Cornada grave a Abell¨¢n
El segundo de la tarde ten¨ªa una presencia se?orial, con dos pitones desafiantes y con ese car¨¢cter ind¨®mito que sol¨ªa acompa?ar a los toros bravos en los tiempos de Maricasta?a. El segundo de la tarde, para m¨¢s se?as, embest¨ªa por abajo con una emoci¨®n que hizo crepitar hasta los modernos cimientos de este posmoderno y macizo coso. Le dieron dos puyazos de impresi¨®n y en el tercio de banderillas se mostr¨® incierto y pegajoso. En ¨¦stas sali¨® Abell¨¢n y se ech¨® la pa?osa a la mano izquierda sin m¨¢s miramientos. La faena se presagiaba de cara o cruz porque el toro se com¨ªa literalmente el enga?o de un torero valiente pero que dio la sensaci¨®n de que se encontraba a merced de aquella locomotora. Generosamente, le ofreci¨® sitio, y en la tercera tanda al natural fue prendido de una forma escalofriante con un derrote seco y certero en la ingle. Abell¨¢n, con el rostro ensangrentado y tras dos bald¨ªos intentos de torniquete, volvi¨® de nuevo a la cara del astado y con majeza lo mand¨® al otro barrio antes de pasar a la enfermer¨ªa. Ya no sali¨®. Fue operado de una cornada de 15 cent¨ªmetros a la altura del tri¨¢ngulo de Scarpa.
Mart¨ªn / Padilla, Abell¨¢n, Urdiales
Toros de Victorino Mart¨ªn, bien presentados y de juego desigual. 1? muy noble; 2? y 3? con casta y el resto de peor nota Juan Jos¨¦ Padilla: oreja; silencio y silencio. Miguel Abell¨¢n: saludos en el ¨²nico que mat¨®. Herido grave. Diego Urdiales: saludos y silencio. Plaza de toros de La Ribera. 25 de septiembre. 6? y ¨²ltima corrida de feria. Casi lleno.
Pero antes, Juan Jos¨¦ Padilla se hab¨ªa encontrado con otro victorino completamente distinto: pastue?o y tan noble que le dio la oportunidad de torear a placer. El toro, muy bien armado, hac¨ªa surcos por el albero y el diestro jerezano lig¨® preciso series por ambos pitones, llevando la muleta por el suelo y proyectando una dimensi¨®n suya tan desconocida que su faena result¨® una enso?aci¨®n. Diego Urdiales, en su tercera corrida de la temporada, recibi¨® a su primero con un buen fajo de ver¨®nicas en las que jug¨® los brazos con armon¨ªa y gusto.El segundo de la tarde ten¨ªa una presencia se?orial, con dos pitones desafiantes y con ese car¨¢cter ind¨®mito que sol¨ªa acompa?ar a los toros bravos en los tiempos de Maricasta?a. El segundo de la tarde, para m¨¢s se?as, embest¨ªa por abajo con una emoci¨®n que hizo crepitar hasta los modernos cimientos de este posmoderno y macizo coso. Le dieron dos puyazos de impresi¨®n y en el tercio de banderillas se mostr¨® incierto y pegajoso. En ¨¦stas sali¨® Abell¨¢n y se ech¨® la pa?osa a la mano izquierda sin m¨¢s miramientos. La faena se presagiaba de cara o cruz porque el toro se com¨ªa literalmente el enga?o de un torero valiente pero que dio la sensaci¨®n de que se encontraba a merced de aquella locomotora. Generosamente, le ofreci¨® sitio, y en la tercera tanda al natural fue prendido de una forma escalofriante con un derrote seco y certero en la ingle. Abell¨¢n, con el rostro ensangrentado y tras dos bald¨ªos intentos de torniquete, volvi¨® de nuevo a la cara del astado y con majeza lo mand¨® al otro barrio antes de pasar a la enfermer¨ªa. Ya no sali¨®. Fue operado de una cornada de 15 cent¨ªmetros a la altura del tri¨¢ngulo de Scarpa.
Pero antes, Juan Jos¨¦ Padilla se hab¨ªa encontrado con otro victorino completamente distinto: pastue?o y tan noble que le dio la oportunidad de torear a placer. El toro, muy bien armado, hac¨ªa surcos por el albero y el diestro jerezano lig¨® preciso series por ambos pitones, llevando la muleta por el suelo y proyectando una dimensi¨®n suya tan desconocida que su faena result¨® una enso?aci¨®n. Diego Urdiales, en su tercera corrida de la temporada, recibi¨® a su primero con un buen fajo de ver¨®nicas en las que jug¨® los brazos con armon¨ªa y gusto.
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