Un tedioso y triste final

Muy triste result¨® el final de las novilladas en la plaza sevillana. El festejo fue largo, tedioso, insulso... Era un cartel de escaso fuste, ciertamente, pero hab¨ªa que esperar algo m¨¢s de tres j¨®venes aspirantes a la gloria que alcanzaron, por m¨¦ritos propios o no, la oportunidad de triunfar en la Maestranza. Los novillos de Gabriel Rojas, flojos y sosos, destacaron, al final, por encima de una terna conformista, anodina, cuajada de defectos y ayuna de genialidad.

Lo m¨¢s emotivo de la tarde fue la presencia del subalterno Jos¨¦ Manuel Montoli¨², hijo del malogrado Manolo Montoli¨², muerto en esta plaza en 1992, vivo retrato de su padre a la hora de citar al toro y colocar las banderillas. La plaza homenaje¨® al padre con una sentida ovaci¨®n a su hijo.

Y se acab¨® la novillada. Novillos de escasa colaboraci¨®n. novilleros modernos, y poco, muy poco p¨²blico, formado, en su mayor¨ªa, por turistas y muchos partidarios, que es lo peor que puede acompa?ar a un novillero. Nada m¨¢s inapropiado que los ol¨¦s a destiempo, esas voces fuera de lugar, esas peticiones de m¨²sica... Todo muy cutre, impropio de esta plaza en otro tiempo.

Y los novilleros... Muy poco ¨¢ngel, hondura a cuentagotas, personalidad inapreciable, acelerados los tres, mec¨¢nicos, pesados y aburridos. Hijos de la modernidad de esta tauromaquia que uniformiza la ausencia de sentimiento. Ninguno dijo nada ni ofreci¨® cualidades innatas para el triunfo. Ningun¨® destac¨® por nada. Ojal¨¢ s¨®lo tuvieran una mala tarde y el futuro les depare el ¨¦xito que ayer se les neg¨®.

Qued¨® la impresi¨®n, no obstante, de que la fiesta est¨¢ dejada de la mano de Dios, la afici¨®n desmadejada y el porvenir oscuro.

De no ser as¨ª, la empresa sevillana, por ejemplo, no se hubiera atrevido a suspender la corrida de la feria de San Miguel en la que iba a participar El Cid. Una decisi¨®n intolerable, inconcebible y arbitraria, que supone un nuevo bajonazo a la fiesta y otro al prestigio de la Maestranza. Argumenta la empresa que El Cid es insustituible, raz¨®n sin peso alguno porque lo que no es sustituible es la responsabilidad de los gestores con la obligaci¨®n contraida con la afici¨®n.

Si un torero, sea quien sea, se lesiona, la empresa debe organizar otra corrida y que el aficionado decida si debe acudir o no. Lo m¨¢s grave, sin embargo, es que se comete este atropello con el silencio de la Real Maestranza y de la autoridad competente. ?Pobre fiesta...!