Asesino compulsivo
Cal¨ªgula, diminutivo de Cayo C¨¦sar por las sandalias que sol¨ªa vestir, padeci¨® tal locura que super¨® en perversi¨®n a su antecesor, el malvado Tiberio. "Que me odien, con tal de que me teman", es la frase que acu?¨® durante su imperio para justificar las mayores atrocidades. Oblig¨® a suicidarse a su suegro, mat¨® a su abuela, sedujo a sus hermanas y maltrat¨® a muchos de los senadores de Roma.
Ante el dilema de qu¨¦ es m¨¢s importante para el destino de un hombre, si el entrenamiento o las condiciones naturales, la educaci¨®n o la herencia gen¨¦tica, el sentido com¨²n, prudente, susurra en nuestros o¨ªdos que ambas. Uno solo de esos factores, por excelente que sea, no garantiza nada. Ilustrando esto, en la galer¨ªa de emperadores romanos destacan, por monstruosos, Cal¨ªgula y Ner¨®n. Ner¨®n tuvo como preceptor al gran fil¨®sofo estoico S¨¦neca, quien se suicid¨® al saber que los soldados del emperador estaban ya en camino para ejecutarle. Cal¨ªgula (Anzio, 12 d. C.-Roma, 41), emperador durante 3 a?os, 10 meses y 8 d¨ªas, tuvo por padre al ejemplar Germ¨¢nico. Su figura ha inspirado, por poner tres ejemplos de menor a mayor inter¨¦s y en saltos vertiginosos, p¨¢ginas porno en Internet, una pel¨ªcula de Tinto Brass y un drama de Albert Camus.
Marc¨® con fuego, enjaul¨® y ech¨® a la fieras a muchos senadores
Mientras com¨ªa o fornicaba le gustaba ver c¨®mo se decapitaba
A 'Incitatio', su caballo favorito, le hizo un establo de m¨¢rmol y marfil
Casado con Agripina -hija del glorioso general Marco Agripa, y de Julia, hija de Augusto-, Germ¨¢nico tuvo nueve hijos, de los que le sobrevivieron tres mujeres y tres varones. A Cayo C¨¦sar, el peque?o, criado en campamentos, adorado por los legionarios, le apodaron Cal¨ªgula, diminutivo de las sandalias militares que sol¨ªa vestir. Al morir Augusto, las legiones no quer¨ªan a Tiberio como sucesor y hab¨ªan aclamado a su sobrino, Germ¨¢nico; pero ¨¦ste, leal, rehus¨®. As¨ª habla Suetonio de Germ¨¢nico: "Reun¨ªa tantas virtudes de cuerpo y esp¨ªritu, y en tan alto grado, como ning¨²n otro las tuvo nunca. Era de singular belleza y fortaleza; sobresal¨ªa por su dominio de la elocuencia y la cultura, tanto griegas como latinas; no hab¨ªa quien le igualase en su bondad (?). Con frecuencia abati¨® a sus enemigos luchando cuerpo a cuerpo". Victorioso en Germania, en Armenia, conquistador de Capadocia, Germ¨¢nico muri¨® con 34 a?os en Asia, en 19 d. C., tras una larga enfermedad. Se sospech¨® que le hab¨ªa envenenado, por orden de Tiberio, Cneo Pis¨®n, gobernador de Siria. Si Augusto se mesaba los cabellos y gem¨ªa, exclamando: "?Varo, Varo, devu¨¦lveme mis legiones!", Tiberio hubo de soportar inscripciones y gritos nocturnos cerca de su palacio: "?Devu¨¦lvenos a Germ¨¢nico!".
Tiberio persigui¨® con sa?a hasta la muerte a su esposa y a sus hijos mayores. A sus hijas, por no representar ning¨²n peligro, las dej¨® en paz. Tambi¨¦n Cal¨ªgula parec¨ªa inofensivo, y Tiberio le llam¨® a Capri en 31 d. C. De los labios de Cal¨ªgula jam¨¢s sali¨® ning¨²n reproche hacia el destructor de su familia. Se mostr¨® obsequioso con su t¨ªo abuelo, y m¨¢s tarde se dijo que "nunca hab¨ªa existido mejor servidor ni peor amo". Una frase de Tiberio dice mucho de quien la pronuncia, de aquel a quien se refiere y, en fin, de la condici¨®n humana: "Dejo vivir a Cayo para su desgracia y la de todos". En 35 d. C. le nombr¨® hijo adoptivo y coheredero con Gemelo, nieto suyo y primo de Cal¨ªgula.
Sobre la muerte de Tiberio hay distintas versiones. Una asegura que le envenen¨® Cal¨ªgula, y que le ahog¨® con una almohada cuando reclam¨® el anillo que le hab¨ªa arrebatado mientras estaba inconsciente. Seg¨²n T¨¢cito, fue Macr¨®n el magnicida. Seg¨²n S¨¦neca (cuyo tratado sobre la c¨®lera tiene como fin criticar sutilmente a Cal¨ªgula o se?alar los errores que deber¨ªa evitar), Tiberio, moribundo, se quit¨® el anillo, como para entregarlo a alguien, pero luego se lo volvi¨® a poner; llam¨® a sus servidores, ninguno acudi¨®, se levant¨® y cay¨® muerto cerca del lecho. Esta versi¨®n es la m¨¢s cre¨ªble, pues apuntala la idea de un Cal¨ªgula cobarde y servil cuando no ejerc¨ªa el poder, e indica que el sagaz -y monstruoso tambi¨¦n- Tiberio no se equivocaba al juzgarle inofensivo para ¨¦l. Cal¨ªgula dir¨ªa que, si bien no hab¨ªa cometido parricidio, hab¨ªa entrado a veces con un cuchillo en el dormitorio de Tiberio para vengar el asesinato de su madre y hermanos, aunque por piedad hab¨ªa desistido. Sin duda, una mentira para d¨¢rselas de compasivo y disfrazar su total indiferencia ante la suerte de sus familiares.
El Senado declar¨® inv¨¢lido el testamento de Tiberio en 37 d. C. y concedi¨® a Cal¨ªgula el poder total, ante el j¨²bilo de las multitudes, que ve¨ªan en ¨¦l no s¨®lo al hijo de Germ¨¢nico, sino a un descendiente directo -y no meramente pol¨ªtico, como Tiberio- del amado Augusto. El apoyo de Macr¨®n, el jefe de la Guardia Pretoriana, fue imprescindible. Cal¨ªgula hab¨ªa sido h¨¢bil: al rev¨¦s que otros posibles sucesores, hab¨ªa sabido sobrevivir al terror de Tiberio, y se hab¨ªa ganado a Macr¨®n a trav¨¦s de su esposa, a la que hab¨ªa prometido conceder el divorcio y desposar si era nombrado emperador. La guardia personal del emperador estaba formada por 500 hombres, y Cal¨ªgula reforz¨® su importancia, hasta el punto de llegar a elegir y eliminar emperadores. De hecho, los pretorianos permitieron la elecci¨®n de Cal¨ªgula, le asesinaron y eligieron a su sucesor, Claudio, hermano de Germ¨¢nico. A Macr¨®n y a su esposa les pagar¨ªa m¨¢s adelante con la muerte, pensando que se estaban volviendo demasiado poderosos.
Al principio, Cal¨ªgula se mostr¨® generoso y prudente. Perdon¨® a los exiliados y condenados a muerte, ofreci¨® espect¨¢culos, regal¨® dinero al pueblo y mejor¨® las relaciones con los belicosos partos. Pero pronto el pr¨ªncipe dej¨® paso al monstruo, transformaci¨®n que algunos hacen coincidir con una grave enfermedad, una encefalitis padecida en octubre de 37 d. C., olvidando que ya en Capri participaba con entusiasmo en las ejecuciones y torturas de los condenados. Miles de ciudadanos le velaron en el Palatino. Cal¨ªgula se restableci¨® y muchos lo lamentar¨ªan, como lamentar¨ªa el Senado el haber cre¨ªdo que podr¨ªa manejar al joven emperador.
Los senadores fueron, en efecto, uno de sus blancos favoritos. A unos los marc¨® con fuego y los hizo trabajar en las minas o reparando carreteras; a otros los aserr¨® en dos, o los encerr¨® en jaulas a cuatro patas, o los arroj¨® a las fieras. Sin llegar tan lejos, tambi¨¦n los humillaba, haci¨¦ndoles correr tras su carroza, con la toga, durante kil¨®metros, u oblig¨¢ndoles a permanecer de pie, con un delantal, a los pies de su div¨¢n mientras com¨ªa. En el viaje de vuelta de su ¨²nica campa?a b¨¦lica, una farsa grotesca, le sali¨® al encuentro una embajada de nobles suplic¨¢ndole que acelerara el paso. Cal¨ªgula respondi¨®, golpeando la empu?adura de la espada: "Ya llegar¨¦, ya llegar¨¦, y ¨¦sta conmigo". Pero la que siempre llega es la muerte, y a Cal¨ªgula le quedaban cuatro meses de vida.
Su maldad tambi¨¦n se ceb¨® en su familia, aunque al principio favoreci¨® a sus miembros. Dej¨® ¨²nicamente con vida al futuro emperador Claudio para usarle como buf¨®n. Adopt¨® a Gemelo el d¨ªa en que visti¨® la toga viril, aunque pronto mand¨® asesinarle. Su primo tomaba un medicamento para la tos, y el pretexto fue que ol¨ªa a ant¨ªdoto, como si temiera que Cal¨ªgula fuera a envenenarle. "?Un ant¨ªdoto contra C¨¦sar?", se burlaba. Oblig¨® a suicidarse a su suegro, Silano. Se dice que desvirg¨® a su hermana Drusila, y que en una ocasi¨®n su abuela Antonia les sorprendi¨® fornicando. Se rumore¨® que envenen¨® a su abuela, o que la oblig¨® a suicidarse porque un d¨ªa encontr¨® que su cabeza era hermosa, pero que no encajaba bien en los hombros.
A Drusila s¨ª la quiso, aunque la repudi¨®. Se la quit¨® al ex c¨®nsul Lucio Casio Longino, y vivi¨® con ella como si fuera su leg¨ªtima esposa. La nombr¨® heredera del Imperio, y cuando muri¨®, en 38 d. C., decret¨® un luto oficial y, roto de dolor, abandon¨® Roma precipitadamente. Cuando regres¨® se hab¨ªa dejado crecer el pelo y la barba. Tambi¨¦n mantuvo relaciones sexuales con sus otras hermanas, aunque no las am¨® tanto, e incluso las prostituy¨® con sus amigos libertinos. Despu¨¦s las acus¨® de ad¨²lteras y c¨®mplices de las intrigas contra ¨¦l. Desterradas, las amenazaba: "No s¨®lo dispongo de islas, sino tambi¨¦n de espadas".
Adem¨¢s de Junia Claudila, quien muri¨® de parto, y de Drusila, tuvo tres esposas. A Livia Orestila se la llev¨® del banquete nupcial tras decir al marido: "Deja de manosear a mi mujer". A Lolia Pauliba se la quit¨® a su esposo tras o¨ªr que su abuela hab¨ªa sido la mujer m¨¢s hermosa de su tiempo. A Cesonia, ni guapa ni joven, pero de desenfrenada lascivia, la am¨® con pasi¨®n. De ella tuvo una hija, Julia Drusila. Cre¨ªa que la prueba de su paternidad era c¨®mo ara?aba con sus deditos la cara y los ojos de los ni?os que jugaban con ella. Sobre el sexo de Cal¨ªgula, ya se han dado algunas pistas. Lo ¨²nico que se puede afirmar es que ten¨ªa alguno, aunque no se sepa cu¨¢l. Mientras com¨ªa o fornicaba, presenciaba a menudo torturas o decapitaciones. Mantuvo relaciones sexuales con diversos hombres, entre ellos el mimo Mnester y varios de los rehenes. Valerio Catulo, un joven de familia consular, pregonaba que le hab¨ªa sodomizado. Su cortesana favorita fue Pirilis, y no se abstuvo de ninguna mujer. A las nobles las obligaba a asistir a sus banquetes, por lo general con sus maridos; las examinaba como un tratante de esclavas, y cuando le apetec¨ªa, eleg¨ªa una. Al regresar al comedor la elogiaba o insultaba, describiendo su cuerpo y su forma de hacer el amor. Tuvo un buen maestro en Tiberio, quien, en Capri, se ba?aba con ni?os a¨²n sin destetar, a los que ofrec¨ªa el pene a modo de pez¨®n y a los que llamaba sus pececillos, y sin duda conoci¨® a los sprintias, j¨®venes de ambos sexos que Tiberio juntaba de tres en tres para que copularan delante de ¨¦l.
Tambi¨¦n con el dinero fue imaginativo, tanto para derrocharlo como para recaudarlo. Invent¨® ba?os con perfumes calientes y fr¨ªos; hizo construir nav¨ªos descomunales, precedente de los transatl¨¢nticos de lujo, con velas de diferentes colores, termas, p¨®rticos y comedores, vides y ¨¢rboles frutales, y en menos de un a?o dilapid¨® la fortuna de Tiberio, valorada en 2.700 millones de sestercios. Arruinado, se dedic¨® al robo y la rapi?a, recuperando los procesos por supuestas traiciones. Oblig¨® a que testaran en su favor, subi¨® los impuestos, discurri¨® nuevos grav¨¢menes, y cuando naci¨® su hija, angustiado por su pobreza no ya como emperador, sino como padre, anunci¨® que aceptar¨ªa donativos. Cuando cada 10 d¨ªas firmaba la lista de los presos que hab¨ªan de ser ejecutados dec¨ªa que "as¨ª aligeraba sus gastos". Organiz¨® subastas con precios exorbitantes, y algunos ciudadanos, obligados a comprar, se abrieron las venas, arruinados. En una de ellas, un ex pretor se durmi¨®. Cal¨ªgula avis¨® al heraldo para que no perdiera de vista a aquel hombre que con la cabeza hac¨ªa constantes gestos afirmativos. Cuando el ex pretor despert¨® se le hab¨ªan adjudicado 13 gladiadores por nueve millones de sextercios. En sus ¨²ltimos d¨ªas encontraba placer en pasear descalzo sobre montones de monedas, e incluso en revolcarse entre ellas desnudo.
El humor y el sadismo son una peligrosa combinaci¨®n, y Cal¨ªgula sucumb¨ªa a veces a momentos de inspiraci¨®n. Ejercit¨¢ndose con armas de madera con un mirmill¨®n, al caer ¨¦ste al suelo, simulando haber sido vencido, lo atraves¨® con un pu?al y se puso a correr de un lado a otro con la palma de los vencedores. Durante un sacrificio, estando ya la v¨ªctima propiciatoria sobre el altar, se ci?¨® la t¨²nica de los victimarios, alz¨® el mazo y lo descarg¨® sobre la cabeza del sacerdote.
Con todo, no carec¨ªa de virtudes, y, como suele suceder, virtudes y aficiones coincid¨ªan. Despreciaba la erudici¨®n, pero no la elocuencia, y era un gran orador. Buen cantante y bailar¨ªn, y carente de toda verg¨¹enza, en cierta ocasi¨®n llam¨® por la noche a tres ex c¨®nsules. Cuando ya se tem¨ªan lo peor apareci¨® vestido con manto de mujer y t¨²nica talar, entre un gran estruendo de panderetas y flautas. Tras cantar y bailar, desapareci¨®. En las representaciones teatrales no se resist¨ªa a acompa?ar con el canto a los actores tr¨¢gicos mientras recitaban, e imitaba los gestos de los histriones, ensalz¨¢ndolos o corrigi¨¦ndolos p¨²blicamente. Buen luchador, sus gladiadores favoritos eran los tracios y los secutores. Odiaba a los mirmillones, a los que les redujo la armadura. Ya hemos visto lo que hizo con uno mientras se entrenaba. Buen auriga, era fan¨¢tico partidario del equipo verde (hab¨ªa en su ¨¦poca cuatro equipos de cuadrigas: rojo, verde, azul y blanco), hasta el punto de cenar a veces en sus caballerizas e incluso dormir. A Incitatio, su caballo favorito, le hizo un establo de m¨¢rmol y un pesebre de marfil, y le regal¨® una casa y esclavos. Se dice que hab¨ªa pensado nombrarlo c¨®nsul, aunque esto podr¨ªa ser una broma o un desprecio m¨¢s hacia los nobles. Relacionada con esta afici¨®n est¨¢ una de sus m¨¢s c¨¦lebres frases: "?Ojal¨¢ el pueblo romano tuviera un ¨²nico cuello!". Furioso porque el p¨²blico animaba a unas cuadrigas que no eran sus favoritas, le habr¨ªa gustado poder cortar la cabeza de todos los romanos de un solo tajo.
Cortar cuellos parec¨ªa ser una de sus obsesiones. Al besar el cuello de su esposa o sus amantes, acostumbraba decir: "?Un cuello tan hermoso que ser¨¢ cortado en el momento que yo lo ordene!". La calvicie fue otra. Sin pelo en la coronilla, se castigaba con la pena capital mirarle desde arriba, y cuando se encontraba con personas de largos y hermosos cabellos, se los cortaba. En cierta ocasi¨®n, con los presos en fila, sin molestarse en examinar los expedientes, determin¨® que se arrojasen a las fieras "desde el calvo hasta el otro calvo".
Satisfac¨ªa su crueldad con suplicios tanto f¨ªsicos como morales, y en las ejecuciones hizo proverbial la orden de "hi¨¦rele de forma que note que se muere". Obligaba a los padres a presenciar el tormento de sus hijos; a uno, tras ello, le hizo asistir a un banquete, y bromeaba con ¨¦l y le incitaba a contar chistes. Mand¨® azotar en su presencia durante d¨ªas a un intendente de juegos y cacer¨ªas, y cuando el olor de su cerebro en putrefacci¨®n empez¨® a molestarle, consinti¨®, por fin, en que lo mataran. Evidentemente, la locura es la ¨²nica explicaci¨®n posible para su admirable y extenso curr¨ªculo. ?l mismo era consciente de su desequilibrio mental, y a menudo pens¨® en retirarse para intentar sanar. Se piensa que era esquizofr¨¦nico. Era epil¨¦ptico y padec¨ªa de insomnio. Ten¨ªa crisis nocturnas de terror, y cuando estallaba una fuerte tormenta se escond¨ªa bajo la cama o recorr¨ªa el palacio pidiendo socorro.
Cal¨ªgula profundiz¨® en el asentamiento del Imperio y la demolici¨®n de la Rep¨²blica iniciados por Augusto y continuados por Tiberio. Su endiosamiento puede entenderse en clave pol¨ªtica, como manera de establecer una teocracia y concentrar a¨²n m¨¢s el poder en su persona. Quien sostiene que, en esa l¨ªnea, tom¨® como modelo la cultura egipcia, y que por ello se acostaba con sus hermanas, olvida que fue amante de Drusila mucho antes de su proclamaci¨®n como emperador. Lo que es indudable es que ese proyecto, si existi¨®, se mezcl¨®, como todo, con su locura. Junto a la estatua de J¨²piter pregunt¨® a Apeles, un actor tr¨¢gico, cu¨¢l de los dos le parec¨ªa m¨¢s importante. El actor dud¨®, y Cal¨ªgula orden¨® flagelarle hasta la muerte sin dejar de elogiar su voz, preciosa incluso cuando gem¨ªa pidiendo clemencia. Prolongado hasta el foro una parte de su palacio, y convertido el templo de C¨¢stor y P¨®lux en su p¨®rtico, se exhib¨ªa a menudo entre los dos dioses, y los paseantes hab¨ªan de adorarle. Puesto que se cre¨ªa el dios-sol, durante las noches de plenilunio invitaba -sin ¨¦xito- a la luna a hacer el amor con ¨¦l. De d¨ªa hablaba en voz alta o al o¨ªdo con la estatua de J¨²piter Capitolino, y acercaba sus orejas a la boca de ¨¦sta para escuchar las respuestas. Se le oy¨® amenazarla: "O me derribas t¨² a m¨ª, o yo a ti" (sacado de la Il¨ªada).
Dentro de su irracionalidad, manten¨ªa una cierta l¨®gica: nadie pod¨ªa hacer sombra al dios-sol. Destruy¨® las estatuas de hombres ilustres que Augusto hab¨ªa llevado del Capitolio al Campo de Marte. Estuvo a punto de retirar de las bibliotecas todas las obras y bustos de Tito Livio, por su total falta de talento, y de Virgilio, por farragoso. De S¨¦neca dec¨ªa que compon¨ªa "simples ejercicios po¨¦ticos de certamen" y que eran "arena sin cal". Mand¨® asesinar a Ptolomeo, tras hacerlo venir de su reino y rendirle grandes honores, porque los espectadores le siguieron con la mirada al entrar en el circo, admirados por su manto de p¨²rpura. Si esto puede entenderse como un paso para anexionar Mauritania, lo que hizo con Esio Pr¨®culo, llamado Colosero por la belleza y robustez de su cuerpo, s¨®lo puede explicarse por su perversidad: le sac¨® de su asiento en el anfiteatro y le arroj¨® a la arena. Sali¨® vencedor de dos combates, y Cal¨ªgula orden¨® que lo pasearan cubierto de harapos y cadenas, lo exhibieran ante las mujeres y, por ¨²ltimo, lo degollaran.
Cal¨ªgula era alto, muy blanco de piel, corpulento. De ojos y sienes hundidos, de frente ancha y torva, se maquillaba para aumentar la fiereza de su semblante y ensayaba ante el espejo muecas espantosas. "Que me odien, con tal de que me teman", era otra de sus frases favoritas. Sin duda, lo consigui¨®. Un grupo de conspiradores acord¨® atacarle a la salida de los juegos palatinos. Casio Querea, tribuno de una cohorte pretoriana, pidi¨® ser el primero en herirle, harto de las burlas de Cal¨ªgula, que le llamaba viejo, blando y afeminado. Querea conoc¨ªa a Cal¨ªgula desde que era ni?o, pues hab¨ªa sido uno de los mejores oficiales de su padre. El 24 de enero de 41 d. C., en una galer¨ªa subterr¨¢nea, le hirieron Querea y el tribuno Cornelio Sabino. Los restantes conjurados, ya ca¨ªdo, le atravesaron hasta 30 veces con sus espadas y pu?ales. Un centuri¨®n mat¨® a Cesonia, y a su hija la estrellaron contra la pared.
Hay historiadores, en la nebulosa de lo pol¨ªticamente correcto, que pretenden rehabilitar la imagen de los personajes funestos. Recuerdo que hace algunos a?os, en Francia, volvieron a juzgar al torturador y asesino de ni?os Gilles de Reis, que result¨® absuelto por "falta de pruebas". Al juzgar a Cal¨ªgula, se dice que sus sucesores tambi¨¦n mataron a sus herederos y gobernaron mediante el terror, como si la maldad de un hombre quedara lavada por la existencia de otros hombres malvados, o se le disculpa por el estr¨¦s que signific¨® tener un poder omn¨ªmodo sin estar preparado para ello, como si eso justificara, por ejemplo, el sacar de la arena a un caballero que proclamaba su inocencia y devolverlo a las fieras con la lengua cortada. Y puesto que los datos aportados por Suetonio resultan espeluznantes y definitivos, se ponen en duda, pues era antimon¨¢rquico. ?El que un cr¨ªtico de Stalin o Hitler no sea nazi ni comunista invalidar¨ªa su horror ante semejantes monstruos?
Cal¨ªgula se quejaba de que su principado no estuviera marcado por alguna gran desgracia, como el de Augusto lo estuvo por el exterminio de las legiones de Varo en los bosques de Teotoburgo, o el de Tiberio, por el derrumbamiento del circo de Fidenas, y deseaba una epidemia, una hambruna o un terremoto. Creo que es la ¨²nica vez que se minusvalor¨®: ¨¦l mismo fue esa desgracia que ansiaba para que su reinado no cayera en el olvido. Entre las an¨¦cdotas sobre el s¨¢dico emperador hay una que me parece especialmente inquietante no por su crueldad, sino por su lucidez y su significado, aplicable a cualquier ¨¦poca y a cualquier pueblo que soporta a un tirano. Un galo que os¨® llamarle a la cara "fantoche" obtuvo esta respuesta: "Es verdad, pero ?crees que mis s¨²bditos valen m¨¢s que yo?".
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