La risa
1
Hoy he imaginado que inventaban el polvo de la simpat¨ªa. Lo inventaban a pesar de la ley del tabaco -ese polvo ser¨ªa como una especie de rap¨¦-, y al principio ten¨ªa algo de clandestino. El nuevo invento era capaz de transformar a un pa¨ªs entero. Quien lo probaba cambiaba inmediatamente de humor y no s¨®lo sonre¨ªa, sino que se volv¨ªa adorablemente alegre y simp¨¢tico, relajado, atento a las opiniones distintas del pr¨®jimo: elegante, discreto, inteligente, dem¨®crata de verdad.
En un primer momento, el inventor del polvo de la simpat¨ªa hac¨ªa sus primeras pruebas o experimentos con los taxistas de Madrid y en una semana les cambiaba a todos el castizo y guarro car¨¢cter convirti¨¦ndoles en gente que escuchaba, con abierta alegr¨ªa, m¨²sica cl¨¢sica o bien recitales de poes¨ªa. Su simpat¨ªa era tan avasalladora y sus carcajadas tan bienhechoras que Espa?a cambiaba espectacularmente de la noche a la ma?ana, porque eran esos mismos taxistas de Madrid los que contagiaban la revoluci¨®n de los claveles y la risa: una risa que, por arte del polvo m¨¢gico, se extend¨ªa hacia los obispos fundamentalistas y el personal de Iberia y acababa pulverizando literalmente la mala leche tradicional de los franquistas. Y todo el pa¨ªs re¨ªa y re¨ªa. Ya no se escrib¨ªan m¨¢s novelas sobre la Guerra Civil y hab¨ªa una gran fiesta en la antigua casa tr¨¢gica de Bernarda Alba.
La revoluci¨®n llegaba a Espa?a a trav¨¦s de sus bases m¨¢s trogloditas y contagiaba al resto de los ciudadanos. La risa es el fracaso de la represi¨®n, se o¨ªa decir por todas partes. Y taxistas de Madrid y comandantes de Iberia se convert¨ªan en la ¨¦lite intelectual m¨¢s importante de Europa. Se hablaba catal¨¢n en Salamanca y hab¨ªa alfombra roja para Rodr¨ªguez Ibarra en Catalu?a. Y el Real Madrid, incorpor¨¢ndose a la gran fiesta, hac¨ªa re¨ªr a todos perdiendo 18 partidos seguidos. Hasta Zapatero re¨ªa.
2
Nada de Mozart. Las audiciones del genial compositor no han reanimado a Ariel Sharon y hoy -ma?ana no s¨¦, porque puede haber muerto- se habla de ponerle ardor guerrero en el o¨ªdo, algo que tal vez es mucho m¨¢s apropiado para ¨¦l que Mozart. Para estimular sus facultades cognitivas se ha pensado en cambiar de t¨¢ctica y hacerle escuchar grabaciones de sus campa?as militares. A eso le llamo yo tener un mordaz sentido del humor negro. ?Incluir¨¢n esas grabaciones los gritos de los heridos de muerte? Como ¨¦l es uno de esos heridos, puede ser una forma original de morir.
Pero creo que una soluci¨®n intermedia y sin duda m¨¢s ben¨¦vola y po¨¦tica ser¨ªa recurrir a grabaciones del oleaje del Pac¨ªfico, con la voz de fondo de Pablo Neruda que comparaba ese oc¨¦ano con "una gran batalla de otro tiempo". Rumor guerrero, pero n¨¢utico y l¨ªrico: "El mar retumba como un combate antiguo...". Pero sin duda ni la poes¨ªa podr¨ªa amortiguar los gritos de dolor y horror de las v¨ªctimas de Sabra y Chatila.
3
Groucho Marx, en una carta a Leo Rosten: "Desde el mismo instante en que he tenido su libro en las manos y justo hasta el momento en que lo he dejado sobre la mesa, no he podido parar de re¨ªr. Espero, uno de estos d¨ªas, leerlo".
4
Hemos venido al mundo a re¨ªr, es absurdo pensar que hemos venido a llorar. Dec¨ªa Jules Renard que aqu¨ª estamos sin duda para descoyuntarnos de risa, pues en el purgatorio o en el infierno no va a sernos posible, y en el para¨ªso no parece que sea algo precisamente recomendable. Creo que esa convicci¨®n de que hemos venido a re¨ªr est¨¢ muy arraigada en m¨ª desde adolescente, tan arraigada que en su momento me llev¨® incluso a hacer el rid¨ªculo y a hacer re¨ªr a mis hermanas cuando observaron ¨¦stas que, leyendo el filos¨®fico ensayo La risa, de Henri Bergson, me re¨ªa todo el rato creyendo que hab¨ªa que re¨ªrse a carcajada limpia si uno se pon¨ªa a leer ese libro.
5
Hablando de nuestra flamante ley del tabaco y del polvo de la simpat¨ªa, me viene a la memoria el novelista ?talo Svevo y sus c¨®micas relaciones con el humo y los cigarrillos. Minutos antes de morir a causa de un est¨²pido accidente de coche, Svevo pidi¨® un cigarrillo a su yerno, y ¨¦ste se lo neg¨® rotundamente. Svevo murmur¨®: "Ser¨ªa el ¨²ltimo". No dijo esto pat¨¦ticamente, sino como la continuaci¨®n de una vieja broma; una invitaci¨®n a re¨ªr como siempre de sus reiteradas resoluciones de abandonar el tabaco.
Al escribir acerca de esta an¨¦cdota, Bioy Casares observ¨® que el humorismo es la m¨¢s alta forma de la cortes¨ªa. El humorismo es cort¨¦s porque al se?alar verdades recurre a la comicidad. Si muestra lo malo, conduce a la risa, y cuando alguien recuerda la amarga verdad que dijimos, sonr¨ªe porque tambi¨¦n recuerda c¨®mo la transformamos en una broma.
6
Seguramente la sonrisa es la perfecci¨®n de la risa. Pero eso no creo que explique por s¨ª solo la fascinaci¨®n que provoca La Gioconda. Esa fascinaci¨®n sigue siendo un misterio, como tambi¨¦n el humor lo es. Y es que no creo que sepamos exactamente qu¨¦ es el humor. Recuerdo que, cuando re¨ªamos en el claustro, un compa?ero de universidad sol¨ªa decirnos que no acertaba a explicarse qu¨¦ era el humor. "Tener humor es como tener los ojos azules", dec¨ªa. Y algunos re¨ªamos.
7
Hoy no he re¨ªdo en todo el d¨ªa. En cambio se han re¨ªdo mucho de m¨ª. Ser¨¢ porque nada hace re¨ªr tanto como un hombre serio.
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