Nuestro tal¨®n de Aquiles
El criminal ataque terrorista de Londres ha demostrado una vez m¨¢s -como el 11-S en Nueva York, como el 11-M en Madrid- los l¨ªmites del Estado naci¨®n en la era de la globalizaci¨®n y de la tecnolog¨ªa de masas. El protagonismo del Reino Unido en la absurda y contraproducente guerra de Irak era una excusa para el ataque del terrorismo global de ra¨ªz islamista radical y, si bien se esperaba el atentado, no se ha podido evitar.
Al mismo tiempo, en Escocia, se reun¨ªan los l¨ªderes de los pa¨ªses m¨¢s poderosos de la Tierra, contra los que, con toda probabilidad y de manera simb¨®lica, iban dirigidas las bombas, aunque la v¨ªctima fuera la poblaci¨®n multicultural de Londres. Aqu¨ª tambi¨¦n se han manifestado los l¨ªmites de los diferentes Estados a la hora de afrontar los problemas de la agenda del G-8, si analizamos con rigor los resultados agridulces de la cumbre. Es cierto que en ella se ha explicitado la intenci¨®n de duplicar la m¨ªsera ayuda a ?frica y la condonaci¨®n de la deuda a dieciocho pa¨ªses pobres, pero ha dejado inc¨®lume la mayor parte de la deuda africana, que sigue siendo una losa para el continente del hambre, del sida y de la muerte masiva de ni?os.
De otro lado, los intentos de meter a Bush en la senda de Kioto fueron in¨²tiles a pesar de la influencia que se supone tiene Blair sobre el presidente de EE UU, con el cual el Reino Unido mantiene una "relaci¨®n especial".
En esa semana tr¨¢gica, la Uni¨®n Europea ha estado francamente ausente o muy en segundo plano. Blair ha oficiado m¨¢s como primer ministro brit¨¢nico o como anfitri¨®n del G-8 que como quien preside la Uni¨®n en este semestre. Europa no ha estado presente en sus discursos. Hay, adem¨¢s, un aspecto relevante que ha pasado desapercibido en la mayor¨ªa de los an¨¢lisis sobre el 7-J, que es la atm¨®sfera de crisis e incluso de puesta en cuesti¨®n de la propia "finalidad de la Uni¨®n" que se vive despu¨¦s de los noes de Francia y Holanda a la Constituci¨®n. Este rechazo, objetivamente, ha debilitado la posici¨®n pol¨ªtica de la Uni¨®n Europea, imposibilitando que juegue un papel de interlocutor global en momentos de crisis. Porque, seamos sinceros, ninguno de los pa¨ªses europeos por separado es interlocutor id¨®neo a nivel mundial.
El Reino Unido es uno de los pa¨ªses menos proclives a una Europa federal. Blair -quiz¨¢ el m¨¢s europe¨ªsta de los dirigentes brit¨¢nicos- preferir¨ªa m¨¢s una Europa mercantil con algunas (pocas) pol¨ªticas comunes que una Europa pol¨ªtica con un poder real en el espacio mundial; es decir, apostar¨ªa por una especie de "Estado liberal" tradicional a nivel continental (mercado ¨²nico y coordinaci¨®n policial y judicial), pero sin soberan¨ªa compartida en aspectos relevantes de la pol¨ªtica exterior y de seguridad, de la econom¨ªa y de la cohesi¨®n social.
Sin embargo, paradojas del destino, en s¨®lo 48 horas, el ataque sufrido por Londres, y las dificultades para lograr un acuerdo satisfactorio para hacer frente, de una vez, al drama de ?frica y a la amenaza clim¨¢tica, han puesto frente a los ojos de todos, incluido el primer ministro brit¨¢nico, una realidad que ya no se puede negar: un pa¨ªs s¨®lo, los pa¨ªses europeos cada uno por su lado, no puede combatir eficazmente, ni resolver ninguno de los grandes problemas que tenemos en este inquietante inicio del siglo XXI: la violencia, el hambre, las epidemias y la cat¨¢strofe ecol¨®gica. No s¨®lo eso. No pueden combatir tampoco el crimen organizado, el tr¨¢fico ilegal de seres humanos, la deslocalizaci¨®n de empresas, el tr¨¢fico de drogas o de armas, los conflictos internacionales, la eterna crisis en Oriente Medio, etc. Ni siquiera los jueces y las polic¨ªas pueden coordinarse y trabajar juntas de verdad si no hay un poder pol¨ªtico que las impulse.
Es curioso que tengamos precisamente ahora una situaci¨®n de impasse en la Uni¨®n Europea, a causa de las dificultades en la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n -que despu¨¦s del s¨ª de Luxemburgo ha obtenido alg¨²n respiro- cuando m¨¢s necesitar¨ªamos que estuviera en forma y avanzando. Es curioso, decimos, porque esa Constituci¨®n pretende poner a Europa en mejores condiciones para afrontar los anteriores retos. Es inviable afrontar los grandes problemas del siglo XXI si Europa sigue siendo incapaz de convertirse en un actor pol¨ªtico global, por la sencilla raz¨®n de que todos esos retos son globales. Y precisamente esa Constituci¨®n que algunos han rechazado, y les gustar¨ªa ver enterrada, es el primer paso, imprescindible, para no seguir movi¨¦ndonos en el terreno de una cierta irrelevancia por no decir impotencia. Una muestra de ello es la reciente decisi¨®n del Tribunal Constitucional alem¨¢n de suspender la aplicaci¨®n de la euroorden y, por tanto, impedir la extradici¨®n a Espa?a de una persona acusada de terrorismo. Con una Constituci¨®n europea vigente, ese rev¨¦s para la lucha contra el terrorismo, con toda seguridad, no hubiera sucedido.
Est¨¢ claro que el tal¨®n de Aquiles de los europeos es la ausencia de unidad pol¨ªtica, necesaria para actuar con una sola voz y con la contundencia precisa para que nuestros intereses y nuestras propuestas avancen, y puedan equilibrar posiciones a veces divergentes o en competencia con otras potencias. No hay nada peor en estos temas que ir a remolque de los intereses de otros.
As¨ª pues, los d¨ªas 7 y 8 de julio han puesto ante nosotros, de forma brutal, lo que debe ser el centro del debate de Europa, que no es otro que c¨®mo hacer la unidad, no s¨®lo econ¨®mica, sino pol¨ªtica, del continente. Sin esa unidad, la Uni¨®n Europea no podr¨¢ llevar a la pr¨¢ctica las pol¨ªticas propias y coherentes que la conviertan en el interlocutor que la cumbre del G-8 ha mostrado que a¨²n no es. El propio espacio econ¨®mico y monetario (euro), construido con tanto esfuerzo, no solamente no avanzar¨¢, sino que puede retroceder y, como se puso de relieve en el ¨²ltimo Consejo Europeo, volver¨¢n los conflictos y luchas de unos contra otros; o sea, las ya conocidas y viejas querellas de naciones contra naciones.
Los desaf¨ªos que plantea la urgente prevenci¨®n del terrorismo, la seguridad colectiva, la cooperaci¨®n contra la pobreza y un medio ambiente que permita que la vida en el planeta est¨¦ garantizada, requieren una respuesta inmediata sobre la articulaci¨®n y la identidad plural de Europa, que la convierta en una potencia relevante que sea l¨ªder en Naciones Unidas, en iniciativas como la alianza de civilizaciones frente el choque de las mismas, que es donde estamos; que pueda defender y ampliar sus valores sociales solidarios y multinacionales, y sea capaz de extender -no restringir- la democracia y los derechos humanos en el mundo. Porque es falsa la contraposici¨®n que se est¨¢ planteando en el debate p¨²blico entre seguridad y libertad. Cuando se pre-dica recortar ¨¦sta para garantizar mejor aqu¨¦lla, se est¨¢ cediendo ante el terror y ocultando la insuficiencia de la colaboraci¨®n dentro de la UE, y la incapacidad de los gobernantes que se dedican a tomar medidas efectistas para tranquilizar a la gente cuando saben que la mayor¨ªa de esas decisiones sirven para poco. El desenfoque ante el atentado ha llegado hasta el punto de que algunos han decidido dejar en suspenso el Tratado de Schengen, que crea el espacio sin fronteras, como si el problema fuesen ¨¦stas en la era de Internet. En todo caso, la UE no puede paralizarse. Hay que convertir el periodo de reflexi¨®n que los jefes de Estado y de Gobierno han abierto -el debate de Europa- en un momento de cooperaci¨®n m¨¢s estrecha entre los 25 y en un proceso para conseguir la unidad de acci¨®n que necesitamos. Ser¨ªa ingenuo pensar que la uni¨®n de Europa acabar¨¢ por s¨ª misma con todos los males, pero lo que es seguro es que sin esa uni¨®n es poco realista ni tan siquiera pretender afrontarlos con eficacia. Nos urge, por lo tanto, que entre en vigor, cuanto antes, la columna vertebral de la Constituci¨®n (valores, objetivos, competencias, instituciones, derechos). Son los instrumentos que permitir¨¢n abordar en profundidad nuestros grandes desaf¨ªos. En ese proceso, el Gobierno de Espa?a puede y debe aportar un liderazgo, junto a otros, para el que el pueblo lo ha legitimado, en elecciones y en refer¨¦ndum. ?sa ser¨¢ la mejor forma de responder al 11-M y al 7-J.
Diego L¨®pez Garrido es secretario general del Grupo Parlamentario del PSOE; Nicol¨¢s Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundaci¨®n Alternativas, y Carlos Carnero es eurodiputado socialista
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