Carnaza
Leo a diario a trav¨¦s de Internet las declaraciones de famosos internautas, actores, escritores, pol¨ªticos, que dicen no poder imaginarse la vida sin los viajes cibern¨¦ticos diarios. Leo las alabanzas y me identifico, claro. El puente que me une con lo que dej¨¦ lejos ya no es el tel¨¦fono sino el ordenador, el ordenador que enciendo a primera hora de la ma?ana y que me devuelve a mi otro mundo en unos instantes. Como en todo, las alabanzas excesivas me llenan de dudas. En parte son debidas a que nadie quiere quedar como un antiguo. Leo a un actor afirmando, "?Internet facilitar¨¢ la revoluci¨®n!". Vaya, me parece una frase extraordinaria, pero hay que tener cuidado con las revoluciones. En el mundo desarrollado la revoluci¨®n la est¨¢n protagonizando los ricos que han descubierto que pueden ser m¨¢s ricos todav¨ªa. En lo fundamental, estoy con Juan Cueto, que suele ironizar con mucha gracia sobre esos discursos moralistas que atacan cualquier tecnolog¨ªa. Est¨¢ claro: no me pido ser el tonto que le ponga una pega a Internet entre un p¨²blico tan fan¨¢tico. Sin embargo, cuando te alejas de tu pa¨ªs y por tanto del peri¨®dico en papel y de la mera conversaci¨®n con la gente, aprecias que lo que gana el medio digital en rapidez, lo pierde en su propensi¨®n a convertirse en el vertedero de la mala baba nacional. Es esa especie de democracia instant¨¢nea, tan atractiva, en la que individuos escudados en el anonimato se dedican a hacer sangre de cada uno de los personajes p¨²blicos, a sembrar la duda sobre ellos, sabiendo que la infamia ya no ser¨¢ s¨®lo celebrada por sus compa?eretes de bar, de ministerio o departamento de facultad sino que podr¨¢ ser le¨ªda por cientos de lectores que van a alegrarse un poquito con el espect¨¢culo de c¨®mo se denigra a una persona p¨²blica entre las risotadas de los integrantes de un foro. Es una vieja costumbre esa de difamar para matar la envidia o el resentimiento, s¨®lo que antes las mentiras ten¨ªan la lentitud del trabajo artesanal, ahora son instant¨¢neas. Esto es s¨®lo el principio. Pero cabe la posibilidad de que el cotilla cibern¨¦tico muera de ¨¦xito sin necesidad de que el medio se regule, tan s¨®lo porque la carnaza acabe expulsando al lector m¨¢s sensato. Al fin y al cabo es un alimento, la carnaza, s¨®lo digerible por otras aves carro?eras.
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