El lago de mil colores
Es de las zonas m¨¢s hermosas del mundo. Pero las disputas entre India y Pakist¨¢n y el terrorismo la han hecho insegura. Hoy, con el proceso de paz en marcha, los paisajes, el exotismo, el lago Dal y los hoteles barco de Cachemira quedan m¨¢s cerca.
Te dicen: "Cachemira". Y todo aparece delante de tus ojos: agua y agua; bosques habitados; mil verdes en mil valles; una luz siempre tamizada; la mole espectacular de las cumbres del Himalaya, las carreteras endiabladas repletas de convoyes militares que ascienden hasta casi los 5.000 metros hacia la regi¨®n del Ladakh, una de las m¨¢s altas, remotas y despobladas de la Tierra, el T¨ªbet indio, la ciudad de Leh; el Indo, ese r¨ªo m¨ªtico?
Es ¨¦ste un mundo extremo, de dimensiones extraordinarias: el Estado de Yamu y Cachemira, la regi¨®n m¨¢s noroccidental de India, que ha sido hind¨², mogol, parte de Afganist¨¢n, del imperio sij; que es una de las m¨¢s hermosas, si no la m¨¢s; una de las m¨¢s conflictivas, si no la m¨¢s. "Sobrepasa en belleza todo lo que mi ardiente imaginaci¨®n hab¨ªa previsto", escribi¨® el fil¨®sofo franc¨¦s Fran?ois Bernier en 1665. "Si hay un para¨ªso en la Tierra, est¨¢ aqu¨ª", dicen que exclam¨® el emperador mogol Jehangir en ese mismo siglo. Y as¨ª, todos los que la han visitado alguna vez.
Pronuncias "Cachemira" y ah¨ª est¨¢n -de la austera Derby Shire a la lujosa Gul Noor que aparece en estas fotograf¨ªas- las casi mil barcazas-hotel (houseboats) de herencia brit¨¢nica, ancladas en el lago Dal, en Srinagar, la capital de verano del Estado, que nacieron en el siglo XIX por una indicaci¨®n del maraj¨¢. "Brit¨¢nicos, bienvenidos a mis tierras, pero no podr¨¦is edificar en ellas", vino a decir. Los aludidos, cuyo imperio marc¨® el destino de India y Pakist¨¢n en general hasta su independencia en 1947, y el de Cachemira en particular hasta el mismo d¨ªa de hoy, cumplieron sus deseos. Levantaron sus viviendas sin usar un solo palmo de suelo: construyeron casas de madera como grandes barcos y los anclaron en el lago Dal y tambi¨¦n en el Nagin y, luego, hasta en las aguas del r¨ªo Jhelum, que atraviesa juguet¨®n la ciudad.
Como resultado de aquella iniciativa, los hoteles flotantes son hoy s¨ªmbolo del lugar, y el Dal, que en realidad son tres lagos separados por diques, gan¨® peso, se afianz¨® como coraz¨®n de Srinagar. Por ¨¦l, las shikaras, una especie de g¨®ndolas austeras y estilizadas, se deslizan sigilosas, dibujando una procesi¨®n eterna de puestos ambulantes. Hombres, mujeres, ni?os en cuclillas que reman y reman -manos encallecidas, piel cuarteada- transportando le?a, alimentos, flores o utensilios para sus humildes casas escondidas entre los recovecos y las zonas pantanosas del lago. Hombres, mujeres, ni?os que regresan a ofrecer flores, frutas, t¨¦, miel, alfombras, joyas o artesan¨ªa a las parejas de turistas felices que se acomodan, enamorados o no, en otra barca vecina, preparada para el paseo, con dosel policromado, definitivamente rom¨¢ntica. Tras todo se va inevitablemente la vista en este lugar de Cachemira: los campos de nen¨²fares all¨ª, los jardines flotantes repletos de color ac¨¢; las islas en el centro del lago donde los indios se re¨²nen para el pic-nic; la ropa ajada tendida en las barandas; la mirada profunda de sus gentes; el cielo, el lago y las monta?as fundidos en el mismo azul rotundo.
"En el Dal no hay visitante que no se relaje del estr¨¦s del Sur", dice Mans¨², el remero adolescente de ojos de tigre, orgulloso de su shikara, a la que ha bautizado Lucky 7. "?Ven¨ªs de India?", pregunta Mans¨². Y preguntan eso exactamente tambi¨¦n muchos lugare?os (nueve millones de habitantes en todo el Estado, 35 habitantes por kil¨®metro cuadrado), en las tiendas, en los restaurantes, aunque es en India donde nos encontremos. Hasta que caes en la cuenta de que muchos aqu¨ª siempre tiraron m¨¢s hacia Pakist¨¢n, el pa¨ªs vecino. Porque Yamu y Cachemira es de mayor¨ªa musulmana (el 80%, mientras en todo el pa¨ªs se invierte la proporci¨®n: 14% de musulmanes y 80% de hind¨²es). Y porque en la divisi¨®n territorial del Imperio Brit¨¢nico, en 1947, hubieran preferido caer del lado paquistan¨ª o, al menos, tener la oportunidad de expresarse en refer¨¦ndum, cosa que no sucedi¨®. Doce millones de desplazamientos (de hind¨²es y sijs hacia un lado de la l¨ªnea; de musulmanes hacia el otro) se produjeron durante aquel tiempo de cambio fundamental. M¨¢s de un mill¨®n y medio murieron.
Y es ah¨ª donde se ha cocido lenta y largamente un conflicto que ha cubierto de sangre esta tierra paradis¨ªaca, avivado con la discriminaci¨®n y la demostraci¨®n de fuerza constante por parte del Gobierno central, con el guerrear interesado entre ambos pa¨ªses, con el juguete siempre presente de la amenaza nuclear. "Cachemira no es un problema para los Gobiernos de India y Pakist¨¢n, sino la soluci¨®n permanente para todos sus conflictos internos y, adem¨¢s, con un ¨¦xito espectacular. Cachemira es el conejo que se sacan de la chistera siempre que les conviene", apunta una de las escritoras m¨¢s famosas del pa¨ªs, la activista por la paz Arundathi Roy. O como se lee en el informe del Observatorio de Derechos Humanos de la zona de 2004: "El derecho a vivir con dignidad y el derecho a la autodeterminaci¨®n, ambos est¨¢n suprimidos en Yamu y Cachemira". Y eso que hoy la cifra de muertos (casi 80.000, la mayor¨ªa civiles, en tres lustros de violencia militar y terrorismo) ya no aumenta tan deprisa. Tres guerras indo-paquistan¨ªes se han disputado en este territorio. A punto estuvo de celebrarse la cuarta en 2002.
Dicen que hay cachemires terroristas, infiltrados a trav¨¦s de la llamada L¨ªnea de Control (que separa ambos territorios, implantada por la ONU en 1949) pagados por Pakist¨¢n. Dicen que los hay fundamentalistas, separatistas, independentistas? "Pero la gran mayor¨ªa de cachemires s¨®lo quiere la paz", sigue Roy. Algo bastante alejado, parece, del objetivo de los terroristas y tambi¨¦n del de los nacionalistas hind¨²es. Y a veces, hasta del de algunos pol¨ªticos de altura. "Los musulmanes no est¨¢n dispuestos a vivir en paz en ning¨²n lugar", afirm¨® en 2002 en un congreso de su partido, el conservador Bharatiya Janata, el entonces mism¨ªsimo primer ministro de India, A. B. Vajpayee. En India viven 160 millones de musulmanes.
Recientemente, tras las elecciones de 2004, que gan¨® el Partido del Congreso, se profundiz¨® en un proceso de paz que ha tra¨ªdo de nuevo la esperanza a la zona. Permite ya que circulen autobuses entre sus fronteras, que se re¨²nan familias separadas desde hace medio siglo, que hablen entre s¨ª l¨ªderes pol¨ªticos y separatistas. Y que el ciudadano Irshad Wani, due?o de una casa de hu¨¦spedes en Srinagar, en el bulevar cercano al lago Dal, la Wani Guest House, se plantee reabrirla, tras permanecer cerrada los ¨²ltimos a?os. Aquel lugar en el que tantas cosas nos sucedieron durante el viaje?
Cierro los ojos y a¨²n la oigo: "Vete a la otra carpa, mira a ver c¨®mo es mi marido, luego vienes y me lo cuentas".
All¨ª me qued¨¦, con el coraz¨®n impactado, mirando al grupo de musulmanas, felices, parlanchinas, engalanadas de color y oro, universitarias, acomodadas? Era un ruego hecho en un momento crucial. Una joven india se lo pide el d¨ªa en que contrae matrimonio, previamente arreglado por sus padres, a una europea. Y ¨¦sa era yo, casualmente invitada al acontecimiento nupcial. La ¨²nica occidental. La ¨²nica a la que se le permite husmear entre varones y hembras, que celebran por separado, como es tradici¨®n, una ceremonia de enlace doble, pues se casan dos mujeres al mismo tiempo, Jama y Shaheen Ara Wani, las hermanas de Irshad. La fiesta se celebra en la misma Wani Guest House, el negocio y la residencia familiar.
Aquellas del verano de 1989 eran, y nadie lo sab¨ªa, las ¨²ltimas jornadas en que los turistas internacionales ¨ªbamos a pulular tranquilamente por los valles de Pahalgam o Gulmarg, repletos de lagos y bosques, de templos hind¨²es, de fuentes llenas de peces sagrados; a recorrer asombrados, lentamente, la impresionante carretera entre Srinagar y Leh; a deambular por las calles de la capital, a llenar los autobuses, a atascar el aeropuerto y las tiendas para comprar papel mach¨¦ o para encargar trajes de algod¨®n pur¨ªsimo a medida; a alquilar entusiasmados las houseboats. ?stas, construidas en madera, repletas de detalles victorianos, de filigranas, rezuman exotismo en su decoraci¨®n, en las telas, las especias, el oro y la plata de las cuberter¨ªas. Esas barcazas con salones, dormitorios y porches son el lugar ideal para perderse; donde dormir y comer y amar y mirar al agua fundirse con la silueta de las monta?as; donde ser atendido con primor: los empleados vestidos con ropajes lujosos del tiempo del Raj; donde tumbarse en las hamacas y observar el ir y venir de las criaturas del lago. "Si vas con familia, al¨®jate en una houseboat de la orilla; si est¨¢s de viaje de novios, mejor al¨®jate en el interior", dec¨ªan las gu¨ªas. Todo aquello se iba a perder. Varias bombas hab¨ªan estallado esos d¨ªas en el centro de Srinagar, en los alrededores de la mezquita de Bulbul Shah, nos inform¨® Irshad. Habr¨ªa muchas m¨¢s. El ej¨¦rcito indio, omnipresente ya en las monta?as, en la frontera, iba a crecer, y quedarse ya para siempre en cada esquina de las aldeas, los pueblos, las ciudades.
Para alcanzar Srinagar tuvimos que atravesar por tierra ese territorio de transici¨®n que es Yamu, entre las planicies indias y las monta?as del Himalaya, muchas horas en tren primero y luego en autob¨²s infernal desde la capital del pa¨ªs, Delhi. En un diario de viaje lo encuentro escrito: "En Yamu est¨¢ diluviando, tiempo de monz¨®n. Nunca en mi vida he visto un cielo m¨¢s oscuro". Los sadus y los tullidos se protegen como pueden pegados a las paredes de la estaci¨®n. Entre las l¨ªneas de agua se ven cruzar a toda velocidad no los cuerpos, sino la estela de los colores de los vestidos. "A destacar", siguen las notas, "la velocidad incre¨ªble del viaje. Una forma de conducir que te pone los pelos de punta, unos precipicios que te hacen temer seriamente por tu vida y la de todos los pasajeros de este autob¨²s, supercoach. Un pasaje hacia la muerte cierta al precio de 70 rupias (560 pesetas)".
Un recorrido interminable por carreteras que se autodestruyen al cruzarlas, que se desmoronan sobre s¨ª mismas (bastante com¨²n por el Himalaya), castigadas por las condiciones climatol¨®gicas, por la mala calidad de los materiales, por el intenso tr¨¢fico. Los da?os son permanentemente arreglados por las manos de hombres y mujeres, que se mueven silenciosos, en masa. Una imagen coral com¨²n en India: ellos, semidesnudos, negr¨ªsimos, pegados a m¨¢quinas que escupen asfalto a¨²n m¨¢s oscuro; ellas, con saris brillantes, que arreglan aqu¨ª y all¨¢ los desperfectos, se organizan en cadenas, una le pasa el pesado canasto cargado de piedra a la otra y ¨¦sta a la tercera, para soportar as¨ª el mismo (o mayor) trabajo f¨ªsico que los varones.
Por las cunetas de esta v¨ªa, las autoridades de tr¨¢fico han montado una exposici¨®n continua de mojones con inscripciones, avisos que quiz¨¢ sirvan para remover la conciencia del conductor: "Piensa en tu familia", "Tus hijos te lo agradecer¨¢n", "Cualquier vida merece ser vivida"? Lo que sea que haga reflexionar a los fitipaldis sobre ese vicio tan extendido por encontrarse pronto en la fase de reencarnaci¨®n (tal como recoge la religi¨®n hind¨²).
Otra imagen com¨²n: viajeros que podr¨ªan presumir de ser escaladores expertos, que suben y bajan en marcha del autob¨²s, se acomodan en el techo y el cobrador les expende el billete en las alturas y se queda as¨ª con el importe, un plus del sueldo; pasajeros hacinados compartiendo espacio con animales, fardos, comida, en un veh¨ªculo generalmente en los estertores de su existencia, al que se le pide demasiado, que no tira, que se duele, que abandona a mitad del camino, se para y punto. Y todos abajo. El tiempo y la vida en India no tienen mayor importancia.
Experiencias nuevas de un primer contacto con el subcontinente. Lo recordamos riendo mientras la Lucky 7 se desliza por el lago, antes de partir hacia el Ladakh, el T¨ªbet indio; antes de la boda doble en la casa de Irshad. En el centro del Dal reina un silencio envolvente, rotundo, roto s¨®lo por la charla de Mans¨². Que casi no sabe escribir, dice. Que lleva desde ni?o con la barca, que no le va mal, que nos invita a su casa, en las ci¨¦nagas, all¨ª donde no llega nadie que no sepa llegar. La otra cara del lago. Y nos ense?a su caba?a pobr¨ªsima, pero con huerta y flores, donde espera su madre, apenas cuarenta a?os que parecen setenta, quien nos invita a chapati y t¨¦ y observa con detenimiento unas postales que le regalamos. Nunca antes hab¨ªa visto tal cosa. Nunca baja a la ciudad. Pocas veces ha visto turistas. Y desde entonces tendr¨ªa menos posibilidades de verlos. Sin visitantes no hay dinero. Malos tiempos para el negocio de Mans¨².
De los 600.000 hind¨²es (que suelen ser viajeros empedernidos) y 150.000 visitantes extranjeros que llegaban anualmente a la zona en aquellos d¨ªas, a apenas unos pocos miles que se acercan hoy, seg¨²n el organismo oficial de turismo de Yamu y Cachemira. "Ahora s¨®lo llegan indios", dice Irshad, desde Francia, donde reside desde que cerr¨® su hotel. "El turista extranjero es importante, rentable", se?ala. Apenas llegan extranjeros que no sean periodistas para cubrir siempre la mala noticia. Dice Irshad: "Voy a llamar a mi familia para preguntar c¨®mo est¨¢ todo en Srinagar". Luego informa: "Esta semana tambi¨¦n ha habido bombas, pero va mejor". Si India ha progresado en los ¨²ltimos lustros, Cachemira sigue ah¨ª inmutable al desarrollo, a la espera, anclada en su dram¨¢tica situaci¨®n como lo est¨¢n los barcos del Dal.
En la casa de los Wani se hace limpieza, se pintan las habitaciones de colores, se colocan cortinas y valiosas alfombras en el suelo, una preciosa carpa en el jard¨ªn? Los cocineros comienzan a preparar las salsas, machacan ajos, cebolla y especias con grandes morteros. Preparan la comida, arroz y cordero que se come con las manos, para los ya reunidos. Las mujeres y los hombres se mezclan poco en sus actividades, ellas nunca salen al jard¨ªn, nunca charlan con ellos de pol¨ªtica. Los musulmanes de India han asumido como propios muchos ritos hind¨²es. "Es la familia del hombre la que busca esposa, repasan las candidatas hasta que encuentran alguna de inter¨¦s y contactan con sus parientes. Luego intercambian regalos, fotos, quiz¨¢ se ven alguna vez? Ella paga dote. S¨®lo las familias ortodoxas obligan a aceptar a la chica contra su voluntad", explica Anis Ramzam, prima de los Wani.
Anis va escribiendo en mi cuaderno los nombres de algunos pasos y detalles del evento: mehendiraat, acicalar con henna y aceites a la novia; nikkah, la ceremonia de matrimonio propiamente dicha; rouf, bailes tradicionales; wanwun, canciones que entonan una y otra vez las mujeres; barat, el novio llega a la casa de la esposa? Luego, la reci¨¦n casada se marchar¨¢ para siempre de su casa natal para residir en la de la familia del marido.
Pero antes de todo eso, ascenso al La- dakh. Porque Srinagar es, era, el mejor camino para acercarse hasta Leh, la capital de la regi¨®n, cuatrocientos kil¨®metros m¨¢s all¨¢, casi se dir¨ªa que en altura. Un viaje al techo del mundo en taxi, autob¨²s, en burro, a pie; atravesando collados espeluznantes, como el Zoji-l¨¢, a 3.529 metros; deteni¨¦ndose en mercados, como el de Sonamarg, punto de encuentro de tibetanos, lamas, turistas que empiezan o terminan su trekking; donde se alquilan caballos, donde se vende le?a, arroz o almizcle; esperando a que el ej¨¦rcito d¨¦ paso al taxi, pues en la pista s¨®lo cabe un veh¨ªculo.
Las dimensiones de los valles, de las laderas de las monta?as, crecen con la altura y la cercan¨ªa hasta llegar a Kargil, ciudad dura, de comercio y tensiones, pegadita a la l¨ªnea de tregua paquistan¨ª. "Lamayuru es un pueblo totalmente tibetano a 4.000 metros de altura. Tiene un monasterio con decoraci¨®n en las paredes de monstruos, budas y ruedas de la vida, donde guardan muchos libros sagrados", se lee en mi cuaderno. "Hay que entrar descalzos en el templo, un fuerte olor a aceite lo inunda todo, las letrinas exteriores son apenas un muro en medio de la nada que oculta un agujero en la tierra, y los ni?os llevan como sistema antip¨ªs otro agujero en los pantalones a la altura del culo". Todos aqu¨ª r¨ªen. Mayores y chicos. Budistas felices. De su religi¨®n abundan los s¨ªmbolos: ruedas de oraci¨®n, banderas que rezan y rezan con el batir intenso del viento, hermosos monasterios medievales? Asciendes y asciendes: "La subida al Konki-l¨¢, a 4.905 metros, es tremenda. Llegamos todos medio asfixiados, por el esfuerzo y por las vistas".
Un se?or mayor (imposible saber su edad) nos alquila sus burros para el equipaje y nos sirve de gu¨ªa una parte del trecho. "Ladaki doctor" lo llaman all¨¢ donde encontramos seres humanos. Dice una y otra vez "vuelvo enseguida" y desaparece horas. Se detiene en viviendas que ni siquiera intuimos y receta aqu¨ª y all¨¢ hierbas que guarda en bolsitas, ajeno a nuestra prisa (no sabe lo que es eso) y nuestras necesidades (seguimos siendo occidentales rollizos). Pero necesitamos y buscamos ya prote¨ªnas y agua porque hemos calculado mal las cantidades. Vemos pastar a los peque?os corderos, pedimos de comer, los se?alamos, y ellos, budistas, mayores y chicos, r¨ªen y r¨ªen, giran una y otra vez los rodillos de oraci¨®n y s¨®lo nos ofrecen t¨¦ y huevos. Hasta que alguien explica que all¨ª arriba todos son vegetarianos. "Los animales no se comen", se re¨ªan. Y los sobres de la marca Tang, esos polvos para mezclar con agua y simular zumo de naranja, acabaron siendo el ¨²nico m¨¦todo (psicol¨®gico m¨¢s bien) de apagar la sed, mientras sud¨¢bamos para cruzar el valle del Indo, marr¨®n, terroso, tal cual est¨¢ descrito en los libros sagrados, y alcanzamos Spitok y luego Leh. All¨ª tambi¨¦n hab¨ªa disturbios. Toque de queda por la noche. Hab¨ªa que regresar a Srinagar. A punto para la boda.
Jama Wani estaba tranquila, pero Shaheen, la menor de las hermanas, vomitaba por los nervios desde hac¨ªa d¨ªas. Cargada de oro, llor¨® amargamente el d¨ªa de su boda. Se terminaba su infancia. Ella fue la que me pidi¨® que fuera a espiar las caracter¨ªsticas de aquel al que hab¨ªa quedado ligada. "Mis padres saben mejor que yo qui¨¦n me conviene", dec¨ªa. Respir¨¦, fui a la carpa de los hombres y hable con uno y con el otro. Ambos ingenieros. "Es perfecto", le coment¨¦. ?Qu¨¦ otra cosa pod¨ªa decir? Respir¨® aliviada. Hoy, dice Irshad, sigue casada, reside fuera y espera, como tantos otros, que Cachemira recupere la paz.
www.kashmir-houseboat-booking.com. M¨¢s informaci¨®n sobre los destinos publicados en esta serie en los libros de hoteles de la editorial Taschen.
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