Lecciones iran¨ªes
1. En el sur de Teher¨¢n se encuentra un enorme cementerio amurallado dedicado a los m¨¢rtires, los j¨®venes que murieron en combate durante la revoluci¨®n de 1979 y la guerra Ir¨¢n-Irak de 1980-1988. A cada uno de los ca¨ªdos se le recuerda de manera individual con su propio monumento, una vitrina sellada sobre un pedestal. Estos peque?os santuarios parecen no tener fin; en la guerra lucharon m¨¢s de un mill¨®n de iran¨ªes y murieron 300.000.
La religi¨®n de Ir¨¢n, el islamismo chi¨ª, es tambi¨¦n una fe de m¨¢rtires. Cualquier neoconservador estadounidense que crea que el r¨¦gimen iran¨ª va a desmoronarse bajo la presi¨®n del aislamiento, el bloqueo, las sanciones o las condenas extranjeras, deber¨ªa visitar el cementerio de los m¨¢rtires. Los reg¨ªmenes revolucionarios que se apoyan en la fe y el sacrificio de sangre tienen buenos motivos para creer que son inmunes a las presiones externas.
Yo visit¨¦ el cementerio de los m¨¢rtires hace un par de meses, durante un viaje a Ir¨¢n para dar una serie de conferencias sobre derechos humanos. Llegu¨¦ entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales del pa¨ªs. En la primera vuelta, Mahmud Ahmadineyad, pr¨¢cticamente desconocido, hab¨ªa logrado el 20% del voto. El ex presidente iran¨ª Al¨ª Akbar Hachem¨ª Rafsanyani, supuesto candidato reformista, luchaba para contener el avance de Ahmadineyad en la segunda vuelta.
Ahmadineyad es un populista autoritario que cuenta con apoyos en los barrios y laberintos de chabolas del sur de Teher¨¢n. A diferencia de Rafsanyani, no es mul¨¢ y s¨ª fue combatiente en la guerra. Promet¨ªa justicia a los pobres y, sobre todo, promet¨ªa a los veteranos recompensas por su sacrificio. Al final, Ahmadineyad derrot¨® con facilidad a Rafsanyani en la segunda vuelta y se llev¨® alrededor del 60% de los votos. Fue una victoria tan inesperada que algunos la llamaron la segunda revoluci¨®n iran¨ª.
2. Ahmadineyad hab¨ªa sacado provecho no s¨®lo de su servicio en la guerra, sino de la desilusi¨®n creciente por la incapacidad de los reformistas -te¨®ricamente en el poder desde la elecci¨®n del presidente Mohamed Jatam¨ª en 1997- para resolver las quejas populares sobre empleo, vivienda, transporte y, sobre todo, la divisi¨®n entre clases, cada vez mayor. En las zonas residenciales del norte de Teher¨¢n, los reformistas hablaban de derechos humanos y democracia mientras, en el polvoriento sur de la ciudad, los pobres luchaban para conservar su trabajo en una econom¨ªa en la que el paro alcanza oficialmente el 15% y, en realidad, seguramente el doble. Para los reformistas, el resultado de las elecciones les demostr¨® hasta qu¨¦ punto hab¨ªan perdido el contacto con la gente de la calle.
La tarea pol¨ªtica que aguarda ahora a los pensadores progresistas de Ir¨¢n es encontrar un programa que relacione los derechos humanos y la democracia con los problemas econ¨®micos de los pobres.
3. Me hab¨ªan invitado a hablar sobre derechos humanos y democracia, pero la inesperada victoria de Ahmadineyad cambi¨® el contenido de mis conferencias. De pronto, la pregunta no era ?qu¨¦ significan la democracia y los derechos humanos en una sociedad isl¨¢mica?, sino ?pueden progresar la democracia y los derechos humanos en una sociedad profundamente dividida entre ricos y pobres, incluidos y excluidos, educados y analfabetos?
Los reformistas hab¨ªan promovido los derechos humanos y la democracia como panacea para los pobres en Ir¨¢n, y ?cu¨¢l era el resultado? Los barrios m¨¢s pobres de Teher¨¢n hab¨ªan votado por un hombre que propugnaba m¨¢s disciplina para las mujeres, un Gobierno teocr¨¢tico m¨¢s estricto y el control estatal de la econom¨ªa.
Isaiah Berlin, el fil¨®sofo del liberalismo establecido en Oxford, visit¨® Teher¨¢n a finales de los setenta, durante los ¨²ltimos a?os del r¨¦gimen del sha. ?ste, que contaba con el apoyo de Estados Unidos y se manten¨ªa en el poder gracias a una odiada polic¨ªa secreta, lanz¨® en los a?os sesenta una Revoluci¨®n Blanca, un grandioso programa de modernizaci¨®n que consigui¨® el rechazo de mul¨¢s, comerciantes y estudiantes. Al final, las manifestaciones callejeras le obligaron a abdicar, y en 1979 huy¨® al exilio. Despu¨¦s lleg¨® la revoluci¨®n chi¨ª, dirigida por el ayatol¨¢ Jomeini.
Muchos iran¨ªes j¨®venes con los que habl¨¦ sent¨ªan tal hostilidad respecto a que gobernaran los cl¨¦rigos que no tuve m¨¢s remedio que aconsejarles que tuvieran cuidado de no caer en el extremo opuesto. El secularismo, expliqu¨¦, no significa aplastar la religi¨®n, sino crear un espacio neutral en el que las discusiones entre laicos y religiosos se resuelvan mediante pruebas, no a base de dogmas.
Adem¨¢s, la democracia en Ir¨¢n significa tambi¨¦n liberarse de lo que un estudiante llam¨® "la cultura de la dictadura", una red flotante de controles patriarcales sobre la vida privada. El r¨¦gimen chi¨ª lleva 26 a?os combatiendo los placeres, tanto homosexuales como heterosexuales. Sin embargo, aunque no creo que sirva de mucho consuelo a los que tienen que vivir en el momento actual bajo tiran¨ªas p¨²blicas y privadas, sal¨ª de mi visita convencido de que, a largo plazo, el placer persa sobrevivir¨¢ al puritanismo chi¨ª.
4. El sha ten¨ªa una polic¨ªa secreta -Savak-, y los mul¨¢s, tambi¨¦n. Cuando este r¨¦gimen quiere aplastar a la oposici¨®n, lo hace sin inmutarse.
En junio de 2003, Zahra Kazemi, una iran¨ª de pasaporte canadiense, estaba en Teher¨¢n haciendo fotograf¨ªas ante la prisi¨®n de Evin, de triste fama, cuando la detuvieron y la arrastraron al interior. Tres semanas m¨¢s tarde, las autoridades anunciaron que hab¨ªa muerto durante los interrogatorios, y poco despu¨¦s se descubrieron pruebas de que la hab¨ªan torturado y violado. El Gobierno canadiense exigi¨® que se castigara o despidiera a los responsables, pero la querella presentada ante los tribunales iran¨ªes no parece avanzar.
5. En la Universidad Shahid Beheshti impart¨ª un seminario sobre derechos humanos a una clase compuesta, sobre todo, por j¨®venes vestidas con t¨²nicas negras y con la cabeza cubierta. Me preguntaron qu¨¦ pensaba sobre la ley isl¨¢mica de la shar¨ªa y sus castigos, que pueden incluir la muerte por lapidaci¨®n de una mujer acusada de adulterio. Respond¨ª que lo dif¨ªcil no es comprender por qu¨¦ eso est¨¢ mal, sino vencer en el terreno pol¨ªtico a las autoridades religiosas que creen que su poder depende de la aplicaci¨®n de dichos castigos. Las estudiantes dijeron que, para eliminar los castigos isl¨¢micos, necesitaban la ayuda de intelectuales occidentales como yo. Contest¨¦ que, aunque las presiones externas pueden ayudar, muchas veces, el hecho de que Occidente defienda los derechos humanos puede ser contraproducente.
A mis estudiantes no les agrad¨® la sugerencia de que deb¨ªanreformar la shar¨ªa desde dentro. "Estamos muy contentas de que haya venido a nuestra clase, profesor", me dijo una, "pero es demasiado ben¨¦volo con la ley de la shar¨ªa. Hay que abolirla. No se puede cambiar".
Al di¨¢logo asist¨ªa un profesor, un hombre de mediana edad vestido con la t¨²nica de color marr¨®n claro y el turbante banco que caracterizan a los eruditos religiosos. Despu¨¦s de escuchar atentamente, me pregunt¨® -en un ingl¨¦s fluido- por qu¨¦ pensaba que los derechos humanos son universales. Le di la respuesta que empleo en mis clases de Harvard: porque, si en ese preciso instante me acercara a ¨¦l y le diera una bofetada, en cualquier lugar del mundo se considerar¨ªa una injusticia y un insulto. Las leyes de derechos humanos codifican nuestro consenso sobre la necesidad de detener esas injusticias evidentes.
?Pero por qu¨¦, prosigui¨®, una injusticia cometida contra ¨¦l tendr¨ªa que considerarla injusticia tambi¨¦n yo? Porque somos capaces, respond¨ª, de imaginar lo que se siente al recibir uno de esos golpes que nosotros mismos estamos propinando.
"Usted defiende la intuici¨®n", me dijo sonriendo. Yo repliqu¨¦ que la capacidad humana de comprender el dolor de otros es un hecho, no una intuici¨®n. "Pero necesita algo m¨¢s s¨®lido", insisti¨®. Seguimos as¨ª durante un rato, debatiendo amigablemente, pero, cuando recog¨ªa sus papeles para marcharse, vi que ten¨ªa la sonrisa de alguien convencido de que acababa de ganar una discusi¨®n. Desde su punto de vista, por debajo de su fe en los derechos humanos est¨¢ la s¨®lida base del Cor¨¢n, mientras que, por debajo de la m¨ªa, s¨®lo hay instintos esperanzados.
6. Un d¨ªa hice una visita a Saeed Semnanian, rector de una de las universidades m¨¢s conservadoras de Teher¨¢n. Empec¨¦ por felicitarle por los logros de la revoluci¨®n. La alfabetizaci¨®n femenina ha aumentado al 70% y la renta per c¨¢pita se ha duplicado desde el final de la guerra con Irak. Sin embargo, prosegu¨ª, todas las personas con las que hab¨ªa hablado en Teher¨¢n me dec¨ªan que la revoluci¨®n se ha convertido en un sistema de privilegios corrupto y represivo, que explota la ortodoxia isl¨¢mica para permanecer en el poder.
"?Con qui¨¦n ha hablado?", me pregunt¨®, mir¨¢ndome fijamente.
"Intelectuales, escritores, periodistas".
"Est¨¢ intentando tomarle la temperatura a la revoluci¨®n, pero todos sus term¨®metros est¨¢n equivocados", respondi¨®.
Todas esas quejas, insinu¨®, eran las que se pod¨ªan esperar de unos liberales descontentos. Lo que importaba era que todos los candidatos eran completamente iran¨ªes. En tiempos del sha, nada era puramente iran¨ª. Para ¨¦l, la historia de Ir¨¢n es la historia de los intentos de socavar su independencia. La toma de la embajada estadounidense y el drama de los rehenes fueron, a juicio de Semnanian, una forma exquisitamente prolongada de vengarse del golpe de Estado inspirado por la CIA, del mismo modo que el empe?o del r¨¦gimen actual de obtener armas nucleares es una forma de intentar garantizar definitivamente la libertad de injerencias extranjeras.
?sa es la paradoja: la sociedad musulmana con m¨¢s dem¨®cratas proamericanos de todo Oriente Pr¨®ximo se opone con todas sus fuerzas a cualquier intento estadounidense de promover la democracia en el pa¨ªs. Es f¨¢cil comprender por qu¨¦. "Nosotros luchamos por nuestra independencia", me dijo Semnanian. "?Cree que, cuando nuestro pueblo combati¨® durante siete a?os para expulsar a los invasores de Ir¨¢n, s¨®lo luch¨¢bamos contra Sadam? Luch¨¢bamos contra Estados Unidos, Gran Breta?a, el mundo entero. Salvamos a nuestro pa¨ªs. Y ahora somos libres".
7. La noche antes de dejar Teher¨¢n tuve una conversaci¨®n privada sobre el programa pol¨ªtico de Ahmadineyad con uno de los asesores del nuevo presidente, A. Asgarkhani, un jovial profesor de sesenta y tantos a?os y cabello largo.
Lo bueno de la victoria de Ahmadineyad, dijo Asgarkhani, es que terminar¨¢ con la par¨¢lisis del r¨¦gimen, la divisi¨®n entre los reformistas y los guardianes religiosos que controlan el sistema pol¨ªtico. Todo el poder estar¨¢, por fin, en unas solas manos. As¨ª, el presidente podr¨¢ hacer cosas.
"?Pero no ser¨¢ perjudicial para los derechos humanos?", le pregunt¨¦.
Tal vez al principio, respondi¨®, pero luego Ahmadineyad traer¨¢ los derechos humanos y la democracia -a?adi¨® con un gesto de las manos- "de arriba abajo".
?Y c¨®mo va a cambiar Ahmadineyad la econom¨ªa? "Si me hace caso", dijo Asgarkhani, "emprender¨¢ la v¨ªa del tecnonacionalismo".
Tecnonacionalismo, sustituci¨®n de las importaciones, nueva teor¨ªa del crecimiento: de la boca de Asgarkhani sal¨ªan todas las frases hechas de la econom¨ªa del desarrollo en Occidente, pero segu¨ªan sonando como el marxismo isl¨¢mico que ha constituido la teor¨ªa econ¨®mica en Ir¨¢n desde la revoluci¨®n: no hay que depender de otros pa¨ªses; hay que mantener la econom¨ªa en manos del Estado, o los capitalistas extranjeros se har¨¢n con el control; hay que limitar el sector financiero del pa¨ªs, porque un sector financiero libre hace que la econom¨ªa se derrumbe.
En el momento de escribir estas l¨ªneas, el petr¨®leo est¨¢ aproximadamente a 60 d¨®lares el barril; hay pocas probabilidades de que el r¨¦gimen se vea obligado a abrirse y a reformar la econom¨ªa. Cuando un Gobierno puede conseguir lo que necesita gracias a los pozos de petr¨®leo y deja de financiarse con los impuestos, pierde cualquier incentivo para responder ante el pueblo.
Cuando le expres¨¦ mi opini¨®n a una de las j¨®venes iran¨ªes y le dije que, cuando Ahmadineyad defraude a los pobres, el ¨²nico recurso que quedar¨¢ ser¨¢ m¨¢s represi¨®n, me contest¨®, con determinaci¨®n: "No, no puede dar marcha atr¨¢s al reloj. No puede hacernos retroceder".
Yo deseaba que tuviera raz¨®n, pero me fij¨¦ en un gesto involuntario que hac¨ªa. Se arregl¨® el hijab para cubrirse el cabello por completo. Por primera vez me pareci¨® insegura y preocupada.
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