La peligrosa condici¨®n de inmigrantes y j¨®venes
Un joven sale de su casa, que, sin ¨¦l saberlo, est¨¢ vigilada por la polic¨ªa. A pesar de ser verano, ha cogido una chaqueta ya que a lo que le llaman calor en Londres no tiene nada que ver con su a?orado tr¨®pico. Le espera un amigo del trabajo. Un autob¨²s y unas cuantas estaciones de metro m¨¢s all¨¢. Quiz¨¢s piensa que lo que ocurri¨® en Londres el 7 de julio no le deja a uno ir demasiado tranquilo en tales medios de transporte. Algunos dicen que aprovech¨® que no le ve¨ªa nadie para saltar la barra de entrada del metro y as¨ª ahorrarse un buen dinero. Lo cierto es que unos hombres que van armados corren detr¨¢s suyo y le gritan que se detenga. De golpe, la constante prevenci¨®n de estar sin un visado en regla le hace salir a la carrera. Unos disparos m¨¢s all¨¢ se acaba su aventura londinense. Parece apenas un error en unos d¨ªas plagados de muertes y ansiedad. De hecho 7 de cada 10 londinenses consideran que la polic¨ªa actu¨® correctamente. Para m¨ª, un mal presagio. Un terrible presagio.
Los estereotipos funcionan. Tipos j¨®venes, con pinta de inmigrantes o desviados de "lo correcto", empiezan a sufrir las consecuencias del paroxismo del miedo. Los responsables de nuestra seguridad nos advierten de que cualquiera puede accionar el dispositivo de terror y sangre. El enemigo lo tenemos dentro. Y as¨ª, j¨®venes con mochila no son admitidos en autobuses en distintas capitales europeas, o no se les permite entrar con su equipaje, como sucedi¨® el pasado lunes, en la catedral de Santiago de Compostela. Cinco j¨®venes con aspecto ¨¢rabe que quieren hospedarse en el hotel de la expedici¨®n del Bar?a en Dinamarca son interrogados por la polic¨ªa. Los j¨®venes y los inmigrantes son cada vez m¨¢s los sectores favoritos de la poblaci¨®n en los que concentrar los temores y las amenazas y dirigir las pol¨ªticas de control y represi¨®n. Son los nuevos desviados. En los dos casos encontramos situaciones de marginalidad o de estar fuera del campo de juego establecido. M¨¢s de la mitad de los j¨®venes de 18 a 25 a?os que trabajan lo hacen en condiciones de precariedad. El paro en esa franja de edad es el doble que en otros segmentos de poblaci¨®n. Hay muchos inmigrantes en busca de trabajo. Los sin papeles siguen abundando.
Cada vez parece m¨¢s dif¨ªcil recuperar la normalidad perdida. Ante las incertezas y la inseguridad, surge la a?oranza. Pero no hay vuelta atr¨¢s en la diversidad de nuestra sociedad. Tampoco parece haberla en la precariedad laboral. Ni en la discontinuidad de empleos. Ni en la p¨¦rdida de referentes de aprendizaje laboral. Ni en la desestructuraci¨®n familiar. Ni en la capacidad del sistema educativo para abordar una diversidad individual y colectiva excesivamente gravosa. Muchos j¨®venes no tienen ante s¨ª trayectorias vitales de aprendizaje laboral y de formaci¨®n de car¨¢cter colectivo por la v¨ªa de las relaciones laborales estables. Otros (o los mismos) se encuentran sin referentes familiares significativos y estables. Casi todos est¨¢n sin demasiadas esperanzas de emancipaci¨®n individual por falta de empleo estable y con futuro, y con la tarea casi imposible de encontrar una vivienda propia. Son bastantes los que pululan por nuestras calles y plazas con aquello que les queda: su pe?a, su juerga, su ocio falsamente emancipador.
Sin grupos sociales intermedios capaces de asegurar una cierta autonom¨ªa, y con unos poderes p¨²blicos con problemas de legitimidad, el orden social se vuelve complicado. Y la necesidad de control aparece como remedio al aumento de riesgo e incertidumbre. Bin Laden por el lado global y los okupas por el lado local sirven perfectamente a la nueva dramatizaci¨®n del mal. Pero no tienen nada que ver. Y deber¨ªamos ser capaces de distinguir. No podemos tratar a los inmigrantes y j¨®venes, y a la azarosa mezcla de ambos componentes, como si fueran potenciales suicidas dispuestos a hacer estallar su carga mort¨ªfera en cualquier lugar, en medio de cualquier gente, por cualquier motivo cercano o lejano. El riesgo no es una categor¨ªa absoluta que pueda ser definida en t¨¦rminos de afirmaci¨®n o negaci¨®n tajante. Existen intensidades de riesgo. Y de todos depende que no nos dejemos confundir por el paroxismo de estos d¨ªas y acabemos situ¨¢ndonos en el nivel de emergencia permanente e indiscriminada, cuando precisamente lo que es necesario es una atenci¨®n profesionalizada, espec¨ªfica y discriminada ante los n¨²cleos de peligro existentes.
La sociedad individualizada y competitiva en la que estamos instalados ha ido difundiendo el riesgo generalizado como componente vital, trasladando buena parte de la prevenci¨®n a los propios individuos. Si todos sentimos peligro, todos trataremos de prevenirlo, y por tanto minimizaremos ese riesgo. Se expande el sentimiento de inseguridad, pero se nos exige o recomienda que tomemos mayores precauciones, y de esta manera minimizamos ese mismo riesgo. Y de esta manera la represi¨®n puede caer con m¨¢s fuerza en aquellos "irresponsables" que no toman precauciones, que no hacen lo que deben. Pero en esa perspectiva hay una presunci¨®n falsa. La presunci¨®n es que todos sufrimos los mismos riesgos y todos tenemos los mismos medios para combatirlos. No es cierto. Hay gentes que acumulan riesgos y esas mismas gentes acostumbran a disponer de menos medios para prevenirlos. Y de esta manera acaban siendo ellos mismos parte del riesgo, por actuar de manera "irresponsable". De "personas en peligro" pasan a ser "personas peligrosas". Hace decenios, los vagabundos, los que no se encuadraban en comunidad alguna, eran la representaci¨®n de la desviaci¨®n, de la irresponsabilidad, del riesgo. Los modernos desviados son esencialmente los j¨®venes y los inmigrantes. Unos por querer construir su autonom¨ªa en lo ¨²nico que les va quedando, que son sus espacios de ocio, de vida alternativa. Los otros por representar el peligro de lo desconocido, de aquellos que pueden estar dispuestos a todo. Son los estereotipos del moderno riesgo social. Deber¨ªamos evitar que se acaben sustituyendo los principios de igualdad y de ciudadan¨ªa por los de seguridad y aislamiento. Nos jugamos mucho en ello.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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