B¨®lido Boonen
Segundo triunfo consecutivo del gigante belga en un 'sprint' en el que McEwen fue descalificado por maniobra antideportiva
Zabriskie, el l¨ªder, piensa en su colecci¨®n de leones de peluche; Armstrong, en ir tachando d¨ªas del calendario -ya s¨®lo le quedan 18 de ciclista con dorsal-, e irlos tachando sano e ileso; los cazadores, como Valverde o como Flecha, que han dejado el grueso libro de ruta en tres, cuatro p¨¢ginas desencuadernadas despu¨¦s de haber arrancado las in¨²tiles, en no dejarse enga?ar por los vientos, por los sonidos del pelot¨®n; Mancebo, Heras, Mayo, los escaladorcitos mareados por el llano, por el viento, las rotondas y la velocidad, en que pasen los d¨ªas, en que la cabra de la contrarreloj por equipos no les haga da?o, en sus platos peque?os, en sus pi?ones grandes. Ullrich, Basso, los otros favoritos, pierden el sue?o por la noche, se duermen intentando dar con un punto d¨¦bil de Armstrong, con una duda, una rendija. Son los d¨ªas llanos del Tour. Los d¨ªas del sprint. La fiesta de Boonen.
Fue un d¨ªa total. Todos los 'sprinters' del mundo tuvieron metros para mostrar sus habilidades
El Tour, hasta que llegue la monta?a, son los peque?os detalles. Los nombres. Grammont, por ejemplo.
Grammont es uno de los nombres m¨¢s ciclistas que existen, aunque para nada ligado con el Tour de Francia. Grammont es uno de los m¨²ltiples nombres del muro m¨¢s famoso del Tour de Flandes, una curva al 20% de adoquines camino de una capilla, que en abril es santuario del ciclismo. All¨ª Tom Boonen (y Flecha, dientes apretados, un poco) se exhibi¨® hace tres meses. Grammont es tambi¨¦n el nombre de la avenida m¨¢s larga y m¨¢s recta de Tours, m¨¢s de dos kil¨®metros que en octubre acogen el final de la Par¨ªs-Tours, la cl¨¢sica m¨¢s r¨¢pida y m¨¢s llana, la que casi siempre termina con el sprint m¨¢s espectacular del a?o. All¨ª, Tom Boonen, el chico de moda, a¨²n no se ha ilustrado, aunque ayer ense?¨® una peque?a muestra de lo que es capaz de hacer ganando la etapa del Tour que terminaba, sprint masivo, en la avenida Grammont, m¨¢s de dos kil¨®metros de recta, de Tours.
Entre el bocage -campos y bosquecillos prematuramente secos este 2005- de Vend¨¦e el pelot¨®n march¨® r¨¢pido hacia la cita con la avenida de Grammont. Corri¨® tras tres liebres, tres piezas m¨ªnimas del Tour, alegres y combativas, Portal, Dekker, Bertogliati, parte del decorado, la necesaria fuga que lleva tranquilidad al pelot¨®n, que hace bajar el pulso a los nerviosos. Corri¨® hacia el Loira acelerado, hacia los ch?teaux, hacia el Grammont, y cuando lleg¨® a las afueras de Tours, se par¨® un segundo, cogi¨® fuerza, se aceler¨® a¨²n m¨¢s y despleg¨® un espect¨¢culo a la altura, por lo menos, del escenario que lo acog¨ªa. All¨ª llegaron los escaladores, los Heras, los Mancebo, tapados por sus escudos humanos, por Luis Le¨®n, por Txente, y enseguida se pusieron en segundo plano, hicieron hueco a los b¨®lidos, que kil¨®metros antes hab¨ªan tensado sus m¨²sculos, a la manera del cabez¨®n Kirsipuu, autor de unos estiramientos espectaculares, qu¨¦ m¨²sculos los de sus gl¨²teos, con el pie sobre el sill¨ªn a 50 por hora. All¨ª, Flecha, cazador, quiso seguir jugando a sprinter, all¨ª todo comenz¨® con el ¨²ltimo aliento de Erik Dekker, perfecto lanzador de la traca final.
Erik Dekker, holand¨¦s del Rabobank, el equipo de los ausentes Freire y Horrillo, del amenazante Menchov, es un veterano del Tour, rodador de codos a escuadra y mirada imp¨¢vida, un hombre nost¨¢lgico, un ganador que fue capaz de infiltrarse en una fuga condenada -¨¦l, que elige como nadie el momento del golpe- para pagarse un peque?o placer: entrar solo y por delante de todos en la avenida de Grammont, el lugar en el que hace unos meses vivi¨® uno de los momentos m¨¢s emotivos de su vida, cuando fue capaz de ganar la Par¨ªs-Tours, de regresar a lo m¨¢s alto despu¨¦s de haberse roto cadera y f¨¦mur un a?o antes. Dekker, elegante y potente, entr¨® en cabeza en la ¨²ltima recta, con el tiempo justo, unos segundos antes de que el pelot¨®n, con precisi¨®n germ¨¢nica, con puntualidad inglesa, lo absorbiera. Fue el turno de Cancellara, el tremendo suizo que gan¨® el pr¨®logo el a?o pasado. Luci¨® su cuerpo, sus m¨²sculos brillantes bajo el sudor, su maillot blanco de mejor joven, lanz¨® como nadie a la jaur¨ªa.
Fue el d¨ªa total. Todos los sprinters del mundo -salvo el invencible Petacchi, ausente del Tour- tuvieron unos metros para mostrar sus habilidades, sus cuerpos de acero, sus m¨²sculos que hacen da?o s¨®lo con tocarlos. Kirsipuu se marc¨® un solo a destiempo, Hushovd, enorme corpach¨®n, intent¨® rebasarlo, tambi¨¦n McEwen, el m¨ªnimo australiano que corre como un perro, que surge por cualquier hueco, al que s¨®lo le falta morder. Gir¨®, requebr¨®, empuj¨®, cabece¨®, grit¨®, todo a 70 por hora, fue descalificado. Su compatriota O'Grady tuvo el pulso y el equilibrio de aguantarlo y no caerse. Todo era veloz, impetuoso. Y, sin embargo, todos parecieron congelarse, pasar a c¨¢mara lenta, cuando en los ¨²ltimos metros, con el tempo justo, a la velocidad desbordante de un b¨®lido, surgi¨® entre todos una masa verde, hermosa, armoniosa, potent¨ªsima. As¨ª gan¨® Tom Boonen, el Cipollini de estos tiempos, su segunda etapa del Tour 2005.
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