Ser presidente en Afganist¨¢n
Hamid Karzai vive hoy 18 de septiembre un nuevo reto como presidente de Afganist¨¢n: las primeras elecciones legislativas. Emparedado entre el protectorado de EE UU y los desmanes de los se?ores de la guerra, Karzai est¨¢ obligado a demostrar qui¨¦n manda. Pero ?c¨®mo es el hombre que dirige este pa¨ªs dividido?
Los afganos generalmente no cuestionan las buenas intenciones de Karzai, pero se quejan de su ineficacia y de la corrupci¨®n de su Gobierno. Karzai es una extra?a combinaci¨®n de decencia y falta de seguridad en s¨ª mismo; un dem¨®crata comprometido y tambi¨¦n una figura regia que se siente c¨®moda delegando la tarea de gobernar en otros, incluidos sus asesores estadounidenses. Habiba Sarabi, a quien Karzai nombr¨® gobernadora de la provincia de Barniyan, dice de ¨¦l: "Fue bastante popular durante el periodo de transici¨®n. Y sigue si¨¦ndolo, porque no hay ninguna otra alternativa. Su car¨¢cter y sus inclinaciones democr¨¢ticas son m¨¢s elevados que los de todos los dem¨¢s". Lamentablemente, afirma, "a veces hace promesas que no puede cumplir".
"Implicamos a EE UU, ha sido un ¨¦xito y por eso obtuve los votos"
"Cuando comenz¨® el movimiento talib¨¢n nos parec¨ªa algo inocente"
El ¨¢rea de Panjshir, en la que tuvo un 1% de votos, es su zona enemiga
"Me disgusta el poder, me disgusta de verdad; no existe, no lo siento"
Cuando me entrevist¨¦ con Karzai en Kabul, me insisti¨® en que los afganos hab¨ªan buscado activamente unos v¨ªnculos estrechos con Estados Unidos. Cuando los talibanes estaban en el poder, "fue el pueblo afgano quien segu¨ªa acudiendo a EE UU, pidi¨¦ndole que viniera a ayudar a Afganist¨¢n y tambi¨¦n solicitando ayudar a EE UU", afirm¨®. "Fuimos convincentes. Implicamos a Estados Unidos. Ha sido un ¨¦xito, y por eso obtuve el voto". Ahora se enfrenta a los l¨ªmites de ese ¨¦xito, y parece sorprendido y ofendido.
Cuando llegu¨¦ a Kabul, la nieve sobre las irregulares monta?as negras que rodean la ciudad hab¨ªa empezado a fundirse, y las calles, la mayor¨ªa sin asfaltar, estaban obstruidas por el barro y las aguas residuales o, en los d¨ªas en los que brillaba el sol, ocultas por arremolinadas nubes de polvo. Pero era f¨¢cil ver el profundo cambio que hab¨ªa experimentado Kabul desde la ca¨ªda de los talibanes. La ¨²ltima vez que estuve en Afganist¨¢n, en el verano de 2002, el laberinto de casas de adobe y ca?as en las cuestas que rodean la ciudad estaba deshabitado. Sus tejados de zinc y sus puertas hab¨ªan sido saqueados. Ahora que los refugiados han regresado en tropel a Afganist¨¢n -han vuelto tres millones desde que la ca¨ªda de los talibanes puso fin al gran combate-, la mayor¨ªa de las casas han sido reocupadas. Se est¨¢n construyendo varios rascacielos comerciales con cristales de espejo de colores, al estilo de Dubai. La poblaci¨®n de Kabul ha pasado de un mill¨®n de habitantes a rondar los tres millones, y sigue creciendo.
En las angostas callejuelas del centro de la ciudad, miles de coches reci¨¦n importados compiten con ciclistas, b¨²falos de agua y pobres hombres de Hazara, que aceptan los trabajos m¨¢s insignificantes. Los convoyes blindados de las fuerzas de paz de la OTAN y los Humvee y Land Rover de las tropas estadounidenses y brit¨¢nicas entran y salen de sus bases. Otros estadounidenses, sin uniforme y acompa?ados por pistoleros, se mueven en grandes todoterrenos con cristales tintados. La mayor¨ªa de los afganos supone, y probablemente est¨¦ en lo cierto, que son comandos de las Fuerzas Especiales o agentes de la CIA. En cualquier caso, son el recordatorio m¨¢s patente de que sigue libr¨¢ndose una guerra mayoritariamente velada contra los talibanes y Al Qaeda.
Karzai preside un pa¨ªs de 29 millones de ciudadanos, la mayor¨ªa pobre y analfabeta, con una econom¨ªa que depende de la ayuda internacional y la cosecha il¨ªcita de la adormidera, la materia prima de la hero¨ªna. El negocio de la droga emplea a 2,3 millones de afganos, con unos beneficios que equivalen al 60% del PIB legal. Desde 2001, la cosecha de adormidera se ha disparado en un 1.500%; seg¨²n la mayor¨ªa de c¨¢lculos, Afganist¨¢n se est¨¢ convirtiendo en un narcoestado. El ¨ªndice de desempleo es de un 30%, y la tasa de delincuencia est¨¢ aumentando vertiginosamente.
Aun as¨ª, este a?o casi cinco millones de ni?os, y entre ellos casi dos millones de ni?as, han asistido al colegio, en comparaci¨®n con un total de menos de un mill¨®n en 2001. Las mujeres ahora tienen derecho a votar, y se registraron cuatro millones para las ¨²ltimas elecciones, en octubre de 2004; tres de los 32 ministros del Gabinete de Karzai son mujeres. Las organizaciones de ayuda internacional tienen dificultades para actuar fuera de Kabul por motivos de seguridad -docenas de voluntarios han sido asesinados-, pero equipos dirigidos por las fuerzas brit¨¢nicas y estadounidenses est¨¢n construyendo carreteras, puentes y escuelas en gran parte del pa¨ªs.
No est¨¢ claro en qu¨¦ medida se le pueden reconocer o achacar estos sucesos a Karzai. Gran parte de los ministros de su Gobierno tienen un hom¨®logo estadounidense que es miembro del Equipo de Reconstrucci¨®n Afgana. Un funcionario estadounidense en Kabul describi¨® al equipo como una especie de Gobierno en la sombra: "El Gabinete de Jalilzad" (en referencia a Zalmay Jalilzad, que ha sido embajador estadounidense en Kabul desde 2003 hasta abril de este a?o, en que fue sustituido por Ronald Neumann). El funcionario afirm¨® que los miembros del equipo actuaban como "altos asesores" del Gobierno afgano. Se?al¨®, por ejemplo, que colaboraron en la redacci¨®n del discurso inaugural de Karzai.
Cuando llegu¨¦ esta primavera para mi primera entrevista con Karzai en el viejo palacio real de Kabul, donde vive y trabaja, le encontr¨¦ paseando por el jard¨ªn con Jalilzad. Me salud¨® amigablemente, al igual que el embajador, y dijo que estar¨ªa conmigo en breve.
El palacio es un complejo de edificios con una ecl¨¦ctica mezcla de estilos y periodos arquitect¨®nicos: hay fortificaciones con torretas, molinos con tejados de pizarra, y una hermosa mansi¨®n victoriana. Algunos de los edificios est¨¢n en ruinas, con los techos derrumbados, alcanzados por misiles en las guerras de Afganist¨¢n. La residencia de Karzai es una insulsa estructura modernista de cemento construida en los a?os sesenta para un antiguo pr¨ªncipe de Afganist¨¢n, con un peque?o jard¨ªn, piscina y pista de tenis en la parte trasera. Me acompa?aron hasta su sal¨®n, que ten¨ªa un aspecto hogare?o pero involuntariamente retro, con paredes revestidas con una fina chapa de madera. Los muebles -tapizados en terciopelo de flores- eran similares a los que hab¨ªa visto en los hogares afganos de clase media.
Cuando Karzai entr¨®, se disculp¨® por el retraso; hab¨ªa estado preguntando a Jalilzad si pod¨ªan enviarse helic¨®pteros estadounidenses para rescatar a las v¨ªctimas de una inundaci¨®n. Karzai es un hombre ¨¢gil, de peso medio, con la piel blanca, nariz prominente y unos ojos grandes y expresivos color marr¨®n. Lleva una barba corta y entrecana, y sobre los hombros luce un holgado patou, o chal para hombre, de lana blanca elegantemente tejida.
Aunque es el l¨ªder de uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres de la Tierra, Karzai tiene un extra?o aunque disonante sentido de la elegancia en el vestir. Los occidentales a menudo suponen que estos elaborados conjuntos son el vestido tradicional de su pueblo, los pastunes. En realidad, Karzai los combina en homenaje a los dispares grupos ¨¦tnicos de Afganist¨¢n; son disfraces, m¨¢s o menos similares a las gorras de b¨¦isbol que podr¨ªa lucir un pol¨ªtico estadounidense durante una campa?a. La capa chapan a rayas de seda verde que llevaba Karzai para el discurso sobre el estado de la naci¨®n del presidente Bush en 2002 es uzbeka; el sombrero karakul gris que luce a menudo es tradicionalmente tayik. Cuando se encuentra entre otros pastunes, a menudo lleva un turbante, al igual que ellos.
Unos d¨ªas antes de nuestro primer encuentro, vi a Karzai hablar durante una ceremonia en honor al D¨ªa Internacional de la Mujer, en el hotel Intercontinental de Kabul. El acontecimiento fue la primera aparici¨®n p¨²blica de la esposa de Karzai, Zinat, que tiene 35 a?os y est¨¢ licenciada en obstetricia y ginecolog¨ªa. Karzai, de 47 a?os, se cas¨® hace s¨®lo seis; el matrimonio fue de conveniencia, y se ha especulado mucho sobre su relaci¨®n. No tienen hijos. Durante el discurso de su marido, Zinat, una mujer de aspecto agradable con un modesto chador negro, estaba sentada en primera fila junto a otras personalidades. Le pregunt¨¦ a Karzai si no hab¨ªa asistido antes a ese tipo de acontecimientos por cuestiones de seguridad, a pesar de su papel como primera dama.
"Era el D¨ªa de la Mujer", respondi¨® sonriendo. "Quer¨ªa asistir a la anterior celebraci¨®n, pero por alguna raz¨®n se complic¨®. Alguien vino el d¨ªa antes y me pregunt¨®: '?Puede venir?', respond¨ª que s¨ª, y mi intenci¨®n era pregunt¨¢rselo". Pero, dijo, "se me olvid¨®". Finalmente la llam¨® para invitarla justo cuando se dispon¨ªa a partir para el evento. "Me contest¨®: 'Pi¨¦rdete, demasiado tarde", cuenta Karzai entre risas. "Esta vez me he acordado".
Su propia presencia en el acontecimiento fue algo fuera de lo normal; raramente aparece fuera de palacio, ni siquiera en Kabul. Hab¨ªa llegado rodeado de dos docenas de guardias estadounidenses fuertemente armados. Su destacamento de seguridad incluye una veintena de contratistas estadounidenses que trabajan para DynCorp International, que tiene un contrato multimillonario con el Departamento de Estado, y un n¨²mero m¨¢s reducido de agentes de la Oficina de Seguridad Diplom¨¢tica del Departamento de Estado. Karzai me cont¨® que al inicio de su presidencia, el teniente general Dant McNeill, el primer comandante de las fuerzas de coalici¨®n en Afganist¨¢n, le dijo: "Le proporcionaremos un entorno de seguridad. Cualquiera puede entrar y hacer saltar por los aires este palacio". Afirma que se resisti¨® a la oferta, pero luego empez¨® a "hacer consultas". "?Sabe qu¨¦ dec¨ªa todo el mundo, incluso el presidente del Tribunal Supremo? 'Ll¨¢meles lo antes posible para que pueda trabajar con autonom¨ªa y que este lugar sea independiente'. El pueblo afgano conoce los medios de este pa¨ªs", se?ala Karzai. "Saben qu¨¦ podemos y qu¨¦ no podemos hacer".
Durante la campa?a de las elecciones presidenciales de 2004, Karzai se sinti¨® avergonzado cuando sus hombres de seguridad estadounidenses le obligaron a regresar a Kabul despu¨¦s de que dispararan un proyectil cerca de su helic¨®ptero cuando se dispon¨ªa a aterrizar frente a la ciudad de Gardez. Hay motivos para tanta cautela; Karzai sobrevivi¨® a un intento de homicidio en 2002, y tres ministros del Gobierno provisional murieron asesinados. Pero sus adversarios han utilizado el hecho de su protecci¨®n estadounidense para retratarle como un subordinado y cuestionar su patriotismo. Faheem Dashty, director de Kabul Weekly, explica: "No entiendo por qu¨¦ no puede encontrar a afganos que le defiendan. Lleva ya tres a?os en el poder. Si hubiera querido adiestrar a afganos, habr¨ªa tenido tiempo de sobra. Eso s¨®lo puede significar que no conf¨ªa en los afganos".
A pesar del apoyo estadounidense, a Karzai le resulta dif¨ªcil convencer a los afganos de que puede enfrentarse a los jefes militares o a los miles de combatientes talibanes que todav¨ªa andan sueltos. Recientemente ofreci¨® la amnist¨ªa a los talibanes con la condici¨®n de que renunciaran a la violencia. Le pregunt¨¦ a Karzai por la oferta, que muchos afganos interpretaron como una traici¨®n.
"Afganist¨¢n tambi¨¦n pas¨® malas rachas antes de los talibanes", respondi¨® Karzai. "Desde la ¨¦poca de los sovi¨¦ticos y de los grupos muyahidin, sufri¨® durante a?os. Pr¨¢cticamente hemos perdonado a toda esa gente, que estaba entre los asesinos del pueblo afgano? Ahora podemos llevar a la gente a los tribunales y buscar justicia o bien olvidarnos de ello y vivir la vida prescindiendo del pasado".
Cuando le interrogu¨¦ sobre si hab¨ªa un terreno intermedio, respondi¨®: "?Qu¨¦ hay en el medio? Si vamos al terreno intermedio, no traer¨¦ la paz absoluta a este pa¨ªs. Si puedo reducir las explosiones en Afganist¨¢n trayendo a algunos talibanes de vuelta a casa, y poner las cosas en orden haci¨¦ndoles comportarse correctamente, debo hacerlo. Ahora, si me pregunta como ciudadano de Afganist¨¢n: 'Karzai, ?qu¨¦ quiere, justicia o paz?', le dir¨¦ que, por supuesto, ambas cosas; la mayor¨ªa de los seres humanos lo har¨ªa. Pero como presidente de Afganist¨¢n tengo que decir: 'La paz aporta continuidad a la vida; la justicia, no necesariamente". Y a?adi¨®: "Cuando podamos permit¨ªrnoslo, podremos tener justicia".
La relaci¨®n de Karzai con los jefes militares es ambigua: muchos de ellos combatieron contra los talibanes como parte de la Alianza del Norte y, hasta hace poco, Karzai ten¨ªa pocas opciones, aparte de compartir el poder con ellos. (Como exiliado en Pakist¨¢n, se opuso a los talibanes, pero no era miembro de la Alianza del Norte, que estaba dominada por tayikos y uzbekos). Cuando el ej¨¦rcito de Estados Unidos invadi¨® Afganist¨¢n en octubre de 2001, form¨® una sociedad t¨¢ctica con la Alianza del Norte. La Alianza trabaj¨® con las Fuerzas Especiales estadounidenses y la CIA, y ayud¨® a dirigir ataques a¨¦reos. A medida que se debilitaban las defensas talibanes en Kabul, EE UU pidi¨® a la Alianza del Norte que esperara a entrar en la capital hasta que pudiera formarse un Gobierno de coalici¨®n que reflejara mejor la mezcla ¨¦tnica de Afganist¨¢n. Pero la Alianza del Norte tom¨® la capital igualmente y, desde esa posici¨®n de fuerza, pudo exigir los puestos de mayor poder en el Gabinete de Karzai. Mohamed Fahim, su jefe militar, se convirti¨® en ministro de Defensa y vicepresidente de Karzai, a pesar de las alegaciones de que es una destacada figura de la clandestinidad delictiva de Afganist¨¢n. Hace m¨¢s de un a?o, Karzai se deshizo de ¨¦l. Seg¨²n los estadounidenses, fue el embajador Jalilzad quien convenci¨® a Karzai para que tomara esta iniciativa.
Mientras tanto, al general Abdul Rashid Dostum, tal vez el jefe militar m¨¢s famoso de Afganist¨¢n, se le ha ofrecido el puesto de jefe de Estado Mayor. Dostum, un uzbeko que domina una amplia franja del norte de Afganist¨¢n, es percibido por la mayor¨ªa de organizaciones de derechos humanos como uno de los peores criminales de guerra del pa¨ªs. Una acusaci¨®n reciente es que, bajo sus ¨®rdenes, cientos de combatientes talibanes fueron encerrados en contenedores de transporte herm¨¦ticos donde se les dej¨® morir. Dostum es rico, posee una milicia numerosa y bien armada, y se dice que est¨¢ implicado en el narcotr¨¢fico. El asesor estadounidense de Karzai afirmaba que su nuevo trabajo es principalmente simb¨®lico: "Es un armario de la limpieza al fondo del pasillo", y el mejor modo de socavar su poder.
Cuando le mencion¨¦ a Dostum, Karzai ofreci¨® una respuesta contradictoria: "Soy una persona bastante sentimental. Cuando veo que se hiere a alguien, puedo sentirme muy dolido. Y ¨¦sta es la ¨²nica ocasi¨®n en la que me sent¨¦ y dije: 'Hamid, ahora no te pongas sentimental; piensa en el futuro de este pa¨ªs y br¨ªndale a todo el mundo la posibilidad de trabajar'. La gente del campo lo entiende muy bien. Los afganos son pragm¨¢ticos". Antes de realizar el nombramiento, a?ad¨ªa, "hice muchas consultas. Llam¨¦ a los antiguos l¨ªderes yihadistas y luego realic¨¦ el nombramiento. Nunca lo hago sin consultar. Ya sabe, se me acusa de consultar demasiado. ?se es mi problema".
Karzai no ha estado en Karz, su ciudad natal, desde hace a?os. "La ¨²ltima vez que la vi fue cuando la bombardearon los sovi¨¦ticos, en 1988". Seis meses despu¨¦s, los sovi¨¦ticos se retiraron, pero la lucha contra sus apoderados afganos continu¨® durante tres a?os. Finalmente, en 1992, Nayibul¨¢, el ¨²ltimo gobernante comunista afgano, abandon¨® su cargo, y los muyahidin regresaron de su base en Pakist¨¢n. "Nos reunimos todos", recordaba Karzai. "Pasamos la noche en los l¨ªmites de la ciudad, y a la ma?ana siguiente vinimos a Kabul".
Casi de inmediato estall¨® la lucha de facciones. Karzai se convirti¨® en viceministro de Asuntos Exteriores del Gobierno provisional del presidente Burhanuddin Rabbani y Ahmed Shah Masud, su carism¨¢tico jefe militar, que m¨¢s tarde dirigi¨® la Alianza del Norte. En una serie de alianzas cambiantes en el campo de batalla, Dostum, que hab¨ªa estado con los sovi¨¦ticos, uni¨® sus fuerzas primero con Rabbani y Masud y m¨¢s tarde con Gulbuddin Hekmatyar, un islamista radical. Miles de civiles fueron asesinados, y extensas zonas de Kabul, que hasta entonces hab¨ªan permanecido intactas, quedaron arrasadas.
Durante los combates, Karzai escap¨®. Se han escuchado muchas historias sobre lo que le ocurri¨®. Hubo informes de que hab¨ªa sido encarcelado y maltratado, o incluso torturado, y que luego hab¨ªa huido. Los rivales de Karzai contaban chistes desde?osos e insinuaban que era un cobarde.
Karzai lo recuerda: "Fue en el momento ¨¢lgido de este periodo extremadamente negativo para Afganist¨¢n". Un d¨ªa, cuando se encontraba en el Ministerio de Asuntos Exteriores, uno de los hombres de Rabbani fue a comunicarle que el presidente quer¨ªa verle. Karzai desconfi¨®, pero le acompa?¨®. El hombre condujo a Karzai a las oficinas del servicio de espionaje y le llev¨® hasta una peque?a y sucia sala con un radiador desnudo. Mohamed Aref, que m¨¢s tarde trabaj¨® como director del servicio de espionaje del propio Karzai, entr¨®. Aref y los dem¨¢s hombres empezaron a interrogar a Karzai, pregunt¨¢ndole por alianzas contra Rabbani. "Les dije: 'No s¨¦ nada de esto'. Justo cuando me formularon la segunda pregunta se escuch¨® un gran estruendo, la sala se llen¨® de humo, escombros, cristales, y todo el mundo, yo incluido, escap¨®. Ya no hab¨ªa techo".
Un proyectil hab¨ªa alcanzado el edificio. En la confusi¨®n posterior, Karzai sali¨® al exterior y regres¨® a su despacho. "Eso es todo. Vine al Ministerio de Asuntos Exteriores y la gente que estaba all¨ª se qued¨® boquiabierta: estaba sangrando y ten¨ªa algo de metralla".
Karzai llam¨® a un taxi e inici¨® un tortuoso viaje, en coche y a pie, hasta que estuvo a salvo en Pakist¨¢n. Dice que Rabbani luego les llam¨® a ¨¦l y a su padre para disculparse, afirmando que no sab¨ªa nada sobre el interrogatorio. Pero Karzai no regres¨®. La siguiente ocasi¨®n en que Karzai volvi¨® a Kabul fue como presidente.
Durante los a?os posteriores a la guerra civil, Estados Unidos ve¨ªa a los relativamente desconocidos talibanes como pacificadores en potencia, y durante un tiempo tambi¨¦n lo hizo Karzai, que conoc¨ªa a muchos de los comandantes talibanes desde sus a?os en la yihad antisovi¨¦tica. Al principio les hab¨ªa proporcionado dinero y armas, con la creencia de que ser¨ªan el veh¨ªculo para el que por aquel entonces era su sue?o: la reinstauraci¨®n de la monarqu¨ªa past¨²n del rey Zahir Shah. En 1996, los talibanes se hicieron con el poder, e invitaron a Karzai a convertirse en su embajador en la ONU. Se plante¨® la idea, pero la descart¨®.
"Muchos de los comandantes de la yihad sobre el terreno eran gente pragm¨¢tica", cuenta Karzai. "S¨®lo algunos eran muy radicales". Por radicales quer¨ªa decir "puritanos, no tipos politizados", afirma. "Eran gente muy limpia. Casi todos ellos se convirtieron en talibanes". Y a?adi¨®: "Cuando comenz¨® el movimiento talib¨¢n, nosotros lo ve¨ªamos como algo inocente. Cre¨ªamos que era gente que pretend¨ªa ayudar a este pa¨ªs. Pero muy pronto nos dimos cuenta de que entre ellos hab¨ªa gente que no era de Afganist¨¢n, y que era horriblemente cruel con este lugar: Al Qaeda".
Tras el asesinato de su padre, Karzai intent¨® conseguir el apoyo de EE UU para un movimiento past¨²n antitalib¨¢n. En 1999 fue a ver a Michael Sheehan, un miembro del equipo de antiterrorismo de las administraciones de George H. W. Bush y Clinton. Sheehan recuerda: "En aquel momento, Karzai no era nadie, otro exiliado afgano. Nunca imagin¨¦ que se convertir¨ªa en presidente. Pero ten¨ªa entendido que era importante entre los pastunes". Cuando se conocieron, contaba Sheehan, "parec¨ªa decente, un tipo simp¨¢tico, pero recuerdo que estaba all¨ª sentado mir¨¢ndole y me preguntaba: '?C¨®mo piensa perseguir a los talibanes?". Karzai habl¨® sobre sus planes, recuerda Sheehan, "y est¨¢bamos de acuerdo en todo, lo malvados que eran los talibanes y la necesidad de eliminarles. Pero ?qu¨¦ pod¨ªa hacer yo por ¨¦l? En cuanto a la pol¨ªtica del Gobierno de Clinton en aquella ¨¦poca, no hab¨ªa mucho est¨®mago para ello". Esa indiferencia prosigui¨® hasta la Administraci¨®n de Bush, afirmaba Sheehan, especialmente debido a que la Alianza del Norte estaba perdiendo terreno. "En la CIA hab¨ªa algunos agentes que insist¨ªan en la Alianza del Norte, pero nadie m¨¢s quer¨ªa tocarlo", recordaba Sheehan. "Se consideraba que Afganist¨¢n era un perdedor, un sumidero. Hasta el 11-S, a nadie le importaba una mierda".
Karzai testific¨® ante el Senado estadounidense en 2000, y tambi¨¦n empez¨® a coordinar sus actividades con Masud, el l¨ªder militar de la Alianza del Norte. M¨¢s tarde, el 9 de septiembre de 2001, Masud fue asesinado por terroristas suicidas de Al Qaeda. Dos d¨ªas despu¨¦s, las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono eran atacados.
Cuando Karzai vio las noticias, "supe que Estados Unidos iba a acudir en nuestra ayuda". A los dos d¨ªas, "cientos de personas llegaron a Queta para reunirse conmigo", recuerda Karzai. "La casa estaba atestada". Entre ellos se encontraba Jalilzad, que entonces trabajaba para Condoleezza Rice, la asesora de Seguridad Nacional. Tres semanas despu¨¦s, a principios de octubre de 2001, "me traslad¨¦ a Afganist¨¢n", dijo Karzai emocionado. "Sin ninguna ayuda en aquel momento, nada. Sencillamente entr¨¦ en el pa¨ªs".
Karzai y unos cuantos compa?eros se abrieron camino hasta Tirin Kot, la principal ciudad de la escarpada provincia de Oruzgan, al norte de Kandahar, y luego hasta un peque?o pueblo cruzado por arroyos. Se reuni¨® con ancianos tribales, los cuales se mostraban esc¨¦pticos respecto a Karzai. "Un cl¨¦rigo me dijo: 'Sabemos lo que busca, sabemos que quiere derrotar a los talibanes, pero ?cuenta con el respaldo de EE UU?'. Respond¨ª que s¨ª". El cl¨¦rigo le pregunt¨® a Karzai si dispon¨ªa de tel¨¦fono por sat¨¦lite, y cuando contest¨® que s¨ª, le dijo: 'De acuerdo, llame a EE UU, p¨ªdales que vengan a bombardear un lugar cercano a la oficina del gobernador de los talibanes, o la comisar¨ªa de polic¨ªa de Tirin Kot. Al d¨ªa siguiente, la gente ir¨¢ y tomar¨¢ la ciudad sin problemas".
Karzai explica que le respondi¨® al cl¨¦rigo que no pod¨ªa pedirle a EE UU que bombardeara su propio pa¨ªs. El cl¨¦rigo le presion¨®. "Me dijo: 'Pues lo siento, eso significa que no le interesa liberar al pa¨ªs; y no vamos a morir en su guerra in¨²til".
Karzai se qued¨® en el pueblo 11 d¨ªas. El consejo tribal se reuni¨® y discuti¨® con ¨¦l, dici¨¦ndole que se acercaban combatientes de Al Qaeda y que atacar¨ªan. Finalmente, afirmaron que todo el pueblo estaba huyendo hacia las monta?as para ponerse a salvo. "Tem¨ªa que se produjera una masacre", dice Karzai. Decidi¨® hacer la llamada. "Cuando llam¨¦ a la Embajada de EE UU en Islamabad dije: 'Soy Karzai'. Para mi sorpresa, sab¨ªan qui¨¦n era. ?Cre¨ªa que se hab¨ªan olvidado de m¨ª! Me preguntaron: '?D¨®nde demonios est¨¢?'. Y respond¨ª: 'En Oruzgan'. Me dijeron: '?Tiene comunicaciones, c¨®mo podemos localizarle? ?Tiene GPS?'. Yo ni siquiera sab¨ªa qu¨¦ era un GPS. Contest¨¦: 'No tengo ni idea. S¨¦ que estoy entre Tirin Kot y las monta?as'. Me dijeron: 'De acuerdo".
Los estadounidenses pidieron a Karzai que ordenara a sus hombres encender cuatro hogueras en las colinas alrededor de su posici¨®n, con al menos 100 metros de separaci¨®n entre ellas. Obedecieron, y cuando Karzai volvi¨® a llamar, los estadounidenses le dijeron: "Les hemos encontrado". Karzai hace una pausa, dibuja una amplia sonrisa y dice: "Tecnolog¨ªa".
Los estadounidenses le dijeron a Karzai que volviera a encender las hogueras para que pudieran lanzar un cargamento de armas. ("Es una historia fant¨¢stica", me dice Karzai, "si alguien decidiera rodar una pel¨ªcula sobre ella"). ?l y los miembros de la tribu encendieron las fogatas y esperaron. Pasaron horas, pero los aviones no llegaban. Karzai se fue a dormir a la caba?a de un pastor. Entonces, cuenta que hacia la una y media de la madrugada "vino alguien diciendo: '?O¨ªs los aviones?'. Justo cuando sal¨ª nos sobrevol¨® un enorme avi¨®n negro, y luego alguien grit¨®: '?Mirad esas cosas blancas!'. Aquellas cosas blancas eran paraca¨ªdas, y estaban amarrados a contenedores de armas. A la ma?ana siguiente, un grupo de 50 jefes tribales entr¨® en el pueblo, expuls¨® al gobernador y la polic¨ªa y tom¨® el control".
Fue en Tirin Kot, dos d¨ªas m¨¢s tarde, donde Karzai se dio cuenta de que la marea iba contra los talibanes y a su favor. Un comandante talib¨¢n desertor lleg¨® all¨ª solo, y le solicit¨® una carta de salvoconducto. Karzai decidi¨® redactar la carta para ver qu¨¦ ocurr¨ªa. Dos d¨ªas despu¨¦s, el hombre regres¨® con camionetas pick-up y armas para Karzai. "Entonces pens¨¦: 'Estamos mucho m¨¢s extendidos y somos muchos m¨¢s de lo que imaginaba".
La ciudad de Charikar, al norte de Kabul, es la puerta del valle de Panjshir. La zona era la base de Ahmed Shah Masud y otros tayikos de la Alianza del Norte. En las elecciones presidenciales del a?o pasado, el porcentaje de voto de Karzai en Panjshir fue de aproximadamente un 1%. Posteriormente, unos airados tayikos le acusaron de haber pastunizado su Administraci¨®n al suprimir a los hombres de la Alianza del Norte de sus puestos gubernamentales. Actualmente, Panjshir es una especie de territorio enemigo para Karzai. Me un¨ª a una visita de Karzai a Charikar en marzo para la inauguraci¨®n de una carretera, y nos trasladaron en dos helic¨®pteros Chinook estadounidenses, escoltados por dos Apache, dos Black Hawk y dos aviones de combate, que volaban en c¨ªrculo sobre nosotros mientras aterriz¨¢bamos. En la hora que pasamos en tierra, docenas de guardias estadounidenses y afganos estuvieron vigilando.
Unos d¨ªas antes me hab¨ªan invitado a una cena en Charikar, en casa de Ata, un hombre fuerte local que hab¨ªa sido comandante muyahid. La diversi¨®n corri¨® a cargo de un maskhara, o buf¨®n tradicional afgano, llamado Samad Pashean. Mucho antes de las recientes d¨¦cadas de guerra, los maskhara actuaban para los monarcas del pa¨ªs; al igual que en la Europa medieval, ten¨ªan permiso para satirizar a los poderosos. Pashean fue uno de los ¨²ltimos maskhara. Hab¨ªa sobrevivido a la ocupaci¨®n sovi¨¦tica, a la guerra civil y a los a?os talibanes deambulando por las bases de los jefes militares para ofrecer sus servicios. Seg¨²n mi anfitri¨®n, tambi¨¦n era sicario, chantajista y ladr¨®n.
Pashean nos agasaj¨® con parodias, bailes y mon¨®logos sobre diversos cotilleos. Se?al¨¢ndome, se ofreci¨® a matar a quien yo quisiera por el equivalente a 2.000 d¨®lares estadounidenses. Cuando le dije que su precio era muy elevado, me indic¨® que estaba dispuesto a regatear.
Gran parte de su humor iba dirigido a Karzai, y no era complaciente. A Karzai se le compar¨® con un perro monta?¨¦s que sal¨ªa solo a cazar, para acabar perdi¨¦ndose en la nieve. Uno de mis compa?eros de cena me lo tradujo: "Karzai ha estado fuera y con los estadounidenses durante tanto tiempo que se ha olvidado de c¨®mo es Afganist¨¢n". Otra ocurrencia trataba sobre milicianos que participaban en un programa de desmovilizaci¨®n, pero que s¨®lo entregaban armas defectuosas. "Nosotros, los afganos, debemos aprender a comer por nosotros mismos, como las vacas, que al rumiar saben c¨®mo encontrar cosas buenas para comer y c¨®mo escupir las malas", concluy¨® el maskhara. "Alg¨²n d¨ªa los afganos podremos escupir a Karzai".
Ismail Jan fue una dura prueba a superar dentro de la campa?a de Karzai dirigida a socavar el poder de los jefes militares. Fue Jan quien, en 1978, desat¨® la yihad contra el r¨¦gimen de Afganist¨¢n, respaldado por la Uni¨®n Sovi¨¦tica, al dirigir una revuelta del ej¨¦rcito en su ciudad natal, Herat. Fue un legendario comandante del campo de batalla contra los sovi¨¦ticos y, m¨¢s tarde, los talibanes. Tras el derrocamiento de los talibanes en 2001, Jan se convirti¨® en el se?or de la guerra indiscutible de la ciudad y la provincia vecina de Herat, que linda con Ir¨¢n. Impuso una estricta disciplina islamista y se quedaba con los impuestos de aduanas recaudados en los pasos fronterizos, en lugar de enviarlos a Kabul. Utiliz¨® gran parte del dinero para desarrollar su ciudad, y al poco tiempo se le conoc¨ªa como el emir de Herat. Jan no es tan brutal como Dostum o tan corrupto como los otros jefes militares. Pero su desaf¨ªo a la autoridad central y su estrecha relaci¨®n con Ir¨¢n eran una fuente de creciente ansiedad y bochorno para Karzai y los norteamericanos.
El a?o pasado, durante unos prolongados combates en Herat en los que participaron varias milicias distintas -se cree que algunas actuaban en nombre de Karzai-, muri¨® asesinado el hijo de Ismail Jan, y sus hombres tomaron represalias. En un momento cr¨ªtico, Karzai abandon¨® Afganist¨¢n para aceptar un galard¨®n en Europa, y el embajador Jalilzad tom¨® un avi¨®n rumbo a Herat. Poco despu¨¦s sali¨® en televisi¨®n para anunciar que Jan hab¨ªa aceptado dejar Herat y unirse al Gobierno de Karzai. En diciembre, Jan se convirti¨® en ministro de Energ¨ªa. Fue un sensacional giro de los acontecimientos que increment¨® la autoridad de Karzai, aunque no guardaba tanta relaci¨®n con su fortaleza como con la de los estadounidenses que ten¨ªa detr¨¢s.
Un diplom¨¢tico estadounidense en Kabul me coment¨®: "Las instituciones del pa¨ªs siguen siendo muy d¨¦biles, as¨ª que el hecho de que EE UU goce de mucha credibilidad aqu¨ª fue un factor". Y a?adi¨®: "El uso encubierto de la fuerza puede ejercer un poderoso efecto a la hora de aplastar su uso real. Tuvimos que asegurarnos de que le indic¨¢bamos a Ismail Jan y a otros que EE UU apoyaba al presidente y sus decisiones, pero que tambi¨¦n ve¨ªamos un camino para Jan. El hallar funciones que sean dignas -y tambi¨¦n m¨¢s apropiadas para la nueva situaci¨®n- siempre es una parte importante de estas soluciones".
Ismail Jan es un hombre robusto y de complexi¨®n fuerte, con ojos penetrantes y barba larga, rala y blanca como la nieve. Al saludarle, sus ayudantes y seguidores le besan la mano. Visit¨¦ a Jan en su ministerio, en un distrito al oeste de Kabul. "Nos conocen como h¨¦roes de la yihad, pero ahora nos otorgan un nuevo t¨ªtulo: se?ores de la guerra. Durante la era sovi¨¦tica est¨¢bamos en el combate, sintiendo el fuego y el humo de la guerra, y todo el mundo esperaba el resultado, quer¨ªan que les venci¨¦ramos. Quienes ahora nos denominan se?ores de la guerra estaban sentados en sus hogares con aire acondicionado. Ojal¨¢ hubieran pasado una noche con nosotros en la l¨ªnea del frente. Pero s¨¦ que estas cosas se dicen y hacen para los pol¨ªticos o en beneficio de alguien". Jan me dedic¨® una expresiva mirada y, mientras prosegu¨ªa, qued¨® claro que se refer¨ªa a Estados Unidos.
Relaj¨¢ndose un poco, Jan asegur¨®: "Si vas a Herat, ver¨¢s el buen trabajo que hice all¨ª". Hab¨ªa construido carreteras, suministrado agua y electricidad y abierto escuelas "para chicos y chicas. Hay 54.000 chicas estudiando en Herat". Jan alardeaba de que, en el poco tiempo que llevaba en su trabajo, hab¨ªa "aumentado la electricidad de Kabul de 55 a 100 megavatios", a diferencia, insinu¨®, del resto del Gobierno, que despu¨¦s de tres a?os hab¨ªa sido incapaz de restablecer los servicios b¨¢sicos.
Hablamos un rato sobre los obst¨¢culos a los que se enfrentaba el Gobierno. Hizo una pausa, y luego espet¨®: "La cuesti¨®n es el poder. El poder es necesario para construir, para hacer lo que hice en Herat".
Le pregunt¨¦ si Karzai ten¨ªa poder, y Jan respondi¨® hablando de nuevo sobre Herat. "Los proyectos que inici¨¦ todav¨ªa est¨¢n inacabados, y ahora tambi¨¦n hay inseguridad. Cuando yo estaba all¨ª, las mujeres pod¨ªan pasear por la ciudad con sus hijos por la noche. Ahora no ves a gente por la calle de noche. En todo este tiempo, el Gobierno ha estado al servicio del presidente Karzai".
Jan prosigui¨®: "Estoy muy deprimido. Me han herido tres veces. Llevo 14 balas en el cuerpo, y 11 miembros de mi familia han sido asesinados. He visto a 49.000 personas asesinadas en Herat. S¨®lo en un d¨ªa, durante la lucha contra los comunistas, fallecieron 20.000. Es s¨®lo cuesti¨®n de suerte que todav¨ªa siga aqu¨ª. As¨ª que cuando todo termin¨® quise reconstruir mi ciudad. Consegu¨ª hacer algunas cosas. Pero desde que me fui se est¨¢ yendo al garete".
Yunis Qanuni, el pol¨ªtico tayik que cop¨® un segundo puesto en las elecciones presidenciales de 2004, me dijo: "La supresi¨®n del caciquismo militar est¨¢ bien, debe hacerse. Pero el pueblo tambi¨¦n quiere democracia, estabilidad, confianza, reconstrucci¨®n equilibrada y expansi¨®n econ¨®mica. El Gobierno no tiene una estrategia nacional apropiada. Si preguntas cu¨¢l es la estrategia nacional, nadie podr¨¢ responderte. Un d¨ªa, Ismail Jan es un se?or de la guerra, y el siguiente no lo es. Ocurre lo mismo con el general Dostum".
Est¨¢bamos sentados en el sal¨®n de Qanuni. Vive en una imponente y bien custodiada casa a las afueras del norte de Kabul, decorada con un lujoso estilo que imita al georgiano. Luciendo un traje mil rayas soberbiamente confeccionado, a Qanuni parec¨ªa haberle ido muy bien desde la ca¨ªda de los talibanes.
"El problema que veo es que el liderazgo es d¨¦bil", afirm¨®. "Ning¨²n Gobierno en la historia de Afganist¨¢n ha gozado del apoyo internacional que ha tenido este Gobierno. Pero Karzai ha sido incapaz de aprovechar estas oportunidades. Tal vez otra persona podr¨ª a hacerlo". Qanuni a?adi¨®: "Estos pr¨®ximos cinco a?os ser¨¢n s¨®lo un periodo de transici¨®n".
El tr¨¢fico de drogas, que ha fortalecido a los jefes militares y corrompido a los funcionarios afganos, es el tel¨®n de fondo de cualquier debate de la Administraci¨®n de Karzai. El ingente n¨²mero de personas que viven del opio y la hero¨ªna ha hecho que a Karzai le resulte dif¨ªcil actuar desde el punto de vista pol¨ªtico. En esta cuesti¨®n no ha recibido el respaldo total de Estados Unidos. Hasta hace poco, el Pent¨¢gono imped¨ªa a las tropas estadounidenses participar directamente en actividades antinarc¨®ticos, que en su mayor¨ªa quedaban en manos de los brit¨¢nicos y los europeos. Se han asignado cerca de 800 millones de euros a la lucha contra la droga, pero un funcionario estadounidense en Kabul reconoci¨® que EE UU no sab¨ªa c¨®mo resolver el problema. Karzai se ha opuesto vehementemente a un m¨¦todo, la fumigaci¨®n a¨¦rea de los campos de adormidera, debido a sus efectos para los agricultores, una postura que parece haber irritado a Washington. El a?o pasado, Karzai declar¨® una yihad contra el tr¨¢fico de drogas, y ha emitido llamamientos morales, religiosos y nacionalistas a sus compatriotas para que abandonen el cultivo de adormideras.
Un alto cargo del espionaje afgano me dijo: "Lo que me preocupa es que Afganist¨¢n empieza a parecer la Rusia de mediados de los a?os noventa". Se refer¨ªa a la proliferaci¨®n del capitalismo mafioso posterior a la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Existen algunos signos de que ya est¨¢ ocurriendo. Incluso en la capital, jefes militares, hombres fuertes y funcionarios corruptos se est¨¢n apropiando de tierras con una impunidad parecida a la del Viejo Oeste. Las mismas t¨¢cticas usadas durante muchos a?os en las guerras de Afganist¨¢n parecen haber sido reutilizadas para acumular riqueza.
A finales de 2003, los residentes de unas chabolas lim¨ªtrofes con el distrito m¨¢s acomodado de Kabul fueron expulsados a la fuerza, y sus hogares, derruidos por agentes bajo el mando del jefe de polic¨ªa de Kabul. La investigaci¨®n de un funcionario de la ONU revel¨® que la tierra se hab¨ªa dividido en solares para mansiones, adjudicados a m¨¢s de 300 funcionarios gubernamentales, entre ellos 28 de los ministros del Gabinete de Karzai. Fahim y Qanuni se encontraban entre los beneficiarios. Karzai destituy¨® al jefe de polic¨ªa, pero quiz¨¢ fue una batalla que decidi¨® no librar, o a lo mejor simplemente se olvid¨® de ello, ya que el jefe de polic¨ªa recibi¨® un nuevo alto cargo de seguridad, y comenz¨® la edificaci¨®n de las mansiones.
Debido a que Karzai est¨¢ ensimismado en multitud de cuestiones, tambi¨¦n le resulta dif¨ªcil cumplir promesas m¨¢s peque?as. Hamid Karzai no es un se?or de la guerra, a diferencia de la mayor¨ªa de pol¨ªticos afganos de las tres ¨²ltimas d¨¦cadas, y ¨¦sta es a la vez la fuente de su credibilidad como dem¨®crata y su gran vulnerabilidad; necesita al ej¨¦rcito estadounidense para tener poder negociador. En un grado muy real, Karzai no es tanto un presidente convencional como algo parecido a un monarca constitucional. Su falta de poder le ha convertido en el rostro p¨²blico de una Administraci¨®n que, a pesar de la tensi¨®n de las ¨²ltimas semanas, sigue siendo una prolongaci¨®n del Gobierno de EE UU.
La marcha de Zalmay Jalilzad hacia Irak como embajador de EE UU ha supuesto una prueba para Karzai: ?puede el presidente funcionar como l¨ªder sin el embajador a su lado? (Ronald Neumann, un diplom¨¢tico que viv¨ªa en Irak, ha sido el elegido para sustituir a Jalilzad). Karzai todav¨ªa debe encontrar la manera de equilibrar sus instintos conciliadores -las cualidades que le hacen genuinamente agradable- con la necesidad de ser lo bastante duro como para enfrentarse a los jefes militares y a los narcotraficantes y hacer que Afganist¨¢n sea verdaderamente independiente de Estados Unidos.
Mientras el equilibro de poder siga en manos estadounidenses, Karzai parecer¨¢ d¨¦bil a sus enemigos, muchos de los cuales creen que se ganaron en el campo de batalla su derecho al poder, y no dudar¨ªan en utilizar la fuerza para derrocarle. En vista de ello, la negativa del presidente Bush a ceder a la petici¨®n de Karzai de desempe?ar un papel en las operaciones militares estadounidenses para guardar las apariencias parece corta de miras. Barnett Rubin, un acad¨¦mico de la Universidad de Nueva York experto en temas afganos, explica: "Karzai es el l¨ªder m¨¢s proestadounidense que puedas encontrar en el mundo musulm¨¢n; es decir, est¨¢ intentando ser un l¨ªder. Pero, desde luego, la Administraci¨®n de Bush no le est¨¢ ayudando".
En mi ¨²ltima entrevista con Karzai, me coment¨® que hab¨ªa estado en Tirin Kot el 5 de diciembre de 2001, cuando supo que se convertir¨ªa en presidente de Afganist¨¢n. "Me dirig¨ªa a la cima de la colina, porque ten¨ªa much¨ªsimo fr¨ªo, y dije que subir¨ªa y me calentar¨ªa. Justo cuando avanzaba, cay¨® una bomba; las ventanillas, las puertas, todo se desmoron¨® sobre nosotros, y alcanz¨® exactamente el lugar adonde yo pretend¨ªa ir". Karzai se ri¨® y dijo meneando la cabeza: "Dios es fant¨¢stico".
La bomba, un misil estadounidense perdido, hiri¨® a Karzai y mat¨® a ocho personas m¨¢s. "Las enfermeras me limpiaron la cara de escombros y de sangre", contaba Karzai. "Hubo una llamada, y cuando contest¨¦ era Lyse Doucet, de la BBC, con noticias de Bonn. Me dijo: 'Le han elegido para dirigir el Gobierno provisional'. As¨ª que aqu¨¦l tambi¨¦n fue el d¨ªa en que los talibanes se rindieron. A las nueve o nueve y veinte, la llamada sobre Bonn. A las diez o diez y cuarto, los talibanes se rindieron. Una hora".
Pero luego le pregunt¨¦ a Karzai cu¨¢ndo hab¨ªa sentido realmente el poder de la presidencia, y me respondi¨®: "No lo s¨¦, no lo s¨¦. Todav¨ªa no noto la diferencia, me siento igual que si estuviese empezando, organizando m¨ªtines contra los talibanes, o como si a¨²n siguiera en Tirin Kot. No ha cambiado nada. No me siento presidente u otra cosa. No me preocupa la presidencia o el ser presidente. Me disgusta el poder, me disgusta de verdad. Me refiero a que para m¨ª no existe, no lo siento, ?sabe? Es una taza".
Sosten¨ªa una taza de t¨¦ en la mano y gesticul¨® con ella. "Si hay t¨¦ en ella, disfruto del t¨¦".
"?Pero no de la taza?".
"La noto; no veo el poder. No lo entiendo. No s¨¦ lo que es".
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