Un notable eslab¨®n de la filosof¨ªa orteguiana
La desaparici¨®n de un fil¨®sofo se convierte siempre en noticia, porque somos tan escasos que el mero hecho de dejar de existir uno de ellos lo convierte en realidad noticiable. Es como la desaparici¨®n de un individuo de una especie a extinguir, que es quiz¨¢ lo que somos. Esta discutible aseveraci¨®n se convierte en axioma si el fil¨®sofo es Juli¨¢n Mar¨ªas, uno de los protagonistas del ¨¢rea de la filosof¨ªa espa?ola en la segunda mitad del siglo XX.
La desaparici¨®n de Mar¨ªas es, desde luego, la constataci¨®n una vez m¨¢s de que el tiempo pasa y con ¨¦l muchas de las circunstancias que tuvieron vigencia en otro momento. Aparte de dejar constancia de nuestra tristeza, es hora tambi¨¦n de hacer balance. Mar¨ªas deja una obra de indiscutible valor filos¨®fico, y aunque toda su obra es testimonio muy valioso de una ¨¦poca que ya ha pasado, hay obras suyas que permanecer¨¢n inmarcesibles a ese paso del tiempo: su Antropolog¨ªa metaf¨ªsica, por ejemplo, es un hallazgo definitivo que se sustrae a esa terrible din¨¢mica del tiempo a la que hemos aludido.
A m¨ª me parece, con todo, que en esta hora de la defunci¨®n hay que resaltar, por encima de todo, su fidelidad al que fue su maestro indiscutible. Es, por lo dem¨¢s, curioso y aleccionador que se marcha de este mundo a los 50 a?os justos de la muerte de Ortega y Gasset, cuando conmemoramos el legado de este gran fil¨®sofo del siglo XX. Ambos permanecer¨¢n siempre unidos en la memoria hist¨®rica, pues as¨ª lo exige un m¨ªnimo sentido de la justicia.
Desde que, en 1936, Ortega y Gasset sale de Espa?a para instalarse -provisionalmente, al menos- en el exilio encontrar¨¢ en Juli¨¢n Mar¨ªas un defensor a ultranza, por lo que el disc¨ªpulo pag¨® un precio muy alto; entre otras cosas, su ausencia de la universidad oficial y la necesidad de ganarse la vida con ocupaciones azarosas e intermitentes de muy diversas ofertas, y de modo especial con contratos aleatorios en universidades norteamericanas.
La dictadura de Franco vio en Ortega y Gasset un peligroso enemigo por sus convicciones de "catolicismo", de la misma forma que lo vio tambi¨¦n en los escritos de Unamuno. A ambos se les acusaba de envenenar la conciencia cat¨®lica de la juventud espa?ola, y se emprendi¨® una campa?a cl¨¢sica contra Ortega con el fin de conseguir que sus libros fueran condenados por la Iglesia cat¨®lica. Tres jesuitas y un dominico capitanearon la campa?a, que al fin fracas¨® porque tres intelectuales cat¨®licos se opusieron tenazmente; eran Pedro La¨ªn Entralgo, Jos¨¦ Luis Aranguren y Juli¨¢n Mar¨ªas. Muy en especial este ¨²ltimo, que escribi¨® entonces un libro memorable: Ortega y tres ant¨ªpodas. Un ejemplo de intriga intelectual (1950). All¨ª dice, entre otras cosas, que "esa hostilidad era primariamente pol¨ªtica, pero tomaba ante todo aspecto clerical. Conviene no olvidar que lo pol¨ªtico y lo eclesi¨¢stico aparec¨ªan en aquellos a?os estrechamente unidos, cuando no identificados. El brazo eclesi¨¢stico es el que se movilizaba sobre todo en los temas que ten¨ªan una vertiente intelectual, y as¨ª se realiz¨® la destrucci¨®n de la ense?anza de la filosof¨ªa en la universidad, y en especial en la admirable facultad de Madrid".
Aun as¨ª, no dej¨® de haber tensiones entre el maestro y el disc¨ªpulo, pues Mar¨ªas era fervientemente cat¨®lico, lo que no le imped¨ªa ser orteguiano a ultranza. Al mismo tiempo, Mar¨ªas intent¨® siempre, a lo largo de su dilatada existencia, mostrar que la cultura espa?ola se hab¨ªa repuesto del dram¨¢tico trance de la Guerra Civil, defendiendo los valores de nuestra cultura; en ese af¨¢n hablaba de la presencia de Ortega entre nosotros. La verdad es que Ortega hab¨ªa vuelto a Espa?a, tras un exilio de nueve a?os, pensando que con su presencia ayudar¨ªa a una recuperaci¨®n democr¨¢tica de la dictadura, pero de hecho no recibi¨® m¨¢s que ominosos silencios y desdenes ostensibles. Por eso se indigna cuando Mar¨ªas dice en 1953 que Ortega est¨¢ en Espa?a y le contesta: "Si usted pudiera imaginar representarse mi estado de ¨¢nimo, se dar¨ªa cuenta del efecto que me ha producido leer en su escrito una cosa evidentemente falsa. Nadie sabe mejor que usted que lo que he hecho es intentar estar en Espa?a, pero que ese intento ha fracasado".
Estas m¨ªnimas discrepancias no deben minusvalorar la importancia de la labor realizada por Juli¨¢n Mar¨ªas para salvar la salud de la filosof¨ªa, defendiendo siempre a su maestro contra encarnizados enemigos, en una ¨¦poca en que no era f¨¢cil hacerlo. A los cat¨®licos antiorteguianos se sumaron entonces marxistas radicales que despreciaban la filosof¨ªa peque?o-burguesa y reaccionaria de un fil¨®sofo demi-mondain, que coqueteaba con posiciones totalitarias. Mar¨ªas no se dej¨® tentar ni por unos ni por otros; se mantuvo fiel a un maestro, de cuyos planteamientos extrajo conclusiones propias y originales, en una esforzada actitud de independencia intelectual.
A la hora de su muerte ¨¦sta es la imagen que debemos transmitir: la de un fil¨®sofo serio, responsable, consecuente consigo mismo, con aportaciones propias y originales, cuya trascendencia es hora de empezar a valorar.
Jos¨¦ Luis Abell¨¢n es fil¨®sofo y presidente del Ateneo de Madrid.
Babelia
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