La linterna c¨²bica
La contemporaneidad minimalista y ligera en el campo del mobiliario dom¨¦stico les ha puesto f¨¢ciles las cosas a quienes alquilan un piso. Los muebles de hoy son livianos y esquem¨¢ticos. Pero hay un elemento que se resiste a esa racionalizaci¨®n y reducci¨®n de superficies extrema caracter¨ªstica del interiorismo de hoy: la l¨¢mpara. Es dif¨ªcil acertar con la l¨¢mpara, no pocas veces es un dolor de cabeza, y no s¨®lo a la hora de comprarla, tambi¨¦n a la de dise?arla. Basta darse una vuelta por cualquier comercio del ramo para comprobar que nos hallamos ante un art¨ªculo que, en cuanto el dise?ador se descuida, tiende a la extravagancia y a la arbitrariedad formal.
Por eso la gente, sobre todo los j¨®venes que ponen su primer piso, sobre todo cuando no van sobrados de dinero, se conforman con comprar una o dos de esas pantallas esf¨¦ricas, de papel blanco, que tienen connotaciones orientales y tambi¨¦n verbeneras. Tiempo habr¨¢, se dicen, para cambiarla. El primer d¨ªa parece una soluci¨®n graciosa, esa esfera lista para balancearse al soplo de un viento que no corre por la ciudad. Luego se ve que no casan con la arquitectura de los pisos, que tienden a colgar de los techos como nidos de aves extra?as, pero hay que resignarse a ellas e incluso hay que estarle agradecidos, pues su redondez sosiega; nos recuerda a Parm¨¦nides de Elea, para quien la esfera es la forma de representaci¨®n del ser, pues en ella se encuentra distribuido por doquier, id¨¦ntico en cada punto a s¨ª mismo. Contra los relativismos, las liviandades, las levedades, la fluidez y las fugacidades del ser heraclitano, contra la falta de sustancia caracter¨ªstica de los a?os mozos, que a veces puede resultar aterradora, la esfera luminosa repite, tranquilizadora: "Lo que es, es; lo que no es, no es". Y t¨² est¨¢s completo.
La l¨¢mpara c¨²bica, presente en todos los comercios del ramo, nos remite a la linterna que ilumina el cuadro de Goya
Sin embargo, cuando la gente se asienta y redecora su casa, lo primero que hace es tirar a la basura o regalar a un sobrino la l¨¢mpara esf¨¦rica, que le recuerda la penuria reciente. Y a menudo, obedeciendo a los movimientos pendulares del ¨¢nimo, la sustituye con lo m¨¢s opuesto a ella: en vez de esfera colgante, un cubo en el suelo. Tienen tanto ¨¦xito esas l¨¢mparas c¨²bicas que las tienen en todos los comercios del ramo de cierta enjundia. Yo he visitado Pilma en la Diagonal 403, Deumar en Mallorca 215 y Biosca & Botey, ese emporio de C¨°rsega 294, y en las tres tiendas la venden, con ligeras diferencias de tama?o y materiales.
L¨¢mpara c¨²bica que no deber¨ªa parecernos tan tranquilizadora, sino todo lo contrario, pues mediante una asociaci¨®n mental inmediata y simplic¨ªsima remite a la linterna que ilumina El 3 de mayo de 1808 en Madrid. La linterna que los soldados franceses del pelot¨®n de ejecuci¨®n han posado en el suelo para iluminar a sus v¨ªctimas y no marrar el tiro, y que ilumina con dram¨¢tico fulgor la escena pavorosa. Se trata de una linterna de vidrio, que portar¨ªa dentro una vela o bien una l¨¢mpara de aceite, quiz¨¢ parecida al candil descrito en el cat¨¢logo de la exposici¨®n La vida cotidiana en tiempos de Goya: un candil de chapa de lat¨®n, con dos pisos o niveles: en el de encima se colocaba el aceite y la mecha o torcida, y el de debajo recog¨ªa el goteo y los restos del p¨¢bilo.
Contemplando El 3 de mayo uno piensa que en esa imagen dantesca la linterna representa las luces de los fil¨®sofos franceses del XVIII, las luces de la Ilustraci¨®n, de la modernidad y el progreso, de la Enciclopedia, de la declaraci¨®n de los derechos del hombre, las luces cuya irrupci¨®n anhelaban los ilustrados de Espa?a para aclarar las tinieblas del absolutismo, la decadencia, la clerigalla, la Inquisici¨®n. Pero llegaron en linternas de tropa, colgadas por la argolla de la punta de las bayonetas caladas, para iluminar pat¨ªbulos de improviso. Cu¨¢l no ser¨ªa el horror de Goya y de sus amigos liberales y afrancesados.
En el Museo del Prado, ante El 3 de mayo, una vez le pregunt¨¦ a Juan Jos¨¦ Junquera Mato si a su entender no es ¨¦ste que vengo diciendo el sentido de la famosa y ambigua sentencia goyesca "el sue?o de la raz¨®n produce monstruos".
Junquera, catedr¨¢tico de la Complutense, que hace un par de a?os levant¨® gran pol¨¦mica con su tesis de que las pinturas negras de la Quinta del Sordo no son obra de Goya, sino de su hijo Javier -el tema se sigue debatiendo sin contemplaciones en las p¨¢ginas de la revista Archivo Espa?ol de Arte-, me interrumpi¨® con las siguientes o parecidas palabras: "Es usted muy libre de verlo as¨ª. Pero la linterna es una linterna com¨²n en la ¨¦poca, de las que llevaban los criados para iluminar a los se?ores en las calles oscuras. Y la cultura e ilustraci¨®n de Goya es una leyenda rom¨¢ntica. Jovellanos y Morat¨ªn fueron amigos suyos, pero tambi¨¦n al siglo siguiente Ortega y Gasset era amigo de toreros y eso no les hac¨ªa ilustrados. La verdad es que Goya escrib¨ªa fatal, su sintaxis era espantosa y tambi¨¦n su ortograf¨ªa, en una ¨¦poca en que ¨¦sta estaba claramente pautada. En el meticuloso inventario de la Quinta del Sordo figura hasta el esti¨¦rcol del patio y las lentejas de la cocina, pero ni un solo libro. A Goya no eran las ideas de progreso lo que le preocupaba, sino vivir lo mejor posible, como se ve claramente en la correspondencia con Mart¨ªn Zapater. No fue por problemas pol¨ªticos por lo que se exili¨® en Burdeos, de donde fue y volvi¨® a su gusto y sin dejar de cobrar su sueldo como primer pintor de corte de Fernando VII".
Ciertamente, con el cuadro que nos ocupa, con su no menos sobrecogedora pareja La carga de los mamelucos, y con otros dos grandes lienzos que se han perdido, el pintor se propon¨ªa "perpetuar, por medio del pincel, las m¨¢s notables y heroicas acciones de nuestra gloriosa insurrecci¨®n contra el tirano de Europa", seg¨²n su carta de 1814 a la regencia del reino. El ej¨¦rcito invasor acababa de retirarse. El pa¨ªs estaba devastado. Don Luis de Borb¨®n le puso sueldo, y Fernando VII le mantuvo en el cargo una vez superado el examen en el tribunal de depuraci¨®n, pero los cuatro cuadros parecieron menos exaltantes que crudos y extravagantes, y se almacenaron en las reservas de la Academia de san Fernando, luego en las del Prado. Hoy los conoce y admira todo el mundo, y la linterna se ve por todas partes.
museosecreto@hotmail.com
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