Calvados, coraz¨®n normando
De C?te Fleuri a Honfleur, viaje por una zona de verde y mar
Hay una sensaci¨®n que le invadir¨¢ en Normand¨ªa si se aventura a deambular por la malla de carreteras que teje su invariable paisaje de alfombras verdes y doradas: igual que cuando se entra en una casa demasiado limpia y dispuesta, puede llegar a pensar que all¨ª no vive nadie, que los moradores de sus pulcras villas floridas andan siempre ajetreados en rodearse de orden y s¨®lo est¨¢n de tr¨¢nsito en un decorado perfecto. De sus cinco departamentos, quiz¨¢ sea Calvados el que mejor refleja el car¨¢cter normando. Aqu¨ª, frondosos pomares interrumpen la sucesi¨®n de prados cercenados por sus vallas blancas, y los letreros pintorescos de las destiler¨ªas invitan a la degustaci¨®n de la sidra tradicional o el poir¨¦, su variante de pera, y de calvados, el ¨¢spero brandy de manzana que da nombre al territorio. "Esto es la Francia profunda, la gente bebe mucho, ?sabe?", le susurrar¨¢ alguna lugare?a. Claro que ya sabr¨¢, tras kil¨®metros de pastos, c¨®mo acompa?ar los voluptuosos quesos camembert, livarot o pont-l'¨¦v¨ºque. Casi en cada pueblo hallar¨¢ un brocante, uno de esos fabulosos rastros en miniatura con muebles de la abuela, maquinaria oxidada, discos de vinilo, botellas, l¨¢mparas o zapatos de otro tiempo. No es raro tampoco ver coches ingleses aparcados junto al jard¨ªn de alguna encantadora chaumi¨¨re con su techumbre de paja, ya que los vecinos del otro lado del canal adquieren una de cada diez viviendas a la venta; se sienten como en casa.
Musas proustianas
Al este de Caen y las playas del Desembarco, desde Cabourg hasta la desembocadura del Sena, el mar destruye el ensue?o verde: la C?te Fleurie es otra Normand¨ªa, la costa de los artistas. Quiz¨¢ un aspirante a escritor deber¨¢ pasar una noche en alguna de las habitaciones del ¨²ltimo piso del Grand Hotel de Cabourg, donde veraneaba Proust, por si sus musas le visitan. Pero si lo que el viajero quiere es glamour, nada como ir a Deauville y pasear con aire despreocupado por el decorado de su centro urbano: una sucesi¨®n de casitas que recrean la arquitectura anglo-normanda con entramado de madera y pizarra para albergar tiendas de lujo; o por las calles de las mansiones, los hoteles y el elegante casino. Coco Chanel abri¨® aqu¨ª el primer establecimiento con su nombre en 1913, cuando empezaba a ser famosa. En Les Planches, el paseo entablado de la playa, las casetas lucen los nombres de las estrellas que cada septiembre visitan el American Film Festival. Luego, s¨®lo hay que cruzar una calle y el puente sobre el r¨ªo Touques para estar en Trouville, la Balbec de las novelas de Proust. Los pesqueros dormidos en la manga del agua y el griter¨ªo de gaviotas y cormoranes le devolver¨¢n a la amable realidad. Por la ma?ana se expone el g¨¦nero junto a los amarres, y el puerto se convierte en un mercado vocinglero en el que resulta imposible deambular sin que los pescadores le asalten con las excelencias de sus redes. La calle principal hierve de terrazas donde degustar un plato de fruits de mer, y en las transversales, las brasseries y los peque?os caf¨¦s llevan hasta la plaza del Casino, tutelada por una efigie de Flaubert.
En el estuario del Sena, el puerto de Honfleur parpadea en la claridad l¨ªquida que inspir¨® a los artistas del impresionismo; aqu¨ª naci¨® Eug¨¨ne Boudin, que prepar¨® con su amigo Monet la primera muestra impresionista de 1874. Altas fachadas del siglo XVIII vestidas de pizarra o piedra blanca arropan a los barcos que se contonean con pereza en el agua; desde la capitan¨ªa del siglo XVI en la bocana partieron ilustres marinos a la conquista de Am¨¦rica. Podr¨¢ codearse con la bohemia tom¨¢ndose un pommeau, el aperitivo destilado del calvados, en las apretadas terrazas de los bistrots, o adentrarse por la callejuela de Lingots entre casas de adobe y madera para llegar a la plaza de la iglesia de Sainte Catherine, donde el campanario se yergue como un pirata rancio con pata de palo. Este templo fue reconstruido tras la Guerra de los Cien A?os por los hombres de los astilleros, que dieron al techo la forma de dos cascos de barco boca abajo y lo sostuvieron con troncos del bosque de Touques.
Junto a la iglesia, una t¨ªpica mansi¨®n tapizada de parra ha sido reconvertida en un hotel de exquisita decoraci¨®n provenzal. En cada rinc¨®n de Honfleur ver¨¢ talleres de pintores o vidrieros, anticuarios, galer¨ªas de arte, librer¨ªas de viejo pintadas siempre de azul; las tiendas y los restaurantes no perturban el hechizo de sus calles, sobrevoladas por inquietas nubes de estorninos. Honfleur est¨¢ en el l¨ªmite de Calvados; desde aqu¨ª se puede tomar el puente de Normand¨ªa hacia Le Havre y los acantilados calizos de la C?te d'Alb?tre, o seguir el curso sinuoso del Sena hasta los restos de la abad¨ªa de Jumi¨¨ges. La iglesia, con la nave rom¨¢nica m¨¢s alta de Normand¨ªa, fue fundada por los merovingios en el 654, destruida y reconstruida a trav¨¦s de los siglos y convertida en cantera durante la Revoluci¨®n, hasta que una familia la compr¨® en 1852, sembr¨® el jard¨ªn y la conserv¨® hasta que la adquiri¨® el Estado en 1947. En sus ruinas ver¨¢ ¨¢rboles que se asoman a las ojivas desnudas y hierba alfombrando las salas capitulares, ver¨¢ grajos y palomas que cruzan los claustros para posarse en los capiteles de las arcadas; si tiene la suerte de estar solo durante un rato calculando la arquitectura que le falta, podr¨¢ o¨ªr el imaginario eco de sus graznidos en unas b¨®vedas inexistentes.
A veces, con tanto verde en la retina, se le olvidar¨¢ que Normand¨ªa fue un campo de batalla. Cuando llueve, una tela lechosa baja a envolver los prados, deja los ¨¢rboles llorosos y vela los caminos y las casas con espesa melancol¨ªa. Pero si escudri?a el horizonte descubrir¨¢ jirones de sol que quiz¨¢ logren abrirse paso, y ver¨¢ c¨®mo las vacas, amparadas por ese espejismo, pastan tranquilas y sonrientes.
Ana Esteban (Madrid, 1964) es autora de la novela Es s¨®lo lluvia (Debate)
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