Espa?a tripartita
?Curioso pa¨ªs ¨¦ste, el de los espa?oles, en incansable y recurrente indagaci¨®n de su identidad! ?Qui¨¦nes somos? ?Cu¨¢les son nuestras se?as y distintivos? Despu¨¦s de cada crisis colectiva reaparecen estos interrogantes. Tras un cambio din¨¢stico, un enfrentamiento civil, un desastre colonial, un relevo generacional, se da el eterno retorno de esas preguntas adolescentes.
Hoy renace la angustia identitaria. Vuelven a resonar los ecos del grito famoso de Ortega y Gasset en 1914 "?Dios m¨ªo! ?Qu¨¦ es Espa?a?". ?Somos una naci¨®n? ?S¨®lo un Estado? ?Una naci¨®n de naciones? Tras el ¨²ltimo cuarto de siglo de relativo sosiego, s¨®lo sobresaltado por ETA, nos asaltan las seculares pesadillas. Una vez m¨¢s escudri?amos "eso que llamamos Espa?a", la Espa?a "inteligible", la Espa?a como problema o sin problema, la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica o de nuestros olvidos.
La identidad colectiva espa?ola estuvo referida durante siglos a la creencia religiosa. Siete siglos de lucha contra el islam en la Pen¨ªnsula troquelaron al cristianismo como referente identitario fuerte. Luego la uni¨®n de los reinos con los Reyes Cat¨®licos y la pol¨ªtica del emperador Carlos en Alemania hicieron el resto con todo lo dem¨¢s, incluido Trento. As¨ª la Monarqu¨ªa hispana fue la Monarqu¨ªa cat¨®lica por antonomasia.
Ocurre sin embargo que desde principios del XIX, como parad¨®jico efecto de la lucha contra la invasi¨®n napole¨®nica, la diosa naci¨®n comenz¨® a sentar sus reales entre los espa?oles. El proceso cuenta en su haber (o en su debe) nada menos que dos o tres guerras civiles, denominadas carlistas, y dos rep¨²blicas fallidas, la ¨²ltima coronada por todo lo alto con el m¨¢s cruel y sanguinario desencuentro: el enfrentamiento civil entre las dos Espa?as, edici¨®n 1936-39.
Hoy volvemos a sumirnos en el marasmo. Ya no es cuesti¨®n de las dos Espa?as. Ahora ya son tres. O m¨¢s. A mi memoria viene el comienzo del comentario a la guerra de las Galias de Julio C¨¦sar. Lo aprend¨ªamos de colegiales anta?o, cuando se daba mucho lat¨ªn y -?tiempos aqu¨¦llos!- ni siquiera hab¨ªa informe PISA como aguafiestas: "Galia est omnis divisa in partes tres". Hoy habr¨ªa que decir: "Hispania est omnis divisa in partes tres". S¨ª, dividida en tres y, no por gala. En tal sentido podr¨ªamos hablar hoy de una "Espa?a Tripartita". Me explico.
A la altura de 2005 podemos diferenciar tres urdimbres identitarias distintas que compiten a cara de perro:
1) La m¨¢s tradicional, que aflora de las capas sedimentarias m¨¢s antiguas de nuestra historia, con referente destacado en el catolicismo. Cabr¨ªa denominarla -con todas las reservas, pues el nombre no es lo m¨¢s importante- identidad espa?ola cristiano/conservadora. En la actualidad parece que ha dejado en el guardarropa su modelo m¨¢s tradicionalista y autoritario. Pero no es seguro. Ya se ver¨¢.
2) Sobre ella, en zonas menos antiguas pero muy potentes, sustentada en la Ilustraci¨®n, en la Revoluci¨®n Francesa, en el culto a la Raz¨®n y en el Progreso -con may¨²sculas- estar¨ªa la identidad secular/progresista. Convertida al mercado, dej¨® en el ba¨²l el ropaje marxista (no todos) y muestra inclinaciones posmodernas.
3) A estas dos viejas conocidas, integrantes de las dos Espa?as, se ha venido a sumar la rica imaginer¨ªa de los nacionalismos particularistas, con su decidida pretensi¨®n de crear, no uno sino varios sujetos colectivos nuevos.
La primera identidad tuvo una formulaci¨®n paradigm¨¢tica en el consabido texto de Men¨¦ndez y Pelayo: "Espa?a, evangelizadora de la mitad del orbe; Espa?a, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ¨¦sa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra".
La segunda, vinculada al proceso de implantaci¨®n del r¨¦gimen liberal en el XIX, se manifiesta en pol¨ªtica con la oposici¨®n entre progresistas y moderados, con los partidarios de Don Baldomero Espartero, duque de la Victoria sobre el carlismo, pr¨ªncipe de Vergara, con abrazo incluido de ef¨ªmera reconciliaci¨®n o con Don Juan Prim, v¨ªctima de nuestra secular y recurrente afici¨®n al magnicidio, y por supuesto con la revoluci¨®n setembrina, la "Espa?a sin Rey" o la I Rep¨²blica. Encuentra alimento intelectual en los krausistas, en los "reformadores de la Espa?a contempor¨¢nea", en la Instituci¨®n Libre de Ense?anza y en buena parte de los republicanos de 1931, uno de cuyos representantes m¨¢s ilustres Don Manuel Aza?a pudo expresar de forma lapidaria aquello de que "Espa?a ha dejado de ser cat¨®lica".
La tercera tiene como singularidad la de no ser una sino varias. No ser "de Espa?a", sino "de otra naci¨®n". No sabemos cu¨¢ntas hay o habr¨¢. Tres o acaso m¨¢s, se ha dicho hace poco enraizadas en el romanticismo decimon¨®nico, apoyadas en el uso de una lengua propia distinta del castellano, difunden narraciones varias en pugna con las m¨¢s castizas, como la venida a Compostela del ap¨®stol Santiago, patr¨®n de la naci¨®n espa?ola, y matamoros sobre caballo blanco en la alta ocasi¨®n de Clavijo. Sus relatos dejan de lado los arquetipos recibidos, desde Ind¨ªbil y Mandonio a Guzm¨¢n el Bueno; desde Viriato, pastor lusitano (nada hay perfecto) al Campeador, el gran Cid castellano, palad¨ªn de la Espa?a cristiana, aunque alguna vez sirviese a los musulmanes de Zaragoza. La imaginaci¨®n particularista pone en pie anhelos, deudas y derechos "hist¨®ricos", siempre infalibles, anteriores y superiores a cualquier Constituci¨®n. Se apoyan en renovadas tradiciones, como la del linaje de Aitor o la del ¨¢rbol de Guernica, por no hablar de la que arranca del Velloso, que tanta cola ha exhibido en estos d¨ªas.
Tenemos as¨ª una Espa?a que se antoja m¨¢s enigm¨¢tica que nunca. Ya no es el fruto precoz y admirable de la convivencia entre las tres religiones, "jud¨ªos, moros y cristianos", como quer¨ªa Don Am¨¦rico. M¨¢s bien ser¨¢ la incierta resultante de esas identidades antedichas, que funcionan al mismo tiempo como cosmovisiones, ideolog¨ªas y confesiones.
Como cosmovisiones, es decir, como una manera de ver el mundo, contienen un repertorio de respuestas pr¨ºt-¨¤-porter, un precocinado de valores, significaciones y normas consumibles tras un minuto del microondas. Pero a su vez cobijan "ideolog¨ªas" pol¨ªticas concretas que aspiran a lograr la persuasi¨®n democr¨¢tica del electorado. No hace falta gran esfuerzo para asignarles a cada una el nombre exacto de los partidos pol¨ªticos que las defienden.
Con todo lo m¨¢s fascinante es que esas identidades act¨²an tambi¨¦n con frecuencia como "confesiones". Pues no s¨®lo hay confesionalidad religiosa, sino tambi¨¦n secular. Surgen as¨ª un buen n¨²mero de dogmas, no discutibles, a los que las personas se adhieren por confianza, es decir por fe, y como muestra de pertenencia. Proposiciones como "la guerra de Irak estuvo respaldada desde el principio por la ONU y ha llevado mayor libertad a los iraqu¨ªes", o "la uni¨®n afectiva per
-manente de dos hombres o dos mujeres entre s¨ª ha de ser matrimonio y no otra cosa", o "Catalu?a es una naci¨®n", o "s¨®lo los vascos podemos decidir nuestro futuro", no contienen juicios de hecho sino que funcionan como verdades de fe y signo de adscripci¨®n.
Cabr¨ªa pensar que este pluralismo es la sal de la democracia. Acaso lo sea. Pero tambi¨¦n es opini¨®n m¨¦dica autorizada que el exceso de sal produce hipertensi¨®n con riesgo de accidentes vasculares y de hemorragias. Y en esto estamos hoy.
El mejor pluralismo no es el de los bloques monol¨ªticos incomunicados, que se dan la espalda y se instalan en el ping-pong de los "tr¨¢gala". Al menos ¨¦sta es la opini¨®n de un centrista recalcitrante como el que suscribe.
En Espa?a, quiz¨¢ por nuestra tradici¨®n de confesionalidad, la incomunicaci¨®n llega a singulares extremos. Hoy observamos la oposici¨®n sin fisuras entre la plaza de San Pedro y la de Chueca; entre el viejo Ripalda o la espantable formaci¨®n del esp¨ªritu nacional y la promisoria educaci¨®n para la ciudadan¨ªa; mucho doctrinarismo y fervor¨ªn, poca ejemplaridad. En las tertulias y discusiones p¨²blicas los intervinientes se quitan la palabra, gritan, no se escuchan y con un poco de mala suerte se insultan entre s¨ª o a los dem¨¢s. Hoy cada identidad se organiza en c¨ªrculos muy cerrados; tiene sus propias huestes o mesnadas muy compactas, en cuerdas de parroquianos adictos inasequibles a los hechos; en cofrad¨ªas de fieles muy convencidos, con sus espec¨ªficos medios de comunicaci¨®n, peri¨®dicos, canales de televisi¨®n o cadenas de radio, que sirven de campana de resonancia y de corroboraci¨®n constante de la verdadera fe, que es la de cada uno; con sus intelectuales, org¨¢nicos o inorg¨¢nicos; con su "santoral" propio y sus necrol¨®gicas laudatorias o reticentes; sus excomuniones y sus entredichos; sus amplificadores, sus sordinas o sus silencios. En las manifestaciones de unos y otros no s¨®lo es imposible saber qu¨¦ se discute sino algo en apariencia tan simple como el n¨²mero real de manifestantes.
Menos mal que ahora estamos promoviendo la alianza de civilizaciones y, ya puestos, a alguien se le puede ocurrir empezar por las de casa y abordar las isl¨¢micas un cuarto de hora despu¨¦s.
Juan Antonio Ortega D¨ªaz-Ambrona es ex ministro de Educaci¨®n con los Gobiernos de UCD.
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