?Donde est¨¢s, felicidad?
Este a?o, la econom¨ªa mundial, en conjunto, parece estar en expansi¨®n en lugar de en recesi¨®n. ?Pero podemos de decir que ¨¦ste sea un momento de gran felicidad? La felicidad no es f¨¢cil de medir. Oscar Wilde, en una habitual cita levemente tergiversada, declar¨®: "Los economistas saben el precio de todo y el valor de nada". La mayor¨ªa de los lectores dir¨¢n que su renta real anual y la obtenida a lo largo de la vida es mayor que la de sus padres. Sin embargo, tras una reflexi¨®n cuidadosa, ?pueden afirman con confianza que pap¨¢, mam¨¢ y los abuelitos tuvieran vidas menos felices?
Como macroeconomista, ahora me centro en lo que Freud denomin¨® la civilizaci¨®n y sus descontentos. Una de las principales causas de descontento es el proceso de globalizaci¨®n en s¨ª. La expansi¨®n mundial del sistema de mercados exacerba inevitablemente lo que Joseph Schumpeter denomin¨® la destrucci¨®n capitalista benevolente. Cuando Jap¨®n, China o India importan tecnolog¨ªas avanzadas de Estados Unidos, Alemania o Francia, a menudo disminuye la seguridad de los puestos de trabajo en estas sociedades avanzadas. La felicidad derivada del crecimiento r¨¢pido en las econom¨ªas incipientes induce nuevas incertidumbres en las regiones que en conjunto siguen siendo pr¨®speras. Durante 4.000 a?os de historia documentada, la inercia de la costumbre suaviz¨® y ralentiz¨® el impacto de los avances tecnol¨®gicos.
Cuando General Motors despide a 25.000 trabajadores, recibe ¨®rdenes del mill¨®n de clientes que dejaron Detroit a favor de Nagoya y Stuttgart
Todo esto cambi¨® en un grado importante cuando las sociedades de todas partes pasaron cada vez m¨¢s a depender de los mecanismos de oferta y demanda del mercado. Los mercados no tienen mente. Y los mercados no tienen coraz¨®n. El director general de General Motors, que despide a 25.000 trabajadores y rescinde obligatoriamente los contratos de prestaciones de jubilaci¨®n definidos en el pasado, no es el ¨²nico que pregunta: "?Qu¨¦ hab¨¦is hecho por m¨ª ¨²ltimamente?". Ese director general recibe sus ¨®rdenes de marcha del mill¨®n de compradores de autom¨®viles que abandonaron Detroit a favor de Nagoya y Stuttgart. No es nada personal.
Es ciertamente dif¨ªcil encontrar y definir el t¨¦rmino medio aristot¨¦lico entre el aumento del bienestar y la serena estabilidad a trav¨¦s de una vida de bienestar. Todo esto no es sino historia acad¨¦mica antigua. El estancamiento relativo de pa¨ªses de la UE como Alemania, Italia y Francia -con respecto a Finlandia, Espa?a o Irlanda en la UE y tambi¨¦n con respecto a Estados Unidos- amenaza el futuro mismo de la Uni¨®n. Piensen, por ejemplo, en Italia. En su seno existe una marejada similar a la que exist¨ªa entre los votantes del no franceses y holandeses. Si los dejaran votar, probablemente los italianos tambi¨¦n dir¨ªan no a la Constituci¨®n de la UE. Seguramente, la raz¨®n de ello no tiene que ver con las sutilezas constitucionales. Por el contrario, el voto en contra reflejar¨ªa la elevada tasa de desempleo italiana que, bajo el sistema del euro, ya no puede mejorarse mediante una depreciaci¨®n maquiav¨¦lica de la lira. Ya no hay lira que devaluar. Ciertamente, el mundo podr¨ªa convertirse en un lugar menos infeliz. Pero ser¨ªa ingenuo pensar que nuestro sistema geopol¨ªtico avanza espont¨¢neamente en esa direcci¨®n.
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