La resurrecci¨®n del Petit Palais
Se ha reinaugurado el Petit Palais de la Exposici¨®n Universal de Par¨ªs de 1900, frente al Gran Palais, despu¨¦s de una intensa y larga restauraci¨®n con la que el edificio ha recuperado su antiguo tono, su magnificencia, su car¨¢cter y la altivez de una proclama estil¨ªstica que lo hicieron brevemente famoso. Proyectado por el arquitecto Charles Girault -alumno de Daumet y Premio de Roma en 1880-, como consecuencia de un fastuoso concurso, el Petit Palais era uno de los exponentes preclaros del academicismo beaux-arts, ese academicismo que se basaba en algunas premisas inconfundibles: la racionalidad geom¨¦trica del esqueleto arquitect¨®nico seg¨²n los c¨¢nones de la Academia, la referencia al lenguaje cl¨¢sico franc¨¦s seg¨²n los modelos abarrocados entre Luis XIII y la Restauraci¨®n; los alardes progresistas con el hierro y el cristal, dos materiales revolucionarios. Pero el ¨¦xito dur¨® poco: Girault fue olvidado como la mayor¨ªa de acad¨¦micos de la ¨²ltima generaci¨®n, que ya no son mencionados en ninguna historia del arte; el Petit Palais se fue deteriorando con las sucesivas obras de adaptaci¨®n de los dise?adores de las exposiciones eventuales; los estilos beaux-arts se rindieron a los ej¨¦rcitos de la novedad con sus reservas art nouveau y sus vanguardias art d¨¦co. Viollet-le Duc, Guimard Y Jourdain ya protestaron contra ese falso clasicismo a favor de una nueva arquitectura. Despu¨¦s de 100 a?os de ser manipulado por los servicios municipales que lo desfiguraron, el Petit Palais ha reencontrado ahora su estructura inicial, incluso simplificada por las exigencias pr¨¢cticas, lo cual ha subrayado algunos valores esenciales que eran dif¨ªciles de apreciar. Esa es una arquitectura ya demasiado segregada de la historia del gusto, incluso del dudoso gusto franc¨¦s, cuya dependencia directa de la decoraci¨®n -escultura que sustituye arquitectura y arquitectura que se hace escultura en la interpretaci¨®n fastuosa y barroca de los ¨®rdenes cl¨¢sicos- no permite la comprensi¨®n de otros valores m¨¢s cercanos a nuestras costumbres sociales y culturales. El Petit Palais se muestra ahora -restaurado, sin pastiches- sobre todo como una r¨ªgida composici¨®n espacial con exigencia can¨®nica m¨¢s cl¨¢sica que barroca, racional en su composici¨®n, tal como proclamaban los tratados de la anterior generaci¨®n de la ?cole des Beaux Arts.
No s¨¦ por qu¨¦, pero con esa renovaci¨®n las avasallantes esculturas decorativas han perdido protagonismo y se interpretan mejor como texturas de la piel blanca y tensada de la propia arquitectura. Ahora se comprende que ese horror al vac¨ªo en el que la ornamentaci¨®n se empe?a al final del ochocientos -m¨¢s exagerado que en los episodios hist¨®ricos del barroco- era consecuencia de la contradicci¨®n entre la realidad del dibujo y el modelo tipol¨®gico geom¨¦tricamente perfecto: en la conjunci¨®n de dos curvas, en la rotura de un front¨®n o en la entrega de un arquitrabe una masa escult¨®rica pod¨ªa enmascarar las dificultades compositivas. De ah¨ª la importancia de la participaci¨®n de los escultores y ornamentistas, mucho m¨¢s que en el Renacimiento o en el Neocl¨¢sico, cuando los modelos tipol¨®gicos no pretend¨ªan tanta radicalidad o no hab¨ªan llegado a formular estilo. Girault impuso una galer¨ªa lineal -con c¨²pula central y dos torres extremas- como base compositiva de un cuerpo semicircular que limitaba un jard¨ªn interior, es decir, uno de los modelos m¨¢s reincidentes en la ense?anza acad¨¦mica. La expresi¨®n real y definitiva, el car¨¢cter, fue obra de m¨¢s de 200 escultores, herreros, carpinteros y estucadores, artesanos educados de acuerdo con un orden acad¨¦mico. Quiz¨¢ la arquitectura m¨¢s reciente, con su introducci¨®n de lo decorativo en la misma morfolog¨ªa estructural, nos est¨¢ llevando a entender la ornamentaci¨®n como parte sustancial de la piel arquitect¨®nica. Y quiz¨¢, tambi¨¦n, con la creciente volatilidad funcional, a entender las exigencias tipol¨®gicas como una oferta de flexibilidad y apertura funcional. Son dos cualidades que ahora podemos descubrir en el Petit Palais, despu¨¦s de renunciar al dicterio de Loos sobre la delincuencia del ornamento.
Lo hemos comprobado tambi¨¦n en Barcelona con la reutilizaci¨®n del Palau Nacional de Montju?c, cuyos autores deb¨ªan ser unos admiradores -a cierta distancia cronol¨®gica y cultural, porque construyeron 30 a?os despu¨¦s-, de Girault y sus contempor¨¢neos. Si el Palais pudo ser escarnecido por Guimard, el Palau lo fue por Mies, es decir, por otra modernidad m¨¢s reciente. Pero con la reforma hemos descubierto algunas cualidades esenciales, empezando con la perfecci¨®n compositiva y la coherencia de detalles constructivos y ornamentales. Y un asunto m¨¢s importante: lo monumental, lo grandioso se ofrece como una tipolog¨ªa neutra, con flexibilidad de uso, reutilizable.
Lo mejor de la instalaci¨®n del Museo Nacional de Arte de Catalu?a (MNAC) es la neutralidad ordenada de los grandes espacios, en los que incluso el estilo queda en segundo plano. No s¨¦ si la arquitectura reciente presenta hoy esas ventajas de uso e interpretaci¨®n. Dentro de 100 a?os, ?la restauraci¨®n de un edificio de Koolhaas, de Gehry o de Hadid servir¨¢ para nuevos usos sin tener que rechazar el testimonio?
Oriol Bohigas es arquitecto.
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