Un monumento del siglo XX
Por encargo de una revista del exilio polaco, Kultura, que se editaba en Par¨ªs, desde 1953 hasta su muerte en 1969, Witold Gombrowicz (nacido en 1904) public¨® un diario. Cuando lo empez¨®, no estaba en Par¨ªs sino en Argentina, adonde hab¨ªa llegado -en lo que parece una broma inmensa- el 19 de agosto de 1939, en el buque Chorbry, en un viaje promocional de una empresa naviera. Debi¨® permanecer en Buenos Aires durante toda la guerra. Pero se qued¨® trece a?os m¨¢s. Por razones misteriosas y probablemente no del todo conscientes, s¨®lo emprendi¨® el retorno a Europa (Berl¨ªn y Par¨ªs sobre todo) en 1963. En sus ¨²ltimos a?os la estancia europea supuso el reconocimiento internacional, los premios y, desde luego, la decadencia y la enfermedad.
DIARIO (1953-1969)
Witold Gombrowicz
Traducci¨®n de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles
Seix Barral. Barcelona, 2005
862 p¨¢ginas. 52,25 euros
Doble horizonte
Por supuesto, no es ¨¦ste un diario en el sentido corriente del t¨¦rmino. Gombrowicz lo escrib¨ªa directamente para publicarlo y lo armaba como un conjunto de g¨¦neros diversos: cr¨®nicas de viajes, observaciones sociales, bruscas irrupciones confesionales acerca de su vida sexual, fantasmas y obsesiones ideol¨®gicas y est¨¦ticas, pol¨¦micas literarias, e incluso un breve repaso hist¨®rico de la literatura polaca.
Cuando se lee el Diario en su conjunto asombra la persistencia de un primer horizonte; el de la vida polaca. ?sta no es nunca un resto del pasado; Gombrowicz interviene hacia atr¨¢s y hacia delante, como si lo sostuviera, respecto de Polonia, una cierta voluntad pedag¨®gica. No es casualidad que utilice el diario para insertar, por ejemplo, un anexo exasperado y penetrante sobre el autor de Quo Vadis, premio Nobel en 1905, el popular¨ªsimo Henrik Sienkiewicz ("este demonio, esta cat¨¢strofe de nuestra raz¨®n, este destructor"), ni que sostenga los di¨¢logos imaginarios m¨¢s intensos y apasionados con Czeslaw Milosz, sobre todo a ra¨ªz de la publicaci¨®n de El pensamiento cautivo (1953), diagn¨®stico feroz de la vida cultural bajo el orbe sovi¨¦tico a partir de cuatro modelos de intelectuales. Ni que esboce, con desnuda franqueza, la semblanza cercan¨ªsima y a la vez inclemente de su colega Bruno Schultz, asesinado por los nazis y quien hab¨ªa sido, en 1938, el primer rese?ista importante de la gran novela, de Ferdydurke.
No es, sin embargo, ¨²nico ese horizonte polaco. Hay otro tan claro y din¨¢mico como el anterior. Al rev¨¦s de los diarios de otros desterrados, obsesivamente volcados a una ¨²nica realidad abandonada, ¨¦ste tiene una apertura de casi insoportable, fragmentaria y sesgada lucidez hacia el mundo que lo rodea. Y ese mundo, ese horizonte segundo, es la Argentina: "No saben que soy en cierto modo un especialista en su mayor problema -la inmadurez- y que toda mi obra gira en torno de ¨¦sta".
De hecho, no sab¨ªan: Gombrowicz era ling¨¹¨ªstica y socialmente una figura opaca para la sociedad argentina, habituada desde principios de siglo a inmigrantes que hablaban con acentos vagamente centroeuropeos. Tambi¨¦n fue opaco para buena parte de su intelligentsia. Un polaco con afanes aristocratizantes que, como dice Blas Matamoro, se entend¨ªa al principio en franc¨¦s con sus colegas argentinos, "como en esas novelas centroeuropeas en que la nobleza local conversa en franc¨¦s como c¨®digo de reconocimiento". Esa opacidad le permiti¨® muchas cosas. Entre ellas, una distancia enorme con respecto a sus lectores polacos, desperdigados por el mundo; lo que le permit¨ªa ser libre en el registro de sus fantas¨ªas o acciones m¨¢s secretas. Un miembro de una literatura europea perif¨¦rica en una sociedad perif¨¦rica americana, sin ning¨²n deseo de contacto la una por la otra: una doble indiferencia, tan provocadora como melanc¨®lica.
Los cuerpos j¨®venes
?C¨®mo apresar la esencia de este doble juego de periferias, como se dir¨ªa hoy en los estudios culturales? Al principio, hay que fijarse en la sensaci¨®n que el diario transmite. Aqu¨ª existe una que sobrevuela e impregna las m¨¢s de ochocientas p¨¢ginas, con todos sus vaivenes y t¨¦cnicas diversas, ya que Gombrowicz ensaya desde el formato del art¨ªculo period¨ªstico hasta la parodia de un diario convencional, con sus actividades diarias -ingestas incluidas-.
Se trata del sentimiento de lo tard¨ªo e, incluso, de lo p¨®stumo. Por ello es tan significativo que el diario fuese escrito entre los 49 y los 65 a?os: una obra de vejez -e indirectamente sobre la vejez- a trav¨¦s del espejo y la obsesi¨®n de la juventud. Si hay una ret¨®rica presente en el Diario, ¨¦sta es sin duda la ret¨®rica de la mirada, que salva la par¨¢lisis de esa indiferencia doble. El exiliado y amante de los adolescentes mira y mira sin cesar. No para conquistar el continente, como los naturalistas alemanes e ingleses de los siglos anteriores, sino para restituirse en el placer diferido de un contacto que no llega nunca.
Por eso hay ingentes y maravillosas descripciones en Gombrowicz. En Argentina alcanza momentos inigualables. No s¨®lo es la naturaleza, sino los cuerpos: esas nucas p¨²beres de Santiago del Estero, de Tandil, de los lustrabotas que exigen una atenci¨®n inagotable y fecunda. En la Europa del retorno -cuando Gombrowicz ha perdido la energ¨ªa de su estancia americana- ya no existe casi ese registro, aunque sobresale un Berl¨ªn amable hasta la caricatura que, sin embargo, "como lady Macbeth, parece estar continuamente lav¨¢ndose las manos" para hacer desaparecer la sangre. En el centro de la ret¨®rica de la mirada est¨¢ "el secreto de" Retiro, la estaci¨®n de trenes de Buenos Aires, donde Gombrowicz iba a buscar encuentros con sus "inferiores" (lo que horroriz¨® a Pasolini cuando ley¨® el Diario). Quiz¨¢ el nudo homoer¨®tico mantuvo con vida a Gombrowicz entre esos dos extremos sim¨¦tricamente alejados e indiferentes: "un villorrio europeo" y "una naci¨®n perdida en la periferia, ahogada entre oc¨¦anos, un pa¨ªs internacional, marinero, intercontinental".
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