Puertas literarias
La novela del siglo XXI est¨¢ por definirse. En Estados Unidos, quienes marcaron desde mediados del XX un modo de hacer distinto al del realismo de la narrativa jud¨ªa o de ra¨ªz jud¨ªa (Bellow, Malamud, Mailer, Roth...) fueron los llamados posmodernos, grupo literariamente muy poderoso y variado (Pynchon, Hawkes, Gaddis, Gass, Barth...) y hay que decir que la generaci¨®n m¨¢s joven, a la que pertenece Foster Wallace, les debe mucho. Tras ellos existe un n¨²cleo de autores firmemente consolidado, el m¨¢s renombrado de los cuales es en la actualidad Don DeLillo, pero donde se encuentran escritores del calibre de Vonnegut o Coover. De entre los j¨®venes, Jonathan Franzen ha escrito una novela excelente (Las correcciones); sin embargo, la mayor¨ªa de ellos parece sumida en un estado de confusi¨®n y tentativa del cual Foster Wallace es un claro ejemplo.
EXTINCI?N
David Foster Wallace
Traducci¨®n de Javier Calvo
Mondadori. Barcelona, 2005
414 p¨¢ginas. 19 euros
Parece evidente que las
transformaciones de todo orden que lleva consigo la era de la inform¨¢tica y la cultura de masas est¨¢n afectando seriamente a las artes, incluyendo a la narrativa. Puede decirse que, desde la aparici¨®n de las vanguardias, no se ha abierto un espacio tan amplio a la manifestaci¨®n art¨ªstica como el que se dispone a ocupar el arte del siglo XXI. Lo que sucede en estos casos es que resulta particularmente dif¨ªcil separar mena y ganga y no s¨®lo para el lector sino para los propios artistas. La b¨²squeda de nuevas expresiones se convierte en un pandem¨®nium de esfuerzos encontrados en pos de una redefinici¨®n del arte.
Extinci¨®n es el ¨²ltimo libro de Foster Wallace, un libro de relatos de variada extensi¨®n aunque m¨¢s bien largos, dedicados todos ellos al mundo de la m¨¢s triste mediocridad vital. Wallace es un representante genuino de una generaci¨®n de aire yuppy que ha tomado posiciones en la novela norteamericana y de la que a¨²n no se sabe si es un bluff o una tendencia s¨®lida. Easton Ellis, Chabon, Copeland... son algunos de sus nombres emblem¨¢ticos. En este libro que nos ocupa, Wallace exhibe un modo de escritura caracter¨ªstico: est¨¢ formado por largos p¨¢rrafos cargados de descripciones que se desv¨ªan y vuelven a reunirse, de oraciones subordinadas y de enumeraciones constantes. El asunto de las enumeraciones es llamativo: otorga un protagonismo extraordinario a los objetos, las marcas, las siglas, los nombres... y los enumera a cada oportunidad, machaconamente, como si deseara hacer angustiosamente presente un mundo que se rige por ¨®rdenes ejecutivas y comportamientos consumistas de manera casi exclusiva.
Adem¨¢s, Wallace cuenta como si de pronto y sin previo aviso hiciera con una hoja de afeitar una incisi¨®n en la piel de la realidad practicando una abertura y hurgase insistentemente en ella, removiendo adelante y atr¨¢s para agrandar y darle holgura a esa rajadura y describir lo que atisba por ella. El resultado es una parcela de realidad de escasa holgura, atractiva sin duda, pero poco exigente en cuanto al campo de intereses que deber¨ªa abarcar. Lo que adem¨¢s comprendemos pronto es que su trabajo es sobre todo descriptivo y en toda descripci¨®n lo que debe trabajar es la mirada capaz de perforar lo que est¨¢ a la vista o, de lo contrario, nos encontraremos con meras visiones de superficie. Desgraciadamente, Wallace se queda en la apariencia. Es como si el autor fuera incapaz de relatar otra cosa que lo que ve y lo que ve es s¨®lo la superficie de lo que hay. La mirada es inteligente, ir¨®nica a veces, pero no es dram¨¢tica, no accede al interior de lo que contempla. La descripci¨®n se convierte en enumeraciones que acaban empastando el texto porque la reiteraci¨®n en lo aparentemente insignificante como modo de expresi¨®n s¨®lo est¨¢ al alcance de muy pocos, gente tan dotada como, por ejemplo, un Thomas Bernhard.
Esa mirada, sin embargo,
no carece de talento. Cuando compara la expresi¨®n de un perro dominante que est¨¢ copulando montado en otro la define como "la misma expresi¨®n que hay en la cara de un ser humano cuando est¨¢ haciendo algo que se siente compulsivamente impulsado a hacer y sin embargo no entiende por qu¨¦ quiere hacerlo". Lo que parece evidente es que Wallace est¨¢ buscando una salida literaria en un mundo, el norteamericano, en el que la narrativa es, probablemente, la m¨¢s vigorosa y variada de entre las de nuestro tiempo y, por lo tanto, se ve obligado a moverse en un terreno muy abrupto. El riesgo de Wallace es que est¨¢ entrando en un periodo, el nuestro, en el que todo se encuentra patas arriba porque la relaci¨®n autor-lector est¨¢ tomando otros derroteros y otras variantes en relaci¨®n con el fen¨®meno de la masificaci¨®n del arte. Ah¨ª es donde busca su sitio con intrepidez aunque sus relatos s¨®lo manifiesten un pragmatismo vital en el que las cosas son como son y no hay m¨¢s que hacer que describirlas tal cuales barniz¨¢ndolas a lo sumo con una intenci¨®n sat¨ªrica o sarc¨¢stica. Es, por decirlo de manera exagerada, una apoteosis de la intrascendencia. La pregunta que sigue es obvia: ?cu¨¢l es el inter¨¦s de lo intrascendente? La intencionalidad que tienen las novelas de DeLillo o de Cormac McCarthy es lo que no aparece en la escritura de Wallace. No me refiero a intenci¨®n expresa sino a intenci¨®n impl¨ªcita, a la conciencia de una narraci¨®n. La escritura de Wallace tiene vida, pero no parece tener alma.
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