La rebeli¨®n de las masas
Hace cincuenta a?os falleci¨® en Espa?a don Jos¨¦ Ortega y Gasset, y hace setenta y cinco se public¨® La rebeli¨®n de las masas (1930), uno de sus libros m¨¢s importantes, acaso el que se ley¨® y tradujo m¨¢s en todo el mundo. Dos aniversarios que deber¨ªan servir para revalorizar el pensamiento de uno de los m¨¢s elegantes e inteligentes fil¨®sofos liberales del siglo XX al que circunstancias varias -la guerra civil en Espa?a, los cuarenta a?os de dictadura franquista y el auge de las doctrinas marxistas y revolucionarias que caracteriz¨® en Europa la segunda mitad del siglo XX- han tenido arrumbado injustamente en el desv¨¢n de las antiguallas, o, peor a¨²n, han desnaturalizado, convirti¨¦ndolo en un exclusivo referente del pensamiento conservador. Y entre el liberalismo y el conservadurismo, como mostr¨® Hayek en un ensayo c¨¦lebre, media un abismo.
En verdad, aunque nunca lleg¨® a sistematizar su filosof¨ªa en un cuerpo org¨¢nico de ideas, Ortega y Gasset, en los innumerables ensayos, art¨ªculos, conferencias y notas de su vasta obra, desarroll¨® un discurso inequ¨ªvocamente liberal, en un medio como el espa?ol en el que ¨¦ste resultaba extraordinariamente avanzado -¨¦l hubiera dicho radical, una de sus palabras favoritas-, tan cr¨ªtico del extremismo dogm¨¢tico de izquierda como del conservadurismo autoritario, nacionalista y cat¨®lico de la derecha. Buena parte de ese pensamiento conserva su vigencia y alcanza en nuestros d¨ªas, luego de la bancarrota del marxismo y sus doctrinas parasitarias y del excesivo economicismo en que se ha confinado ¨²ltimamente el liberalismo intelectual, notable actualidad.
Lo demuestra, mejor que nada, este libro, La rebeli¨®n de las masas, que, aunque publicado en 1930, hab¨ªa sido anticipado en art¨ªculos y ensayos desde dos o tres a?os antes. El libro se estructura alrededor de una intuici¨®n genial: ha terminado la primac¨ªa de las elites; las masas, liberadas de la sujeci¨®n de aqu¨¦llas, han irrumpido en la vida de manera determinante, provocando un trastorno profundo de los valores c¨ªvicos y culturales y de las maneras de comportamiento social. Escrito en plena ascensi¨®n del comunismo y los fascismos, del sindicalismo y los nacionalismos, y de los primeros brotes de una cultura popular de consumo masivo, la intuici¨®n de Ortega establece uno de los rasgos claves de la vida moderna.
Tambi¨¦n lo es que su cr¨ªtica a este fen¨®meno se apoye en la defensa del individuo, cuya soberan¨ªa ve amenazada -en muchos sentidos ya arrasada- por esta irrupci¨®n incontenible de la muchedumbre -de lo colectivo- en la vida contempor¨¢nea. El concepto de "masa" para Ortega no coincide para nada con el de clase social y se opone espec¨ªficamente a la definici¨®n que hace de aqu¨¦lla el marxismo. La "masa" a que Ortega se refiere abraza transversalmente a hombres y mujeres de distintas clases sociales, igual¨¢ndolos en un ser colectivo en el que se han fundido, abdicando de su individualidad soberana para adquirir la de la colectividad, para ser nada m¨¢s que una "parte de la tribu". La masa, en el libro de Ortega, es un conjunto de individuos que se han desindividualizado, dejado de ser unidades humanas libres y pensantes, para disolverse en una colectividad que piensa y act¨²a por ellos, m¨¢s por reflejos condicionados -emociones, instintos, pasiones- que por razones. Estas masas son las que por aquellos a?os ya coagulaba en torno suyo en Italia Benito Mussolini, y se arremolinar¨ªan cada vez m¨¢s en los a?os siguientes en Alemania en torno a Hitler, o en Rusia, para venerar a Stalin, el "padrecito de los pueblos". El comunismo y el fascismo, dice Ortega, "dos claros ejemplos de regresi¨®n sustancial", son ejemplos t¨ªpicos de la conversi¨®n del individuo en el hombre-masa. Pero Ortega y Gasset no incluye dentro del fen¨®meno de masificaci¨®n ¨²nicamente a esas muchedumbres regimentadas y cristalizadas en torno a las figuras de los caudillos y jefes m¨¢ximos, es decir, en los reg¨ªmenes totalitarios. Seg¨²n ¨¦l, la masa es tambi¨¦n una realidad nueva en las democracias donde el individuo tiende cada vez m¨¢s a ser absorbido por conjuntos gregarios a quienes corresponde ahora el protagonismo de la vida p¨²blica, un fen¨®meno en el que ve un retorno del primitivismo y de ciertas formas de barbarie disimuladas bajo el atuendo de la modernidad. Ortega hubiera visto en los recientes actos vand¨¢licos en Francia, en que miles de autom¨®viles fueron quemados en los suburbios de las ciudades por una muchedumbre de gentes, muchos de ellos hijos o nietos de inmigrantes, que no quer¨ªan otra cosa que manifestar su frustraci¨®n, su impotencia y su c¨®lera, un ejemplo pr¨ªstino de su idea de "masa".
Esta visi¨®n de la hegemon¨ªa creciente del colectivismo en la vida de las naciones es la de un pensador liberal que ve en la desaparici¨®n del individuo dentro de lo gregario un retroceso hist¨®rico y una amenaza grav¨ªsima para la civilizaci¨®n democr¨¢tica.
El libro es tambi¨¦n una defensa precoz y sorprendente -en v¨ªsperas de la Segunda Guerra Mundial- de una Europa unida en la que las naciones del viejo continente, sin perder del todo sus tradiciones y sus culturas, se fundir¨¢n en una comunidad: "Europa ser¨¢ la ultranaci¨®n". S¨®lo en esta uni¨®n ve Ortega una posibilidad de salvaci¨®n para una Europa que ha perdido la hegemon¨ªa hist¨®rica de que gozaba en el pasado -que ha entrado en decadencia- en tanto que, a sus costados, Rusia y los Estados Unidos parecen empe?ados en tomar la delantera. Esta propuesta audaz de Ortega en favor de una Uni¨®n Europea que s¨®lo medio siglo m¨¢s tarde comenzar¨ªa a tomar forma es uno de los m¨¢s admirables aciertos del libro y una prueba de la lucidez visionaria de que hizo gala a veces su autor.
El ensayo tambi¨¦n postula otro principio liberal acendrado: parte de la declinaci¨®n de Europa se debe al crecimiento desmesurado del Estado, que, en sus asfixiantes mallas burocr¨¢ticas e intervencionistas, ha "yogulado" las iniciativas y la creatividad de los ciudadanos.
Con buen olfato, Ortega se?ala que uno de los efectos, en el campo de la cultura, de esta irrupci¨®n de las masas en la vida pol¨ªtica y social ser¨¢ elabaratamiento y la vulgarizaci¨®n; en otras palabras, la sustituci¨®n del producto art¨ªstico genuino por su caricatura o versi¨®n estereotipada y mec¨¢nica, y por una marejada de mal gusto, chabacaner¨ªa y estupidez. Ortega era elitista en lo relativo a la cultura, pero este elitismo no estaba re?ido con sus convicciones democr¨¢ticas, pues concern¨ªa a la creaci¨®n de productos culturales y a su colocaci¨®n en una exigente tabla de valores; en lo que se refiere a la difusi¨®n y consumo de los productos culturales su postura era universalista y democr¨¢tica: la cultura deb¨ªa de estar al alcance de todo el mundo. Simplemente, Ortega entend¨ªa que los patrones est¨¦ticos e intelectuales de la vida cultural deb¨ªan fijarlos los grandes artistas y los mejores pensadores, aquellos que hab¨ªan renovado la tradici¨®n y sentado los nuevos modelos y formas, introduciendo una nueva manera de entender la vida y su representaci¨®n art¨ªstica. Y que, si no era as¨ª, y los referentes est¨¦ticos e intelectuales para el conjunto de la sociedad los establec¨ªa el gusto promedio de la masa -el hombre vulgar-, el resultado ser¨ªa un empobrecimiento brutal de la vida cultural y poco menos que la asfixia de la creatividad. El elitismo cultural de Ortega es inseparable de su cosmopolitismo, de su convicci¨®n de que la verdadera cultura no tiene fronteras regionales y menos nacionales, sino que es un patrimonio universal. Por eso, su pensamiento es profundamente antinacionalista.
En su defensa del liberalismo, Ortega insiste en el car¨¢cter laico que debe tener el Estado en una sociedad democr¨¢tica ("La historia es la realidad del hombre. No tiene otra") y la incompatibilidad profunda que existe entre un pensamiento liberal y el de un cat¨®lico dogm¨¢tico, al que califica de antimoderno. La historia no est¨¢ escrita, no la ha trazado de antemano una divinidad todopoderosa. Es obra s¨®lo humana y por eso "Todo, todo es posible en la historia, lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la peri¨®dica regresi¨®n".
Lo menos que puede decirse, frente a tesis y afirmaciones de esta ¨ªndole, es que Ortega y Gasset dio muestras en este ensayo de una gran independencia de esp¨ªritu y de s¨®lidas convicciones capaces de resistir las presiones intelectuales y pol¨ªticas dominantes de su tiempo. Eran, no lo olvidemos, unos tiempos en que la clase intelectual descre¨ªa cada vez m¨¢s de la democracia, que era denostada por igual por los dos extremos, la derecha fascista y la izquierda comunista, y ced¨ªa a menudo a la tentaci¨®n de afiliarse a uno de estos dos bandos, con una preferencia marcada por el comunismo.
Sin embargo, el liberalismo de Ortega y Gasset, aunque genuino, es parcial. La defensa del individuo y sus derechos soberanos, de un Estado peque?o y laico que estimule en vez de ahogar la libertad individual, de la pluralidad de opiniones y cr¨ªticas, no va acompa?ada con la defensa de la libertad econ¨®mica, del mercado libre, un aspecto de la vida social por la que Ortega siente una desconfianza que se parece al desd¨¦n y sobre la cual muestra a veces un desconocimiento sorprendente en un intelectual tan curioso y abierto a todas las disciplinas. Se trata, sin duda, de una limitaci¨®n generacional. Sin excepci¨®n, al igual que los liberales latinoamericanos de su tiempo, los liberales espa?oles m¨¢s o menos contempor¨¢neos de Ortega, como Ram¨®n P¨¦rez de Ayala y Gregorio Mara?¨®n (con quienes aqu¨¦l fundar¨ªa la Agrupaci¨®n al Servicio de la Rep¨²blica en 1930), lo fueron en el sentido pol¨ªtico, ¨¦tico, c¨ªvico y cultural, pero no en el econ¨®mico. Su defensa de la sociedad civil, de la democracia y de la libertad pol¨ªtica, ignor¨® una pieza clave de la doctrina liberal: que sin libertad econ¨®mica y sin una garant¨ªa legal firme de la propiedad privada y de los contratos, la democracia pol¨ªtica y las libertades p¨²blicas est¨¢n siempre mediatizadas y amenazadas. Pese a ser un librepensador, que se apart¨® de la formaci¨®n cat¨®lica que recibi¨® en un colegio y una universidad de jesuitas, hubo siempre en Ortega unas reminiscencias del desprecio o por lo menos de la inveterada desconfianza de la moral cat¨®lica hacia el dinero, los negocios, el ¨¦xito econ¨®mico y el capitalismo, como si en esta dimensi¨®n del quehacer social se reflejara el aspecto m¨¢s bajamente materialista del animal humano, re?ido con su vertiente espiritual e intelectual. De ah¨ª, sin duda, las despectivas alusiones que se encuentran desperdigadas en La rebeli¨®n de las masas a los Estados Unidos, "el para¨ªso de las masas", al que Ortega juzga con cierta superioridad cultural, como a un pa¨ªs que, creciendo tan r¨¢pido en t¨¦rminos cuantitativos como lo ha hecho, hubiera sacrificado sus "cualidades", creando una cultura superficial. De lo que deriva uno de los escasos desprop¨®sitos del libro: la afirmaci¨®n de que los Estados Unidos eran incapaces por s¨ª solos de desarrollar la ciencia como lo ha hecho Europa. Una ciencia que ahora, por el ascenso de los hombres-masa, Ortega ve en peligro de declinaci¨®n.
?ste es uno de los aspectos m¨¢s endebles del pensamiento que Ortega desarrolla en La rebeli¨®n de las masas. Una de las consecuencias de la primac¨ªa del hombre-masa en la vida de las naciones es, dice, el desinter¨¦s de la sociedad aquejada de primitivismo y de vulgaridad por los principios generales de la cultura, es decir, por las bases mismas de la civilizaci¨®n. En la era del apogeo de lo gregario, la ciencia pasa a un segundo lugar, y la atenci¨®n de las masas se concentra en la t¨¦cnica, en las maravillas y prodigios que realiza este subproducto de la ciencia, pues sin ¨¦sta, ni el lujoso autom¨®vil de l¨ªneas aerodin¨¢micas ni los analg¨¦sicos que quitan el dolor de cabeza ser¨ªan posibles. Ortega compara la deificaci¨®n del producto de consumo fabricado por la t¨¦cnica con el deslumbramiento del primitivo de una aldea africana con los objetos de la industria m¨¢s moderna, en las que ve, igual que a las frutas o a los animales, meros engendros de la naturaleza. Para que haya ciencia, dice Ortega, tiene que haber civilizaci¨®n, un largo desenvolvimiento hist¨®rico que la haga posible. Y, por eso, imagina que, por m¨¢s poderoso que sea, Estados Unidos no podr¨¢ nunca superar aquel estadio de mera tecnolog¨ªa que ha alcanzado: "?Lucido va quien crea que si Europa desapareciese podr¨ªan los norteamericanos continuar la ciencia!". Predicci¨®n fallida en un libro repleto de profec¨ªas cumplidas.
? Mario Vargas Llosa, 2005. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2005.
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