Hablemos del d¨¦ficit exterior
Adem¨¢s del problema de la inflaci¨®n, la econom¨ªa espa?ola debe afrontar cambios en su oferta exportadora si quiere mejorar su posici¨®n en el comercio internacional.
La magnitud que ha llegado a alcanzar el d¨¦ficit externo ensombrece el balance de resultados positivos que arroja la econom¨ªa espa?ola en este ¨²ltimo periodo. Con una tasa que se aproximar¨¢ al 7,5% del PIB en 2005, Espa?a encabeza la relaci¨®n de pa¨ªses de la OCDE por la dimensi¨®n relativa de su d¨¦ficit corriente. La magnitud de ese desequilibrio no tiene precedentes cercanos, ni siquiera en los a?os de mayores dificultades externas, como tras las dos crisis energ¨¦ticas de los a?os setenta.
No se trata, en todo caso, de un problema nuevo para la econom¨ªa espa?ola. Siempre que en el pasado se ha tratado de mantener, de modo sostenido, un ritmo de crecimiento superior al del entorno, el saldo exterior ha experimentado un deterioro que ha terminado por obligar a las autoridades a una acci¨®n correctora a trav¨¦s del ajuste nominal del tipo de cambio, de la ralentizaci¨®n del crecimiento o de una combinaci¨®n de ambas respuestas. En ese comportamiento de la econom¨ªa espa?ola ha incidido tanto un efecto renta, derivado de la alta elasticidad de las importaciones, que responden de modo amplificado a la expansi¨®n de la demanda interna, como el diferencial de inflaci¨®n, que se acrecienta en los momentos de mayor dinamismo econ¨®mico. A trav¨¦s de ambas v¨ªas opera esta restricci¨®n externa al crecimiento.
La especializaci¨®n comercial espa?ola parece inadecuada para la estructura de costes
Frente a lo sucedido en el pasado, el d¨¦ficit corriente no supone un problema de financiaci¨®n
Ambos factores est¨¢n presentes tambi¨¦n en la actual coyuntura. En primer lugar, porque la econom¨ªa espa?ola ha crecido en los ¨²ltimos a?os m¨¢s de un punto y medio por encima de la tasa de nuestros principales clientes. Este mayor dinamismo relativo se ha traducido en el ¨²ltimo lustro y medio en un crecimiento acumulado de las importaciones que supera, en t¨¦rminos nominales, en casi veinte puntos porcentuales al propio de las exportaciones; al tiempo que el diferencial de precios acumulado respecto a la eurozona se acerca a los nueve puntos, expresando una p¨¦rdida de competitividad no corregida por la v¨ªa cambiaria. A estos factores es preciso a?adir la p¨¦rdida de capacidad compensadora de las balanzas tanto de servicios (por el deterioro de las rentas tur¨ªsticas) como de transferencias (por las remesas enviadas por los inmigrantes), que acent¨²an el signo deficitario del saldo corriente.
Ahora bien, que se trate de un fen¨®meno conocido no debiera velar dos elementos novedosos de la actual coyuntura. El primero es la p¨¦rdida de dinamismo comparado de las exportaciones, que se revela en un estancamiento de su cuota de mercado internacional. Un rasgo que, sin embargo, no se dio de manera tan clara en anteriores coyunturas. El segundo alude a la diluci¨®n del v¨ªnculo entre la demanda importadora y los requerimientos de la inversi¨®n productiva que era caracter¨ªstico de etapas precedentes. Dada la composici¨®n de la demanda, el crecimiento de las compras externas ha estado animado, hasta bien recientemente, por otros componentes del gasto, de menor impacto sobre el futuro nivel de competitividad de la econom¨ªa espa?ola.
Identificado el problema, ?cu¨¢les son sus implicaciones? En primer lugar, frente a lo sucedido en el pasado, el d¨¦ficit corriente no suscita hoy un problema de financiaci¨®n, incluso aunque remitan las entradas de inversi¨®n extranjera. Es una de las consecuencias de nuestra pertenencia a la Uni¨®n Monetaria: el conjunto del ¨¢rea otorga una cobertura antes no disponible en el acceso a la financiaci¨®n internacional ?Quiere esto decir, entonces, que el d¨¦ficit externo ha dejado de ser un problema? En modo alguno. El d¨¦ficit es un s¨ªntoma de que Espa?a no ha sido capaz de ajustar su econom¨ªa a las condiciones de costes que impone su pertenencia a la Uni¨®n Monetaria. Mantener el d¨¦ficit sin correcci¨®n lo ¨²nico que har¨ªa es acentuar el alejamiento de la senda de equilibrio que define ese entorno de competencia. Y, cuanto m¨¢s se aleje, mayor ser¨¢ el diferencial de crecimiento asociado al ajuste. Ahora bien, ?c¨®mo corregir el d¨¦ficit?
La pertenencia de Espa?a a la Uni¨®n Monetaria Europea anula el tradicional recurso al tipo de cambio nominal, obligando a una respuesta m¨¢s lenta y laboriosa. Desde esta perspectiva, la primera tarea es corregir el diferencial de inflaci¨®n, no s¨®lo para evitar p¨¦rdidas adicionales de competitividad, sino tambi¨¦n para eludir el impacto que los precios tienen sobre los tipos de inter¨¦s real, que condiciona el contenido del gasto de los agentes. Los ¨²ltimos datos de la inflaci¨®n no son, en este sentido, una buena noticia. Para corregir el diferencial de precios es obligado mantener la prudencia de la pol¨ªtica fiscal; pero tambi¨¦n es preciso acometer reformas microecon¨®micas que estimulen la productividad y promuevan la competencia en aquellos mercados que mayor rigidez presentan (algunos servicios y factores).
Ahora bien, siendo ¨¦sta una respuesta necesaria, ?resulta suficiente? Hay razones para pensar que no. En la explicaci¨®n del d¨¦ficit, adem¨¢s de un desajuste de precios, existe un problema de competitividad estructural que conviene considerar. Por resumirlo, el tipo de especializaci¨®n comercial espa?ola (composici¨®n y nivel tecnol¨®gico de los bienes) parece crecientemente inadecuada para la estructura de costes relativos al que nuestra econom¨ªa se encamina. El efecto din¨¢mico del cambio en la composici¨®n de la oferta que se vivi¨® en la d¨¦cada de los ochenta, en parte animado por la inversi¨®n extranjera, est¨¢ virtualmente agotado. Las ventas externas siguen descansando sobre productos que compiten dominantemente en precios; el peso de los productos de alta tecnolog¨ªa en el total de las exportaciones de manufacturas no llega a la mitad del que presenta como media la Uni¨®n Europea; y en los intercambios comunitarios intra-industriales, Espa?a sigue concentrando su oferta en los productos de baja gama. Son s¨ªntomas claros de una especializaci¨®n poco ajustada a las nuevas condiciones de coste. Lo que sugiere que si se quiere corregir el d¨¦ficit, necesariamente deber¨¢ avanzarse tambi¨¦n en la recomposici¨®n de la oferta, modificando su perfil sectorial, su nivel tecnol¨®gico y, probablemente, sus mercados de destino.
Cuando se argumenta semejante terapia, uno se enfrenta a dos tipos de objeciones. La primera es la de quienes consideran que aludir a esos factores estructurales es una forma de desviar la atenci¨®n respecto al necesario ajuste de precios. Tal interpretaci¨®n, sin embargo, s¨®lo es v¨¢lida si se considerasen ambas respuestas como sustitutivas y no como manifiestamente complementarias. Por ejemplo, promover una mejora de la productividad no s¨®lo reduce los costes unitarios relativos, sino tambi¨¦n contribuye al cambio deseado en la oferta exportadora.
La segunda objeci¨®n es la de aquellos que consideran la respuesta como extempor¨¢nea, por requerir de un marco temporal excesivamente dilatado. Aun siendo en parte cierto, no cabe llevar este argumento demasiado lejos, porque es posible que el cambio no requiera de plazos tan dilatados como a veces se sugiere. Basta con mirar a nuestros m¨¢s cercanos vecinos. Dos de los casos europeos de mayor ¨¦xito reciente, Irlanda y Finlandia, lograron en apenas tres lustros modificar sustancialmente su oferta exportadora, pasando de vender productos intensivos en recursos naturales a bienes intensivos en tecnolog¨ªa. La cuota que los productos de alta tecnolog¨ªa tienen en las exportaciones manufactureras de Irlanda y Finlandia multiplica por 5 y 2,5, respectivamente, la propia de Espa?a. Cada uno de estos pa¨ªses sigui¨® sendas distintas para conseguir ese espectacular cambio, pero a ambos es com¨²n su voluntad estrat¨¦gica sostenida m¨¢s all¨¢ de los vaivenes pol¨ªticos, la concentraci¨®n selectiva de esfuerzos y el apoyo decidido en materia educativa y tecnol¨®gica. Es posible que Espa?a no tenga una flexibilidad similar a la de estas dos peque?as econom¨ªas, pero ?no es obligado intentarlo?
Jos¨¦ Antonio Alonso es catedr¨¢tico de Econom¨ªa Aplicada y director del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI).
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