La gran novela de la historia
EL PA?S ofrece una selecci¨®n de las mejores obras de la narrativa hist¨®rica mundial
De la edad de piedra, donde medran el le¨®n y el oso cavernario, a los mares del Caribe surcados de piratas; de las ardientes arenas bajo las que duermen las momias de los faraones al fr¨ªo m¨¢rmol de los palacios de los c¨¦sares, pre?ados de conspiraciones. Roma, Egipto, Troya, Atenas, Pompeya, Constantinopla; el medievo, donde se abrasan los herejes y campa la peste... Por todos esos escenarios y otros tan fascinantes se adentra el lector de novela hist¨®rica acompa?ado por personajes, reales o imaginarios, conjurados por los escritores del g¨¦nero en lo que constituye una de las piruetas m¨¢s asombrosas y estimulantes de la literatura: recrear el pasado narrativamente, con los instrumentos de la ficci¨®n, para hacerlo m¨¢s cercano y emocionante.
Las novelas hist¨®ricas no s¨®lo proporcionan evasi¨®n y goce, sino tambi¨¦n conocimiento
La colecci¨®n que ofrece EL PA?S se compone de medio centenar de obras de lo mejor que ha dado ese g¨¦nero tan popular, incluyendo varias de sus obras maestras, como Yo, Claudio, de Robert Graves; Creaci¨®n, de Gore Vidal; La quinta reina, de Ford Madox Ford, o Sinuh¨¦, el egipcio, de Mika Waltari -tambi¨¦n su desgarradora El ¨¢ngel sombr¨ªo-. Est¨¢n, asimismo, t¨ªtulos de enorme ¨¦xito de la ¨²ltima hornada del g¨¦nero, como Capit¨¢n de mar y de guerra, de Patrick O'Brian, el mejor escritor de novelas hist¨®ricas n¨¢uticas, cuya obra sensacional y de gran calidad literaria se ha llevado al cine en Master and Commander, o Los hijos del Grial, de Peter Berling. Otros grandes nombres en la colecci¨®n son Margarite Yourcenar, con su bell¨ªsima y conmovedora Opus Nigrum; su equivalente holandesa, la venerable Hella S. Haasse (La ciudad escarlata: la novela de los Borgia) y Naguib Mahfuz (Akhenat¨®n). Tambi¨¦n est¨¢n los imprescindibles cl¨¢sicos Henryk Sienkiewicz -Quo Vadis?-, Lewis Wallace -Ben Hur- o Thornton Wilder -Los idus de marzo-. No faltan en la colecci¨®n los r¨¢pidos r¨ªos que serpentean en la selva arrastrando la codicia de los conquistadores de La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ram¨®n J. Sender, ni las reposadas pero letales intrigas de seda en los harenes de De parte de la princesa muerta, de Keniz¨¦ Mourad. Ni renovadores del g¨¦nero como la sensible Guillian Bradshaw (Teodora, emperatriz de Bizancio), Genevi¨¨ve Chauvel (Saladino: el unificador del islam) o Frank Bauer (El puente de Alc¨¢ntara), tan devoto del rigor hist¨®rico.
El esc¨¦ptico y combativo Gore Vidal manifestaba en una reciente entrevista que de toda su producci¨®n el libro que m¨¢s desear¨ªa que la gente leyera, "porque les ser¨ªa ¨²til", es Creaci¨®n, una lecci¨®n de antietnocentrismo en la que un embajador persa del siglo V antes de Cristo tiene la oportunidad de conocer a sus contempor¨¢neos S¨®crates, Plat¨®n, Zoroastro y Confucio.
La novela hist¨®rica materializa el pasado y lo hace vivible de una manera que s¨®lo ser¨ªa posible mediante una m¨¢quina del tiempo. Las ruinas se levantan de entre el polvo y los viejos huesos se recubren de carne y pasiones. A trav¨¦s de las mejores p¨¢ginas del g¨¦nero nos encontramos cara a cara no s¨®lo con el equivalente pret¨¦rito de nosotros mismos, hombres y mujeres an¨®nimos, sus vidas, amores, gestas y penalidades, sino con las grandes figuras de todos los tiempos, sean Miguel ?ngel o Viriato, El Cid o Nelson. Y a ¨¦stas aprendemos a bajarlas de su pedestal y mirarlas como a seres humanos.
Novelas de evasi¨®n y goce, sin duda, las buenas obras de la narrativa hist¨®rica son a la vez un camino extraordinario y amable hacia el conocimiento, paralelo o convergente al de la historia a secas. Los historiadores, reconvertidos a veces en novelistas (es el caso de, por ejemplo, el ilustre Pierre Grimal, del que la colecci¨®n incluye su espl¨¦ndida Memorias de Agripina, con el tel¨®n de fondo del monstruoso Ner¨®n), han aprendido a respetar el g¨¦nero de la narrativa hist¨®rica.
"Lo que conocemos de la vida de An¨ªbal deja mucho espacio para imaginar", reflexiona el autor de una de las grandes novelas sobre el personaje (tambi¨¦n incluida en la colecci¨®n), el alem¨¢n Gisbert Haefs, un moderno maestro del g¨¦nero que ha novelado asimismo con extraordinaria precisi¨®n la vida de Alejandro Magno (otra de las obras que ofrece EL PA?S). En el libro de Haefs sobre el caudillo cartagin¨¦s se puede escuchar el estr¨¦pito de los elefantes p¨²nicos cruzando los Alpes, algo que, hay que convenir, s¨®lo proporcionan contados libros de historia.
Pocos son igualmente los libros hist¨®ricos capaces de adentrar al lector en el antiguo pa¨ªs del Nilo con el realismo y emoci¨®n con que lo hace Sinuh¨¦, el egipcio. ?Qui¨¦n olvidar¨¢ la rotunda corporeidad de la cortesana Nefernefer, cuyos pechos asoman entre los nen¨²fares durante el ba?o para desgracia del pobre Sinuh¨¦? No hay ning¨²n amante de la egiptolog¨ªa que no guarde en un rinc¨®n de su coraz¨®n esta novela, como no hay persona que no se estremezca al o¨ªr el nombre de Espartaco, cuya vida novelada por Howard Fast -otra de las joyas de la colecci¨®n de EL PA?S- fue la base del gui¨®n de Dalton Trumbo para el c¨¦lebre filme de Kubrick.
Los puristas sit¨²an las obras como El clan del oso cavernario, de la fornida escritora estadounidense Jean M. Auel, capaz de clavar un venablo a cincuenta metros, en un subg¨¦nero, la novela prehist¨®rica, acaudillada por ese gran cl¨¢sico que fue J. H. Rosny Ain¨¦, el autor de En busca del fuego. Sea como fuere, la novela de Auel es una magn¨ªfica forma de arrancar una colecci¨®n del g¨¦nero. En ella no faltan los grandes representantes de ese otro apartado que son los detectives de la historia, empezando por el Guillermo de Baskerville de la emblem¨¢tica El nombre de la rosa, de Umberto Eco, o el popular investigador privado de la Roma de los Flavios Marco Didio Falco, del que se ofrece su primera aventura, la estupenda La plata de Britania.
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