El gran di¨¢logo del Quijote
A cuatrocientos a?os de su publicaci¨®n el Quijote sigue asombr¨¢ndonos con sus riquezas y complejidades sin que alcancemos a desentra?ar todav¨ªa su significado profundo. Tres veces lo he le¨ªdo, en tres ¨¦pocas muy distintas de mi vida, y las tres con la misma mezcla de asombro y devoci¨®n y ri¨¦ndome a las carcajadas como si alguien me hubiera soltado la cuerda de la risa. Como la primera vez que lo le¨ª era un ni?o y la ¨²ltima fue hace poco, o sea de viejo, esas carcajadas me dicen que sigo siendo el mismo, tan igual a m¨ª mismo como es igual a s¨ª misma una piedra, y que por lo menos en este mundo cambiante y de traidores que me toc¨® vivir jam¨¢s me he traicionado, y as¨ª me voy a morir en la impenitencia final, y no como don Quijote renegando de su esencia y abominando de los libros de caballer¨ªa. Yo no: me morir¨¦ maldiciendo al Papa, a Cristo, a Mois¨¦s, a Mahoma, a la Iglesia cat¨®lica, a la protestante, a la religi¨®n musulmana, y bendiciendo a Nuestro Se?or Satan¨¢s el Diablo, con quien mantengo un di¨¢logo cordial permanente. Los alemanes nunca me entender¨¢n porque no son espa?oles como yo, que aunque ando con pasaporte colombiano por los aeropuertos de este mundo en esencia soy espa?ol pues pienso en espa?ol, sue?o en espa?ol, hablo en espa?ol, blasfemo en espa?ol y me voy a morir en espa?ol, en la impenitencia final concebida en palabras espa?olas, tras de lo cual caer¨¦ en picada rumbo a los profundos infiernos como la piedra que les digo a continuar all¨¢ en espa?ol el di¨¢logo que les digo con el que les digo.
?C¨®mo va a ser una novela de tercera persona una que empieza con "no quiero"! En el Quijote nada es lo que parece
Don Quijote es el personaje m¨¢s contundente de la literatura universal, ?y saben por qu¨¦? Porque es el que habla m¨¢s
El que no se niegue a s¨ª mismo en el Quijote no existe. Negarse all¨ª es el precio de existir
Cervantes introdujo en el Quijote un nuevo gran principio literario, el principio terrorista del libro que no se toma en serio y cuyo autor nos dice que todo es un invento
Su frase m¨¢s hermosa es: "Dulcinea del Toboso es la m¨¢s hermosa mujer del mundo y yo el m¨¢s desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y qu¨ªtame la vida, pues me has quitado la honra"
Mientras tanto, y entrando en materia, ?qu¨¦ era lo que le pasaba a don Quijote? Hombre, que se le bot¨® la canica, como a Hitler, como a Castro, como a Wojtyla, y le empezaron a soplar vientos alucinados de grandeza en los aposentos de la cabeza. Y sin embargo don Quijote no fue un ser de carne y hueso: es una ficci¨®n literaria de un gentilhombre espa?ol que lo llevaba adentro y que ya al final de su desventurada vida de desastres lo logr¨® pasar al papel apres¨¢ndolo en palabras castellanas, un escritor del Siglo de Oro muy descuidado que no pon¨ªa comas, ni puntos y comas, ni dos puntos, ni tildes, ni nada, y que los ocho puntos que puso en su vida los puso mal, donde sobraban o en lugar de comas, pero que ten¨ªa el alma grande: Miguel de Cervantes Saavedra, quien en una p¨¢gina pon¨ªa mismo y en otra mesmo, en una dozientas y en otra duzientas, y no le importaba. Andr¨¦s le dijo a don Quijote que el labrador le deb¨ªa "nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y hall¨® que montaban setenta y tres reales, y d¨ªjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quer¨ªa morir por ello". Nueve multiplicado por siete da sesenta y tres y no setenta y tres. ?Qui¨¦n hizo mal la cuenta? ?Don Quijote? ?O Cervantes? ?O fue una errata? Sabr¨¢ el Diablo, mi compadre.
Esos embrollos de Cervantes y esas cuentas de don Quijote me recuerdan la m¨¢quina de escribir de mi abuelo, en la que escrib¨ªa sus memoriales, los interminables memoriales de un pleito que arrastr¨® treinta a?os del juzgado al tribunal y del tribunal a la corte, hasta que se lo fall¨®, por fin, la muerte, pero no en la Corte Suprema de Justicia de Colombia, que est¨¢ tan en bancarrota como el resto del pa¨ªs, sino en la celestial. Le fallaron en contra. Y pese a lo bueno que fue lo mandaron a los infiernos porque vivi¨® esclavo del terrible pecado de la terquedad. De ni?o, en un ataque de ira, atraves¨® una pared de bahareque a cabezazos. Era una terquedad ciega y sorda, que no o¨ªa razones, y su m¨¢quina una R¨¦mington vieja y destartalada, de teclas desajustadas y con las letras sucias, que jam¨¢s limpi¨®. "Abuelito", le dec¨ªa yo, "?por qu¨¦ no limpi¨¢s esas letras, que la a parece e y la o parece ene?". "No", dec¨ªa, "as¨ª enredan m¨¢s". ?C¨®mo quieren que ande yo de la cabeza! Y pensar que el nieto de ese se?or es el que esta noche, en el Instituto Cervantes de Berl¨ªn nada menos, les va a explicar el Quijote. Hombre, eso, como dir¨ªa don Quijote, es "pensar en lo excusado". En fin, a la mano de Dios.
"En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...". As¨ª empieza nuestro libro sagrado, con el "no quiero" m¨¢s famoso que haya dicho un espa?ol en los mil a?os bien contados que lleva de existencia Espa?a. Y vaya, que es decir, pues para empecinados los espa?oles, que le hubieran podido dar lecciones a mi abuelo. ?Y por qu¨¦ no quiere acordarse Cervantes del nombre del lugar de La Mancha? Porque no se le da la gana. No quiere y punto. Espa?a no necesita razones. ?Ah, c¨®mo me gusta ese "no quiero", c¨®mo lo quiero! En ¨¦l me reconozco y reconforto, yo que s¨®lo he hecho lo que he querido y nunca lo que no he querido. Entro a un bar de Madrid y entre tanto se?or que grita y fuma pido a gritos con voz firme, sacando fuerzas de flaqueza: "?Un whisky, camarero!". "T¨®mese mejor una ca?a fr¨ªa que est¨¢ haciendo mucho calor", me recomienda el necio. "No quiero ninguna ca?a, ni fr¨ªa ni caliente, quiero un whisky, y si no me lo sirve ya, me lo voy a tomar a otro bar, a Andaluc¨ªa". "V¨¢yase mejor a ?vila de la santa que es m¨¢s fresca", me contesta el maldito. Entonces, para darle una lecci¨®n al maldito, tomo un tren de la Renfe y me voy a Andaluc¨ªa a tomarme un whisky en el primer bar que encuentro. As¨ª somos: queremos cuando queremos, y cuando no queremos no queremos. Espa?a es una terquedad empecinada. Por eso descubri¨® a Am¨¦rica y la coloniz¨® y la evangeliz¨® y la soliviant¨® y la independiz¨® y nos la volvi¨® una colcha cat¨®lica de retazos de paisitos leguleyos. La haza?a le cost¨® su ca¨ªda de la que apenas ahora, cuatrocientos a?os despu¨¦s, se est¨¢ levantando, aunque a costa de s¨ª misma. Hoy Espa?a no es m¨¢s que una mansa oveja en el reba?o de la Uni¨®n Europea. ?Pobre! La compadezco. Lo peor que le puede pasar al que es es dejar de ser.
Pero volvamos al "no quiero" a
ver si por la punta del hilo desenredamos el ovillo y le descubrimos al Quijote la clave del milagro, su secreto. Parodia de lo que se le atraviese, el Quijote se burla de todo y cuanto toca lo vuelve motivo de irrisi¨®n: las novelas de caballer¨ªas y las pastoriles, el lenguaje jur¨ªdico y el eclesi¨¢stico, la Santa Hermandad y el Santo Oficio, los escritores italianos y los grecolatinos, la mitolog¨ªa y la historia, los bachilleres y los m¨¦dicos, los versos y la prosa... Y para terminar pero en primer lugar y ante todo, se burla de s¨ª mismo y del g¨¦nero de la novela de tercera persona a la que aparentemente pertenece y del narrador omnisciente, ese pobre hijo de vecino inflado a m¨¢s, como Dostoievski, que pretende que lo sabe todo y lo ve todo y nos repite di¨¢logos enteros como si los hubiera grabado con grabadora y nos cuenta, con palabras claras, cuanto pasa por la confusa cabeza de Raskolnikof como si estuviera metido en ella o dispusiera de un lector de pensamientos, o como si fuera ubicuo y omnisciente como Dios. Y no. No existe el lector de pensamientos, ni Dios tampoco. El Diablo s¨ª, mi compadre, a quien he olido, tocado y visto: olido con estas narices, tocado con estos dedos y visto con estos ojos. ?Al diablo con Dostoievski, Balzac, Flaubert, E?a de Queir¨®s, Julio Verne, Cronin, Zola, Blasco Ib¨¢?ez y todos, todos, todos los narradores omniscientes de todas las da?inas novelas de tercera persona que tanto mal les han hecho a los zafios llen¨¢ndoles de humo los aposentos vac¨ªos de sus cabezas! ?Novelitas de tercera persona a m¨ª, narradorcitos omniscientes! ?Majaderos, mentecatos, necios!
?Y el Quijote qu¨¦? ?No es pues tambi¨¦n una novela de tercera persona de narrador omnisciente? ?Pero por Dios! ?C¨®mo va a ser una novela de tercera persona una que empieza con "no quiero"! Lo que es es una maravilla. En el Quijote nada es lo que parece: una venta es un castillo, un reba?o es un ej¨¦rcito, unas odres de vino son unas cabezas de gigante, unas mozas del partido o rameras (que con perd¨®n as¨ª se llaman) son unas princesas, y una novela de tercera persona es de primera. ?Que si qu¨¦! Treinta veces cuando menos en el curso de su libro, en una forma u otra, Cervantes nos va refrendando el "no quiero" del comienzo para que no nos llamemos a enga?o y no lo vayamos a confundir con los novelistas del com¨²n que vinieran luego, a ¨¦l que es ¨²nico, y nos vayamos con la finta (como dicen en M¨¦xico) de que lo que ¨¦l cuenta fue verdad y ocurri¨® en la realidad y existi¨® de veras el hidalgo de La Mancha. Y as¨ª, en el segundo cap¨ªtulo, vuelve al asunto del yo: "Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto L¨¢pice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de La Mancha es que ¨¦l anduvo todo aquel d¨ªa, y al anochecer su roc¨ªn y ¨¦l se hallaron cansados y muertos de hambre", etc¨¦tera. ?No es esto una obvia tomadura de pelo? ?Si don Quijote va solo, c¨®mo pudieron saber los que escribieron los anales de La Mancha qu¨¦ le pas¨® aquel d¨ªa? Ya en la p¨¢gina anterior nos hab¨ªa dicho: "Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo y diciendo: -?Qui¨¦n duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de ma?ana, de esta manera?", etc¨¦tera. Pues el sabio es ¨¦l, Cervantes, que es quien est¨¢ inventando esos hechos y esos pensamientos, y puesto que el personaje es nuestro, ya que acaba de decir "nuestro flamante caballero", nosotros tambi¨¦n los estamos inventando con ¨¦l. Jam¨¢s Dostoievski, Balzac, Flaubert y dem¨¢s embaucadores de tercera persona tendr¨ªan la generosidad y la amplitud de alma para hacernos coautores de sus libros porque ellos se creen Dios Padre y que est¨¢n metidos hasta en el coraz¨®n del ¨¢tomo. Cervantes no, Cervantes no se cree nadie y est¨¢ jugando.
El yo que est¨¢ impl¨ªcito en el
"no quiero" del primer cap¨ªtulo y expl¨ªcito en el "lo que yo he podido averiguar" del segundo, reaparece en el noveno: "Estando yo un d¨ªa en el Alcan¨¢ de Toledo, lleg¨® un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles", etc¨¦tera. Y al muchacho que dice le compra los cartapacios, que resultan ser la Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador ar¨¢bigo. En adelante Cervantes seguir¨¢ alternando entre el yo impl¨ªcito o expl¨ªcito que ya conocemos y el Cide Hamete Benengeli que ha inventado para recordarnos que ¨¦l y el historiador ar¨¢bigo y don Quijote y todo lo que llena su libro son mera ilusi¨®n. ?Y qu¨¦ es la realidad, pregunto yo, sino mera ilusi¨®n? ?O me van a decir que ¨¦ste es el Instituto Cervantes de Berl¨ªn y que est¨¢ de noche? A ese paso tambi¨¦n existir¨ªa yo, cosa que no me har¨ªa ninguna gracia. Las ventas no son ventas y las rameras no son rameras. Las ventas son castillos y las rameras son princesas, y todo es humo que llena los aposentos vac¨ªos de la cabeza.
?Y si el Quijote no es una novela de tercera persona, qu¨¦ es entonces, c¨®mo lo podemos describir aunque sea por fuera? Es un di¨¢logo. Un gran di¨¢logo entre don Quijote y Sancho con la intervenci¨®n ocasional de muchos otros interlocutores, y con Cervantes detr¨¢s de ellos de amanuense o escribano, anotando y explicando. Hojeen el libro y ver¨¢n. Ah¨ª todo el tiempo est¨¢n hablando, conversando, en pl¨¢ticas. Y de repente, "estando en estas pl¨¢ticas", aparece gente por el camino y don Quijote les cierra el paso: "Deteneos, caballeros, o quienquiera que se¨¢is, y dadme cuenta de qui¨¦n sois, de d¨®nde ven¨ªs, ad¨®nde vais, qu¨¦ es lo que en aquellas andas llev¨¢is". Eso, o cosa parecida, dice siempre, y siempre le contestan que llevan prisa y que no se pueden detener a contestarle tanta pregunta. "Sed m¨¢s bien criado", replica entonces don Quijote, "y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla". ?Y se le suelta el resorte de la ira! Las escenas de acci¨®n del Quijote (don Quijote acometiendo los molinos de viento o las odres de vino o el reba?o de ovejas o liberando a los galeotes), que son las que ilustr¨® Dor¨¦, ocupan una veintena de p¨¢ginas, y el libro tiene mil. De esas mil, otras doscientas las ocupan las novelas incorporadas, ?y qu¨¦ es el resto? Son conversaciones, pl¨¢ticas. Y he aqu¨ª la raz¨®n de ser de Sancho Panza y la explicaci¨®n de la primera de las tres salidas de don Quijote, que fue una salida en falso. Don Quijote sale solo y una veintena de p¨¢ginas despu¨¦s Cervantes lo hace regresar. ?A qu¨¦? ?Por dinero, unas camisas limpias y un escudero que se le olvidaron, seg¨²n dice? No, lo que se le olvid¨® fue algo m¨¢s que el dinero, las camisas y el escudero, se le olvid¨® el interlocutor, y sin interlocutor no hay Quijote. Eso lo sinti¨® muy bien Cervantes cuando escrib¨ªa las primeras p¨¢ginas, que el libro que ten¨ªa en el alma era un di¨¢logo y no una simple serie de episodios como los del Lazarillo o del Guzm¨¢n de Alfarache, quienes van solos de aventura en aventura, sin interlocutor. ?sta es la diferencia fundamental entre el Quijote y las novelas picarescas. Un escritor de hoy (de los que creen que escriben para la eternidad) borra esas primeras veinte p¨¢ginas y empieza el libro de nuevo haciendo salir a don Quijote acompa?ado por Sancho desde el comienzo. Pero un escritor del Siglo de Oro no, y menos Cervantes a quien le daba lo mismo mismo y mesmo.
?Que iba a borrar nada! ?Si ni
siquiera rele¨ªa lo que hab¨ªa escrito! Y cuando acabada de salir la primera edici¨®n del Quijote sus malquerientes le hicieron ver las inconsecuencias del robo del rucio de Sancho, que aparece y desaparece sin que se sepa por qu¨¦, y se vio obligado a escribir, para la primera reimpresi¨®n, un pasaje que aclarara el asunto y enmendara el defecto, lo puso mal, en el sitio en que no era, y el remedio result¨® peor que la enfermedad. ?Pero cu¨¢l defecto! Estoy hablando con muy desconcertadas razones. El Quijote no tiene defectos: los defectos en ¨¦l se vuelven cualidades. ?C¨®mo va a ser un defecto, por ejemplo, la prosa desma?ada de Cervantes, la del escribano que va detr¨¢s de don Quijote y Sancho anotando lo que dicen y explicando lo que les pasa? Todo lo que dice don Quijote es maravilloso, todos sus parlamentos y r¨¦plicas, largas o cortas, y sus insultos, sus consejos, sus arengas, todo, todo. Si la prosa de Cervantes tambi¨¦n lo fuera, las palabras de don Quijote ser¨ªan opacadas por ella o cuando menos contrarrestadas. No es concebible el Quijote narrado en la prosa de Azor¨ªn o de Mujica L¨¢inez. Azor¨ªn y Mujica L¨¢inez son grandes prosistas, pero no grandes escritores. El gran escritor es Cervantes. Inmenso. Y su instinto literario, certero como pocos, le indicaba que la ¨²nica forma posible de intervenir ¨¦l era en una prosa deslucida y torpe, la cual, dicho sea de paso, no le costaba gran trabajo pues no s¨®lo era mal poeta sino mal prosista. Y descuidado y desidioso e ingenuo. ?No se les hace una ingenuidad que a cada momento nos est¨¦ repitiendo que don Quijote est¨¢ loco y cacare¨¢ndonos, en una forma u otra, su locura? Un ejemplo: "Esos pensamientos le hicieron titubear en su prop¨®sito; mas, pudiendo m¨¢s su locura que otra raz¨®n alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase". Otro ejemplo: "Con ¨¦stos iba ensartando otros disparates". Otro m¨¢s: "El ventero, que, como est¨¢ dicho, era un poco socarr¨®n y ya ten¨ªa algunos barruntos de la falta de juicio de su hu¨¦sped". Otro: "y tr¨²jole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqu¨¦s de Mantua". Me niego a aceptar que Cervantes trate a don Quijote de loco. El loco es ¨¦l, que se hizo dar un arcabuzazo en la mano izquierda en la batalla de Lepanto y le qued¨® anquilosada. A m¨ª a don Quijote no me lo toca nadie. Ni Cervantes.
Don Quijote es el personaje m¨¢s contundente de la literatura universal, ?y saben por qu¨¦? Porque es el que habla m¨¢s. Y el que habla m¨¢s es el que tiene m¨¢s peso. Para eso le puso Cervantes a su lado a Sancho, para que pudiera hablar y Sancho a su vez le devolviera sus palabras cambiadas, como las cambia el eco. A m¨ª que no me vengan con Hamlet, ni con Raskolnikof, ni con Madame Bovary, ni con el p¨¨re Goriot. Esos son alebrijes de papel mach¨¦ de los que hacen en M¨¦xico. O espantajos de paja o alfe?iques de az¨²car. Al lado de don Quijote, Hamlet y compa?¨ªa no llegan ni a la sombra de una sombra. Cierro los ojos y veo a don Quijote con su lanza, su adarga y su baciyelmo. Los vuelvo a cerrar para ver a Hamlet y no lo veo. ?C¨®mo ser¨¢ el pr¨ªncipe de Dinamarca? No s¨¦. Presto entonces atenci¨®n y oigo a don Quijote: "Pues voto a tal, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llam¨¦is, que hab¨¦is de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas". Y oigan esta otra maravilla: "Eso me semeja", respondi¨® el cabrero, "a lo que se lee en los libros de caballeros andantes, que hac¨ªan todo eso que de este hombre vuestra merced dice, puesto que para m¨ª tengo o que vuestra merced se burla o que este gentilhombre debe de tener vac¨ªos los aposentos de la cabeza". Entonces el gentilhombre, que es nadie m¨¢s y nadie menos que don Quijote, le contesta: "Sois un grand¨ªsimo bellaco, y vos sois el vac¨ªo y el menguado, que yo estoy m¨¢s lleno que jam¨¢s lo estuvo la muy hideputa puta que os pari¨®". ?Eso es hablar, eso es existir, eso es ser! ?Ay, "to be or not to be, that is the question"! ?Qu¨¦ frasecita m¨¢s mariconcita! ?Hamlecitos a m¨ª? ?A m¨ª Hamlecitos, y a tales horas? "?Voto a tal, don bellaco, que si no abr¨ªs luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro!". Ese "luego luego" que dijo don Quijote apremiando al carretero para que le abriera las jaulas de los leones me llega muy al coraz¨®n porque aunque ya muri¨® en Colombia todav¨ªa lo sigo oyendo en M¨¦xico. Lo que s¨ª no he logrado ver, en cambio, en M¨¦xico, es leones. Vivos, quiero decir, para que me los suelten.
Ten¨ªa mi abuelo, el de la m¨¢qui-
na de las aes y las ees, un amigo de su edad, don Alfonso Mej¨ªa, hombre caritativo y bondadoso que se la pasaba citando historias edificantes y vidas de santos y rezando novenas. Mayor pulcritud de lenguaje y alma, imposible. Solter¨®n, se hab¨ªa hecho cargo de tres sobrinas quedadas, y viv¨ªan enfrente de la finca Santa Anita de mi abuelo, en otra finca, cruzando la carretera. Pues he aqu¨ª que un d¨ªa, como a don Quijote, se le bot¨® la canica. Y el pulcro, el ejemplar, el bien hablado de don Alfonso Mej¨ªa el bueno, el de alma limpia, mand¨® a Dios al diablo y estall¨® en maldiciones. Una vez lo o¨ª grit¨¢ndole desde el corredor de su casa a una mujercita humilde embarazada que ven¨ªa con otra por la carretera: "?A d¨®nde vas, puta, con esa barriga, qui¨¦n te pre?¨®? Dec¨ª a ver, dec¨ª a ver, ?qu¨¦ llev¨¢s ah¨ª adentro? ?El hijo patizambo de Satan¨¢s? ?Ramera!". Lo que siempre he dicho, ¨¦ste es el mejor idioma para esta raza que nunca ha estado muy bien de la cabeza.
Me dicen que el alem¨¢n tiene pocos insultos. ?Pobres! ?Y c¨®mo le hacen? ?Se matan, o qu¨¦? ?Y las traducciones del Quijote al alem¨¢n? ?No pierde mucho vertido a esta lengua atildada y filos¨®fica nuestro hideputa? O planteado de otra manera: ?se puede desquiciar en alem¨¢n el alma humana? La tercera traducci¨®n del Quijote fue al alem¨¢n, hecha pocos a?os despu¨¦s de que apareciera el original espa?ol. La primera traducci¨®n hab¨ªa sido al ingl¨¦s, la de Thomas Shelton, de 1612; y la segunda al franc¨¦s, de 1614 y de Oudin. Oudin el grande, el gram¨¢tico, a quien admiro y cuya muerte envidio. "Je m'en vais ou je m'en va pour le bien ou pour le mal" se pregunt¨® en su lecho de muerte, y sin alcanzar a resolver este tremendo problema de gram¨¢tica muri¨®. ?Qu¨¦ muerte m¨¢s hermosa! As¨ª me quiero morir yo, tratando de apresar este idioma rebelde hecho de palabras de viento, y llorando en mi interior por ¨¦l, por lo que no tiene remedio, por el adefesio en que me lo ha convertido el presidente Fox de M¨¦xico. ?Pobre lengua espa?ola! ?Haber subido tan alto y haber ca¨ªdo tan bajo y servir hoy para rebuznar! En homenaje a C¨¦sar Oudin, primer traductor del Quijote al franc¨¦s y gram¨¢tico insigne, y en recuerdo de la Hispanica lingua que un d¨ªa fue y ya no es, in memoriam, guardemos un minuto de silencio.
Antes de Cervantes la novela pretendi¨® siempre que sus ficciones eran verdad y le exigi¨® al lector que las creyera por un acto de fe. ?se fue su gran precepto, la afirmaci¨®n de su veracidad, as¨ª como la tragedia tuvo el suyo, el de la triple unidad de tiempo, espacio y tema. Vino Cervantes e introdujo en el Quijote un nuevo gran principio literario, el principio terrorista del libro que no se toma en serio y cuyo autor honestamente nos dice que lo que nos est¨¢ contando es invento y no verdad. Lo cual es como negar a Dios en el Vaticano. Por algo pas¨® Cervantes cinco a?os cautivo en Argel. De all¨ª volvi¨® graduado de terrorista summa cum laude. Y as¨ª el cristiano ba?ado en musulm¨¢n, en el Quijote se da a torpedear los cimientos mismos del edificio de la novela, su pretensi¨®n de veracidad. Cuatrocientos a?os despu¨¦s, el polvader¨®n que levant¨® todav¨ªa no se asienta. ?Cu¨¢les torres gemelas! ?sas son nubes de anta?o disipadas hoga?o.
Total, la novela no es historia. La novela es invento, falsedad. La historia tambi¨¦n, pero con bibliograf¨ªa. En cuanto a don Quijote, creyente fervoroso en la letra impresa y para quien Amad¨ªs de Gaula ha sido tan real como Ruy D¨ªaz de Vivar, las confunde ambas. A ¨¦l no le cabe en la cabeza que un libro pueda mentir. A m¨ª s¨ª. Para m¨ª todos los libros son mentira: las biograf¨ªas, las autobiograf¨ªas, las novelas, las memorias, Suetonio, T¨¢cito, Michelet, Dostoievski, Flaubert
... ?Ay, dizque "Madame Bovary c'est moi"! ?C¨®mo va a ser Flaubert Madame Bovary si ¨¦l es un hombre y ella una mujer? Michelet miente y Flaubert doblemente miente. Una de nuestras grandes ficciones es llamar a nuestra especie Homo sapiens. No. Se debe llamar Homo alalus mendax, hombre que habla mentiroso. La palabra se invent¨® para mentir, en ella no cabe la verdad. El hombre es un mentiroso nato y la realidad no se puede apresar con palabras, as¨ª como un r¨ªo no se puede agarrar con las manos. El r¨ªo fluye y se va, y nosotros con ¨¦l.
Libro sobre otros libros, el Qui-
jote no es posible sin la existencia previa de las novelas de caballer¨ªa. Es literatura sobre la literatura, invento sobre otros inventos, mentira sobre otras mentiras, ficci¨®n sobre otras ficciones. Don Quijote sale al camino a imitar a los h¨¦roes de los libros de caballer¨ªa que tan bien conoce, so?ando con que un sabio como los que aparecen en ellos alg¨²n d¨ªa escriba uno sobre ¨¦l narrando sus haza?as. Pues bien, Cervantes el amanuense es el sabio que lo va escribiendo. S¨®lo que a medida que lo va escribiendo y que va inventando a don Quijote lo va negando, como Pedro a Cristo. Entre l¨ªneas Cervantes nos repite todo el tiempo: miren lo que dice y hace este loco que me invent¨¦, ?no se les hace muy gracioso? Pero no vayan a creer que es verdad. Nada de eso. Yo de desocupado estoy inventando, y ustedes de desocupados me est¨¢n leyendo. Y as¨ª no s¨®lo no me quiero acordar del lugar de La Mancha de donde era mi hidalgo, sino que ni siquiera le pongo un nombre cierto: "Quieren decir que ten¨ªa el sobrenombre de Quijada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas veris¨ªmiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narraci¨®n de ¨¦l no se salga un punto de la verdad". Esto dice en la primera p¨¢gina de la Primera Parte. Diez a?os m¨¢s tarde y mil p¨¢ginas despu¨¦s, al final de la Segunda Parte, que es de 1615, y a un paso de acabarse definitivamente el libro y de morir don Quijote y un poco despu¨¦s su autor, Cervantes le hace decir a su h¨¦roe moribundo: "Dadme albricias, buenos se?ores, de que ya yo no soy don Quijote de La Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno". Ah, s¨ª, pero al labrador que lo recogi¨® todo maltrecho al final de la primera salida, en las primeras p¨¢ginas de la Primera Parte, le hizo decir: "Mire vuestra merced, se?or, pecador de m¨ª, que yo no soy don Rodrigo de Narv¨¢ez, ni el Marqu¨¦s de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarr¨¢ez, sino el honrado hidalgo del se?or Quijana". En qu¨¦ quedamos: ?Quijano o Quijada o Quijana o Quesada? "Yo s¨¦ qui¨¦n soy", le responde don Quijote a su vecino Pedro Alonso, "y s¨¦ que puedo ser, no s¨®lo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia y aun todos los nueve de la Fama". Con uno as¨ª no se puede razonar. Que se llame como le d¨¦ la gana.
La Segunda Parte del Quijote, cuyo cuarto centenario celebraremos dentro de 10 a?os si China y Estados Unidos no vuelan esto, lleva a su plena culminaci¨®n la idea terrorista del libro en burla. Sabemos que quien se esconde tras el nombre de Alonso Fern¨¢ndez de Avellaneda, vecino de Tordesillas, se le adelant¨® a Cervantes en unos meses escribiendo la Segunda Parte que conocemos como el Quijote ap¨®crifo, o sea, el que no ha sido inspirado divinamente, como s¨ª lo fue el aut¨¦ntico. Porque que Dios le dict¨® las dos partes del Quijote aut¨¦ntico a Cervantes, eso s¨ª no tiene vuelta de hoja: es agua clara, aire l¨ªmpido, cristal puro y transparente. Lo que no sabemos en cambio es para qu¨¦ le dict¨® Dios a Cervantes semejante libro. ?Para dar al traste con la vanidosa ficci¨®n novelesca? Pues si as¨ª fue, en la Segunda Parte Cervantes super¨® la inspiraci¨®n que le dio Dios en la Primera. ?Y saben con la ayuda de qui¨¦n esta vez? De Avellaneda, nadie menos. Del impostor a quien Cervantes vuelve su instrumento y de cuyo libro ap¨®crifo se apodera para volverlo papilla en el suyo. En Barcelona, poco antes de su encuentro con el Caballero de la Blanca Luna, quien lo derrotar¨¢ precipitando el final, don Quijote entra a una imprenta (que no las conoce) con gran curiosidad de saber c¨®mo se imprimen los libros, y pregunta una cosa y la otra y la otra hasta que de repente: "Pas¨® adelante y vio que asimismo estaban corrigiendo otro libro, y preguntando su t¨ªtulo le respondieron que se llamaba la Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal, vecino de Tordesillas". ?Pero c¨®mo! ?No que ya est¨¢bamos en la Segunda Parte? ?Es posible que estemos viviendo y nos est¨¦n imprimiendo a la vez? ?Claro, Gutenberg es milagroso! O mejor dicho, Gutenberg en manos de Cervantes, pues un alem¨¢n por s¨ª solo no produce milagros. Por lo dem¨¢s, como el vecino de Tordesillas no es Cervantes sino Avellaneda, entonces el Quijote que est¨¢n imprimiendo no es el Quijote, ni el hidalgo don Quijote que est¨¢ en prensa es el hidalgo don Quijote que est¨¢ viendo imprimir. ?Y hay forma de distinguirlos? ?Claro! Avellaneda es un pobre hijo de vecino y Cervantes un genio. ?Habr¨¢se visto mayor disparate que el de Avellaneda cuando hace meter a don Quijote al manicomio de Toledo? Si don Quijote estuviera loco, en casa de ahorcado no se mienta soga. ?Y decir que don Quijote es de Argamasilla! ?Qu¨¦ ocurrencias las de este majadero! Don Quijote es de un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme.
Poco despu¨¦s del episodio de
la imprenta viene el encuentro fulgurante de don Quijote con el Caballero de la Blanca Luna quien lo derriba y se va sobre ¨¦l y poni¨¦ndole la lanza contra la visera lo conmina a que acepte las condiciones pactadas antes del duelo, a lo que don Quijote, como hablando desde dentro de una tumba y con voz debilitada y enferma, responde: "Dulcinea del Toboso es la m¨¢s hermosa mujer del mundo y yo el m¨¢s desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y qu¨ªtame la vida, pues me has quitado la honra". Yo no s¨¦ si Dulcinea del Toboso fuera, como dec¨ªa don Quijote, la m¨¢s hermosa mujer del mundo, pero lo que s¨ª s¨¦ es que ¨¦sta es la frase m¨¢s hermosa del Quijote. En ella cabe toda nuestra fe: vencedora o vencida, Espa?a es grande.
En un mes¨®n del camino, ya de regreso a casa y rumbo a la muerte, ocurre un encuentro asombroso, de esos que s¨®lo se pueden dar en la realidad milagrosa que crea la letra impresa: don Quijote se cruza con don ?lvaro Tarfe, que es un personaje muy importante del Quijote ap¨®crifo, y lo convence de que el don Quijote que conoci¨® don ?lvaro en ese libro es falso, y que el aut¨¦ntico es el que tiene enfrente. "A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaraci¨®n ante el alcalde de este lugar de que vuestra merced no me ha visto en todos los d¨ªas de su vida hasta ahora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquel que vuestra merced conoci¨®". ?Como si ¨¦l no estuviera, en el momento en que lo dice, en otra Segunda Parte! Todos andamos siempre en una segunda parte, hasta tanto no se nos acabe el libro y nos entierren o nos cremen. Y don ?lvaro le responde: "Eso har¨¦ yo de muy buena gana, aunque cause admiraci¨®n ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones; y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por m¨ª lo que ha pasado". ?Fant¨¢stico! S¨®lo que en su respuesta don ?lvaro impl¨ªcitamente tambi¨¦n se est¨¢ negando a s¨ª mismo. ?O qu¨¦ le asegura que en el momento que habla ¨¦l es el ?lvaro Tarfe aut¨¦ntico? "Muchas de cortes¨ªas y ofrecimientos pasaron entre don ?lvaro y don Quijote, en las cuales mostr¨® el gran manchego su discreci¨®n, de modo que desenga?¨® a don ?lvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que deb¨ªa de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes". El que no se niegue a s¨ª mismo en el Quijote no existe. Negarse all¨ª es el precio de existir.
?Qu¨¦ m¨¢s da que fuera venta o castillo! Total, ya no hay ventas ni hay castillos. Todo lo borra Cronos. Hoy construye y ma?ana tumba; hoy une y ma?ana desune. Pero lo que con m¨¢s sa?a le gusta destruir al due?o loco de la Historia son los idiomas. Lanza un ventarr¨®n burletero y barre con sus deleznables palabras. Y luego, para rematar, les ventea encima polvo. Leyendo el Quijote por tercera vez, ahora en la edici¨®n de las Academias que acaba de aparecer con notas de Francisco Rico, al llegar a la frase: "Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros", como hay una llamada numerada en arrieros, bajo los ojos a las notas de pie de p¨¢gina y encuentro la siguiente explicaci¨®n: "conductores de animales de carga y viaje". Y algo despu¨¦s, en la frase: "Antoj¨®sele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua
...", nueva llamada y abajo la explicaci¨®n de recua: "grupo de mulas". ?Pero por Dios! ?Venirme a explicar a m¨ª qu¨¦ es una recua o un arriero! ?A a m¨ª que nac¨ª en Antioquia que vivi¨® por siglos encerrada entre monta?as y que si algo supo del mundo exterior fue por los arrieros, que nos tra¨ªan las novedades y noticias de afuera, y entre los bultos de sus mercanc¨ªas, sobre los lomos de las mulas de sus recuas, ejemplares del Quijote? Arrieros eran los que nos arriaban el tiempo, remol¨®n y perezoso entonces, y le dec¨ªan "?arre, arre!" para que se moviera. ?Ay, carambas, mejor lo hubieran dejado quieto!
"En un lugar de La Mancha de
cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que viv¨ªa un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, roc¨ªn flaco y galgo corredor". Ya nadie sabe que el astillero era la percha en donde se colgaban las armas, ni la adarga un escudo ligero, ni el roc¨ªn un caballo de trabajo, y Francisco Rico nos lo tiene que explicar en sus notas. Se?ores, les pronostico que en 2105, en el quinto centenario del gran libro de Cervantes, no habr¨¢ celebraciones como ¨¦stas. Dentro de cien a?os, cuando al paso a que vamos el Quijote sean puras notas de pie de p¨¢gina, ya no habr¨¢ nada que celebrar, pues no habr¨¢ Quijote. La suprema burla de Cronos ser¨¢ entonces que tengamos que traducir el Quijote al espa?ol. ?Pero es que entonces todav¨ªa habr¨¢ espa?ol? ?Jua! Perm¨ªtanme que me r¨ªa si a este engendro anglizado de hoy d¨ªa lo llaman ustedes espa?ol. Eso no llega ni a espanglish. Por lo pronto, en tanto se acaba de terminar esto, recordemos a ese hombre de alma grande que naci¨® en Alcal¨¢ de Henares, que anduvo por Italia en sus a?os mozos al servicio del cardenal Acquaviva, que pele¨® en la batalla de Lepanto donde perdi¨® una mano, que sufri¨® cautiverio en Argel, que quiso venir a Am¨¦rica sin lograrlo, que pag¨® injustamente c¨¢rcel, que vivi¨® entre los dos m¨¢s grandes fanatismos que haya conocido la Historia -el musulm¨¢n y el cristiano, sin permitir jam¨¢s, sin embargo, que ninguno de ellos le manchara el alma-, que padeci¨® las incertidumbres de la realidad y las miserias de la vida, que nunca odi¨® ni traicion¨® ni conoci¨® la envidia, que escribi¨® mal teatro, malos versos y mala prosa pero que logr¨® hacer que existiera y hablara, con palabras castellanas, el personaje m¨¢s deslumbrante y hermoso de la literatura haci¨¦ndolo pasar por loco, san Miguel de Cervantes que desde el cielo nos est¨¢ viendo.
Conferencia dada el 7 de junio de 2005 en el Instituto Cervantes de Berl¨ªn.
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