Sala de cine vac¨ªa
Cada principio de a?o se truecan mis met¨¢foras. Parece obvia esta puntual permuta de im¨¢genes cuando comienza un periodo acotado voluntariamente por la humanidad; una defensa contra el tiempo convencional, ese truh¨¢n que el Tiempo verdadero env¨ªa por delante para que nos asuste menos lo insondable. Pero no puedo elegir. Sal¨ª del a?o anterior dici¨¦ndome que la vida es como una pel¨ªcula experimental (francesa o checa: temible, en cualquier caso), y he entrado en ¨¦ste pensando que, en realidad, la vida es como una sala de cine. No importa lo que se proyecte en pantalla (tus sue?os o mis sue?os, nuestros sue?os; nuestra ausencia de sue?os), sino las butacas que, con los a?os, se quedan vac¨ªas. O las que van siendo ocupadas por nuevos espectadores carentes de permiso, que ponen a prueba nuestra generosidad.
Reconozco que, a simple vista, podemos creer que he perdido con el cambio. La pel¨ªcula se adorna. Es de otros. La dirig¨ªa el Destino. Pero las butacas, de las que mi gente se ha ido levantando para desaparecer, son demasiado humanas, demasiado cercanas. Intolerablemente dolorosas. No importa lo que se proyecte en la pantalla. Un cl¨¢sico mudo acerca de un tr¨®pico asolado por la tormenta, una premonici¨®n germana acerca del M(aldito) Holocausto o una delicia navide?a de Frank Capra. La pel¨ªcula siempre sigue igual, aunque sea h¨²ngara, que es lo menos igual a s¨ª misma que, en pel¨ªcula, se puede hallar. En especial si fue h¨²ngara bajo el sistema sovi¨¦tico: el celuloide era gratis (luego era larga); la felicidad, imposible (luego era plana, triste y desde luego larga).
Tengo que decir que resulta muy punzante asistir al momento en que las luces se encienden y ves, vac¨ªas, las butacas de tus mejores personas. ?Oh, Dios!, te dices (sin fe alguna), cu¨¢nta crueldad, hab¨¦rmelos dado para quit¨¢rmelos as¨ª, tan crudamente. Pero la funci¨®n sigue en la platea. Y all¨¢, en pantalla, se proyecta la pantomima que, en lo profundo, no te interesa, nunca te interes¨®. Deliran esos h¨¦roes. Aqu¨ª al lado es distinto. Se desarrolla la aut¨¦ntica heroicidad. Existir, morir. Gente de la que cre¨ªste que nunca podr¨ªas prescindir se disuelve como un anuncio publicitario en otro, un modelo de tel¨¦fono port¨¢til en otro: recambiables. No lo eran.
Esas butacas cubiertas de hojarasca, batidas por el viento, impulsadas hacia donde no sabes por tu necesidad de quienes las ocuparon. Cu¨¢nta pena, cu¨¢nto sentimiento al tener que ver la pel¨ªcula, que ya ni te importa, con su melancol¨ªa.
Perd¨®nenme; no avisen, por favor, a la Brigada Anticursis. S¨¦ que la merezco, pero t¨¦nganme compasi¨®n. Pasan los a?os y entro en este nuevo con la met¨¢fora cambiada. Tengo miedo, y siento, al mismo tiempo, alivio.
Porque, junto a m¨ª, algunas butacas han vuelto a verse ocupadas por personas que me importan. Yo, que hice cruz y raya a los afectos para no sufrir m¨¢s, veo que gente con 10, 15, 20 o 30 a?os menos se me acerca y se sienta. Me gusta que lo hagan, creo que me arriesgar¨¦ a recibir a los nuevos. No sustituyen, nunca podr¨ªan ni yo querr¨ªa, a quienes se fueron. Pero qu¨¦ gran alivio encontrarles. Estabais aqu¨ª y yo no supe veros. Me hicisteis el favor de acercaros.
Permitid (tercera pe empezando un p¨¢rrafo: imperdonable), queridos nuevos amigos, o amigos que mantuve en la nevera y que por fin hab¨¦is nefernecido (equivale a florecer en belleza: si existiera este participio egipt¨®logo y herido), permitid que os d¨¦ la mano, que nos tomemos de las manos, apoyando nuestros brazos en los inanimados brazos del asiento. Otra vez, compa?eros, descubriremos el viaje de la vida, lo que queda del d¨ªa, las cosas de la vida, C¨¦sar et Rosalie, un coraz¨®n en invierno, intolerancia, tempestad, la jungla del asfalto, y un paseo por el amor y la muerte, delitos y faltas, lo que el viento se llev¨®.
Ya lo he dicho: cuando cambio los a?os me cambian las met¨¢foras, y me quedar¨ªa a vivir aqu¨ª, dentro de este art¨ªculo, con tal de no enfrentarme a una sola, nueva, dolorosa butaca vac¨ªa.
En la sala en donde permanecemos a oscuras.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.