Un quijote contra la tortura
El senador John McCain cae bien a casi todo el mundo en EE UU. Buena parte de los ciudadanos, y desde luego los republicanos, est¨¢n orgullosos de ¨¦l porque es un h¨¦roe de guerra; a los independientes les encanta, porque habla de pol¨ªtica como si fuera un ser humano y no se casa con nadie. Y los dem¨®cratas le ven con buenos ojos, hasta el punto de que John Kerry le pidi¨® hasta en siete ocasiones que le acompa?ara en el ticket presidencial de 2004 (otro gallo le hubiera cantado a Kerry, probablemente, de haberle convencido). McCain desaf¨ªa las etiquetas y basa su capital pol¨ªtico en su imagen de honradez y en su estilo de Quijote.
No hay nadie como el torturado McCain para obligar a la Casa Blanca a aceptar la prohibici¨®n de la tortura, como ocurri¨® la semana pasada. Nadie como ¨¦l para defender sin complejos la guerra de Irak, para atacar, como hizo en el pasado sin ¨¦xito, a las tabaqueras o para intentar -con mal desenlace, porque el tiro sali¨® por la culata- controlar la obscena infusi¨®n de dinero en las campa?as electorales. Ning¨²n otro republicano podr¨ªa decir -y carg¨¢rsela por ello, en el 2000- que los l¨ªderes ultras religiosos Pat Robertson y Jerry Falwell son "fuerzas del mal". John McCain, que apoy¨® a Bill Clinton para que Estados Unidos reanudara las relaciones con Vietnam, cae bien a la gente adem¨¢s porque ha sido doblemente superviviente: super¨® con ¨¦xito dos melanomas y una intervenci¨®n de pr¨®stata. Para colmo, el senador tiene otras dos cosas atractivas: sentido del humor ("?C¨®mo quiere Kerry que sea su vicepresidente? ?Ya me pas¨¦ cinco a?os encerrado en una celda en Vietnam!") y bula con los medios: los tiburones del cuarto poder, los mismos que despanzurraron a Clinton y que alancean sin piedad a Bush, le miman y entran en el juego que con tanta habilidad cultiva McCain.
No hay nadie como el torturado McCain para obligar a la Casa Blanca a aceptar la prohibici¨®n de la tortura, como ocurri¨® la semana pasada
Critica a Rumsfeld y apoya la guerra; le preocupa el calentamiento global y quiere legalizar a los inmigrantes sin papeles, est¨¢ en contra del aborto y a favor de las bodas gays
Por todo esto y, sin duda, por sus ambiciones pol¨ªticas, la carrera de McCain hacia la Casa Blanca, que tropez¨® con George W. Bush hace cinco a?os, est¨¢ de nuevo en marcha, aunque el senador no ha ense?ado a¨²n sus cartas, ni lo har¨¢ hasta 2007, despu¨¦s de que las legislativas del pr¨®ximo oto?o den una pista de por d¨®nde sopla el viento. A la espera tiene algunos obst¨¢culos. El menor, pero no despreciable, es su edad. McCain, que naci¨® en el canal de Panam¨¢ y que es padre de siete hijos y tiene cuatro nietos, cumpli¨® en agosto 69 a?os (aunque Ronald Reagan tom¨® posesi¨®n dos semanas antes de cumplir los 70).
Lo m¨¢s complicado es su borrascosa relaci¨®n con el ala religiosa del partido. A McCain le pasa como al prometedor dem¨®crata Mark Warner: a los dos les va a ser m¨¢s dif¨ªcil ser candidatos que ser presidentes, les costar¨¢ m¨¢s -si se lanzan- superar el feroz filtro de las familias del partido que las veleidades del electorado.
Pero para las presidenciales falta un mundo. Por ahora, McCain es el hombre del momento: es el l¨ªder moral del Congreso, el hombre que ha alzado la bandera de la prohibici¨®n de la tortura en una mano, pero la de la necesidad de la victoria en Irak en la otra. Es el republicano menos contagiado por las cr¨ªticas que han hundido al presidente. Tampoco le alcanza el rechazo que genera la clase pol¨ªtica (tres de cada cuatro norteamericanos desconf¨ªan de la Administraci¨®n y de los partidos).
Cuando se sabe que la instituci¨®n en la que m¨¢s conf¨ªa el pa¨ªs (el 65%) es el Ej¨¦rcito, es m¨¢s f¨¢cil de entender la popularidad de McCain. Tanto su padre como su abuelo fueron almirantes; ¨¦l se gradu¨® en la Academia Naval y estuvo en activo durante 22 a?os, cinco de los cuales en un campo de concentraci¨®n en Vietnam del Norte despu¨¦s de que su avi¨®n fuera derribado sobre Hanoi el 26 de octubre de 1967, cuando ten¨ªa 31 a?os y llevaba a cabo su misi¨®n n¨²mero 23. Con las dos piernas y un brazo rotos, fue trasladado a la principal c¨¢rcel de la capital norvietnamita, el Hanoi Hilton. Los primeros meses no fueron malos, cont¨® McCain en US News & World Report. Rechaz¨® tratos de favor y la promesa de ser liberado si reconoc¨ªa haber cometido cr¨ªmenes de guerra. Despu¨¦s, en otro campo de prisioneros y el 4 de julio de 1968, el mismo d¨ªa en que su padre fue nombrado comandante de la flota del Pac¨ªfico, dos interrogadores, apodados El Conejo y El Gato, le dieron un ultim¨¢tum. A los pocos d¨ªas, 10 guardias le golpearon sin parar. "Despu¨¦s de unas cuantas horas as¨ª, fui atado y pas¨¦ la noche sin poder moverme. Durante los cuatro d¨ªas siguientes, cada dos o tres horas volv¨ªan a pegarme. Me rompieron de nuevo el brazo izquierdo y varias costillas".
Torturado
Despu¨¦s de esos cuatro d¨ªas, McCain firm¨® que hab¨ªa cometido cr¨ªmenes de guerra. El 15 de marzo de 1973, en la fase final de la guerra, fue puesto en libertad. Despu¨¦s de recuperarse y pasar por el quir¨®fano, mantuvo el uniforme, aunque no volvi¨® a volar. En 1977 fue asignado a un puesto decisivo para su futuro: enlace de la Marina con el Senado. Vio la pol¨ªtica de cerca, y le gust¨®. En 1981 dej¨® la Marina y se instal¨® en el Estado de su segunda mujer, Arizona. All¨ª se lanz¨® a la arena y fue elegido para la C¨¢mara de Representantes en 1982. En 1986 gan¨® el esca?o del Senado. Y en 2000 desafi¨® a Bush en la nominaci¨®n republicana.
La pelea fue dur¨ªsima. Despu¨¦s de su ¨¦xito en New Hampshire, donde humill¨® a Bush con una ventaja de 16 puntos, el aparato se moviliz¨® y le aplast¨® en una campa?a en la que hubo dinero, juego sucio y rumores siniestros. McCain perdi¨® las primarias y aprendi¨® que sin el partido no hay carrera pol¨ªtica que valga. En 2004, su apoyo a Bush fue muy importante. ?Llegar¨¢ la compensaci¨®n en 2008? Ocurra as¨ª o no, su prestigio es ahora m¨¢s fuerte que nunca, y se afianza con im¨¢genes como las de la pasada semana, con Bush en la Casa Blanca. "Es un hombre bueno que honra los valores de Am¨¦rica", dijo el presidente. Un mensaje ¨²til, en el futuro, para neutralizar el furor que el senador produce a la extrema derecha religiosa, aunque McCain es creyente, como la mayor¨ªa de sus compatriotas: "Lo que nos mantuvo con fuerza para sobrevivir a la tortura fue que ten¨ªamos fe los unos en los otros, fe en Dios y fe en nuestro pa¨ªs", dijo a Newsweek.
Los otros flancos est¨¢n cubiertos: los estadounidenses asqueados por las zonas oscuras de torturas y c¨¢rceles secretas aprecian que diga: "Los terroristas son la quintaesencia del mal, pero no se trata de ellos, se trata de nosotros. Estamos en una batalla por las cosas en las que creemos y que defendemos". Los que a¨²n creen que Irak fue una guerra que hab¨ªa que librar, a pesar de lo que ahora se sabe, celebran esta afirmaci¨®n: "Es mentira decir que el presidente minti¨®". Tampoco ofrece la menor duda el McCain patriota en Irak: "El primer objetivo no es retirar las tropas, es ganar la guerra".
McCain ha sido tambi¨¦n un oportunista, un fr¨ªo calculador, Y tiene flancos vulnerables: critica a Rumsfeld y apoya la guerra; est¨¢ preocupado por el calentamiento global y quiere legalizar a los inmigrantes sin papeles, est¨¢ en contra del aborto y a favor de las bodas gays, apoya la investigaci¨®n con c¨¦lulas madre y es partidario de incluir la doctrina del dise?o inteligente en las escuelas. Ha cometido errores; algunos se conocen y otros se conocer¨¢n a medida que los medios le sometan al escrutinio por el que debe pasar todo el que quiera trabajar en el Despacho Oval. Pero ha sido r¨¢pido a la hora de pedir perd¨®n. Lo hizo tras llamar fea a Chelsea Clinton; lo hizo al comparar a su compa?ero Newt Gingrich con Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milwaukee. Pidi¨® disculpas tambi¨¦n por haber cometido adulterio durante su primer matrimonio y por haber usado fondos electorales ilegales en una ocasi¨®n. Aparentemente, ha sido perdonado por todo. Hay una sola cosa que McCain no se perdona, pero de la que nadie le culpa: haber admitido, bajo tortura, ser un criminal de guerra.
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