El horizonte
Hoy, uno de septiembre, ser¨¢ para siempre una fecha untada de sangre y de desolaci¨®n. Hace exactamente un a?o -me lo recuerdan ahora las entra?as-, un grupo de terroristas dirigidos por Rusl¨¢n Juchb¨¢rov, alias el coronel, tomaba como reh¨¦n la escuela n¨²mero uno de Besl¨¢n y desataba la masacre: 176 ni?os y 155 adultos perec¨ªan entre una confusi¨®n de fuego cruzado, desplomes y explosivos.
De los 32 integrantes del comando asesino, s¨®lo uno fue capturado con vida. Ahora mismo se le juzga ante el Tribunal Supremo de Osetia del Norte en Vladikavkaz. Se llama Nurpash¨¢ Kul¨¢yev, tiene veinticinco a?os y asegura que fue reclutado a la fuerza por la guerrilla, que no mat¨® a nadie y que el secuestro de la escuela fue una encerrona para todos. Puede que tenga raz¨®n o puede que mienta como un bellaco, puede incluso que d¨¦ lo mismo ya, lo cierto es que de aquel millar de inocentes que comenzaba el curso escolar hace exactamente un a?o, m¨¢s de un tercio perdi¨® la vida y el resto malvive marcado para siempre por el horror. El pretexto de estos genocidios siempre es el mismo: la retirada de las tropas rusas de Chechenia, la liberaci¨®n de los guerrilleros encarcelados, la independencia de un territorio, la venganza o la ejecuci¨®n de una supuesta justicia divina. Lo mismo da. Pero si de toda esta descarga de iniquidad del hombre sobre el hombre hemos aprendido algo en los ¨²ltimos a?os es que nada nos debe resultar indiferente. El terror ya no es una f¨®rmula que competa a s¨®lo unos pocos. El otro lado del mundo est¨¢ demasiado cerca. El 11-M, sin ir m¨¢s lejos, nos record¨® hace 18 meses que la tragedia se nos puede meter en casa en cualquier momento. Los atentados de Londres a¨²n expanden su desdichado olor a carne y a goma quemadas. Ayer, sobre el Tigris, una estampida humana que hu¨ªa del espanto y de s¨ª misma sembr¨® de nuevo Bagdad de m¨¢s de mil cad¨¢veres.
Nada me gustar¨ªa tanto como empezar septiembre con una emoci¨®n distinta, pero el regreso a la vida me obliga a aceptar las reglas del juego, a abrir de nuevo la ventana y a mirar, me guste o no, el horizonte que nos pintan cada d¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.