Divinas palabras
Entre las m¨²ltiples razones que explicar¨ªan las dificultades para estabilizar una realidad internacional cada d¨ªa m¨¢s preocupante, existe una a la que tal vez no se ha prestado la atenci¨®n que merece: desde el final de la guerra fr¨ªa, la pol¨ªtica internacional ha empezado a concebirse como un espacio para solventar diferencias entre visiones del mundo, entre ideolog¨ªas, y no como un instrumento para desactivar riesgos o contenciosos concretos. De esta forma, se vienen multiplicando las iniciativas dirigidas a mejorar el conocimiento entre regiones del planeta con intereses contrapuestos, a identificar valores compartidos o, en su caso, a reafirmar la idea de que la diferencia es una riqueza y no una fuente de conflicto. Por esta v¨ªa, los objetivos de la pol¨ªtica internacional han ido abandonando el ¨¢mbito que le era propio y dirigi¨¦ndose poco a poco hacia el universo de las representaciones abstractas, de las im¨¢genes y estereotipos con los que los diversos actores se perciben a s¨ª mismos y perciben a los dem¨¢s. Garantizar el desarrollo, o incluso la paz, exigir¨ªa, seg¨²n esta convicci¨®n cada vez m¨¢s extendida, que la pol¨ªtica internacional intervenga sobre la sustancia et¨¦rea de las conciencias, corrigiendo cuanto sea preciso corregir con el concurso de los medios de comunicaci¨®n, de foros y seminarios especializados, de galas y conciertos al servicio de la causa.
Por descontado, lo que hoy est¨¢ en cuesti¨®n no es si el desarrollo o la paz se empiezan a ganar en el esp¨ªritu de los hombres; lo que est¨¢ en cuesti¨®n es si al concentrar su actividad sobre el esp¨ªritu de los hombres, sobre las conciencias, la pol¨ªtica internacional no estar¨ªa desatendiendo gravemente las tareas en las que nadie puede sustituirla, ni periodistas, ni intelectuales, ni artistas ni personalidades con ascendiente social. La experiencia de la guerra fr¨ªa, un dram¨¢tico periodo en el que el mundo borde¨® en varias ocasiones la cat¨¢strofe, apuntar¨ªa en una direcci¨®n exactamente opuesta: las iniciativas que se emprend¨ªan en el terreno de la pol¨ªtica internacional no se propon¨ªan reafirmar valores comunes, ni tampoco convencer a quienes militaban en uno u otro bloque de la bondad o la maldad de sus respectivos proyectos pol¨ªticos. El objetivo era m¨¢s modesto, m¨¢s pragm¨¢tico y, en definitiva, m¨¢s pol¨ªtico: identificar los riesgos inminentes que amenazaban con destruir el mundo y acordar mecanismos que los conjurasen. ?se fue, en ¨²ltimo extremo, el origen del sistema internacional que ha llegado hasta nuestros d¨ªas y que, a juzgar por los resultados, no merecer¨ªa el desd¨¦n con el que ahora se despacha. Gracias a sus complejos equilibrios, a sus cautelas institucionales hoy tan denostadas, las grandes potencias no se vieron arrastradas a un conflicto generalizado pese a la multiplicaci¨®n de guerras locales. El holocausto nuclear pudo ser evitado.
Requerida en estos tiempos para solventar la confrontaci¨®n entre visiones del mundo, entre ideolog¨ªas, la pol¨ªtica internacional tiene dificultades para enfrentar con sus instrumentos los riesgos que se han ido materializando en los ¨²ltimos a?os. El espacio de actividad que le corresponder¨ªa aparece hoy invadido, en un extremo, por los innumerables think tanks que han proliferado y que, salvo excepciones, act¨²an o pretenden actuar como templos de una ortodoxia propia y, en demasiados casos, dirigida y ajena; en el otro extremo, por un creciente y despreocupado recurso a la fuerza militar, ya sea para desempe?ar tareas de socorro internacional de las que hasta ahora se ocupaban agencias civiles especializadas, ya para extender por la imposici¨®n de las armas la democracia y la libertad en el mundo, seg¨²n el escalofriante modelo aplicado para propagar el Evangelio en las Indias del siglo XVI o la civilizaci¨®n en el ?frica del XIX.
La pol¨ªtica internacional deber¨ªa abandonar la tarea de apostolado ideol¨®gico en la que lleva demasiado tiempo embarcada y regresar a sus dominios; deber¨ªa retomar la tarea que le es propia y recurrir a su mejor experiencia, esforz¨¢ndose por identificar los riesgos inminentes que se ciernen sobre el horizonte y acordar y fortalecer unos mecanismos que los conjuren. La inquietante inestabilidad que est¨¢n atravesando por diferentes motivos algunas regiones cruciales del planeta no permite continuar como hasta ahora, dando m¨¢s importancia a la capacidad de generar titulares de las iniciativas internacionales que a las iniciativas mismas; confiando m¨¢s en la adhesi¨®n emocional que despiertan los r¨®tulos que en la utilidad y en la viabilidad de lo que anuncian. Se empez¨® hace algo m¨¢s de una d¨¦cada bautizando una improvisada e insensata intervenci¨®n colectiva en Somalia con el ang¨¦lico nombre de "devolver la esperanza", y hoy existe una verdadera poluci¨®n de sintagmas m¨¢s o menos virtuosos que, en ¨²ltimo extremo, dan la impresi¨®n de que se pretende resolver unos problemas cada vez m¨¢s emponzo?ados a base de recitar a coro hermosas consignas.
A poco que se reflexione en los t¨¦rminos propios de la pol¨ªtica internacional, a poco esfuerzo que se haga para recolocarla en el ¨¢mbito de actividad que hab¨ªa sido el suyo, se advertir¨¢ que empiezan a existir motivos para la inquietud. Los riesgos que derivan del rearme y la proliferaci¨®n nuclear se han recrudecido en los ¨²ltimos a?os y, sin embargo, todo lo que el sistema internacional ha podido hacer hasta ahora es constatar el fracaso para alcanzar acuerdos generales de limitaci¨®n. Por otra parte, aparecen signos de estar desencaden¨¢ndose de nuevo ese fen¨®meno que, en el pasado reciente, favoreci¨® el auge de los movimientos totalitarios por el descr¨¦dito en que cayeron las democracias liberales. En esta ocasi¨®n, el descr¨¦dito lleva ya un largo camino recorrido en pa¨ªses sometidos a implacables dictaduras y cuyos ciudadanos observan, desenga?ados, que la pol¨ªtica internacional de los Estados democr¨¢ticos no busca en muchos casos debilitarlas, sino estabilizarlas e incluso robustecerlas en beneficio propio.
Pero, adem¨¢s, ese descr¨¦dito empieza a extenderse hasta el interior mismo de los pa¨ªses que gozan de sistemas liberales, partiendo del tratamiento que recibe en ellos la inmigraci¨®n. Porque las estrategias que se han venido adoptando en esta materia est¨¢n provocando un resultado del que apenas se habla y que, sin embargo, es la causa de que una tragedia humana se est¨¦ transformando, adem¨¢s, en un nuevo riesgo para la estabilidad de todos, en una aut¨¦ntica bomba de relojer¨ªa: el creciente y profundo deterioro del Estado de derecho y, en particular, del principio de igualdad ante la ley. La idea de que los candidatos a inmigrar se juegan la vida en las fronteras para huir del hambre ha hecho perder de vista la otra vertiente de esa misma realidad, y es que, adem¨¢sde huir del hambre, acuden a una ingente oferta de empleo ilegal en los pa¨ªses desarrollados. No se alejan de la miseria para precipitarse en el paro y exhibir su desesperaci¨®n por las ciudades m¨¢s pr¨®speras del mundo, sino para obtener empleos en condiciones de semiesclavitud que son rentables para ellos -puesto que parten de m¨ªnimas expectativas econ¨®micas en sus pa¨ªses de origen- y que son rentables sobre todo para quienes se los ofrecen.
Promover el desarrollo de las zonas m¨¢s atrasadas del planeta es, sin duda, una obligaci¨®n moral para los pa¨ªses del primer mundo; pero esta obligaci¨®n moral no deber¨ªa distraer de las obligaciones pol¨ªticas, que van desde el control de la legalidad en la contrataci¨®n de los trabajadores, sean nacionales o extranjeros, hasta la revisi¨®n de la disciplina internacional y los acuerdos que rigen los intercambios econ¨®micos entre los diversos pa¨ªses y regiones del planeta. La inmigraci¨®n no es un fen¨®meno que se origina, como un sue?o febril o una quimera, en las mentes de seres desesperados. Es la respuesta extrema, pero implacablemente racional, que ofrece el mercado laboral internacional a la desregulaci¨®n total de los flujos financieros y a la liberalizaci¨®n asim¨¦trica del comercio, siempre desfavorable a unos pa¨ªses condenados a exportar lo ¨²nico que abunda en ellos: mano de obra. Y lejos de lo que defienden los utopistas de la idea de mercado, los que, retomando por ins¨®litos caminos las viejas aspiraciones del anarquismo, equiparan la libertad con la ausencia de instituciones y de reglas, esa desregulaci¨®n total de los flujos financieros internacionales y esa liberalizaci¨®n asim¨¦trica del comercio no son fen¨®menos espont¨¢neos, no son producto de los avances tecnol¨®gicos ni de supuestas leyes objetivas de la econom¨ªa o de la historia.
Se trata, por el contrario, del resultado de unas decisiones pol¨ªticas, estrictamente pol¨ªticas, que hicieron su camino, primero, en los Gobiernos que creyeron en los beneficios inagotables de unos mercados internacionales sin regulaci¨®n y, despu¨¦s, en las agencias econ¨®micas del sistema internacional que convirtieron esas decisiones pol¨ªticas en doctrina y se esforzaron por exportarlas a todos los rincones del planeta. Frente a la imagen de unas rudimentarias escaleras apoyadas contra las vallas que rodean Ceuta y Melilla; frente a la escena de las patrullas de civiles armados que vigilan las orillas de R¨ªo Grande y persiguen a los clandestinos o, en fin, frente a los centenares de campos para inmigrantes que han surgido en el mundo desarrollado y que se rigen por leyes especiales, por leyes s¨®lo para extranjeros, conviene recordar la rid¨ªcula fantas¨ªa que ha inspirado las decisiones que nos han llevado a esta situaci¨®n: ahora s¨ª, despu¨¦s de siglos de b¨¢rbara ignorancia hab¨ªamos descubierto la piedra filosofal, la f¨®rmula secreta de los alquimistas, el inextinguible manantial capaz de terminar con la pobreza, con los ciclos econ¨®micos, con las lacras de la vieja econom¨ªa. Hab¨ªamos entrado con todos los honores en una nueva era, esplendorosa y definitiva. Es decir, hablemos claro: nos hab¨ªamos vuelto a embriagar con una en¨¦sima versi¨®n del para¨ªso sobre la tierra.
Mientras la pol¨ªtica internacional se mantenga ausente del ¨¢mbito en el que nadie puede sustituirla, mientras prosiga su apostolado ideol¨®gico sobre la sustancia et¨¦rea de las representaciones colectivas y las conciencias, los riesgos concretos que se ciernen sobre el horizonte, como el rearme y la proliferaci¨®n nuclear, seguir¨¢n en buena medida consolid¨¢ndose. Y por lo que respecta a otros riesgos, como los que derivan de la gesti¨®n inapropiada de la inmigraci¨®n, la desnaturalizaci¨®n de la pol¨ªtica internacional seguir¨¢ haciendo recaer sobre las pol¨ªticas internas la soluci¨®n de unos problemas que las sobrepasan y que, justo porque las sobrepasan, fuerzan a arrojar por la borda los fundamentos del Estado de derecho y, en particular, el principio de igualdad ante la ley. De manera subrepticia pero implacable, las sociedades desarrolladas se est¨¢n acostumbrando a que el rigor de los controles en calles o aeropuertos dependa del origen de las personas o de su color de piel, a que se prevean garant¨ªas procesales y penas distintas en virtud de si son nacionales o extranjeros los que cometen los delitos o a que se discuta, como si tal cosa, la conveniencia de establecer campos para inmigrantes en los alrededores del mundo pr¨®spero. El dilema entre la eficacia y el derecho no es nuevo; tambi¨¦n en el pasado reciente hubo quien sacrific¨® el derecho a la eficacia y, al final, la eficacia y el derecho zozobraron en un mismo y ¨²nico naufragio. De nada sirvi¨® reiterar a coro las hermosas consignas de entonces, pronunciar con m¨¢s ¨¦nfasis beat¨ªficas, divinas palabras.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es embajador de Espa?a en la Unesco.
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