Bruma y realidad de Belgrano
Un barrio bonaerense escenario de batallas y logros literarios
En el barrio de Belgrano, lejos de la algarab¨ªa tanguera y tur¨ªstica del centro, en el mismo coraz¨®n del barrio y rodeada por las calles Obligado, Juramento, Echevarr¨ªa y Cuba, se encuentra la iglesia de la Inmaculada Concepci¨®n. El olor de los asados que crepitan detr¨¢s de la iglesia se mezcla con el de las magnolias, y aunque la columnata es blanca, es como si, de una manera misteriosa, todo en ella fuera rojo.
Si hay una caracter¨ªstica esencial de la misteriosa Buenos Aires (como la sol¨ªa llamar M¨²jica Lainez), es precisamente esta ambig¨¹edad, esta distancia entre lo que se siente y lo que se aprecia, parecida quiz¨¢ a la inquietud que produce comprobar que el cuerpo de la persona que amamos es pura imagen sin espesor, que bajo la mujer o el hombre real que apreciamos hay otro cuerpo esencial e incomprensible que apenas podemos tocar.
Es aqu¨ª donde Ernesto S¨¢bato sit¨²a la gran conjura de los ciegos en Sobre h¨¦roes y tumbas, aqu¨ª, bajo la iglesia aparentemente inocua de la Inmaculada Concepci¨®n, donde se abre esa red fant¨¢stica de alcantarillado por la que los ciegos pululan en su temible "subciudad". Y si lo hace aqu¨ª, es porque Belgrano es tan real que est¨¢ a un punto de desrealizarse, tan aparentemente cotidiana que es misteriosa.
Pero no son los fantasmas de S¨¢bato los ¨²nicos habitantes del barrio de Belgrano. En la esquina que conforman las calles Juramento y Vuelta de Obligado era donde se alzaba la casa del escritor realista Enrique Larreta, tan admirado por nuestro Unamuno, hoy convertida en Museo del Arte Espa?ol con la colecci¨®n privada de la familia. La tranquilidad de la casa contradice otro grupo de fantasmas, el compuesto por unos adolescentes borrachos que gritan improperios contra el escritor en la puerta, y tiran piedras contra las ventanas, a los que hab¨ªa que expulsar casi semanalmente a horas intempestivas. Tienen toda la furia de los vanguardistas enloquecidos, y aunque apenas han escrito a¨²n sus nombres, no dejan de resultar familiares. Son el jovenc¨ªsimo Jorge Luis Borges, Xul Solar, N¨¦stor Ibarra, Petit de Murat...
En vano trata de tranquilizarse el barrio de Belgrano. Ha vivido siempre as¨ª, en zozobra, casi siempre castigado, a ratos magn¨ªfico, como si fuese no un barrio, sino una persona. Los desocupados y los viejos se re¨²nen en la plaza de Belgrano como si de cualquier desocupado o viejo se tratara, como si en cualquier plaza fuera posible anhelar morir.
H¨¦roe contrahecho
Por esta plaza pasea otro fantasma que vive a pocos pasos, en el n¨²mero 2150 de la calle de O'Higgins. El fantasma de M¨²jica Lainez, que vivi¨® all¨ª casi toda su vida desde su matrimonio con Ana de Alvear. El peque?o departamento inicial fue ampliado m¨¢s tarde con otro, reservado exclusivamente a la biblioteca, y de all¨ª salieron tambi¨¦n h¨¦roes y monstruos como el del contrahecho duque Pier Francesco Orsini, protagonista del inquietante Bomarzo, o las dignas arist¨®cratas venidas a menos del barrio de San Telmo que se ve¨ªan obligadas a morir entre los polvos de la fiebre amarilla.
El actual Belgrano tiene a¨²n esa inclinaci¨®n tan porte?a y canalla entre la vida y la muerte, esa especie de continua sed y de arrogancia medida cuya caracter¨ªstica propia es la de no mostrarse nunca abiertamente.
Tambi¨¦n aqu¨ª muere uno de los grandes genios de la literatura contempor¨¢nea argentina, pero muy lejos del reconocimiento y la gloria que gozaban algunos de sus contempor¨¢neos como Borges, M¨²jica Lainez, o Julio Cort¨¢zar. Aqu¨ª, en la calle de Olaz¨¢bal, 2031, entre las calles de O'Higgins y Arcos, se alzaba el hostal mugriento (hoy desaparecido) en el que el 26 de julio de 1942 muere abandonado de todos Roberto Arlt, esa inextricable madeja de misantrop¨ªa, megaloman¨ªa, miserabilismo, impulso f¨¢ustico y negatividad schopenhaueriana; un ingresado en rebeli¨®n de los infiernos nacido en 1900 de inmigrantes alemanes y austriacos, excluido casi de inmediato de los dos grupos literarios al poder en los a?os treinta; Florida y Boedo (burgues¨ªa y proletariado miniburgu¨¦s, respectivamente, con no pocas zonas de trashumancia) y siempre exc¨¦ntrico perseguidor de inventos. Dice de ¨¦l Onetti: "Algunos opinaban que su actitud demostraba que era ang¨¦lico; la misma actitud, para otros, probaba que era un farsante, y hab¨ªa quienes aseguraban que, con esa actitud, Arlt hab¨ªa sacado patente de hijo de puta. Yo no s¨¦ si era ang¨¦lico, farsante o hijo de puta (probablemente las tres cosas a la vez), pero sigo profunda, definitivamente convencido, de que si alg¨²n habitante del barrio de Belgrano logr¨® acercarse a la genialidad literaria, llevaba por nombre Roberto Arlt".
Y es precisamente Belgrano el barrio que elige Arlt para la mayor¨ªa de esos personajes de clase media que, incluidos en la normalidad, de pronto y sin aparente transici¨®n se deslizan como por una superficie jabonosa hacia la locura, esos que "no intentan poner una bomba al mundo de los de arriba, sino ser verdugos de los de abajo".
Es como si el barrio de Belgrano pareciera el m¨¢s cercano de la tierra, y al mismo tiempo el m¨¢s brumoso, el m¨¢s inexistente. Y sus habitantes los m¨¢s difusos, como si vivieran permanentemente rozando la soluci¨®n, ese descubrimiento tan evidente en el que, sin embargo, no caen por apenas un mil¨ªmetro, como no se cae de noche en un precipicio sin saberlo.
Andr¨¦s Barba (Madrid, 1975) es el ganador del Premio Gonzalo Torrente Ballester con la novela Versiones de Teresa, que editar¨¢ Anagrama.

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.