El mito eterno
Inteligente, elegante, l¨²cida, Lauren Bacall sigue brillando a los 81 a?os. Pero detr¨¢s de una de las leyendas vivas del Hollywood cl¨¢sico se esconde una mujer y una actriz insegura y fr¨¢gil que tard¨® en encontrar su sitio. Su mejor arma: el sentido del humor. Ahora presenta sus memorias.
A la emoci¨®n de ver en persona a la se?ora Bacall se une la posibilidad de traspasar los muros del edificio Dakota, as¨ª llamado, cuentan, porque cuando fue construido se encontraba tan a las afueras de Manhattan que la gente ironizaba con la lejan¨ªa del nuevo edificio se?orial, m¨¢s cerca del Estado de Dakota que del coraz¨®n de la ciudad. El Dakota es hoy, claro, una de las paradas obligadas de los turistas. No hay turista que no desee hacerse la foto en el lugar donde John Lennon fue asesinado; no hay cin¨¦filo que no recuerde la pel¨ªcula de Polansky La semilla del diablo, en la que el caser¨®n cobra la importancia de un personaje m¨¢s. Para los neoyorquinos, el Dakota es uno de esos edificios del lado oeste de la ciudad que albergan a simpatizantes dem¨®cratas con dinero que hacen cuantiosas donaciones para la campa?a electoral. El Dakota, el San Remo, son testigos de la vida de artistas millonarios dispuestos siempre a arrimar el hombro a la causa m¨¢s progresista.
La belleza no est¨¢ exactamente en el edificio, que tiene las pretensiones de un afrancesamiento postizo que a veces los norteamericanos entienden como distinguido, sino en el lugar en el que est¨¢ ubicado: la calle 72 y Central Park West, enfrente del parque, y en el barrio con m¨¢s car¨¢cter de la isla. Las dimensiones de la recepci¨®n parecen europeas, por lo mezquinas, y uno se extra?a de que un edificio tan enorme no tenga uno de esos lobbies de amplitud norteamericana.
"La se?ora Bacall est¨¢ esperando", dice el doorman, as¨ª que subo en el ascensor hasta el cuarto piso, un cub¨ªculo forrado de madera que tiene algo del aire entre terror¨ªfico y c¨®mico de la pel¨ªcula de Polansky. Me siento en el sill¨®n del ascensor y todo cruje, con un sonido bastante teatral.
"Mrs. Bacall acabar¨¢ dentro de unos cinco minutos con su sesi¨®n fotogr¨¢fica", me dice su secretaria. "Si¨¦ntase como en su casa". Me siento en el sof¨¢ con la pretensi¨®n de que la secretaria vea que esperar¨¦ discretamente, pero en cuanto desaparece me levanto como si tuviera un resorte. ?C¨®mo estar sentada en la habitaci¨®n en la que la se?ora Bacall ha vivido los ¨²ltimos 30 a?os? La arquitectura tiene un aire europeo, parisiense, como de principios de siglo: grandes escayolas, techos alt¨ªsimos. Si no fuera por la ventana inmensa que parece meter Central Park en el cuarto podr¨ªa pensar que estoy en ese Par¨ªs del que Bacall se considera hija adoptiva. Quiero aprovechar los cinco minutos al m¨¢ximo y me acerco a las pinturas. Dos preciosos dibujos de Calder, peque?os paisajes y retratos de animales como del XIX. Libros por todas partes, el desorden propio de la gente que disfruta de la casa y de la vida; los ingobernables enchufes y cables de detr¨¢s de la tele, los sillones c¨®modos de terciopelo ajado y, sobre todo, la gran pared, esa gran pared en la que los retratos de los amigos se disputan el sitio. Me da la risa de la emoci¨®n. S¨¦ que estoy atrapando un recuerdo que ser¨¢ para siempre. Las fotos no son las t¨ªpicas de estudio, son las fotos familiares; pero en ellas distingo la sonrisa de David Niven, las de los dos hermanos Kennedy, el rostro algo circunspecto de Howard Hawks, la cara de su hijo Steve -tan parecido al padre-, y, de forma recurrente, los rostros queridos de Spencer Tracy, de Katharine Hepburn, con dedicatorias cari?osas que indican una vida de amistad y recuerdos comunes, de tardes de fiesta y de esas otras tardes m¨¢s sombr¨ªas en las que la pareja iba a diario a visitar al amigo Boogie, que se mor¨ªa poco a poco de un c¨¢ncer de pulm¨®n sin dejar de tomar su martini y alg¨²n que otro cigarrillo. Hay un dibujo, como un autorretrato de la propia Hepburn, felicitando a la Bacall por un premio. Pienso que se tratar¨ªa del Tony en la ¨¦poca en que las dos actrices pisaron Broadway, en una edici¨®n en la que las dos optaban al galard¨®n.
Es dif¨ªcil moverse por la sala sin que el suelo de tarima se chive de todos mis movimientos, as¨ª que voy recorri¨¦ndolo de puntillas, con miedo a resbalarme en este suelo traicionero de tan pulido, y como si hiciera algo prohibido, con algo de la comicidad de los sat¨¢nicos personajes de La semilla del diablo. A punto estoy ya de abrir alguno de los cajones cuando una voz tan grave que parece la de un hombre me da un susto de muerte a mis espaldas. Ella. Es ella. Hace la entrada de las grandes estrellas. Alta a pesar de sus 81 a?os, de espalda ancha y recta; esa elegancia innata que lo supera todo, hasta ese atuendo casero con el que me recibe: pantalones c¨®modos, camiseta, sandalias deportivas. Viene con una perrilla de ojos saltones que me ladra con la furia de los perros peque?os. "Venga, Sophie, no te enfades". Yo le dejo la mano para que me conozca. La olisquea y, viendo que soy una m¨¢s de las admiradoras de su due?a, salta al sof¨¢ para sentarse a mi lado.
Perdone, Mrs. Bacall, no he podido resistir la tentaci¨®n de mirarlo todo; es que no puedo reprimir la emoci¨®n que siento al estar aqu¨ª?
Oh, qu¨¦ dulce suena eso? [y suelta una carcajada].
No veo fotos de Humphrey Bogart.
Bueno, las fotos de Boogie est¨¢n en la otra habitaci¨®n. Soy cuidadosa. Comprende que tuve otro marido, otro hijo, y no me parece correcto.
El otro marido fue Jason Robards, un gran actor al que todo el mundo, menos Lauren Bacall, le atribu¨ªa cierto parecido f¨ªsico con Bogart. "S¨ª, eso se dijo mucho, pero no se parec¨ªan en nada. ?l tuvo que vivir con la sombra de Boogie. Yo, para la prensa, era siempre la viuda de Bogart".
Robards no nos roba ni dos minutos de conversaci¨®n. Se nota que Bacall se cuida mucho de no menospreciar al padre de su tercer hijo, aunque en las memorias est¨¢ descrita con una elegancia no exenta de sinceridad la pesadilla que supuso la convivencia con este hombre atractivo y alcoh¨®lico que pod¨ªa convertirse en un ser muy desagradable, olvidadizo de sus obligaciones como padre, como esposo. Fueron, dice Bacall, los ¨²nicos a?os de su vida en que le fall¨® el sentido del humor. Hablamos de su libro de memorias. Es un libro que tiene un enorme valor, el de testimonio de la ¨¦poca m¨¢s glamourosa del cine, pero tambi¨¦n de algo que resulta particularmente atractivo para el lector: la verdad de la vida de una mujer que a los ojos de los espectadores gozaba de un universo fascinante; que pose¨ªa una especie de audacia sexual muy excitante para la ¨¦poca, una especie de aplomo, de seguridad en s¨ª misma, un atractivo cargado de inteligencia. El inter¨¦s del libro es que descubrimos en ¨¦l a una mujer inocente, terriblemente dependiente del cari?o de los hombres, y eso es algo que parece no cuadrar con la imagen de los personajes que encarn¨®. Si hay algo que la presencia f¨ªsica de Lauren Bacall no despierta es compasi¨®n: nunca fue ese tipo de actriz proclive a que le dieran papeles de muchacha desasistida, que inspira instintos de protecci¨®n; al contrario, ya desde su primer filme, Tener o no tener, la sensaci¨®n que provocaba era la de ser la nena lista, la que se las sab¨ªa todas, la que hab¨ªa tenido ya muchas experiencias rom¨¢nticas.
"S¨ª, eso es incre¨ªble, pero es as¨ª. En realidad, todo fue una invenci¨®n de Howard Hawks; ¨¦l vio que mi cara ten¨ªa car¨¢cter, incluso se neg¨® a que me retocaran las cejas y me arreglaran los dientes; ¨¦l me quer¨ªa exactamente como yo era. Me dijo que aprovechara mi voz, que nunca subiera un tono para hacerla m¨¢s aguda, que eso nunca ser¨ªa atractivo. Por otro lado, aprend¨ª a bajar la cabeza para que mis ojos se abrieran m¨¢s, y enseguida se hizo popular¨ªsima esa forma que yo ten¨ªa de mirar a Bogart. Ah¨ª es cuando empezaron a llamarme La Mirada. Pero yo?, yo no era m¨¢s que una chica de 18 a?os, una chica a la que su familia en pleno despidi¨® en un restaurante de Broadway que todav¨ªa existe, Lindy's, y que ten¨ªa que dar cuentas, como buena chica jud¨ªa, de su comportamiento. Es verdad que yo me enamoraba muy r¨¢pido, incluso estuve perdidamente enamorada de Kirk Douglas cuando estaba estudiando interpretaci¨®n a los 16 a?os, pero no pasaba de ah¨ª. Yo llegu¨¦ virgen al matrimonio?".
?Y era habitual eso entre las chicas de Hollywood?
Bueno, yo creo que las otras andaban m¨¢s ocupadas que yo [risas].
El hecho de que usted hiciera pel¨ªculas tan memorables hace que se la relacione con Hollywood, claro, pero usted es tremendamente neoyorquina.
Es que Hollywood no significa nada. Qu¨¦ es Hollywood, una industria, pero nada m¨¢s. Yo viv¨ª en California 15 a?os, s¨ª, pero mi sitio es ¨¦ste? Adem¨¢s, Boogie odiaba Hollywood; odiaba aquel ambiente de los estudios, el negocio. Casi todos sus amigos eran escritores, eso era curioso. A ¨¦l le aburr¨ªan mucho los actores, siempre mir¨¢ndose el ombligo, siempre hablando de s¨ª mismos. Hab¨ªa excepciones, claro; tuvimos amigos maravillosos, como Spencer, Katie o David Niven, pero ¨¦l prefer¨ªa la compa?¨ªa de escritores. ?l me ense?¨® mucho, mucho, sobre nuestra profesi¨®n, sobre c¨®mo uno deb¨ªa ser honesto. Imag¨ªnate qu¨¦ suerte tuve al tener como amigos a personas que sin ¨¦l nunca hubiera conocido, porque Cole Porter, Faulkner, Hemingway, Spencer Tracy, James Cagney?, ellos eran de su generaci¨®n, no de la m¨ªa. ?No crees que he sido muy afortunada por poder codearme con toda ese gente? Boogie siempre dec¨ªa que el mejor actor del mundo era Spencer Tracy, y el que ten¨ªa m¨¢s car¨¢cter, James Cagney. Me acuerdo de una noche oy¨¦ndoles hablar a los tres. Fue la ¨²nica vez que recuerdo que Katie y yo estuvi¨¦ramos calladas. Me sent¨ªa tan feliz. ?De qu¨¦ habl¨¢bamos?
De su inocencia.
S¨ª, yo hab¨ªa sido una adolescente muy tonta, so?adora; en mi cabeza s¨®lo hab¨ªa pel¨ªculas. Yo quer¨ªa ser Bette Davis, era mi ¨ªdolo; esos ojos, esa forma de moverse. La vi dos veces, una cuando yo ten¨ªa 17 a?os y luego cuando hice la versi¨®n musical en Broadway de Eva al desnudo. Como persona me decepcion¨®. Es terrible que la gente que admiras te decepcione, ?no? Ella no era generosa, ni cari?osa; le pasaba lo contrario que a Katie [Hepburn], que aunque al principio se mostraba reservada fue luego la mejor amiga, la m¨¢s desprendida.
Esa adolescente so?adora que usted era se mov¨ªa por aqu¨ª, por el Upper West Side?
S¨ª, claro, pero mi familia no viv¨ªa en un edificio como ¨¦ste [de pronto se r¨ªe]. ?Te parece siniestro el Dakota?
Bueno, teniendo en cuenta que ayer mismo vi en televisi¨®n 'La semilla del diablo'?
?Ja, ja, ja?! S¨ª, puedes decirlo, es un poco siniestro. Bueno, mi familia y yo viv¨ªamos por aqu¨ª, muy cerca; en estas calles transcurri¨® toda mi juventud. Parte de mi infancia, mi madre y yo vivimos con mi abuela y mis t¨ªos. Yo me sent¨ªa muy feliz de pertenecer a esa gran familia, me sent¨ªa muy protegida, y todos ellos eran personas muy cultas, inteligentes, luchadoras. Mi abuela era rumana, mi madre naci¨® tambi¨¦n en Rumania, pero mis t¨ªos ya fueron americanos. Mi abuela hablaba ocho idiomas, era todo un car¨¢cter. Eso de que yo me quisiera dedicar a la interpretaci¨®n no entraba en una mentalidad como la suya; ellos esperaban de m¨ª algo m¨¢s s¨®lido, que hubiera sido profesora, no s¨¦, pero el mundo de la escena lo ve¨ªan como algo superficial.
Y su madre, que ha sido tan importante en su vida, ?c¨®mo era?, ?actuaba como la t¨ªpica madre de la joven aspirante a estrella?
Mi madre no era t¨ªpica en nada. Era una mujer maravillosa, trabajadora; yo la adoraba y ella me adoraba a m¨ª. Ella pensaba que yo era guap¨ªsima?
?Y usted se ve¨ªa guapa?
Yo nunca pens¨¦ en esos t¨¦rminos; en serio, no es algo que me preocupara. No me miraba al espejo y pensaba en mi belleza. Otra cosa era cuando actuaba, entonces s¨ª que quer¨ªa salir guapa; pero en mi familia aprend¨ª a que una persona tiene que tener otro tipo de virtudes.
Y eso que usted fue Miss Greenwich Village con 18 a?os?
Ah, s¨ª, ?ja, ja, ja!, me acuerdo de lo nerviosa que estaba. Yo siempre estaba nerviosa, siempre insegura; ya te digo, lo de mujer experimentada fue una invenci¨®n del cine.
?C¨®mo se enfrent¨® a la aventura de dejar Nueva York y marcharse a Los ?ngeles con 19 a?os?
Ten¨ªa una familia que me respaldaba. Mi madre se vino conmigo un tiempo durante el rodaje de Tener y no tener. Boogie, por entonces, estaba casado, con muchos problemas con su mujer, que era alcoh¨®lica. Me llamaba a las tres de la madrugada y me dec¨ªa: nena, te espero en tal esquina de tal calle, y yo me pon¨ªa los pantalones encima del camis¨®n para salir corriendo. ?Es que no es excitante? Entonces, mi madre, mi maravillosa madre, sal¨ªa de la cama y me dec¨ªa: "Pero ?d¨®nde te crees t¨² que vas con ese hombre que tiene 25 a?os m¨¢s que t¨²?". "Mam¨¢", le dec¨ªa yo, "tengo que ir, yo le quiero". Ella dec¨ªa: "Te perder¨¢ todo el respeto". "Pero ¨¦l me quiere, mam¨¢, yo le gusto mucho". Entonces, mi madre, grit¨¢ndome, me contestaba: "Pero c¨®mo no te va a querer, hija m¨ªa: tienes 19 a?os, eres bonita; a ti te quiere todo el mundo". ?Ja, ja, ja! Era fant¨¢stica. Todos los d¨ªas me acuerdo de ella. Puedo recordar, como si fuera ahora, el d¨ªa en que se vieron por vez primera Boogie y ella en una habitaci¨®n de hotel en Los ?ngeles. ?Qu¨¦ tensi¨®n, Dios m¨ªo! Pero luego mi familia lo admiti¨® y le quiso much¨ªsimo, porque Boogie no era un vividor, no era un hombre fr¨ªvolo; se hab¨ªa casado tres veces, s¨ª, pero era porque hab¨ªa tenido mala suerte. Cuando vinimos por vez primera a Nueva York le present¨¦ a mi familia y se qued¨® exhausto, me dijo que nunca hab¨ªa conocido a nadie que tuviera tanta familia. ?l era el tipo de hombre que cuando ama a una mujer va a casarse con ella; ¨¦l era de los que se casan, era leal, serio. Me dec¨ªa que tuviera cuidado con la atracci¨®n que sintiera por otros hombres. Me dec¨ªa: es normal que eso ocurra en los rodajes, que surjan tentaciones; pero siempre hay que sopesar el valor que tiene tu vida privada, si te merece la pena poner en peligro lo que quieres. Luego he pensado que tal vez se sent¨ªa inseguro. Eso fui descubri¨¦ndolo poco a poco. Era una persona tan extraordinaria que no pod¨ªas conocerla de golpe.
Si algo sorprende de estas memorias es la llaneza, la sinceridad con la que est¨¢n contadas. No es solamente un cat¨¢logo hilado de las pel¨ªculas o los premios (pocos, en el caso de esta actriz). Estas p¨¢ginas, escritas con un estilo ligero y elegante, dan cuenta de ese otro lado de la vida que se oculta tras las carreras que nosotros vemos como exitosas. Sorprendentemente, una de las mujeres m¨¢s deseadas del cine habla del miedo a no ser deseada no s¨®lo por los productores, sino por los hombres, que, al margen de Bogart, no siempre la quisieron como ella merec¨ªa. Lauren Bacall habla en todo momento de su fragilidad, de una necesidad imperiosa de ser querida que se convert¨ªa en obsesi¨®n cuando estaba con un hombre que no acababa de comprometerse. "Siempre me influy¨®, creo, la ausencia de mi padre. A los 10 a?os dej¨¦ de verle para siempre. Ese abandono, pienso que marc¨® mis relaciones sentimentales".
A?os m¨¢s tarde, cuando ella era ya una actriz reconocid¨ªsima y estaba actuando en Broadway, su padre llam¨® al teatro exigiendo 12 entradas. Ella crey¨® verle en una de las primeras filas. Esa imagen fugaz fue todo. Ya no volvi¨® a verle. Parece l¨®gico, ella no lo oculta, que Bogart se convirtiera en su padre, su amigo, su amante y un esposo leal. Fueron una pareja querida, con personalidad, rodeados siempre de amigos, comprometida. Lauren fue m¨¢s lejos a¨²n que Bogart en su protesta por las investigaciones que abri¨® el Comit¨¦ de Actividades Norteamericanas contra todo aquel que oliera a comunista. Sus a?os junto a Bogart fueron, se aprecia claramente, los mejores de su vida, aquellos en los que se sinti¨® m¨¢s protegida. No hay m¨¢s que ver las fotograf¨ªas del ¨¢lbum familiar de la pareja con sus hijos para respirar esa felicidad. Luego vino la enfermedad de ¨¦l, la desesperaci¨®n, y el apoyo de un amigo, Frank Sinatra, que dar¨ªa mucho que hablar. Siempre se ha especulado sobre cu¨¢ndo comenz¨® exactamente el azaroso romance que mantuvo con el cantante, si antes o inmediatamente despu¨¦s de la muerte de Boogie. Pero no hay duda de su lealtad hacia el esposo. Al contrario, su recuerdo es omnipresente: cuando habla de ella, el discurso se desliza hacia ¨¦l. Todas las respuestas acaban en Bogart.
Teni¨¦ndola delante se me borra la imagen de las pel¨ªculas; su presencia es la de una de esas mujeres mayores neoyorquinas que bajan a pasear al perro y se paran a hablar en las esquinas, acostumbradas a la sociabilidad de un Nueva York mucho m¨¢s habitable, irremediablemente perdido, que caminaba mucho m¨¢s despacio que ahora, del que queda la presencia de estas mujeres fuertes, con rostros llenos de fuerza, hijas de los mil exilios jud¨ªos de la Europa del Este.
"S¨ª, esto es horrible. No quiero ser pesimista, pero en Nueva York tienes que andar siempre con cuidado por los coches, por las bicicletas, para no jugarte la vida. Antes era una ciudad para pasear; hoy, no. Y se han perdido los modales, ?no lo ves? ?Por qu¨¦ est¨¢ la gente tan enfadada? Quedan cosas, claro: mi supermercado favorito, mi querido Zabar's, ?me encanta Zabar's!, o algunos restaurantes como el caf¨¦ Luxembourg o mi chino favorito, el Shun Lee; pero se perdieron aquellos maravillosos deli, en los que un d¨ªa, como algo especial, te dejabas el dinero en aquellos s¨¢ndwiches, aquellos helados? Eso ya no existe, no es igual".
?ste es un barrio muy jud¨ªo. ?Le pes¨® mucho su condici¨®n de jud¨ªa?
Mucho, hubo un tiempo en que el antisemitismo estaba en todas partes. Me acomplejaba, me pon¨ªa tensa pensar que en alg¨²n momento deb¨ªa confesarlo. F¨ªjate que cuando ten¨ªa 16 a?os tuve un novio de la marina que me dej¨® cuando se enter¨®. Bueno, mi madre no era religiosa; mi abuela, s¨ª. Pero el concepto sobre los jud¨ªos era muy cerrado; se pensaba que todos ten¨ªan la nariz grande, eran feos, pensaban siempre en el dinero? No se puede decir que nosotros respondi¨¦ramos a esa idea.
Y el 'glamour', ?es algo del pasado?
Completamente. La mediocridad hoy afecta a todo. El nivel de este pa¨ªs ha ca¨ªdo en picado, nos ha superado la vulgaridad; gran culpa de eso la tiene la televisi¨®n, que crea estrellas continuamente. Cada tipo que sale en una serie, ya es una estrella. Nosotros quer¨ªamos ser actores. Para colmo, tenemos el peor presidente de la historia. Ser norteamericano pod¨ªa ser un orgullo en aquellos tiempos, pero mira ahora, con este idiota. Yo ten¨ªa a Roosevelt en un altar; Roosevelt era mi padre, mi h¨¦roe. Hoy d¨ªa, mi sitio est¨¢ aqu¨ª; pero si no viviera en Nueva York, vivir¨ªa en Par¨ªs.
Lauren Bacall, aquella muchacha alta, de pecho plano, rostro que denotaba inteligencia y sentido del humor, que quer¨ªa ser Bette Davis y estudi¨® con tes¨®n en la Academia de Actores; la cr¨ªa que se pas¨® gran parte de su carrera temblando, aprendiendo paso a paso c¨®mo era su oficio, sufriendo la angustia de una carrera desigual en la que no siempre hubo productores llamando a su puerta, decidi¨® un d¨ªa contar su vida: "Pens¨¦ que no quer¨ªa que quedara en el olvido, que la gente joven pod¨ªa aprender algo de mi experiencia". Lauren Bacall, la joven que se enamoraba r¨¢pido, casi antes de que se enamoraran de ella, que se entregaba apasionadamente, conserva intacto ese brillo particular de la iron¨ªa que la hizo tan atractiva en el cine. "S¨ª, eso era importante en mi familia, el humor. Eso es lo que me ha salvado en la vida".
?Y ahora?
?Ahora? Tengo una buena vida. Tengo tres hijos, nietos. Mis hijos son gente seria, con buenas parejas, que cumplen con su vida. Y tengo a Sophie [Sophie levanta la oreja al ser citada], que es una gran compa?era. Bajo al parque a pasearla, aunque ahora me he torcido un tobillo y no puedo moverme. La gente me saluda, s¨ª, esas se?oras que te agarran del brazo cuando hablan contigo, que es algo [se r¨ªe] que no puedo soportar.
Han pasado dos horas, ?dos horas? Su secretaria ha entrado por tercera vez a decirnos que es tard¨ªsimo. Entonces me muevo hacia adelante para apagar la grabadora que est¨¢ en la mesita, y a¨²n no me explico c¨®mo, pero mis botas resbalan en el suelo de tarima de tal manera que me escurro hasta quedarme completamente sentada en el suelo. Lauren Bacall me mira asombrada: "?Y eso?, ?c¨®mo has hecho eso?". "No s¨¦, me resbal¨¦", le digo. Y suelta una carcajada. "Perdona que me r¨ªa", dice, "pero es que ha sido muy gracioso".
A pesar de mi aturdimiento escucho su risa; la risa grande, fresca, de una de esas mujeres a las que la edad nunca acaba de vencer del todo.
La nueva autobiograf¨ªa de Lauren Bacall, 'Por m¨ª misma y un par de cosas m¨¢s' (RBA), se publica la pr¨®xima semana.
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