨¢fagas de ametralladora por una trampilla, y finalmente entraron en tromba en la oscura catacumba, pero tuvieron que retirarse con varias bajas. Mientras preparaban un nuevo asalto y abr¨ªan con explosivos el acceso a la anegada cripta bajo el altar mayor sonaron cuatro tiros. Los cuatro valientes paracaidistas hab¨ªan dirigido sus pistolas contra ellos mismos para no caer en manos de la Gestapo. En total resistieron seis horas. En la cripta puede verse el agujero que empezaron a cavar en un muro, en un infructuoso intento de alcanzar el sistema de alcantarillado para huir.
Los visitantes del lugar, convertido en un memorial a los h¨¦roes de la Heydrichiady, la ola de terror desatada tras la muerte de Heydrich, y de la resistencia antinazi en general, han dispuesto peque?as ofrendas, flores y mensajes en papelitos que ensalzan el valor de los que lucharon aqu¨ª. En este momento, cuando acaba de marcharse un extravagante grupo de j¨®venes checos caracterizados de soldados rusos de la II Guerra Mundial que sin duda participan en alguna de las ceremonias con reenactments (reconstrucciones hist¨®ricas) del 60? aniversario de la liberaci¨®n de Praga, el 9 de mayo, s¨®lo quedan en la cripta quien firma estas l¨ªneas y un anciano trajeado absorto en un icono que pende de la pared. Se escucha un fuerte golpe arriba, en la iglesia, y el viejecito pone cara de susto y grita: "?Gestapo!". Luego r¨ªe encantado de su broma -arriba lo que hay es un bautizo- y del efecto que ha producido. Se presenta, sin dar su nombre, como si estuvi¨¦ramos a¨²n en la clandestinidad, como "un antiguo miembro de la RAF" -los encargados de lanzar a los paracaidistas checoslovacos en sus peligrosas misiones- e invita a tomar un caf¨¦ en el bar de la esquina, U Parasutistu (Los Paracaidistas), dedicado monogr¨¢ficamente, con gran sentido de la oportunidad, a la resistencia y la acci¨®n contra Heydrich. "Un gran hijo de puta", establece el viejo aviador, que finalmente ha optado por una cerveza, ante el retrato can¨®nico del jerarca nazi que puede verse en un rinc¨®n, y que lo muestra como reichprotektor de Bohemia-Moravia, enfundado en el ominoso uniforme de obergruppenf¨¹hrer (general) de las SS. Desde luego no es la imagen de una buena persona. Emana de la fotograf¨ªa un aura incre¨ªblemente siniestra y un claro mensaje de amenaza. Incluso en este mediod¨ªa soleado de primavera en Praga, uno no puede evitar un escalofr¨ªo.
Reinhard Tristan Heydrich naci¨® el 7 de marzo de 1904 en la ciudad sajona de Halle y nada hac¨ªa prever que fuera a ser un monstruo. De hecho, estaba bajo el amable signo de la m¨²sica: su padre era un compositor de cierta fama, Bruno Heydrich, y sus dos nombres de pila estaban tomados de sendas ¨®peras, el primero del personaje de una de las obras l¨ªricas paternas y el segundo de la c¨¦lebre de Wagner (Cosima era amiga de Bruno Heydrich). La madre, Elisabeth, era una ferviente cat¨®lica. La manera en que Reinhard Heydrich -el peque?o y t¨ªmido Reini, como le llamaban familiarmente en casa, que aprendi¨® a tocar ya de ni?o virtuosamente el piano y el viol¨ªn (fue un consumado int¨¦rprete de este instrumento toda su vida) y se interesaba por la qu¨ªmica- lleg¨® a convertirse en el hombre m¨¢s temido de Europa es digna de la transformaci¨®n de Anakin Skywalker en Darth Vader.
El joven Reinhard era un chico inteligente, introvertido y sensible, bastante guapo, pero con una voz chillona que le granje¨® el apodo de "cabra" en el colegio (es obvio que despu¨¦s nadie le volvi¨® a llamar as¨ª). Menos a¨²n le gustaba el sobrenombre de Isi, jud¨ªo, que le dieron al correr el rumor de que su familia era de ascendencia hebrea, un aserto que, como veremos, le persigui¨® toda la vida. La I Guerra Mundial y la debacle de la derrota sacudieron los cimientos de la pl¨¢cida vida burguesa de la familia Heydrich, propietaria de un conservatorio. Reinhard, como el resto de sus compa?eros de la escuela, form¨® parte de un cuerpo de voluntarios de defensa civil, y de 1919 a 1920 fue miembro del Freikorps M?rker, una fuerza paramilitar de la derecha. De todas formas, su destino no parec¨ªa estar entre los patrioteros y belicosos agitadores callejeros de la Alemania de entreguerras, sino en el mar. Alentado por las visitas de un amigo de la familia, el almirante conde Felix von Luckner, el heroico comandante del corsario Seeadler, Heydrich decidi¨® ser marino. Sus padres ya hab¨ªan decidido que siguiera la carrera musical, pero accedieron a que ingresara en la Armada, en la pr¨¢ctica consideraci¨®n de que ser oficial de la misma era socialmente aceptable. As¨ª que Heydrich entr¨® en 1922 en la base de Kiel con un viol¨ªn, regalo de su padre, debajo del brazo. Con su refinada educaci¨®n, su voz de falsete y su fisonom¨ªa delicada, casi femenina (ten¨ªa unos labios muy carnosos y unas manos finas y largas; "como ara?as", describi¨® su subordinado Schellenberg), sufri¨® bastante en el rudo ambiente militar. Un instructor la tom¨® especialmente con ¨¦l y, borracho, le sacaba de la cama por las noches para obligarle a interpretar con el viol¨ªn la Serenata de Toselli, una pieza que desde entonces Heydrich siempre aborreci¨®. El joven recluta se refugi¨® en la soledad y en los deportes, especialmente la esgrima, en la que se revelar¨ªa un consumado maestro (fue capit¨¢n del equipo de las SS y responsable de toda la esgrima alemana), aunque no muy caballeroso: al ser eliminado en un campeonato lanz¨® su sable al suelo con furia, y parece que su siniestra fama como jefe de la Gestapo -que l¨®gicamente intimidaba si ten¨ªas que luchar con ¨¦l- le permiti¨® ganar bastantes combates.
En 1923, completada su instrucci¨®n, el cadete ingres¨® en la tripulaci¨®n del crucero Berlin, donde conoci¨® al que luego ser¨ªa su gran rival en los servicios secretos alemanes, Wilhem Canaris, entonces oficial en el mismo buque. Heydrich trab¨® amistad con Canaris y se convirti¨® en un habitual en casa de ¨¦ste, donde participaba en las veladas musicales con la mujer del anfitri¨®n, Erika, que tambi¨¦n tocaba el viol¨ªn. Algunos d¨ªas jugaban al cr¨®quet. La relaci¨®n con Canaris, el ambiguo jefe de esp¨ªas responsable de la Abwehr, fue siempre muy compleja, y se ha afirmado que el almirante, en una de sus alambicadas operaciones de contrainteligencia, pudo estar detr¨¢s del -para ¨¦l- oportuno atentado que cost¨® la vida a Heydrich. Una teor¨ªa conspirativa que, no obstante, se ve contradicha por el hecho de que Canaris, el viejo zorro, pareci¨® realmente afectado por la muerte del antiguo amigo y llor¨® en su funeral (v¨¦ase Hitler's spy chief, de Richard Basset. Weidenfeld & Nicolson, 2005).
La carrera naval de Heydrich iba viento en popa: ascendi¨® a teniente, era apreciado por sus superiores y famoso por sus ¨¦xitos deportivos -vela, equitaci¨®n, esgrima-, cuando conoci¨® a la que ser¨ªa su mujer, Lina Matilde von Osten, una belleza rubia con un hermano en las SA y ella misma miembro entusiasta del partido nazi -una mala persona (v¨¦ase el cap¨ªtulo que le est¨¢ dedicado en Las mujeres de Hitler. Plaza & Jan¨¦s, 2003): tras la guerra fue condenada en Praga a cadena perpetua en ausencia por el uso de trabajadores esclavos para ampliar y cuidar su finca checa-. Fue un flechazo, y al poco se comprometieron. Pero entonces estall¨® el drama: una chica con la que Heydrich hab¨ªa tenido un oscuro affaire se sinti¨® ultrajada por el anuncio de ese compromiso y se quej¨® a los superiores de nuestro hombre. La joven era hija de un amigo ¨ªntimo del almirante Raeder, nada menos, y el asunto le cost¨® a Heydrich un juicio de honor y su expulsi¨®n sumaria de la Armada por atentar contra el c¨®digo de conducta de la misma, que estipulaba que todo oficial deb¨ªa ser a la vez, por supuesto, un caballero. En cuesti¨®n de faldas, desde luego, Heydrich no lo era. Pose¨ªa un insaciable apetito sexual, con un lado s¨¢dico, y su relaci¨®n con las mujeres -aunque aparentaba ser un amant¨ªsimo marido y ejemplar padre de familia (tuvo cuatro hijos, uno p¨®stumo)- fue la de un depredador. Su larga mano -y nunca mejor dicho- llega incluso a Barcelona, donde, durante una recepci¨®n naval en el Club Alem¨¢n en sus tiempos de oficial de la marina, fue abofeteado p¨²blicamente por una joven con la que se propas¨®.
El que fuera c¨¦lebre int¨¦rprete de las autoridades nazis en Italia y oficial de las SS, Eugen Dollman, relata en sus memorias, Int¨¦rprete de Hitler (Juventud, 1969) -en las que, por cierto, dice de Heydrich que fue el ¨²nico de los l¨ªderes nazis al que instintivamente temi¨® desde que le vio-, la visita a un burdel en N¨¢poles con el ya jefe de los servicios secretos. Heydrich convoc¨® all¨ª a todas las prostitutas y arroj¨® un pu?ado de monedas de oro al suelo para verlas arrastrarse delante de ¨¦l, una imagen digna del peor de los jefes de las cohortes pretorianas de Domiciano.
La expulsi¨®n de la Armada en 1931 fue un golpe terrible para Heydrich, el peor de su vida, y lo que le condujo a las SS y a su carrera de genocida (desgraciadamente, este reverso oscuro de Lord Jim no prefiri¨® perderse en un lejano Patus¨¢n). Dolido, humillado y rencoroso, en la calle y sin empleo, acab¨® ingresando en la ¨²nica estructura militar de cierto prestigio que pod¨ªa aceptar a un hombre marcado como ¨¦l: la Schutzstaeffel (SS). En esa nueva y siniestra aristocracia hall¨® un sustituto a sus ansias de reconocimiento social y una forma tambi¨¦n de pasar recibo al mundo que le hab¨ªa rechazado. Las SS seguramente estuvieron encantadas de reclutar en sus filas a un ex militar desarraigado y despechado como Heydrich que adem¨¢s, a diferencia de otros miembros y l¨ªderes del partido, ten¨ªa un formidable aspecto ario con su altura, su complexi¨®n deportiva, su cabello rubio y sus ojos azules. De hecho, Heydrich fue considerado "el hombre de las SS ideal", un elogio que hoy nos deja un tanto perplejos.
En todo caso, su llegada a las SS tuvo algo de sainete, como explica Richard Breitman en su iluminador libro sobre Himmler The architect of genocide (Pimplico, 2004): enterado de que Himmler buscaba a alguien para organizar un servicio de inteligencia de las SS -lo que ser¨ªa el temible SD (Sicherheitsdienst, servicio de seguridad)-, Heydrich se present¨® sin avisar en la granja de pollos del reichsf¨¹hrer en Waldrudering, y all¨ª el jefe de las SS -tan amante de la agropecuaria y la jardiner¨ªa como de los campos de concentraci¨®n- le someti¨® a un r¨¢pido interrogatorio y le pidi¨® que esbozara un proyecto para la nueva secci¨®n. Heydrich improvis¨® bas¨¢ndose en su experiencia como lector de novelas de espionaje -para que luego digan que leer g¨¦nero policiaco es perder el tiempo- y se hizo con el puesto. Parece ser que en la decisi¨®n de Himmler desempe?¨® un papel importante la confusi¨®n que se hizo, pese a ser hijo de maestro, con la palabra alemana nachrichtenoffizier, que puede significar oficial de inteligencia u oficial de se?ales, que es lo que Reinhard Heydrich era en la Armada.
Los historiadores advierten, sin embargo, de lo incorrecto de ver a Heydrich s¨®lo como un oportunista amoral: fue en realidad un convencido ide¨®logo del credo nazi, y sus cr¨ªmenes derivaron de su fanatismo y su entrega a la causa hitleriana.
El nuevo y flamante miembro de las SS (n¨²mero 10.120) aprovech¨® para casarse con Lina von Osten en una ceremonia en la que no falt¨® la esv¨¢stica en el altar y el Horst Wessel Lied en el ¨®rgano. De regalo de bodas, Himmler le ascendi¨® a sturmbannf¨¹hrer (mayor). Heydrich se puso manos a la obra con la SD y form¨® un instrumento retorcido y maligno consagrado a la intriga y el espionaje. Sin embargo, de nuevo apareci¨® un contratiempo: el viejo tema de la sangre jud¨ªa. Seguramente fruto de las intrigas y envidias dentro del partido, el asunto lleg¨® a las autoridades y se exigi¨® una investigaci¨®n en profundidad sobre una familia que contaba nada menos que con un S¨¹ss en sus filas. Heydrich sali¨® del examen como "puro ario", pero las sospechas no se desvanecieron nunca del todo. Contribuy¨® a ello el que desaparecieran muchos indicios de la genealog¨ªa de Heydrich (y alg¨²n testigo). La l¨¢pida de la tumba de su abuela, por ejemplo, que rezaba Sarah Heydrich, se convirti¨® misteriosamente en S. Heydrich. Es posible que esa espada de Damocles de la sangre jud¨ªa actuara como acicate del fanatismo antisemita de Heydrich. Tambi¨¦n debi¨® de servir para que se ejerciera una presi¨®n sobre ¨¦l desde las altas instancias del partido (Joachim Fest dice que era "chantajeable"). Heydrich se revel¨® desde el principio como un terrible Maquiavelo policial. Una de las primeras pruebas de sus grandes capacidades la dio con motivo de esa gran noche de San Bartolom¨¦ parda que fue el golpe contra las SA. No tuvo el menor escr¨²pulo en planificar la muerte de Ernst R?hm, padrino de su hijo mayor.
En poco tiempo, el duro, despiadado, intrigante y eficiente Heydrich, a la sombra de Himmler, consigui¨® reunir en sus manos un poder colosal: fue nombrado jefe de la polic¨ªa de seguridad (SIPO), que inclu¨ªa la Gestapo, y finalmente responsable de la Reichssicherheitshauptamt (RSHA), la gran oficina central de seguridad del Reich, la temible telara?a que inclu¨ªa a todas las agencias policiales y de espionaje. El organismo ten¨ªa entre sus responsabilidades, por supuesto, ocuparse de los jud¨ªos, considerados principales enemigos del Estado. El 31 de agosto de 1939, Heydrich tuvo el dudoso privilegio de alzar la punta del tel¨®n de la II Guerra Mundial: fue el encargado de la Operaci¨®n Tannenberg, dedicada a simular una agresi¨®n polaca que justificase propagand¨ªsticamente la invasi¨®n de Polonia al d¨ªa siguiente. Se utilizaron prisioneros del campo de Sachsenhausen, ejecutados a sangre fr¨ªa, para simular supuestos soldados polacos atacantes. Durante la campa?a de Polonia, las SS iniciaron su programa de asesinatos en masa a trav¨¦s de las unidades especiales de la polic¨ªa de seguridad de Heydrich, los tristemente c¨¦lebres einsatzgruppen, que luego sembrar¨ªan el terror en la Uni¨®n Sovi¨¦tica cometiendo atrocidades sin cuento.
Nuestro personaje se fue involucrando paulatinamente en los aspectos m¨¢s abyectos del r¨¦gimen nazi, y casi como una consecuencia l¨®gica acab¨® siendo fundamental en la "soluci¨®n final de la cuesti¨®n jud¨ªa", un papel por el que, de haber sobrevivido a la guerra, le hubieran ahorcado sin duda alguna en N¨²remberg. Por orden de Goering organiz¨® la famosa Conferencia de Wannsee, que reuni¨®, el 20 de enero de 1942, a un grupo de altos cargos del III Reich para disponer las medidas administrativas y la log¨ªstica del Holocausto (v¨¦ase La villa, el lago, la reuni¨®n, de Mark Roseman. RBA, 2001). S¨®lo por esa fruct¨ªfera reuni¨®n -en la que se discuti¨®, entre buenos vinos y cigarros, la aniquilaci¨®n de millones de personas- merece Heydrich pasar con matr¨ªcula a la historia universal de la infamia. Existe un estupendo filme moderno acerca de la Conferencia de Wannsee (La soluci¨®n final, 2001) en el que el papel de Heydrich lo interpreta -con ese desconcertante convencimiento que aportan los brit¨¢nicos a sus papeles de villanos nazis- el shakespeariano Kenneth Branagh. Hay otras dos pel¨ªculas, espl¨¦ndidos cl¨¢sicos, en las que aparece Heydrich, ambas centrados en su asesinato en Praga: Hitler's madman (1942), de Douglas Sirk, y Hangmen also die! (1943), de Fritz Lang, en cuyo gui¨®n colabor¨® Bertolt Brecht.
Desde septiembre de 1941, y gracias a una ocasional alianza con Bormann, Heydrich compaginaba sus responsabilidades de polic¨ªa y seguridad del imperio de Hitler con el alto cargo de reichprotektor de Bohemia-Moravia, en sustituci¨®n del d¨¦bil Von Neurath. En ese puesto convirti¨® el pa¨ªs virtualmente en un Estado de las SS y desarroll¨® al m¨¢ximo sus perversas cualidades, para horror de los checos. Su ¨¦xito en destruir la resistencia y cualquier tipo de oposici¨®n result¨® tan aplastante -a base de una campa?a de represi¨®n brutal- que, parad¨®jicamente, fue una de las causas de su asesinato. Los c¨ªrculos checos en el exilio en Londres se vieron obligados a realizar una acci¨®n espectacular que demostrara al mundo que el pueblo checo no se hab¨ªa plegado a la tiran¨ªa nazi. As¨ª naci¨® Anthropoid, la operaci¨®n de comandos para matarlo.
Heydrich despreciaba a los eslavos y les preparaba un destino de esclavitud en el Reich de los mil a?os. Ese desprecio y el alto concepto que ten¨ªa de s¨ª mismo y del miedo que provocaba le hicieron descuidar su seguridad personal. Los paracaidistas entrenados en el Reino Unido le tendieron una emboscada el 27 de mayo de 1942 cuando se trasladaba como cada d¨ªa, a la misma hora y sin escolta, en un coche descubierto junto a su ch¨®fer SS Johannes Klein, desde su domicilio en las afueras de Praga (una suntuosa mansi¨®n confiscada a un jud¨ªo) hasta su despacho oficial en el castillo Hradcany. Aprovechando un recodo del camino en el que el autom¨®vil del reichprotektor deb¨ªa reducir la velocidad, ya en los suburbios de la capital, el sargento Gabcik se abalanz¨® esgrimiendo su metralleta Stein para rociar el coche con una r¨¢faga mortal. Apret¨® el gatillo y? nada. El arma se le hab¨ªa encasquillado. En ese momento, Heydrich tom¨® una decisi¨®n fatal: en vez de ordenarle a Klein que acelerara -lo que hay que hacer en estos casos-, le mand¨® parar para enfrentarse al atacante con su pistola. Entre los muchos defectos de Heydrich no estaba la cobard¨ªa. Muy al contrario, era un tipo descerebradamente arrojado que aprendi¨® a pilotar aviones y, durante la guerra, no dud¨® en volar con la Luftwaffe en misiones de reconocimiento y combate, primero en Noruega y Francia (gan¨® la Cruz de Hierro y otras condecoraciones) y luego en Rusia, donde, por lo visto, a los mandos de su propio caza Me-109 decorado con su runa particular, fue derribado y hubo de ser rescatado tras las l¨ªneas enemigas. Hitler tuvo un ataque de furia al enterarse de que su gran especialista en seguridad y guardi¨¢n de tantos secretos se arriesgaba imprudentemente, y Himmler le prohibi¨® entonces volver a volar. Al detener el coche aquel d¨ªa en Praga, Heydrich posibilit¨® que el otro ejecutor del atentado, el sargento Kubis, cumpliera su misi¨®n complementaria de arrojar una bomba de mano confeccionada para la ocasi¨®n a partir de un proyectil antitanque. El artefacto impact¨® contra el costado del Mercedes 320 y explosion¨®, hiriendo al mandatario nazi con esquirlas y trozos de la carrocer¨ªa.
En el momento del atentado, Heydrich preparaba un nuevo salto en su carrera. Confiaba en ser nombrado por Hitler reichkommisar encargado de la seguridad global de todos los territorios ocupados. Era su objetivo extrapolar la experiencia del Protectorado especialmente a Francia para reducir a la resistencia gala con los mismos m¨¦todos despiadados. Sumado a sus responsabilidades en Interior y contraespionaje y sus tareas en la deportaci¨®n de los jud¨ªos, el nuevo cargo hubiera hecho de Heydrich una figura de primer¨ªsima fila del III Reich, seg¨²n subraya el historiador Callum MacDonald en The killing of Reinhard Heydrich (Da Capo, 1998), seguramente el mejor libro sobre el personaje y su asesinato. Guita Sereny, para la que Heydrich fue "la personalidad m¨¢s oscura del firmamento nazi", cree que su ambici¨®n era reemplazar a Himmler. Otros historiadores, sin embargo, disienten. Richard Overy dijo recientemente a quien escribe estas l¨ªneas que la c¨²pula nazi no hubiera tolerado a un Heydrich m¨¢s poderoso que amenazara a los verdaderos l¨ªderes, y que su destino era "moverse hacia los lados, pero no hacia arriba". Por su parte, en otra conversaci¨®n, el tambi¨¦n historiador Richard J. Evans opin¨® que Heydrich, pese a todas sus maniobras, no habr¨ªa dejado de estar subordinado a Himmler.
Sea como fuere, pensando quiz¨¢ en c¨®mo se desvanec¨ªan sus sue?os, Heydrich se desangraba en la calle aferrado a su pistola y a su odio. Ingresado en el hospital Bulovka, pareci¨® en principio que las heridas del mandatario nazi no eran mortales y se recuperar¨ªa -para horror de todos-; pero, al cabo de unos d¨ªas, su estado se complic¨® repentinamente, se le declar¨® una septicemia, sufri¨® un colapso general y muri¨® el 4 de junio. Se ha especulado con que la bomba contuviera alguna toxina aportada generosamente por los servicios secretos brit¨¢nicos o con que una mano negra en el hospital actuara contra el postrado asesino. Parece m¨¢s probable que lo que envenenara a Heydrich fuera una bacteria introducida en las sucias heridas provocadas por el metal de la bomba y los fragmentos de carrocer¨ªa. En el cuerpo lacerado del reichprotektor se encontraron incluso restos de la crin de caballo usada como relleno de los asientos. La causa de la muerte fue anotada como "infecci¨®n de herida". Himmler hab¨ªa enviado sus mejores m¨¦dicos de las SS -cosa que asustar¨ªa a cualquiera- para tratar a su mano derecha, pero resultaron in¨²tiles. Hubo una agria pol¨¦mica cuando el m¨¦dico de Hitler, Theo Morrell, denunci¨® como mala praxis el uso de sulfamidas por parte del doctor Karl Gebhart, cirujano jefe de las Waffen SS, para tratar al herido. Eso dio lugar, en la espantosa l¨®gica nazi, a una atrocidad que es un buen ep¨ªlogo para la carrera de Heydrich: Gebhart se instal¨® en el campo de concentraci¨®n de Ravensbr¨¹ck y se dedic¨® a experimentar con prisioneras -a las que causaba heridas y luego se las infectaba ¨¦l mismo- para demostrar que su tratamiento del reichprotektor no hab¨ªa sido equivocado. Esos experimentos provocaron la muerte y el sufrimiento de un grupo de presas seleccionadas como cobayas humanas, las llamadas kanichen (conejos), en su mayor¨ªa polacas. El pasado abril pude conocer a una de las supervivientes en las ceremonias de liberaci¨®n del campo de Ravensbr¨¹ck y me mostr¨® sus piernas surcadas por grandes cicatrices, marcas atroces que, de alguna manera, conduc¨ªan tortuosamente hasta Heydrich.
Al conocer la noticia del asesinato, Hitler -que siempre mantuvo cierta distancia inc¨®moda con el gran verdugo de su r¨¦gimen- inicialmente denost¨® con rabia a su subordinado por imprudente; luego compar¨® su muerte a la p¨¦rdida de una batalla, y finalmente lo calific¨® emocionado, en su funeral de Estado en la Canciller¨ªa del Reich, en Berl¨ªn, de "hombre con el coraz¨®n de hierro". Los l¨ªderes nazis despidieron al ¨²nico de los suyos muerto en atentado con una ceremonia espectacular. La Filarm¨®nica de Berl¨ªn interpret¨® la marcha f¨²nebre de Sigfrido anticipando el G?tterd?mmerung de 1945, e incluso el F¨¹hrer tuvo un gesto con los hijos de Heydrich -el mayor de los cuales muri¨® poco despu¨¦s atropellado por un cami¨®n- que recuerda poderosamente la caricia a los ni?os soldados de la Volkstrum en los jardines del b¨²nker, poco antes de suicidarse.
En Praga a¨²n se recuerda el silencio expectante que se cre¨® tras la noticia del atentado. La venganza nazi se desat¨® luego de esa calma como un latigazo, una tempestad inmisericorde. Las represalias se sucedieron brutalmente: ejecuciones masivas; deportaciones; la destrucci¨®n completa de Lezaky y Lidice, localidades a las que se atribu¨ªa haber dado refugio a los paracaidistas, cuyas cabezas cortadas se empalaron en picas y se exhibieron. Las de Gabcik y Kubis se conservaron en formol en el palacio de Pecek hasta el final de la guerra.
Hoy es una experiencia estremecedora recorrer la hermosa ciudad, tomada por los turistas, siguiendo las huellas de Heydrich. Sus pasos resuenan en la escalinata del castillo Hradcany, donde uno imagina ondear las grandes banderas de las SS; la m¨²sica de su padre parece flotar en el palacio Valdstejn, donde el l¨ªder nazi asisti¨® a un concierto en honor de Bruno Heydrich la v¨ªspera de su asesinato. El escenario del atentado, en el cruce de las calles V Holesovickach y Zenklova, ha cambiado, pero uno espera intranquilo ver aparecer el siniestro Mercedes del reichprotektor en cualquier momento. El peor lugar es, sin embargo, el cementerio jud¨ªo, en el que las l¨¢pidas se amontonan como los pecados de Heydrich, el Golem de Hitler, creando largas sombras en el crep¨²sculo. Por la noche, despu¨¦s de ver a los patos nadar en el Moldava y recorrer los locales de copas de Mala Strana, record¨¦ el viejo rito eslavo para conjurar los espectros demoniacos: escupir sobre el fuego. Lo hice encima de una buj¨ªa encendida en el suelo a la puerta de un bar, musitando el nombre de Reinhard Heydrich, y la llama se apag¨® con un siseo airado de serpiente.
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