La chica de 'Cabaret'
Preguntarme sobre Liza es como preguntarle a un ni?o sobre la Navidad". La frase es del letrista Fred Ebb, pero la suscribo. Cuando era ni?o, mi madre me despertaba con la m¨²sica de Cabaret. Era como vivir en un cuarto al fondo del Kit Kat Club, ese tugurio con orquesta de se?oritas y maestro de ceremonias a mitad de camino entre el fauno y el payaso. El ritual se repet¨ªa cada ma?ana, con aquella voz como trompeta ante Jeric¨® que formulaba una invitaci¨®n irresistible: "Empecemos por admitir que de la cuna a la tumba / la estad¨ªa no es demasiado larga. / La vida es un cabaret, compa?ero, / ven al cabaret". Despu¨¦s de o¨ªr semejante canci¨®n uno pateaba las s¨¢banas y sal¨ªa al escenario decidido a consagrarse, o cuanto menos a brillar en el intento.
Su voz me contaba la gloria del instante en que nos sobreponemos a la adversidad, convirti¨¦ndonos en la mejor versi¨®n de nosotros mismos
Con esos impudores que uno se permite cuando la carga es grande, termin¨¦ contando a Liza de mi madre, la que me despertaba cada ma?ana con 'Cabaret'
Por aquel entonces, Liza era s¨®lo una voz (yo no ten¨ªa edad para que me admitiesen en el cine) y la imagen de la tapa del disco: el sombrero bomb¨ªn, la gargantilla, los hombros descubiertos y las largas medias. Pero no hac¨ªa falta m¨¢s. La voz de Liza me dec¨ªa todo lo que necesitaba saber de la vida, esa mujer que se exhib¨ªa como la imp¨²dica Sally Bowles pregunt¨¢ndome si su cuerpo me enloquec¨ªa de deseo. Su voz me contaba que la vida era una experiencia ¨²nica, inefable. Me contaba cu¨¢n fr¨¢gil era el terreno sobre el que erigimos nuestras certezas. Me contaba cu¨¢nto duelen los derrumbes, para los que ninguna escuela nos prepara. Y la gloria del instante -porque nunca dura m¨¢s que un instante- en que nos sobreponemos a la adversidad, convirti¨¦ndonos en la mejor versi¨®n de nosotros mismos.
Con el tiempo pude ver Cabaret en el cine. Descubr¨ª que Liza era de esas actrices a quienes no se les quita la vista de encima: tiene los ojos de un ni?o curioso, la nariz de un sabueso y un ment¨®n retra¨ªdo, pero hay algo en la ins¨®lita combinaci¨®n de sus rasgos que hipnotiza al espectador cada vez que irrumpe en la pantalla. Como alguien dijo de la Garbo: no es bella por naturaleza, pero es capaz de serlo.
Cabaret me result¨® inolvidable por muchas razones (?cu¨¢nto se parec¨ªa Berl¨ªn en los albores del fascismo a la Argentina de mi infancia, que la dictadura se encargar¨ªa de hacer trizas!), pero ninguna m¨¢s conmovedora que el personaje de Liza: Sally Bowles, aquella chica americana que sue?a con ser estrella de cine mientras se pinta las u?as de verde. Sally canta en el Kit Kat Club y vive la vida loca. Queda embarazada pero est¨¢ claro que no sentar¨¢ cabeza. Seguir¨¢ actuando mientras respire, pagando si es preciso el precio de la soledad: aun cuando sospeche que jam¨¢s triunfar¨¢ en el cine y que los escenarios se volver¨¢n m¨¢s miserables cada vez, porque si la vida es, en efecto, un cabaret, alejarse de escena equivale a morir.
Pronto entender¨ªa que Liza era mucho m¨¢s que Cabaret. Era tambi¨¦n un pu?ado de discos, que nunca eran mejores que cuando estaban registrados en vivo. Era la estrella de la pel¨ªcula New York, New York, otra joya construida sobre canciones de Fred Ebb y John Kander, con Martin Scorsese homenajeando a los grandes del g¨¦nero desde la silla de lona del director. Era el coraz¨®n batiente de musicales como Liza with a Z y The Act. Era la musa de Freddie Mercury y de Bowie y de Warhol y de Pet Shop Boys. Era una de las figuras que frecuentaban el Studio 54 durante un tiempo de brillos, coca¨ªna y m¨²sica disco que se transformar¨ªa en leyenda, y que hoy nos parece hasta inocente.
Parte del talento de Liza le lleg¨® por v¨ªa de la sangre. Es hija de Judy Garland, la inolvidable Dorothy de El mago de Oz, y de Vincente Minnelli, director de algunos de los mejores musicales de la historia (por ejemplo, Un americano en Par¨ªs). Era inevitable que creciese en un mundo de fantas¨ªas, como le hubiese ocurrido a cualquiera que tuviese por patio de juegos los estudios de la MGM. Liza debut¨® en cine a los dos a?os y medio, en una de las pel¨ªculas de su madre. Y a los siete ya bailaba en el Palace Theater de Nueva York mientras Judy entonaba Swanee. No pod¨ªa escapar de este linaje ni siquiera entre los toboganes y las hamacas; ella recuerda que cuando la llevaban a un parque de Beverly Hills se entreten¨ªa "con las peque?as Mia Farrow y Candice Bergen, mientras las ni?eras inglesas hablaban sobre contratos para pel¨ªculas y hac¨ªan pron¨®sticos para determinar cu¨¢l de sus empleadores iba a alzarse esta vez con el Oscar". Liza sigue siendo la ¨²nica ganadora del Oscar (que se llev¨® en su momento por Cabaret) cuyos padres tambi¨¦n ganaron la estatuilla: Judy uno especial por El mago de Oz y Vincente en 1953 por The band wagon y en 1958 por Gigi.
Ni los oscar ni los decorados impidieron que la vida la burilase con golpes secos. Porque mam¨¢ Judy era talentosa, pero tambi¨¦n era una mujer fr¨¢gil y atormentada que sucumbir¨ªa a las mismas adicciones que durante a?os la ayudaron a seguir actuando. Y la figura de Minnelli padre determinar¨ªa su predilecci¨®n por los hombres sexualmente ambiguos, m¨¢s proclives a adorarla como icono que a amarla como mujer. En estos d¨ªas enfrenta una demanda por 10 millones de d¨®lares que le entabl¨® su ¨²ltimo esposo, el promotor de conciertos David Gest, acus¨¢ndola de haberlo golpeado. Si una mujer de casi 60 a?os con m¨²ltiples operaciones de cadera pudo noquearlo, est¨¢ claro que Gest necesita el dinero para garantizarse los servicios de un guardaespaldas full time.
Liza se cas¨® muchas veces pero nunca tuvo hijos. Vivi¨® romances con hombres tan vitales y tormentosos como ella: Peter Sellers, Martin Scorsese, Mija¨ªl Barishnikov. Abus¨® de las drogas y del alcohol, resurgiendo de sus cenizas una y otra vez. Pas¨® por los quir¨®fanos con pat¨¦tica frecuencia, para reparar huesos que nunca estuvieron a la altura de su energ¨ªa. Parec¨ªa haber escapado por los pelos del triste fin de su madre, tan s¨®lo para ser alcanzada por el destino de Sally Bowles. La misma Sally anticipa su futuro al cantar Cabaret y recordar a una prostituta de Chelsea que supo ser su amiga. Aun abusando del sexo, de las p¨ªldoras y de la bebida, Elsie hab¨ªa vivido una vida tan intensa que al morir se convirti¨® en "el cad¨¢ver m¨¢s feliz que yo haya visto nunca".
Los dolores profundos producen sombras largas. En alg¨²n momento de los noventa, Liza lleg¨® a la Argentina a presentarse en el Luna Park. Para entonces mi madre ya hab¨ªa muerto. Demasiado joven, al igual que Elsie. Pero el cad¨¢ver de mi madre, aquella Sally que hab¨ªa sentado cabeza, no parec¨ªa feliz.
Como reportero de un diario, me toc¨® entrevistarla. Le ca¨ª en gracia cuando dije que Sinatra destrozaba New York, New York cada vez que abr¨ªa la boca. Su pareja de entonces, el pianista Billy Stritch, se uni¨® a las carcajadas estent¨®reas. Me invitaron a verlos despu¨¦s del show. Terminamos cenando en la madrugada, a metros de la avenida Corrientes. Con esos impudores que uno s¨®lo se permite cuando la carga es grande, termin¨¦ cont¨¢ndole a Liza de mi madre, la que me despertaba cada ma?ana con la m¨²sica de Cabaret, la que hab¨ªa muerto demasiado pronto, la que quiso ser Sally Bowles pero nunca reuni¨® el coraje suficiente.
Vaya a saber uno cu¨¢ntas imbecilidades oye una estrella de labios de gente conmovida por su arte; Liza debe haber o¨ªdo millones. Pero aun as¨ª se le humedecieron los ojos como a Sally Bowles cuando aborta al cr¨ªo: con esa humedad que alcanzar¨ªa para irrigar el ?frica sahariana. Se levant¨® de la mesa, dio la vuelta y me abraz¨® en silencio. Fue un abrazo largo. Mucho. Se lo juro por mi madre. A veces siento que todav¨ªa sigo all¨ª, porque en ese sitio todos los dolores duelen menos.
Desde entonces, cada vez que me veo en la necesidad de contar qui¨¦n es Liza Minnelli recurro a una explicaci¨®n que considero elocuente. Liza Minnelli es una mujer cuyo talento es tan grande como su coraz¨®n.
Y eso, tal como me consta, es mucho decir.
Marcelo Figueras es periodista, escritor y guionista argentino.
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