Europa debe hacer caso de las llamas
En la Biblia leemos que Dios sac¨® a su pueblo de Egipto a trav¨¦s de una columna de nubes durante el d¨ªa y una columna de fuego durante la noche. Ahora, los j¨®venes pobres de los guetos franceses en las afueras de las ciudades nos hablan a trav¨¦s de una columna de humo durante el d¨ªa y una columna de fuego durante la noche. Sus columnas est¨¢n hechas de coches en llamas -m¨¢s de 6.600 hasta la fecha-, pero esta violencia aparentemente sin sentido tiene un mensaje tan claro como el que segu¨ªa Mois¨¦s. Europa, que parec¨ªa la tierra prometida para sus padres inmigrantes, se ha transformado en una nueva esclavitud.
"Enti¨¦ndalo", dec¨ªa un joven llamado Bilal a un periodista en las viviendas protegidas n¨²mero 112 de Aubervilliers, "cuando blandimos un c¨®ctel molotov, estamos gritando '?socorro!'. No sabemos expresar con palabras nuestro resentimiento; s¨®lo sabemos hablar quemando cosas". Es decir, saben lo que hacen. Est¨¢n hablando a trav¨¦s del fuego.
Bilal: "Cuando blandimos un 'c¨®ctel molotov' estamos gritando '?socorro!'. No sabemos expresar con palabras nuestro resentimiento"
En pocos pa¨ªses podr¨ªa calificar un ministro del Interior a los amotinados de "chusma" y seguir siendo uno de los pol¨ªticos m¨¢s populares del pa¨ªs
Las protestas espectaculares pero no demasiado sangrientas forman parte de una tradici¨®n revolucionaria francesa que tiene m¨¢s de 200 a?os
Esto no es justificar el recurso a la violencia. No hay nada en el mundo que justifique el asesinato a golpes de un anciano inocente, Jean-Jacques le Chenadec, un trabajador jubilado del sector del autom¨®vil que, al parecer, s¨®lo trataba de extinguir el fuego en un cubo de basura cerca de su casa. Nada. Pero, ahora que parece haberse restablecido una fr¨¢gil paz -confiemos- mediante la dr¨¢stica medida de declarar el estado de emergencia, tenemos que empezar a comprender lo que est¨¢n diciendo a trav¨¦s de las llamas.
Algunos comentaristas han destacado el contraste entre la pac¨ªfica y multicultural Gran Breta?a y Francia, explosiva y monocultural. Me parece una autocomplacencia peligrosa. Por supuesto, el mensaje de los Renault y Citr?en incendiados est¨¢ dirigido, sobre todo, a los dirigentes franceses. Ning¨²n otro pa¨ªs europeo tiene tanta proporci¨®n de hombres y mujeres de origen inmigrante, principalmente del continente africano y, en su mayor¨ªa, musulmanes: se calcula que entre seis y siete millones, m¨¢s del 10% de la poblaci¨®n.
En pocos pa¨ªses europeos est¨¢n las personas de origen inmigrante tan encerradas en guetos como los habitantes de las viviendas sociales al estilo del complejo n¨²mero 112 de Aubervilliers. En pocos pa¨ªses podr¨ªa calificar un ministro del Interior a los amotinados de "chusma", decir que merecen una limpieza y seguir siendo uno de los pol¨ªticos m¨¢s populares del pa¨ªs. El hecho de que el primer ministro franc¨¦s actual sea un arist¨®crata no elegido, con una pluma a menudo grandilocuente, hace dif¨ªcil resistir la tentaci¨®n de hablar de ancien r¨¦gime. Pocos pa¨ªses europeos cuentan con una ¨¦lite metropolitana m¨¢s selecta.
En la vida p¨²blica aparecen muy pocos descendientes de inmigrantes transmediterr¨¢neos que llegaron a Francia en la posguerra. Su situaci¨®n la plasmaba perfectamente, en mi opini¨®n, un dibujo reciente de Le Monde que mostraba al aristocr¨¢tico primer ministro, Dominique de Villepin, con su cabellera plateada, saludando a Azouz Begag, ministro para el Fomento de la Igualdad de Oportunidades, d¨¢ndole palmaditas en la cabeza. Bien, bien, querido Azouz. Mientras tanto, la realidad social de la "igualdad de oportunidades" se resume a la perfecci¨®n en el t¨ªtulo del libro de un empresario nacido en Marruecos, El ascensor social est¨¢ estropeado; he subido por las escaleras. Las pruebas de racismo end¨¦mico en el mercado franc¨¦s de trabajo son abrumadoras. El escritor brit¨¢nico Jonathan Fenby cuenta la an¨¦cdota de un presentador que vive en uno de esos edificios de viviendas sociales y que envi¨® dos solicitudes de empleo a una cadena estatal de televisi¨®n. En una puso su nombre africano y su aut¨¦ntico domicilio; en la otra, un nombre franc¨¦s y una direcci¨®n mejor. La primera fue rechazada, con la segunda le invitaron a una entrevista.
Ejemplo extremo
Adem¨¢s, Francia representa el ejemplo m¨¢s extremo en Europa de intento de asimilaci¨®n. Ning¨²n otro pa¨ªs europeo ha aplicado con tanto rigor la prohibici¨®n del pa?uelo isl¨¢mico. Ninguno ha hecho menos concesiones a la diferencia cultural. Como observa Alain Duhamel en su libro La confusi¨®n francesa, "la ¨²nica comunidad que reconoce Francia es la comunidad nacional".
Todo esto es peculiar de la Rep¨²blica Francesa; por lo menos, es la que representa el caso extremo. Pero no nos hagamos ilusiones: es un problema que aflige a toda Europa. Fueron inmigrantes de segunda generaci¨®n, en la pac¨ªfica y multicultural Gran Breta?a, los que cometieron una atrocidad mucho peor, los atentados de julio en Londres. En realidad, por la forma que adopta su revuelta, casi podr¨ªa decirse que Bilal y sus camaradas son franceses de viejo cu?o, aunque sean franceses sin palabras. Porque las protestas espectaculares pero no demasiado sangrientas, con bloqueos y barricadas, forman parte de una tradici¨®n revolucionaria francesa que tiene m¨¢s de 200 a?os. Los j¨®venes inmigrantes franceses de segunda generaci¨®n han quemado coches; los nuestros quemaron a seres humanos. ?Qu¨¦ es preferible? Y Holanda, pac¨ªfica y multicultural, presenci¨® el a?o pasado el asesinato ritual de Theo van Gogh.
Casi todas las sociedades de Europa occidental cuentan con amplias comunidades descontentas de origen inmigrante. Empezamos a traer a sus miembros, en parte como legado de nuestros imperios en retirada y en parte como mano de obra para hacer los trabajos menos importantes y rechazados por los europeos nativos, durante los a?os de enorme crecimiento econ¨®mico posteriores a 1945. En general, les mantuvimos a cierta distancia y les tratamos como habitantes temporales, no como ciudadanos europeos de pleno derecho. En Alemania, por ejemplo, hasta hace poco, a la mayor¨ªa de los llamados Gastarbeiter de origen turco no se les invitaba a adoptar la nacionalidad alemana aunque llevaran viviendo all¨ª 30 a?os. Y la "guerra contra el terrorismo" emprendida tras el 11-S ha a?adido nuevos motivos de distanciamiento.
?ste es un problema de toda Europa. Estoy tentado de decir que es el problema de toda Europa, o, por lo menos, en la misma categor¨ªa que la necesidad de crear m¨¢s puestos de trabajo. Los dos est¨¢n estrechamente relacionados. En muchas de las viviendas sociales que hablan en estos momentos a trav¨¦s del fuego, el paro alcanza el 40% y la edad media es inferior a 30 a?os. Mientras tanto, los parados mayores y nacidos en Europa est¨¢n representados en el electorado del Frente Nacional de Jean-Marie le Pen y otros partidos anti-inmigraci¨®n de todo el continente. Estamos ante todos los s¨ªntomas de una espiral hacia abajo.
Todas las hip¨®tesis razonables hacen pensar que la poblaci¨®n de origen inmigrante y cultura musulmana en Europa crecer¨¢ de forma significativa durante la pr¨®xima d¨¦cada, gracias a unos ¨ªndices de natalidad relativamente superiores y a m¨¢s oleadas de inmigraci¨®n. Si ni siquiera podemos conseguir que quienes viven en Europa desde que nacieron se sientan c¨®modos, lo que nos espera ser¨¢ terrible. M¨¢s de 6.600 coches en llamas parecer¨¢n un mero aperitivo.
La respuesta est¨¢ en el empleo
La respuesta consiste, en parte, en abordar sus problemas socioecon¨®micos, una tarea muy dif¨ªcil porque la clave est¨¢ en el empleo, y el empleo, hoy, se crea mucho m¨¢s en Asia y Am¨¦rica que en Europa. La otra parte es la relacionada con la ciudadan¨ªa, la identidad y la actitud cotidiana de cada uno de sus conciudadanos.
La condici¨®n de europeo deber¨ªa ser la identidad c¨ªvica dominante que permita sentirse a gusto a los inmigrantes e hijos de inmigrantes. En teor¨ªa, deber¨ªa ser m¨¢s f¨¢cil sentirse turco-europeo, argelino-europeo o marroqu¨ª-europeo que turco-alem¨¢n, argelino-franc¨¦s o marroqu¨ª-espa?ol, porque la condici¨®n de europeo es, por definici¨®n, una identidad m¨¢s amplia y que abarca m¨¢s. Sin embargo, no resulta m¨¢s sencillo. Por alguna raz¨®n, la europeidad no funciona as¨ª. Los europeos nativos se pueden sentir franco-europeos, germano-europeos o hispano-europeos. Algunos -esta fraternidad que formamos unos cuantos- incluso nos sentimos brit¨¢nico-europeos. Y, desde luego, existen ejemplos de personas que se sienten claramente paquistano-brit¨¢nicos o tunecino-franceses, por ejemplo. Pero el gui¨®n entre dos nombres no suele funcionar. Para abordar el mayor problema de nuestro continente, y no s¨®lo de Francia, tenemos necesariamente que redefinir lo que significa ser europeo.
www.freeworldweb.net Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia
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