Bandido en un reino turbio
Luis Candelas figura en la leyenda de los h¨¦roes populares como un bandido bueno, un bandolero que robaba y estafaba, pero no manch¨® sus manos de sangre. Un ladr¨®n de poca monta marcado por la ¨¦poca que le toc¨® vivir, el reinado de Fernando VII, en la que fue tachado de peligroso delincuente y acab¨® ejecutado a garrote vil.
Para el poder establecido y las fuerzas del orden, Luis Candelas fue un grave problema p¨²blico, un bandolero peligroso con la amenaza a?adida de actuar en la corte, un delincuente digno de la ¨²ltima pena, y acab¨® ejecutado en el garrote vil, rubric¨¢ndose con ello esa consideraci¨®n oficial de la maldad del personaje. Sin embargo, la mayor parte de la vida de Luis Candelas transcurri¨® durante el reinado de Fernando VII, un rey controvertido, con actuaciones pol¨ªticas que se han juzgado muy negativamente -"para defender ideas absolutistas emple¨® los peores medios", han llegado a decir de ¨¦l historiadores conservadores- y cuya cobard¨ªa y perfidia son reconocidas hasta por quienes le justifican, pero que no ha merecido pasar a los anales de los grandes malos hist¨®ricos. Luis Candelas naci¨® en 1806, tiempos en los que ya Fernando, pr¨ªncipe heredero, conspiraba con Napole¨®n para quitarle la corona a su padre. "Pap¨¢ m¨ªo", le escribir¨¢ a Carlos IV una vez descubierta la conjura de El Escorial, "he delinquido, he faltado a V. M., como rey y como padre, pero me arrepiento y ofrezco a S. M. la obediencia m¨¢s humilde?. He delatado a los culpables?". Tambi¨¦n a su madre, a la que aborrec¨ªa, le escribe una carta similar: "Mam¨¢ m¨ªa, estoy muy arrepentido del grand¨ªsimo delito que he cometido contra mis padres y reyes?". Eran, pues, momentos en que la conspiraci¨®n y la traici¨®n, que se?alaron toda la ¨¦poca, ven¨ªan marcadas por el propio heredero del trono.
Luis Candelas inspira confianza y logra que varias mujeres le presten sus joyas
En su petici¨®n de indulto afirmaba no haber cometido delitos de sangre, sino s¨®lo de robo
Luis Candelas Cajigal fue el menor de los tres hijos de un carpintero-ebanista del madrile?o barrio del Avapi¨¦s lo suficientemente pr¨®spero como para dar instrucci¨®n a su hijo en los Estudios de San Isidro, pero el muchacho ser¨ªa expulsado del centro por enfrentarse a uno de sus maestros y golpearle. Parece que a los 13 o 14 a?os capitaneaba uno de aquellos feroces grupos de ni?os que se multiplicaban en el Madrid de la ¨¦poca, y entre sus compa?eros de entonces habr¨¢ algunos, como Francisco Villena (Paco el Sastre) que luego pertenecer¨¢n a su cuadrilla de bandoleros. No muchos a?os despu¨¦s, Gald¨®s retratar¨¢ aquellas bandas juveniles entregadas a los violentos enfrentamientos y a las tropel¨ªas callejeras, aut¨¦nticos viveros de maleantes.
Repasemos el panorama hist¨®rico de los a?os de la infancia y mocedad de Luis Candelas. En 1812, los franceses hab¨ªan sido derrotados y se hab¨ªa proclamado solemnemente la Constituci¨®n de C¨¢diz en la Casa de la Panader¨ªa de la plaza Mayor de Madrid. En 1814 llegar¨¢ Fernando VII, El Deseado, que ha vivido en Francia bochornosos episodios de servilismo ante Napole¨®n, con juegos grotescos de abdicaciones. Una de sus primeras medidas ha sido derogar la Constituci¨®n, disolver las Cortes y declarar "nulo y delictuoso" todo lo actuado; luego ordenar¨¢ encarcelar a los m¨¢s notorios constitucionalistas, suprimir la mayor parte de la prensa y prohibir el teatro. Su decidida voluntad de reinar como monarca absoluto, en un ambiente de dura represi¨®n -con la colaboraci¨®n entusiasta de la llamada camarilla- se ver¨¢ contestada por continuos pronunciamientos militares, hasta que el 1 de enero de 1820 el general Riego proclame nuevamente la Constituci¨®n con suficiente respaldo p¨²blico. El clamor liberal hace que Fernando VII, acostumbrado a disimular siempre sus verdaderas intenciones, incluya en el manifiesto del rey a la naci¨®n espa?ola del 10 de marzo -cuando jura la Constituci¨®n- aquellas palabras memorables: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional". Sin embargo, durante los tres a?os constitucionales pondr¨¢ toda clase de trabas a los Gobiernos y a?adir¨¢ a sus discursos a las Cortes la famosa coletilla reticente; adem¨¢s, se suceder¨¢n los motines y las conspiraciones absolutistas, y en octubre de 1823, la invasi¨®n de los llamados "cien mil hijos de San Luis" devolver¨¢ el poder "absolutamente absoluto" a "el rey neto", como quieren y gritan sus partidarios.
Durante el llamado trienio liberal, el joven Luis Candelas es ya propicio a la nocturnidad, a la juerga, a las malas compa?¨ªas, a la vida desordenada. Por entonces conoce a Manuel Balseiro y a los hermanos Ram¨®n y Antonio Cus¨®, timadores y rateros, que ser¨¢n tambi¨¦n sus compa?eros inseparables. En el mismo a?o 1823 fallece su padre, y los malos pasos de Luis hacen que sufra su primer proceso "por andar en compa?¨ªa de gente sospechosa y malhechora". Se ha iniciado pol¨ªticamente lo que la historia conocer¨¢ como "d¨¦cada ominosa", con implacable persecuci¨®n de los adversarios liberales y numerosos fusilamientos y muertes por garrote -recordemos por lo menos a Riego, El Empecinado, Manzanares, Torrijos, Cayetano Ripoll y Mariana Pineda-. Francisco Tadeo Calomarde, secretario de Gracia y Justicia, ordena las "purificaciones" -sus conmilitones hablan de "exterminar a los negros [los liberales] hasta la cuarta generaci¨®n"-. En 1824 se promulga un decreto que condena a muerte por gritar "Viva la Constituci¨®n", y en algunos lugares, como Catalu?a, los partidarios del absolutismo (malcontents, agraviats) son tan feroces que el propio monarca tiene que enfrentarse a ellos.
En este clima de represi¨®n y pugna civil, de conspiraciones y sociedades secretas, el joven Candelas es detenido por segunda vez por el robo de unas caballer¨ªas. Se fuga del penal en 1825 y se beneficia de un indulto. Parece que mujeres de diversas edades le conf¨ªan en aquellos tiempos sus ahorros y joyas. En 1826 es detenido dos veces. En 1827, tras ser procesado por un nuevo robo y beneficiarse nuevamente de un indulto, se casa y consigue un empleo de agente del fisco que lo lleva a varias ciudades: Alicante, La Coru?a, Santander y, por ¨²ltimo, Zamora, "con el cargo de interventor interino de la puerta de la Feria de dicha ciudad", aunque enseguida se separa de su mujer para regresar a Madrid, donde recupera su vida perdularia y, ayudado por algunos antiguos colegas, comete un atraco. Detenido por la polic¨ªa, en este mismo a?o de 1827 le abren su primera ficha, donde se se?ala su edad -21 a?os-, que es cesante en el ramo de contribuciones, que tiene estatura regular, pelo negro -"sin redecilla", aclara la ficha, por lo que parece que no iba vestido de chispero-, ojos del mismo color, "boca grande y prominente de dientes iguales y blancos", "complexi¨®n recia y bien formado en todas sus partes". Como sus especialidades delictivas se apuntan la de espadero -uso de la ganz¨²a para descerrajar puertas- y tomador del dos -uso de los dedos para escamotear carteras.
Diversos viajeros -puede consultarse la antolog¨ªa de Juan Antonio Santos- han descrito el Madrid de la ¨¦poca. Para Adolphe Blanqui -hermano del famoso carbonario Louis-Alphonse-, en 1825 pululaba en la Puerta del Sol una muchedumbre de militares, curas y desocupados, la vida de los forasteros estaba controlada por infinidad de permisos de residencia y hab¨ªa continuas procesiones religiosas. En ese tiempo (1826-1827), el norteamericano Alexander Slidell Mackenzie habla de la fortificaci¨®n de las ventanas y puertas de las casas: "Hacen precisas estas precauciones lo numeroso y audaz de los ladrones de Madrid, que a veces entran en las casas en pleno d¨ªa, cuando s¨®lo quedan en ellas las mujeres (?). Casi no conozco personas en Madrid que no hayan sido robadas una o m¨¢s veces". Con las mujeres hermosas, personas con atuendos pintorescos -trajes regionales, majas, manolas y chisperos-, mendigos, aguadores, gente de los toros y ciegos vendedores de loter¨ªa, llaman su atenci¨®n las ejecuciones p¨²blicas de bandoleros en la plaza de la Cebada, todav¨ªa por ahorcamiento, que describe al detalle. Tambi¨¦n George Borrow, que en aquella ¨¦poca dice haber conocido en Madrid a Manuel Balseiro -seg¨²n el propio Borrow, el bandido se admiraba de c¨®mo don Jorgito el Ingl¨¦s dominaba el cal¨®-, ha dejado narrada la ejecuci¨®n de dos hermanos culpables de haber escalado la casa de un anciano a quien robaron y asesinaron. El momento pol¨ªtico sigue lleno de tensi¨®n, lo que se refleja hasta en las canciones: una parte de Espa?a canta: "T¨² que no quieres / lo que queremos, / la ley preciosa / puesta en bien nuestro, / tr¨¢gala, tr¨¢gala, tr¨¢gala, tr¨¢gala, / tr¨¢gala, tr¨¢gala, tr¨¢gala, perro", y la otra parte le responde: "Espa?oles, aliados, clamemos Religi¨®n. / ?Viva el rey, viva la paz, / viva la paz y la buena uni¨®n! / ?Pitita bonita, con el p¨ªo, p¨ªo, pon, / viva Fernando y la Inquisici¨®n!".
Son a?os en que el bandolerismo prolifera en todo el pa¨ªs, con partidas tan famosas como las de Jos¨¦ Mar¨ªa el Tempranillo, Juan Caballero y Jos¨¦ Ruiz Permana. Bandoleros y sociedades secretas de signo mas¨®nico, liberal o absolutista componen un gran espacio clandestino. Luis Candelas es ya bien conocido en los bajos fondos de la ciudad, ha sufrido varias detenciones y se ha consagrado como experto en fugas. Tambi¨¦n entonces aparece uno de los aspectos m¨¢s novelescos de su figura: el desdoblamiento en otros personajes. Al parecer, alquila un piso decente en la calle de Tudescos y se hace pasar por "Luis ?lvarez de Cobos, hacendista del Per¨²", mediante una caracterizaci¨®n que incluye documentaci¨®n probatoria de la personalidad y diferente aspecto f¨ªsico. Adopta durante el d¨ªa un modo de vida de se?orito rentista, con asistencia a teatros, al caf¨¦ Lorencini, a la Fontana de Oro, a esas corridas de toros donde Fernando VII parece mostrar sus ¨²nicas cualidades de buen gobernante, y empieza a relacionarse con gente de la sociedad burguesa. Su casa tiene tambi¨¦n salida al callej¨®n trasero, y su particular Mr. Hyde toma esa ruta cuando abandona la apariencia de rico perulero y se sumerge en la noche del mal vivir, camino de una taberna -que algunos cronistas titulan Tragani?os- en los aleda?os de la plaza Mayor, donde se re¨²ne con su cuadrilla, constituida por Mariano Balseiro como lugarteniente, Paco el Sastre, los hermanos Cus¨® y otros cinco hombres, con algunas mujeres compa?eras de miembros del grupo. La banda se dedica a la estafa, al carterismo, al atraco, al robo domiciliario, al asalto de mensajer¨ªas y locales comerciales, aunque sin derramamiento de sangre por imposici¨®n de su jefe.
Estamos en 1829, cuando el rey se casa por cuarta vez, ¨¦sta con su sobrina Mar¨ªa Cristina de N¨¢poles. Entre las amistades nocturnas del bandido pr¨®fugo Luis Candelas hay algunas bailarinas y tonadilleras que han participado en las fiestas privadas del rey en cierto pabell¨®n del canal del Manzanares. Por lo que pueda suceder, el bandido se ha hecho con otras dos personalidades secretas menos importantes: la de El¨ªas Salcedo, mancebo de una plater¨ªa, y la de hermano de una bailarina popular llamada Lola la Naranjera, amante suya. En 1830, Luis Candelas es procesado por falsificaci¨®n de pasaportes y condenado al penal de Santo?a. Otra vez pr¨®fugo, uno de los golpes de 1831, el robo frustrado del dep¨®sito de equipajes en una posada de la calle de Alcal¨¢, le hace caer nuevamente en manos de la polic¨ªa, que lo conduce a la c¨¢rcel de la Corte. Tambi¨¦n en 1831 muere su madre, dej¨¢ndole m¨¢s de 60.000 reales, cantidad respetable en la ¨¦poca. En esas fechas ha sido desarticulada una conspiraci¨®n liberal dirigida desde Francia por el general Mina, en la que est¨¢n implicados, entre otros, el pol¨ªtico Salustiano de Ol¨®zaga y el librero Miyar. El proceso de Miyar concluye con su ejecuci¨®n "por crimen pol¨ªtico" el 11 de abril, narrada con repugnancia en todo lo que tiene de abyecto espect¨¢culo por el marqu¨¦s Astolphe de Curtine, entonces viajero en Madrid, que apunta: "Se habla aqu¨ª de la detenci¨®n de ochenta personas por delitos pol¨ªticos: diez de ellas sufrir¨¢n con toda seguridad la suerte del desdichado librero. Un terror clerical y mon¨¢rquico se organiza en Espa?a". Ol¨®zaga no tendr¨¢ el mismo fin que su correligionario liberal, pues lograr¨¢ escapar de la prisi¨®n la noche del 20 de mayo con la ayuda del gran experto en fugas Luis Candelas, despu¨¦s de un complicado juego de sobornos para sustituir a los carceleros m¨¢s intransigentes. George Borrow, que pocos a?os despu¨¦s estar¨ªa tambi¨¦n recluido en la misma c¨¢rcel, describe con bastante gracia los calabozos, a su alcaide y a sus involuntarios hu¨¦spedes.
Tras la Pragm¨¢tica Sanci¨®n que derog¨® la Ley S¨¢lica y el nacimiento, el 10 de octubre de 1830, de la que llegar¨ªa a ser Isabel II, empieza la fuerte controversia pol¨ªtica que dar¨¢ origen a las guerras carlistas. Fernando VII est¨¢ muy enfermo, y desde 1833 ejerce el poder la reina Mar¨ªa Cristina. Comienza una ¨¦poca de negociaciones con ciertas partidas de bandoleros para alcanzar amnist¨ªas e indultos como los que recaen sobre El Tempranillo, Juan Caballero y otros, y muchos de ellos salen de la delincuencia para convertirse directamente en miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. En 1833 muere Fernando VII y se produce el primer levantamiento carlista. En 1834, Luis Candelas est¨¢ procesado por fuga del hospital de la c¨¢rcel, donde permanec¨ªa como supuesto enfermo. En marzo de 1835, el estreno, en el teatro del Pr¨ªncipe, de Don ?lvaro o la fuerza del sino se?alar¨¢ el inicio del romanticismo espa?ol, que con el tiempo dar¨¢ especial relieve popular y legendario a la figura de Candelas. En 1836 -el a?o en que el mot¨ªn de La Granja obliga a la reina a aceptar nuevamente la Constituci¨®n de 1812-, Candelas comete con su banda varios atracos y robos: al oidor cesante de La Habana, a la llamada Lonja del Ginov¨¦s -previa seducci¨®n de una criada-, a un usurero y a un comerciante de tejidos. En esta ocasi¨®n es sentenciado a 10 a?os de trabajos forzados en el presidio del pe?¨®n de la Gomera, pero tambi¨¦n lograr¨¢ zafarse de la cuerda de presos que lo lleva a su condena.
A partir de octubre de 1836, el bandido y su banda llevar¨¢n a cabo una serie de golpes muy sonados, que ser¨¢n la base del ¨²ltimo proceso instruido contra ellos. El primero, el asalto a la diligencia -entonces la llamaban galera-mensajer¨ªa- de Madrid a Salamanca, entre los pueblos de Las Rozas y Torrelodones, con el desvalijamiento de todos los viajeros. El segundo, en enero de 1837, la irrupci¨®n a primeras horas de la ma?ana en la casa del presb¨ªtero Juan Bautista T¨¢rraga, al que ataron junto a su ama, robando luego todos sus bienes. El tercero, al anochecer del 10 de febrero, el robo, con el enga?o de servir un encargo, en la casa del espartero Cipriano Bustos y su familia, que fueron aterrorizados hasta que confesaron el escondrijo de toda su fortuna. Por ¨²ltimo, el golpe m¨¢s renombrado de todos, el robo en el domicilio de la modista de la reina, Vicenta Mormin, el domingo de carnaval, 12 de febrero, la v¨ªspera del suicidio de Mariano Jos¨¦ de Larra: tras entrar en la casa con la complicidad de un criado, inmovilizar a la due?a -procurando que estuviese c¨®moda, tambi¨¦n hay que decirlo- y a las sucesivas visitas, la banda se llev¨® todo lo valioso que hab¨ªa en el lugar, lo que les report¨® cerca de 700.000 reales en met¨¢lico y alhajas.
Aqu¨ª podr¨ªa haberse extinguido para siempre Luis Candelas, para seguir existiendo solamente Le¨®n Ca?ida, nueva identidad adoptada por el bandido en su fuga. Una parte de la banda se dispers¨®, repartido el bot¨ªn. Luis Candelas y Manuel Balseiro se encaminaron al norte. A Balseiro le acompa?aba su amante, Josefa G¨®mez, y a Luis Candelas / Luis Ca?ida, una muchacha de diecis¨¦is a?os que los bi¨®grafos llaman Clara Mar¨ªa, pero que en el proceso judicial figura solamente con las iniciales N. N. La leyenda ha querido que la muchacha, que en el viaje figuraba como esposa de Luis Ca?ida, fuese hija de un alto funcionario de la Secretar¨ªa de Ultramar, pero el proceso dice que era guarnecedora de zapatos, conocida del bandido "cuando a¨²n no contaba los a?os de la pubertad" y "hu¨¦rfana, sin parientes ni personas que se interesen por ella y la dirijan". Al parecer -aqu¨ª habr¨¢ que seguir en parte la biograf¨ªa novelada del "bandido de Madrid" que escribi¨® Antonio Espina-, Candelas hab¨ªa convencido a la joven N. N. para que se fuese con ¨¦l a Inglaterra, camino de las Am¨¦ricas. Cuando llega el momento de embarcar en Gij¨®n, ella siente escr¨²pulos y manifiesta su deseo de volver a Madrid, y el bandido, cuya verdadera personalidad la muchacha no conoc¨ªa, como qued¨® probado en el juicio, decide atender sus deseos y regresa con ella. "?Algunos encantos, alguna virtud revelar¨ªan el semblante y el acento de aquella joven para fascinar al malhechor? hasta el punto de arrostrar la muerte en un pat¨ªbulo afrentoso antes que ausentarse de su presencia!", comenta Jos¨¦ Vicente Caravantes, que estudi¨® con meticulosidad el ¨²ltimo proceso de Candelas y su banda a mediados del siglo XIX.
Todas las fuerzas de seguridad de la naci¨®n andan a la caza de ese hombre que tantas veces se ha burlado de ellas y la polic¨ªa consigue al fin detenerlo en la posada de Alcazar¨¦n, cerca de Olmedo, el 18 de julio, precisamente. El fiscal del proceso dice: "? no podr¨ªa creerse que existiera un hombre tan d¨ªscolo e incorregible en la carrera del vicio como Candelas. Desde la edad de diez y ocho a?os? se le ve siempre en las c¨¢rceles p¨²blicas, pr¨®fugo de ellas o de presidio y complicado en varias causas hasta el n¨²mero de catorce conocidas?". El fiscal denuncia tambi¨¦n, con indignaci¨®n: "? cada una de las seis fugas que resulta haber hecho, ya de la c¨¢rcel de Segovia, ya del Canal de Castilla, ora de los tr¨¢nsitos a su destino?". Su proceso es r¨¢pido, se le condena a morir ajusticiado en el garrote vil -el garrote era, desde el C¨®digo Penal de 1828, el ¨²nico medio oficial de ejecuci¨®n, y hab¨ªa tres clases: el vil, para los condenados por delitos infamantes; el ordinario, para las gentes del estado llano, y el noble, para los fijosdalgo, diferenciados, como se?al¨® ir¨®nicamente Larra, por los diferentes aspectos del cadalso.
Luis Candelas, tras negar ser culpable de los cargos que se le imputan, asume con elegancia y estoicismo su condena. Ya en capilla, firma una petici¨®n de indulto: "El que expone es, se?ora, acaso el primero de su clase que no acude a Vuestra Majestad con las manos ensangrentadas; su fatalidad le condujo a robar, pero no ha muerto, herido ni maltratado a nadie; el hijo no ha quedado hu¨¦rfano, ni viuda la esposa por su culpa. ?Y es posible, Se?ora, que haya de sufrir la misma pena que los que perpetran estos cr¨ªmenes?". Sin embargo, no se le indulta. Hay que imaginar que la autoridad competente no puede perdonarle tantos a?os de burlas, ni su leyenda de h¨¦roe popular -"El bandolero (?) es el ¨ªdolo de una plebe humillada, vejada, que desea la venganza o la revancha", ha dicho Julio Caro Baroja-, ni ese robo a una persona tan de la confianza de la reina regente, que ha colmado el vaso de las afrentas. George Borrow, que volvi¨® a encontrarse con Manuel Balseiro en la c¨¢rcel de Corte, dice que el lugarteniente "era, en opini¨®n com¨²n, el peor de los dos bandidos". Antes de ser ajusticiado, Candelas pidi¨® dirigirse a la multitud que asist¨ªa al acto. Sus ¨²ltimas palabras, divulgadas por la prensa de la ¨¦poca (El Espa?ol, 7 de noviembre de 1837), fueron: "Adi¨®s, patria m¨ªa. S¨¦ feliz". Alguno de sus bi¨®grafos se pregunta por el sentido de tales palabras. Al menos podemos estar seguros de que una exhortaci¨®n de tal naturaleza nunca se le hubiera ocurrido a Fernando VII.
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