El negocio de los ni?os soldados de Liberia
Los comandantes presentan a chicos que no combatieron para apropiarse de los 250 euros que reciben por entregar las armas
Tiene nombre de academia militar, pero huele a estercolero. En West Point, el barrio m¨¢s pobre de Monrovia, malviven 60.000 personas hacinadas en favelas africanas en las que apenas cabe un sof¨¢ europeo. M¨¢s de la mitad son menores, antiguos guerrilleros cuyo primer juguete en la vida fue un fusil de asalto. Tres veces por semana, cargado de raquetas de pl¨¢stico, combas, di¨¢bolos, platillos voladores y balones de f¨²tbol, Eduardo Bofill, psic¨®logo del Servicio Jesuita para los Refugiados (JRC), se adentra en ese laberinto de hojalata para organizar dos horas de diversi¨®n. Es la ¨²nica ONG adem¨¢s de la brit¨¢nica Oxfam que se atreve. "Queremos que recuperen el ni?o que la guerra les rob¨® y que a trav¨¦s del juego aprendan de nuevo a socializarse. El objetivo es ganarnos su confianza y ayudarles". Hace tres meses, cuando fue a estudiar el terreno, le acogieron con recelo; hoy, es una celebridad entre los m¨¢s peque?os que le persiguen al grito de wayman (hombre blanco).
Catorce a?os de guerra civil han generado una cultura de conflicto y de corrupci¨®n
"Para ayudar, hay que mancharse los zapatos de polvo", dice un trabajador humanitario
En el barrio de West Point malviven 60.000 personas, m¨¢s de la mitad de ellas menores
Stephen Hanmer, coordinador de protecci¨®n y desarrollo de los j¨®venes y los ni?os del Comit¨¦ Internacional de Rescate (IRC), no es muy optimista. Cree que el proceso de desmovilizaci¨®n de combatientes es un fracaso: "Ha afectado a m¨¢s del doble de chicos previstos. La mayor¨ªa no son guerrilleros. Pagar 300 d¨®lares (250 euros) por la entrega de las armas ha sido un error grave. Los comandantes decidieron quien era combatiente y quien no y la mayor parte de ese dinero acab¨® en sus bolsillos. El mensaje es demoledor: ser ni?o soldado es un buen negocio porque te pagan por las armas, la educaci¨®n es gratuita, no se castigan tus cr¨ªmenes y eres una celebridad para los periodistas extranjeros. Pero nadie se interesa por los verdaderos protagonistas, las v¨ªctimas".
Los liberianos se refieren a su contienda de modo singular: la Primera Guerra Mundial se inici¨® en 1989 con el ataque de Charles contra el presidente Samuel Doe. La Segunda es la guerra entre Taylor y su ex lugarteniente Prince Johnson (ahora senador) por el poder en 1995 y la Tercera, el avance de dos nuevas guerrillas, desde Guinea y Costa de Marfil (apoyadas por EE UU), que expulsaron a Taylor en 2003. No les falta raz¨®n pues enfrentaron a todas las tribus de Liberia entre s¨ª.
Catorce a?os de conflicto (250.000 muertos y 800.000 desplazados y refugiados en un pa¨ªs de tres millones y medio de habitantes) han generado una cultura de guerra y corrupci¨®n. "Los ni?os ven en los videoclubes pel¨ªculas de golpes, las que m¨¢s les gustan, y no entienden que la sangre de los actores es falsa y no lo entienden porque su realidad es sangrienta y sin trucos. (...) Durante la guerra, la violencia se comet¨ªa en grupo, pero ahora es individual, dom¨¦stica, en la que el atacante es muy agresivo", asegura Carmen L¨®pez-Clavero, directora de IRC en Liberia.
En la carretera a Benson, al norte de Monrovia, se divisa un cartel publicitario contra la violaci¨®n. Muy cerca se encuentra el hospital dirigido por M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF). En ¨¦l existe una unidad contra la violencia sexual, uno de los problemas m¨¢s extendidos. No hay datos precisos, pero se cree que cerca del 70% de las mujeres sufrieron alg¨²n tipo de abuso durante la guerra. En Benson reciben una media de 100 casos cada mes. "Vienen para conseguir el certificado m¨¦dico necesario para poner la denuncia ante la polic¨ªa. Poco a poco estamos logrando que participen en los programas de recuperaci¨®n", asegura la doctora Diana Pou. "Si en Occidente se denuncian un 10% de las violaciones aqu¨ª la cifra es bastante m¨¢s baja. Nos llegan sobretodo menores".
Tras una exploraci¨®n en una habitaci¨®n decorada con osos de peluche, la unidad de violencia sexual trata de conversar con la v¨ªctima y averiguar lo ocurrido. "A veces las peque?as lo explican de forma directa: 'El hombre me foll¨®', pero en otras carecen de vocabulario para contar lo sucedido", dice Rebecca Singer, que ejerce un poco de psiquiatra ante la ausencia de personal especializado.
A las afueras de Monrovia, 87 mujeres de diversas creencias religiosas, pero todas muy pobres, se re¨²nen cada semana para planificar actividades. Su sede es la antigua f¨¢brica de sopa de pollo coronada por el logotipo Maggi. Para ellas, la igualdad es una exigencia. Tres carteles cuelgan de una pared: uno denuncia la violaci¨®n; otro, la violencia dom¨¦stica y el tercero, la esclavitud. En ¨¦ste se ve a una mujer cargada con su beb¨¦ a la espalda realizando el trabajo mientras que dos hombres (padre e hijo) juegan a las damas sentados a la sombra de un ¨¢rbol.
"Vamos a las comunidades, hablamos a las mujeres y a los hombres. Les explicamos que la violencia no es buena y que es necesario compartir los trabajos de la casa", asegura Esther Fallah, de 40 a?os, y cuatro hijos. ?Cu¨¢l es la reacci¨®n de los varones? "Algunos escuchan y otros no. Tener una presidenta nos va a ayudar. Puede servir para que empiece a cambiar la mentalidad".
La vida cerca de la antigua f¨¢brica de sopa de pollo no es f¨¢cil, como no lo es para el 80% de los liberianos que carecen de trabajo y sobreviven con menos de un d¨®lar al d¨ªa. Siah Tengbeh, de 25 a?os, y cuatro hijos, explica la suya: "Me levanto a las seis. Lavo la ropa y los cacharros. Voy al mercado a comprar si mi marido ha podido trabajar y ganar dinero. Es alba?il pero muchas veces no tiene obra. Comemos a las 12. S¨®lo una vez cada d¨ªa. Tengo cuatro ni?os que van a la escuela. El alquiler de la casa cuesta 350 d¨®lares [liberianos; unos seis euros] al mes. Es una habitaci¨®n. No hay agua, ni luz, ni retrete. La culpa la tiene la guerra. Con Ellen
[ Johnson-Sirleaf, la presidenta electa] las cosas van a ir mejor".
Pero el candidato perdedor de las elecciones de noviembre, el futbolista George Weah, no parece dispuesto a facilitar las cosas. A su regreso a Monrovia el pasado fin de semana se declar¨® el presidente leg¨ªtimo, reanud¨® su cantinela sobre el fraude electoral, nunca probado, y amenaz¨® con lanzar a sus seguidores a la calle. ?stos no han esperado ¨®rdenes y ya han provocado incidentes en la carretera que une Monrovia y su destartalado aeropuerto, en los que varios autom¨®viles han sido apedreados. ?Qui¨¦n est¨¢ empujando a Weah? Sus seguidores son ni?os de la calle y ex combatientes en un pa¨ªs en el que a¨²n hay demasiadas armas.
Liberia, creada a mediados del siglo XIX por esclavos libertos estadounidenses, es el mayor productor de caucho del mundo, el pa¨ªs de Firestone. Siempre gobernaron los descendientes de aquellos esclavos (excepto Samuel Doe). Ellen Johnson-Sirleaf es una de ellos. Weah, de una tribu del interior, representa a los pobres. En la guerra fr¨ªa, Liberia fue el principal centro de escuchas de ?frica Occidental, la oreja de la CIA. Como mausoleo de aquella ¨¦poca de esplendor, cuando hab¨ªa electricidad, agua potable, tiendas colmadas, alg¨²n turista y relativa paz, se mantiene la gigantesca Embajada de Estados Unidos. All¨ª hay marines para su defensa e instructores de la empresa Kroll Crucible Security que entrenan al nuevo Ej¨¦rcito de Liberia. Son gente con experiencia, pues vienen de Irak.
El temor de las organizaciones humanitarias, y de algunos liberianos, es que tras las elecciones de noviembre la comunidad internacional considere cumplida la misi¨®n. "En marzo se tiene que decidir el futuro de Unmil. La ONU ya tiene dos esl¨®ganes que vender: la primera mujer presidenta de ?frica y decenas de miles de guerrilleros desmovilizados", afirma un alto cargo de una ONG que prefiere conservar el anonimato. Los precedentes son inquietantes: el plan para distribuir almuerzos en las escuelas, lanzado con bombo por el Programa Alimentario Mundial, fue suspendido tras el terremoto de Pakist¨¢n. No quedan raciones. El alto cargo de la ONG ironiza: "?Y ahora qu¨¦ les decimos a los ni?os? ?Que este mes han tenido mala suerte y no les vamos a dar de comer?".
"Para ayudar a Liberia hay que dedicarle m¨¢s tiempo y dinero y mancharse los zapatos de polvo", asegura el alto cargo de la ONG. "Pienso que lo ¨²nico que hacemos es cambiar las sillas de sitio en el Titanic. Lo dice el Banco Mundial: al no ir al fondo de los problemas perpetuamos las causas que provocaron la guerra. Y es que la soluci¨®n para Liberia es aburrida, no vende en los medios y es cara para la ONU [700 millones de d¨®lares al a?o]. Este pa¨ªs saldr¨¢ adelante si se encuentra mucho petr¨®leo. Entonces le aseguro que nadie lo olvidar¨¢".
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