La visera
El estilo bronco, c¨ªnico e irresponsable con que la derecha est¨¢ ejerciendo la oposici¨®n al Gobierno socialista se ha convertido en un espect¨¢culo. El ciudadano contempla muy excitado, pero cada d¨ªa m¨¢s perplejo, c¨®mo en esta carrera hacia el acantilado a los jinetes apocal¨ªpticos del Partido Popular les arden ya las herraduras. La t¨¢ctica de derribar al presidente Zapatero, caiga quien caiga, despide un tufo de golpe civil, y en esta conspiraci¨®n tambi¨¦n anda metida una parte de la Iglesia. Por un momento, algunos obispos espa?oles han abandonado la mitra adornada con serpientes fara¨®nicas y se han calado la gorra de b¨¦isbol; han dejado en casa la peana del santo y se han parapetado detr¨¢s de una pancarta rodeados de una multitud de fieles vociferantes. A estos actos callejeros los obispos acuden vestidos de negro seglar, con gafas de sol y una ri?onera donde, tal vez, guardan caramelos de menta para suavizar la garganta rota de gritar consignas contra el Gobierno, pero todav¨ªa usan la gorra de b¨¦isbol a la antigua con la visera en la frente. Hace algunos a?os, en el Harlem de Nueva York, se produjo un hecho revolucionario: un negrito estaba trabajando en un andamio bajo un sol feroz y en un instante de inspiraci¨®n le dio media vuelta a la gorra y coloc¨® la visera hacia atr¨¢s para aliviar su cogote abrasado. Este recurso contra el sol en la nuca pronto comenz¨® a ser imitado por otros obreros negros y blancos en cualquier parte del mundo, pero siendo un acto utilitario, no adopt¨® una categor¨ªa est¨¦tica hasta que un poderoso ¨¢rbitro de la modernidad decidi¨® que se pod¨ªa ir de noche a una discoteca con la gorra de b¨¦isbol del rev¨¦s como un signo de distinci¨®n, totalmente gratuito y sin sentido. A partir de ese momento se convirti¨® en un fin sin finalidad, que es como Kant define a la obra de arte. Puede que un d¨ªa veamos al cardenal Rouco y a otros obispos en una manifestaci¨®n contra el Gobierno con la visera de b¨¦isbol sobre el cogote y algunos creer¨¢n que tambi¨¦n ellos siguen la moda de los pijos del monovolumen, de los ni?atos del botell¨®n o de los maniqu¨ªes de los escaparates, pero en este caso ese gesto estar¨¢ muy alejado del arte o de la est¨¦tica, porque no ser¨¢ gratuito. El negro de Harlem quer¨ªa aliviarse el calor del pescuezo; la visera de los obispos tambi¨¦n tendr¨¢ una utilidad porque dar¨¢ cobijo a la nuca donde reside el sentido de culpa que la Iglesia, desde el parapeto civil de una pancarta, trata de inocular severamente a cuantos no comparten su ideario.
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