Por amor a Nueva Orleans
Un amor que se inicia requiere tiempo y espacios propios. Mi mujer y yo, enamorados pero separados por compromisos period¨ªsticos, acad¨¦micos y literarios entre Boston y la ciudad de M¨¦xico, hallamos en Nueva Orleans el punto equidistante para nuestros encuentros. La hospitalidad del hotel Pontchartrain. Los almuerzos en Gallataire. Las cenas en Antoine. Los bares en Bourbon Street. La m¨²sica en todas partes y a todas horas. Aqu¨ª naci¨® el Dixieland Jazz y ¨¦sta es la ciudad de King Olliver y Satchmo Louis Armstrong.
En Nueva Orleans nos hicimos amigos mi esposa y yo del gran novelista Richard Ford, habitante del Vieux Carr¨¦, es decir, el centro hist¨®rico de la ciudad mestiza que es Nueva Orleans: ind¨ªgena, negra, francesa, espa?ola y al cabo angloamericana. La fundaci¨®n data de 1712. La destrucci¨®n ocurri¨® en 2005.
El prost¨ªbulo de Nueva Orleans, dijo Faulkner, es el lugar ideal para escribir. De d¨ªa hay silencio. De noche, juerga
No es Ford el ¨²nico escritor asociado a una ciudad plet¨®rica de talento creativo. Anne Tyler y Shirley Ann Grau. Tennessee Williams y Sherwood Anderson. Pero sobre todo, ¨¦sta es la ciudad de William Faulkner, quien aqu¨ª inici¨® su carrera escribiendo en uno (o varios) de los celebrados burdeles de la Luna Creciente. El prost¨ªbulo de Nueva Orleans, dijo Faulkner, es el lugar ideal para escribir. De d¨ªa, hay silencio. De noche, hay juerga. Nueva Orleans posee "la languidez de una vieja cortesana en un sal¨®n lleno de humo". Con su visi¨®n dram¨¢tica, Faulkner supo que mirar a Nueva Orleans era como "ver en un acuario".
Una broma conocida dice que Am¨¦rica Latina comienza en Nueva Orleans. Faulkner fue acusado de escribir como un "gongorista sure?o". Es posible. El barroco es la cultura de la ausencia, de la p¨¦rdida que debe colmarse a todo precio. "Soy hija de una guerra perdida", escribi¨® la sure?a Catherine Anne Porter. El Sur es una historia, escribe a su vez C. Van Woodward, pero es una historia aparte. El Sur ha sido agrario, racista, pobre y derrotado. S¨®lo el Sur, en la cultura del ¨¦xito norteamericano, ha conocido la derrota. Y el Sur ha compensado la p¨¦rdida tr¨¢gica con la visi¨®n de una humanidad compartida, no aislada ni privilegiada. Esto es lo que ha surgido de las aguas turbias del Katrina: la capacidad de la gente para ayudarse a sobrevivir.
Dejada a la deriva por un Gobierno federal demasiado ocupado en rebajarle impuestos a los ricos y librar una guerra perdida en Irak en beneficio de la Halliburton y Dick Cheney, Nueva Orleans devastada debi¨® contar con la energ¨ªa y el ingenio de sus propios habitantes y de la sociedad civil norteamericana. La gran reserva moral e intelectual de Nueva Orleans ha suplido las lamentables ausencias del Gobierno federal y nos remite a la visi¨®n prof¨¦tica de Faulkner en su novela breve
El viejo.
All¨ª, Faulkner describe lo que hoy ocurri¨®. La ruptura de los diques del r¨ªo Misisipi, la gran inundaci¨®n y la respuesta de hombres y mujeres que "hacen lo que tienen que hacer y lo hacen con lo que tienen para hacerlo". Una inundaci¨®n, escribe all¨ª Faulkner, nos arranca de ra¨ªz, nos arroja inermes en brazos de la naturaleza y nos devuelve al original caos del mundo.
Vemos entonces lo grande que pueden ser nuestras flacas fuerzas y lo grandes, tambi¨¦n, que son nuestras peque?as miserias. En Nueva Orleans, los fuertes han sido vencidos y los d¨¦biles han triunfado.
Todos los que amamos esta ciudad y estamos en deuda con sus m¨²sicos, escritores y pintores, nos preguntamos, ?c¨®mo ayudar? Desde estas p¨¢ginas, me atrevo a proponer la formaci¨®n de un m¨ªnimo comit¨¦ latinoamericano en pro de la restauraci¨®n de la cultura de Nueva Orleans, integrado, en principio, por la brasile?a N¨¦lida Pi?¨®n, el colombiano Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, el argentino Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez y yo mismo, mexicano.
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