Convencer o conllevarse, federalismo o nacionalismo
Se va a decidir el Estatuto de Catalunya -y se abrir¨¢ as¨ª el segundo cuarto de siglo constitucional, aunque el nacionalismo catal¨¢n y el espa?ol no tienen mucho inter¨¦s en ello-.
Se va a decidir, crucemos los dedos, la paz en Euskadi.
Recuerdo que hace 20 a?os nos reunimos los ex compa?eros de las Organizaciones Frente (Flp, Esba y Foc), que hab¨ªan sido en los a?os 60 una estructura clandestina de izquierda radical, no comunista -y que al lado del PCE-PSUC de Carrillo, L¨®pez Raimundo y El Guti empeque?ec¨ªan-. Al final del encuentro nos autoconvocamos para una pr¨®xima reuni¨®n en San Sebasti¨¢n -"cuando haya paz", dijo Recalde-. A Recalde casi lo matan, a?os m¨¢s tarde. No nos hemos reunido.
Catalu?a quiere una Espa?a plural en la que coincidamos federalistas y soberanistas
El Estatuto catal¨¢n ha sido un referente fundamental del Estado de las autonom¨ªas
En cierto modo s¨ª es verdad que Catalu?a es el aut¨¦ntico problema
De no ser por la Guerra Civil, las nacionalidades hist¨®ricas ser¨ªan 4 y el resto regiones de Espa?a
Catalu?a no hace su Estatuto para provocar, sino para entrar con buen pie en el siglo XXI
Habr¨ªa que corregir la Revoluci¨®n Francesa: la diversidad es tan decisiva como la igualdad
El drama vasco/espa?ol tiene entre sus causas inmediatas (no hablo de las causas hist¨®ricas anteriores), un exceso de maldad: la de Franco en el Decreto del 38 del siglo pasado, cuando sentenci¨® que abol¨ªa los fueros del "las provincias traidoras de Vizcaya y Guip¨²zcoa". Franco mantuvo los fueros de Navarra y Vitoria, que le fueron fieles en el momento del alzamiento militar.
Se dir¨¢ que todas las guerras son igualmente indecentes y perversas, y es cierto. Pero a?adir ese plus de odio espec¨ªfico, geogr¨¢ficamente determinado, a la brutalidad de una guerra civil, y luego arrasar por primera vez en la historia moderna una ciudad, una peque?a ciudad s¨ªmbolo de una naci¨®n, Gernika, contribuy¨® con toda probabilidad al nacimiento del drama. Contribuy¨® a cristalizar el odio vengativo de los terroristas, que acab¨® apuntando y disparando incluso contra los que quer¨ªan, contra todo odio, reivindicar el pasado y el futuro de Euskadi, como Lluch, Buesa, Gregorio Ord¨®?ez y Recalde.
Estuve en el hospital con Recalde y en los entierros de Lluch, Buesa y Ord¨®?ez. Confieso que desde entonces he considerado que la pol¨ªtica puede muy poco. No puede evitar que finalmente un individuo o un grupo de individuos, para conseguir objetivos que creen que la democracia no les permite obtener, maten a un ser humano, destrocen a una familia, entristezcan a una ciudad y turben a toda una naci¨®n -al mundo entero, ya ahora- sabiendo que esa misma e impotente democracia les garantiza la vida a esos individuos. Que tiene que respet¨¢rsela. Y que la venganza, la justicia vengativa, como se ver¨¢ en Gran Breta?a, no mejora las cosas, las empeora, aunque de momento genere una apariencia de justicia, de proporcionalidad.
Como ha dicho el presidente Zapatero, hay que ir modestamente pero incansablemente, con pasi¨®n contenida y l¨²cida, a deshacer el nudo de la causa, de las causas del odio. Sabiendo que el tiempo de la soluci¨®n no es el tiempo de un gobierno, ni siquiera el tiempo de la vida de muchos de los que sufrieron directamente, en sus familias, en su entorno, el da?o de la muerte y el sentimiento incontenible de venganza.
No digo que no tengan justificaci¨®n las actitudes machaconas en contra de los que no proclaman diariamente su repugnancia frente al terror. Esas actitudes, que no comparto porque no bastan para vencer en la porf¨ªa, tienen una funci¨®n. Que es la de vacunar a la sociedad contra el olvido -esa sinuosa amenaza-.
Digo sin embargo que es imposible aislar unos problemas de otros, unos territorios de otros; que es in¨²til que unos, los nacionalistas catalanes, pretendan que ese drama espa?ol no nos afecta directamente; e in¨²til que otros, los nacionalistas espa?oles, pretendan que ese drama es el ¨²nico, el ¨²nico tema y que, en funci¨®n del mismo, todo intento de avanzar en la devoluci¨®n a los territorios de un mayor dominio sobre sus propias trayectorias, es el principio de una nueva traici¨®n, de un drama semejante.
No se puede hablar de Espa?a ni tampoco de Catalunya, f¨ªjense bien, sin empezar por aqu¨ª. Pero no se puede terminar aqu¨ª.
Ni Catalunya puede ignorar los problemas de Espa?a para legitimar una vuelta "a lo nuestro"..., ni en Espa?a puede instalarse la idea de que Catalunya es "el aut¨¦ntico problema".
En cierto modo s¨ª es verdad que Catalunya es el aut¨¦ntico problema. Pero no en el sentido que normalmente se le podr¨ªa dar a esa expresi¨®n. Voy a intentar explicarme.
Euskadi y Navarra han sido siempre una excepci¨®n espa?ola, en el sentido estricto de que Espa?a les ha conferido o admitido siempre un r¨¦gimen excepcional, y lo ha pactado -incluso Franco respet¨® ese pacto, como he dicho, s¨®lo que excluyendo de los beneficios correlativos a dos de sus provincias, por su traici¨®n-.
Catalunya es demasiado grande para ser una excepci¨®n -me excuso por el atrevimiento, pero no se me ocurre otra manera r¨¢pida de que se entienda la diferencia entre un caso y el otro. Ahora matizar¨¦-.
No es que la diferencia entre tres y siete millones de habitantes sea tan grande. Andaluc¨ªa es mayor que Catalunya, ya puestos. Pero, en primer lugar, hay que recordar que Espa?a, hist¨®ricamente, es el resultado de la uni¨®n de las dos grandes coronas, la de Castilla y la de Arag¨®n, con la excepci¨®n vasconavarra y la posterior conquista del sur.
Y en segundo lugar, recordar que a partir del hundimiento total del imperio a finales del siglo XIX, una parte de la corona de Arag¨®n, Catalunya, inici¨® una espectacular recuperaci¨®n pol¨ªtica, econ¨®mica y cultural que culmin¨® con el primer Estatuto de autonom¨ªa, el de 1932. Vascos y gallegos siguieron despu¨¦s, con bastante retraso. Andaluc¨ªa no lleg¨® a tiempo. La Guerra Civil y la muerte de Blas Infante lo impidieron.
No es extra?o pues que el Estatuto de autonom¨ªa de Catalunya de 1979 haya sido en buena medida un referente fundamental del Estado de las autonom¨ªas en su conjunto, siendo el caso vasco, como vengo diciendo, un hecho con m¨¢s precedentes premodernos, y por otra parte un hecho inmerso en una tragedia muy especial, muy dram¨¢tica.
El caso de Catalunya es muy distinto al vasco. ?Catalunya, qu¨¦ quiere? Catalunya quiere una Espa?a plural, una Espa?a de los pueblos de Espa?a, una Espa?a de corte federal, en la que coincidimos los federalistas y los soberanistas que no ven ahora otro horizonte posible porque, a mi juicio, no lo hay.
Los nacionalistas creen que todo eso son quimeras, y me refiero a los nacionalistas catalanes y los espa?oles. Ambos lo tienen muy claro: naci¨®n, como madre, s¨®lo hay una, cada uno la suya, incompatibles. La conllevancia es su consigna, en el mejor de los casos. Como Joan Maragall, que al final de su largo epistolario con Unamuno conclu¨ªa que lo mejor era no tratar de convencerse unos a otros, tan s¨®lo conllevarse y mantener una relaci¨®n educada.
En el fondo fue eso lo que hicieron Pujol y Gonz¨¢lez. Y lo que hicieron Aznar y Pujol en sus ocho a?os de entendimiento es para m¨ª incomprensible: en cierto sentido no hicieron nada. Quiz¨¢s ya era mucho: convivir, cohabitar. Aznar ya hizo mucho metiendo a toda la derecha espa?ola dentro de una Constituci¨®n que ¨¦l no hab¨ªa votado. Y Pujol hizo algo m¨¢s importante. Insertar y mantener durante 20 a?os a Catalunya en el marco de una Constituci¨®n y un Estatuto que no fueron especialmente obra suya.
Han pasado 100 a?os justos del epistolario Maragall-Unamuno, 100 a?os, dos dictaduras y una guerra civil. Los ¨²ltimos 25 a?os, esta vez s¨ª, de paz, democracia y progreso econ¨®mico y social. Y de integraci¨®n por fin en Europa.
?Es ingenuo pensar que "esta vez s¨ª"? ?Que la Espa?a plural se acepta tal como es? ?Que los pueblos de Espa?a han encontrado el camino federal y pluralista de su convivencia? ?Que hemos superado el mal presagio de Machado sobre la suerte que esperaba a todos los nacidos en la piel de toro, que una de las dos Espa?as iba a helarles el coraz¨®n, como de alguna manera le sucedi¨® tambi¨¦n a ¨¦l? ?Ser¨¢ verdad que la Oda a Espa?a de Maragall ha producido sus efectos e Iberia ha roto a llorar, como ¨¦l dijo, con l¨¢grimas de madre? ?Que Castilla ya no desprecia cuanto ignora? ?Que el laberinto espa?ol tiene salida?
Puede que s¨ª. Lo malo es que todo eso quiz¨¢s sea un escenario casi mitol¨®gico, anclado en una generaci¨®n, la m¨ªa, que ya s¨®lo obtura con sus ilusiones y sus pesadillas la apertura de una nueva etapa m¨¢s pragm¨¢tica, m¨¢s matter of fact, menos nacionalista espa?ola o catalana.
Lo malo, digo, es que la ilusi¨®n quiz¨¢s la tenemos solo unos cuantos. Otros, los uniformistas, tienden a pensar que la justicia es contraria a la diferencia; creen que la "asimetr¨ªa" que dicen que queremos imponer consiste en "dos piernas para unos y pata de palo para otros", cuando la asimetr¨ªa que realmente padecen los pueblos distintos es que se les trate como iguales en su lengua, en su derecho civil y en su historia.
Felipe V, si bien tuvo en Catalunya muchos partidarios, fue aqu¨ª un rey impuesto, que borr¨® derechos y leyes y acab¨® arrasando un 25% de las casas de Barcelona para construir una Ciudadela militar desde donde mejor bombardear la ciudad. Y sus derechos.
Se dir¨¢ justamente que desde esa Ciudadela si algo se proyecta ahora no son ya artefactos explosivos, sino leyes democr¨¢ticas. La Ciudadela se ha convertido en Parlament de Catalunya despu¨¦s de ser fracasado Palacio de la Reina Regente, cuyos s¨ªmbolos todav¨ªa campean en el edificio, y luego museo de arte. La Reina, cuando la Expo Universal de 1888, prefiri¨® alojarse en el Ayuntamiento de Barcelona, en una sala que hoy es sala de plenos con su nombre y su retrato.
Pero volvamos al hilo central. La asimetr¨ªa m¨¢s da?ina es la obstinada negaci¨®n de la diferencia. Si en algo habr¨ªa que corregir la trilog¨ªa de valores de la Revoluci¨®n Francesa es en eso: la diversidad es un valor tan decisivo como la igualdad. Eso hoy. Hace dos siglos, quiz¨¢s menos.
Hay hoy en Espa?a una cierta delectaci¨®n en generalizar las diferencias, "no sea que se conviertan en desigualdades". La cl¨¢usula de la regi¨®n m¨¢s favorecida prevista inicialmente en el Estatuto valenciano es sintom¨¢tica de ese esp¨ªritu.
Igualmente discutible fue la ligereza con la que los Estatutos deshicieron el trabajoso equilibrio de las disposiciones finales de la Constituci¨®n, que daban un camino propio hacia la autonom¨ªa a las nacionalidades hist¨®ricas que ya tuvieron Estatuto en el pasado (durante la II Rep¨²blica) y que restablec¨ªan los fueros vascos derogados por Franco en dos provincias y rebajados antes por las leyes liberales del XIX.
Cierto que Andaluc¨ªa ten¨ªa, si no un precedente claro, como las tres nacionalidades hist¨®ricas, un precedente presumible, imaginable. De no haberse producido o no haber terminado la guerra civil como termin¨®, ya lo he dicho, los seguidores de Blas Infante probablemente hubieran conseguido un cuarto Estatuto. Y hoy las hist¨®ricas ser¨ªan cuatro y el resto probablemente regiones de Espa?a. La distinci¨®n entre regiones y nacionalidades no presentar¨ªa tantas dificultades.
Pero s¨ª algunas porque, vamos a ver: ?qu¨¦ ocurre con las antiguas coronas o partes de la Corona de Arag¨®n que comparten con Catalunya las cuatro barras en su bandera? Y a¨²n en Arag¨®n la lengua catalana es com¨²n en toda la zona de la Franja, y es idioma reconocido por el Estatuto aragon¨¦s. Como lo es el valenciano/catal¨¢n en Valencia y el catal¨¢n tout court en Baleares.
A todo lo dicho tiene que darle soluci¨®n el Consejo de Estado, a quien el presidente del Gobierno transmiti¨® el encargo de ir pensando en los cuatro cambios constitucionales precisos tras 25 a?os de navegaci¨®n democr¨¢tica y auton¨®mica:
1.- La contradicci¨®n entre lo previsto para la sucesi¨®n a la Corona y la igualdad constitucional entre los dos sexos;
2.- La menci¨®n de las autonom¨ªas creadas al amparo de la Carta Magna pero inexistentes en ella -y ah¨ª se plantea irremediablemente el tema de cu¨¢les son nacionalidades, cuales naciones, y cuales regiones-;
3.- La creaci¨®n a partir de las comunidades aut¨®nomas de un Senado que sea realmente la C¨¢mara de las autonom¨ªas, ahora que las mismas existen, como se pretend¨ªa en 1978; y
4.- La introducci¨®n de Europa en la Constituci¨®n, tras haberse Espa?a introducido en Europa har¨¢ pronto 20 a?os.
El presidente del Consejo de Estado propuso (antes de serlo) que el art¨ªculo dos de la Constituci¨®n, sujeto a refer¨¦ndum, se modificara para a?adir a la menci¨®n de la "indisoluble unidad de los pueblos de Espa?a" la siguiente especificaci¨®n: "De la que forman parte las Comunidades nacionales de Catalunya, Euskadi y Galicia, y la foral de Navarra". Sin embargo, en el encargo transmitido por el Gobierno al Consejo de Estado esa cuesti¨®n no se ha planteado.
En esas estamos. Rubio Llorente ha explicado har¨¢ casi un a?o -todo eso viene de lejos- que las Comunidades nacionales a las que se refiere no tienen por qu¨¦ coincidir con las Comunidades aut¨®nomas respectivas, que se trata de territorios culturales y con derecho civil distinto al de Castilla y Le¨®n. No s¨¦ si esa prudente consideraci¨®n facilita o complica las cosas. Parece prudente en el sentido de reintegrar a una terminolog¨ªa com¨²n las Comunidades aut¨®nomas que utilizaron el t¨¦rmino "nacionalidad" en sus primeros Estatutos. Pero plantea otros problemas.
Al nacionalismo espa?ol y a los auton¨®micos (el catal¨¢n, el vasco y el gallego) todo esto les parece una p¨¦rdida de tiempo. Mejor es ir conviviendo y "qui dies passa anys empeny", como decimos en Catalunya ("pasando los d¨ªas, se empujan los a?os" podr¨ªamos traducir). Se hace camino al andar, como dir¨ªa el poeta andaluz enterrado en la Catalunya francesa.
Se hace camino. Se ha hecho. Pero va siendo hora de que hablen los poetas de hoy, porque se abren caminos andando, "es fressen camins", como decimos en catal¨¢n, pero luego hay que ponerles bordillo y pintarlos en el mapa. De otro modo se pierden. Muchos caminos perdidos hay en nuestra historia.
Catalunya hace su Estatuto no para provocar ni para refocilarse en una derrota para algunos previsible, sino para entrar con buen pie en el siglo XXI, el de la mejora del autogobierno y la financiaci¨®n de Catalunya en una Espa?a federal.
Que quede claro: para avanzar con todo el pueblo al lado. Dicen que sin que el pueblo se entere. Ya lo veremos. Puede que a algunos les agradar¨ªa que no se enterase. Pero se va a enterar, y tanto. Se est¨¢ enterando.
Pasqual Maragall es presidente de la Generalitat de Catalu?a.
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