El exilio de 1939, fuente inagotable
El exilio ha sido una de las experiencias capitales en la cultura del siglo XX. Hasta nuestros d¨ªas nunca se hab¨ªan confrontado tan llamativamente los dos motivos polares de todo destierro: el fuerte tir¨®n de la identidad (nacional, ling¨¹¨ªstica, tribal...) y la llamativa internacionalidad de la experiencia cultural (las aventuras universales de la vanguardia y del existencialismo pueden representar a todas las dem¨¢s). Y nunca tampoco se hab¨ªa sido tan cruel con los vencidos: el exterminio o la expulsi¨®n fueron perversos deseos que s¨®lo el siglo XX nos puso en condiciones de realizar por completo.
Aquella sugerente contradicci¨®n y esta marca de la violencia han configurado la vivencia del exilio. El desterrado vive una desposesi¨®n cultural pero, a la vez, la puede contrastar a diario con los incentivos de una cultura extra?a: no es un viajero curioso ni un n¨®mada radical, sino un voluntario ilota cultural. Nadie calificar¨ªa de exiliados a Henry James o T. S. Eliot, ni el exilio fue determinante capital en la vida intelectual de Nabokov o Cioran, que m¨¢s bien son, como quiere George Steiner, extraterritoriales. El exiliado, sin embargo, lo es en cuanto se siente animal territorial y mantiene, contra viento y marea, la identidad cultural y pol¨ªtica por la que fue castigado: S¨ªsifo voluntario de una roca a la que ama como cosa propia, decidido a perseverar en el recuerdo de la infamia.
Casi ning¨²n exilio ha sido tan largo como el nuestro y en pocos el culpable sobrevivi¨® a muchas v¨ªctimas
Entre la requisitoria y la salvaci¨®n
A la hora de valorar y entender el exilio espa?ol de 1939 conviene establecer un m¨ªnimo umbral de exiliograf¨ªa comparada: casi ninguno ha sido tan largo como el nuestro y en muy pocos el culpable sobrevivi¨® a muchas de sus v¨ªctimas; pocos tambi¨¦n, a cambio, tuvieron como espacio de castigo (no en todos, pero s¨ª en la mayor parte de los casos) un territorio de la misma lengua y de muy parecidas vivencias ideol¨®gicas, como fueron aquellos pa¨ªses americanos donde el combate entre modernizaci¨®n y tradici¨®n, autoritarismo y libertad, nacionalismo e internacionalizaci¨®n era, en sustancia, el mismo que los desterrados creyeron haber dejado atr¨¢s en 1939. El espa?ol ha sido un exilio de contumacias y no pocos de sus nombres ilustran las virtudes del empecinamiento: pensemos en la poes¨ªa de Le¨®n Felipe, quiz¨¢ su m¨¢s pat¨¦tica expresi¨®n, pero tambi¨¦n en las rutilantes paradojas cristianas y nihilistas, ¨¢cratas y doctrinarias, con que Jos¨¦ Bergam¨ªn se neg¨® a aceptar haber sido derrotado. A ese bando de los contumaces pertenecen la novela y el teatro de Max Aub, tan obstinadamente vueltos al pasado que cuando su autor toc¨® de nuevo el pa¨ªs que abandon¨® se irritaba porque ya no es como era: La gallina ciega, diario de su regreso a Espa?a, es -como vio certeramente Ignacio Soldevila- una dram¨¢tica manifestaci¨®n del complejo de Rip van Winkle, el personaje del cuento de Washington Irving. Aub quer¨ªa que los moluscos que tomaba en los bares de la Valencia de 1970 supieran igual que los de 1935, pero su obstinaci¨®n tambi¨¦n sab¨ªa que la cultura tiende a ser instituci¨®n y la suya hab¨ªa sido desmantelada como tal; el joven socialista que en 1936 propon¨ªa una reorganizaci¨®n del teatro espa?ol era el mismo que, veinte a?os despu¨¦s, se divert¨ªa haciendo imprimir un falso discurso de su ingreso en la Academia Espa?ola sobre los resultados de aquel plan. Y, al componer el elenco de los miembros de la docta casa, acertaba a reescribir una historia posible (pero perdida) de las letras espa?olas sin guerra y sin Franco, con Lorca y Gim¨¦nez Caballero, Pem¨¢n y Alberti, Delibes y Cela, compartiendo sillones acad¨¦micos.
En otros escritores no cupo, o no fue tan patente, la actitud acusatoria. O la fiebre curs¨® de otro modo. ?C¨®mo no advertirla en el Luis Cernuda de Las nubes (1940), que es un libro de guerra tanto como de exilio y uno de los mejores que se escribieron en el pasado siglo? Hay poemas duramente acusatorios (pensemos en los dedicados a la muerte de Lorca o al recuerdo de Larra), al lado de otros (Noche de luna o Eleg¨ªa espa?ola) que se abrazan compasivamente a la cat¨¢strofe, o que buscan un signo de paz (El ruise?or sobre la piedra), y otros en los que estalla el rencor (Impresi¨®n de destierro) y comienza el amargo proceso del desasimiento que a?os despu¨¦s dictar¨ªa D¨ªptico espa?ol, en Desolaci¨®n de la quimera: la ¨²nica Espa?a que vale la pena, pensaba ya Cernuda, es la que pulula en las novelas de Gald¨®s. Y esa idea de que la verdadera Espa?a, la Espa?a amiga, estaba en las p¨¢ginas de los mejores libros espa?oles, canon inigualable de vida, no fue ¨²nica...
Otros muchos arribaron a la misma idea. Casi m¨¢s de guerra que de exilio fue un libro (su colof¨®n lo da impreso en M¨¦xico en septiembre de 1939) que argument¨® aquella nueva posibilidad de vivir Espa?a lejos de Espa?a: me refiero a Pensamiento y poes¨ªa en la vida espa?ola, de Mar¨ªa Zambrano, en el que el senequismo y la m¨ªstica, el realismo de la picaresca y el amor por los seres humanos que respiran las obras de Cervantes y Gald¨®s se convierten, todos juntos, en una nueva manera de entender la realidad: en una raz¨®n po¨¦tica.
Im¨¢genes de la culpa
?Son estos exorcismos para ahuyentar la culpa, si es que la hubo? Podr¨ªa pensarse tal cosa al leer la obra de Ram¨®n J. Sender, aquel inmenso solitario que hizo de la culpabilidad y del arraigo perdido sus dos temas esenciales. La esfera es una novela simb¨®lica y ardua que explora lo primero; El lugar de un hombre amalgama con mucho mayor acierto los dos temas. Pero quiz¨¢ su escenificaci¨®n m¨¢s hermosa venga en las p¨¢ginas de una serie de t¨ªtulo feliz que no puede leerse sin emoci¨®n: Cr¨®nica del alba. All¨ª, en los cautivadores prefacios de cada volumen, es donde Sender revela su secreto protocolo lustral: dejar de ser Sender, el culpable, para ser Pepe Garc¨¦s, que es la encarnaci¨®n de su inocencia, el infantil Se?or del Amor, del Saber y de las Dominaciones, el nuevo Segismundo a las puertas de la felicidad y de la posesi¨®n, pero tambi¨¦n el hombre que no podr¨¢ sobrevivir al campo de refugiados y que muri¨® en 1939. Y Sender nos viene a decir que el Sender que sobrevive vale poco la pena...
?Culpabilidad?... No la sinti¨® Juan Ram¨®n Jim¨¦nez al organizar su obra posterior al destierro como un descubrimiento y una recapitulaci¨®n enlazadas: L¨ªrica de una Atl¨¢ntida. Y dentro de su fluir, es dif¨ªcil negar a Espacio su condici¨®n central y explicativa. Puede que sea el mayor poema del exilio espa?ol y ya es, de seguro, uno de los mayores de la poes¨ªa espa?ola: Espacio es el tiempo condensado en forma de espacio, es la multitud de vidas contempladas como Vida ¨²nica, al igual que el perrillo que ladra al sol poniente en la Florida es el que ladraba en el monturrio de Moguer y cualquier otro que lo haga al crep¨²sculo. No hay ni identidad ni exilio sino luz que se dilata hacia el infinito, pero es precisamente ese violento deseo el que m¨¢s nos habla de destierro y de injusticia.
Hubo quien interioriz¨® uno y otra como raz¨®n vital colectiva. El gran libro hist¨®rico del destierro fue madrugador: Espa?a en su historia, de Am¨¦rico Castro, vio la luz en 1948, tras largos a?os de dolorosa gestaci¨®n. Hasta 1939 el autor crey¨® haber sido parte de un pa¨ªs europeo, o en v¨ªas de serlo; en los a?os de guerra supo que aquella org¨ªa de violencia se inscrib¨ªa en un largo y subterr¨¢neo proceso que ¨¦l y sus amigos se hab¨ªan empe?ado en negar. Espa?a se fundaba sobre el odio y el recelo, pero, sobre todo, en el autoenga?o. Las inmarcesibles p¨¢ginas de literatura que consolaron la melancol¨ªa de Cernuda y de Zambrano fueron para Am¨¦rico Castro las ardorosas se?ales de un incendio: escritores que ocultaban el estigma de su ascendencia hebrea, obras que eran encarnaciones del nihilismo m¨¢s radical o a?oranzas de un mundo amable y distinto, textos que se convert¨ªan en partituras cifradas de una disidencia. Puede que nada se sustente en la realidad, como suele suceder en todos los informes fiscales, pero nadie fue inmune a su manera de leer el pasado, ni a la fuerza persuasiva de su prosa.
La purga de la lucidez
Ni siquiera lo fue Francisco Ayala, que en 1949 publicaba los cuentos hist¨®ricos Los usurpadores, con ¨¢nimo de alumbrar retazos de una historia en la que todo poder hab¨ªa sido una usurpaci¨®n. Pero Ayala, el l¨²cido, ten¨ªa otras cosas mucho m¨¢s claras acerca de la misi¨®n de los intelectuales en el mundo posterior a 1945, y en un luminoso art¨ªculo de 1948, el a?o de Espa?a en su historia, se pregunt¨® "?para qui¨¦n escribimos nosotros?", los exiliados. ?Hab¨ªa de hacerse en nombre de un p¨²blico espa?ol inexistente? ?Podr¨ªa seguirse ignorando la existencia de una literatura espa?ola del interior? ?Tendr¨ªa que persistirse en las obsesiones del pasado, desconociendo el nuevo mundo de alrededor? En el fondo, los cuentos que compil¨® en La cabeza del cordero (1949) responden por ¨¦l. Y dos de ellos, muy en especial: El tajo, cuando la familia de un miliciano muerto teme aceptar los documentos que les devuelve un antiguo oficial nacionalista, que fue su involuntario asesino; El regreso, cuando un desterrado decide volver y descubre, entre los brazos mercenarios de la hermana de su mejor amigo, que fue ¨¦ste quien le denunci¨® en 1936.
Ya no hab¨ªa regreso posible... Y, sin embargo, triunf¨® la literatura de la contumacia y un mont¨®n de espa?oles egregios edificaron unas letras imposibles, un dram¨¢tico mensaje del pasado hacia el futuro. Hoy, cuando la contrarreforma en la noci¨®n misma de la Guerra Civil campa por sus respetos (tan estrechamente ligada a la insolencia pol¨ªtica de los ocho a?os del aznarato), leer a los escritores del exilio significa sumergirse en una experiencia humana no apta para simplificadores. Pero significa tambi¨¦n tener presente algo de lo mejor de nosotros mismos.
Letras noblemente reivindicativas
LA BIBLIOGRAF?A sobre el exilio empieza a ser inabarcable. Pero, a menudo, es m¨¢s noblemente reivindicativa que interpretativa. Disponemos de una luminosa lectura del hecho cultural del exilio en las p¨¢ginas de un librito de Claudio Guill¨¦n, El sol de los desterrados: literatura y exilio (Quaderns Crema. Barcelona, 1995), tambi¨¦n refundido en el primer cap¨ªtulo de M¨²ltiples moradas. Ensayo de literatura comparada (Tusquets. Barcelona, 1998).
Una impagable cr¨®nica y recuento de nombres y hechos viene en la serie dirigida por Jos¨¦ Luis Abell¨¢n, El exilio espa?ol de 1939 (seis vol¨²menes, Taurus. Madrid, 1976-1978,), no superada como s¨ªntesis, aunque incremente el volumen de sus datos la serie de actas de los congresos organizados por el grupo GEXEL, dirigido por Manuel Aznar Soler, en 1999.
Este equipo de investigaci¨®n ha promovido tambi¨¦n una importante Biblioteca del Exilio que prev¨¦ cien vol¨²menes, de los que ya ha sobrepasado la primera veintena, impresos por cuenta de un benem¨¦rito grupo de editoriales espa?olas.
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