Las ciudades se hartan de gamberros
Sevilla y Valladolid han adoptado medidas legales para luchar contra el vandalismo, y Barcelona prev¨¦ aprobarlas
La papelera donde usted tira la publicidad indeseada al salir del metro madrile?o puede ser una de las 22.286 que el ayuntamiento tuvo que reponer el a?o pasado a un coste de entre 50 y 769 euros. Y si vive en Sevilla, piense que el impoluto contenedor de basuras de su calle, quiz¨¢s reemplaza a alguno de los 20.700 que fueron quemados o rotos en 2004. Las ciudades andaluzas gastaron en 2003 casi cuatro millones de euros en este cap¨ªtulo. Madrid dedic¨® 6,7 millones de euros en 2004 y la alcald¨ªa de Barcelona tuvo que destinar nueve millones de euros extra entre septiembre y diciembre pasado a intervenciones de urgencia (sobre todo en limpieza y recogida de objetos abandonados) para frenar el deterioro de su casco antiguo.
Madrid gast¨® 6,7 millones de euros en 2004 en reponer parte del mobiliario urbano
Suciedad y destrozos se han ido convirtiendo en una de las se?as de identidad de las grandes ciudades espa?olas, y de muchas extranjeras. La imagen del primer ministro brit¨¢nico, Tony Blair, limpiando las pintadas de una calle de Swindon, ha dado la vuelta al mundo, junto con su iniciativa para luchar contra el vandalismo en todo el pa¨ªs. Pero hay rasgos distintivos en el mal que afecta a nuestras metr¨®polis, sometidas al estr¨¦s de la marcha nocturna, del turismo masivo (y mochilero), del desapego creciente de sus habitantes y a la simple presi¨®n sobre un espacio donde se concentra cada vez un mayor n¨²mero de personas. Casi la mitad de la poblaci¨®n mundial vive en las ciudades, seg¨²n datos de la ONU, y en Espa?a, donde el proceso de urbanizaci¨®n es galopante, el 70% de los habitantes viven en n¨²cleos de m¨¢s de 10.000 vecinos.
Ciudades en las que se concentra la poblaci¨®n madura, mayoritaria en nuestra sociedad, pero tambi¨¦n los j¨®venes, clientes potenciales de un ocio a menudo ruidoso. Por no hablar del reto para la convivencia que supone albergar una poblaci¨®n multicultural que apenas ha tenido tiempo de aclimatarse al pa¨ªs de acogida. ?C¨®mo compartir este espacio equitativamente, sin que surjan roces y tensiones por culpa de usos abusivos? Dif¨ªcil tarea, sobre todo con las viejas ordenanzas municipales en la mano, tan obsoletas como las viejas normas de urbanismo. "Somos la sociedad del t¨²", dice Miguel del R¨ªo, jefe de protocolo del Parlamento de Cantabria que acaba de publicar un libro, junto a otros dos colegas, sobre protocolo y buena educaci¨®n. Por eso los ayuntamientos, abrumados por la factura anual que pasa el vandalismo, han decidido hincarle el diente al tema, con nuevas ordenanzas para reprimir con mayor dureza, aunque se aderecen con medidas sociales. Valladolid y Barcelona se han dotado ya de nuevas ordenanzas, Sevilla prepara una normativa en la que los padres tendr¨¢n responsabilidad subsidiaria por los destrozos de los hijos menores y los alcaldes de las siete principales ciudades gallegas reclamaban hace un par de d¨ªas cambios en la normativa municipal muy similares, incluida la obligaci¨®n para los gamberros de realizar trabajos sociales.
La ordenanza de Barcelona sanciona conductas ya proscritas en otras normativas (hacer pintadas, orinar en la calle, practicar el botell¨®n con envases de vidrio, etc¨¦tera) y algunas que no lo estaban. La venta ambulante, por ejemplo, o la prostituci¨®n, cuando se concentre en una zona con el riesgo de monopolizarla. Tambi¨¦n se propone multar a los espont¨¢neos que se lanzan sobre el parabrisas de los veh¨ªculos cuando se detienen en los sem¨¢foros.
"Pero lo verdaderamente novedoso son los mecanismos legales que establece, para cobrar en el acto las sanciones que se impongan tanto a personas como a establecimientos", dice Assumpta Escarp, la concejal socialista art¨ªfice de la nueva normativa. La tarea no ha sido f¨¢cil y ha abierto grietas en el gobierno municipal, tambi¨¦n tripartito, por el desacuerdo de Iniciativa per Catalunya con estas medidas. Pero el ayuntamiento cree tener de su parte a la mayor¨ªa de los barceloneses quejosos de lo lejos que hab¨ªan llegado las cosas. La ciudad, meca desde hace unos a?os de un turismo masivo y un tanto depredador, acusaba el desgaste. "Con los vuelos de bajo coste ha venido mucha gente, algunos, sin hotel ni hostal. Como tenemos buen clima, duermen en la playa o en las plazas", reconoce Escarp. Un fen¨®meno de acampada ciudadana similar al que padece Valencia, aunque con otros protagonistas. En el cauce del Turia, son los trabajadores inmigrantes y un sector de la poblaci¨®n marginal los que viven al raso desde hace a?os.
Barcelona aspira a resolver el problema con sanciones expr¨¦s. Si en 2004 s¨®lo se pudo cobrar un 17% de las multas por incivismo, en 2006 todo cambiar¨¢. "El que no pueda pagar en el momento, tendr¨¢ que dar un domicilio, y podremos recurrir al consulado para reclamar el cobro", cuenta Escarp. Un sistema expeditivo que puede paliar la lentitud de la justicia en los casos de vandalismo. ?Un ejemplo? El joven que rompi¨® una mano de la estatua de la diosa Cibeles en Madrid, en 2002, fue multado con 27.158 euros, pero dos a?os despu¨¦s.
"En muchos juicios por vandalismo ni siquiera se personan los fiscales, porque est¨¢n sobrecargados de trabajo", confirma el concejal delegado de Gobernaci¨®n de Sevilla, Francisco Fern¨¢ndez. Por eso, el pasado septiembre, el consistorio decidi¨® presentarse como acusaci¨®n particular en estas causas, una modalidad incluida en la nueva ordenanza contra el vandalismo que prepara.
Un contenedor a 1.300 euros
"Lo que queremos es que destrozar bienes p¨²blicos no salga gratis. Y que el que ha quemado un contenedor pague no s¨®lo los 210 euros que vale uno nuevo, sino los gastos de apagar el fuego, que pueden llegar a 1.300 euros". Fern¨¢ndez hace hincapi¨¦ en que no se trata de "criminalizar" a ning¨²n sector de la poblaci¨®n, "ni a ninguna franja de edad", pero lo cierto es que Sevilla ha sufrido recientemente una oleada de vandalismo perpetrado por bandas juveniles. El verano pasado se sucedieron las quejas por quema de coches en algunos barrios de la capital. Brotes de gamberrismo como los que hace tiempo preocupaban a las autoridades valencianas (en 2002 era la tercera provincia por n¨²mero de coches quemados), y que resolvieron gracias a la acci¨®n policial. Madrid, en cambio, no consigue librarse del vandalismo de cada fin de semana, ni con la ley anti-botell¨®n, ni con mayor vigilancia.
"El botell¨®n es inevitable. No va a acabar, hagan lo que hagan", piensa Pablo, 22 a?os y estudiante de 3? de ?ptica en la capital. "Las copas en los bares (un m¨ªnimo de 6 euros) son caras y la gente acaba bebiendo en la calle. Cada vez que lo intentan prohibir es peor. Antes estaba concentrado, ahora, para que no les pille la polic¨ªa salen corriendo y se meten en los portales o donde sea, y lo dejan todo sucio". Pero de ah¨ª a romper el mobiliario p¨²blico va un abismo.
"No todos somos superc¨ªvicos, pero muchos valoramos las cosas p¨²blicas porque son de todos y nos cuestan dinero a todos". As¨ª habla Ana, de 19 a?os, estudiante de Comunicaci¨®n Audiovisual en Madrid. Ana, militante del Sindicato de Estudiantes, est¨¢ segura de que las cosas, "no se arreglan poniendo m¨¢s poli. Hay que invertir m¨¢s en educaci¨®n, y apoyar a las familias, porque cuando hay problemas en casa hay m¨¢s conflictividad". Es cuesti¨®n de prioridades. En todo caso, la factura que deja el vandalismo y el incivismo en las ciudades es una carga que los ayuntamientos est¨¢n cada vez menos dispuestos a soportar. Y los ciudadanos. En 2003, un a?o particularmente conflictivo en las ciudades espa?olas (protestas educativas, por la guerra de Irak o el Prestige) requiri¨® en Madrid m¨¢s de 550 intervenciones por culpa de otros tantos actos de vandalismo. Limpiar y reparar los desperfectos cost¨® a los madrile?os 60.000 euros extra.
J¨®venes sin l¨ªmites
Aunque nadie levanta el dedo acusador contra los j¨®venes, las nuevas ordenanzas afectan a algunas de sus diversiones colectivas. Pero al profesor de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid, Rafael D¨ªaz-Salazar, le parece que la legislaci¨®n propuesta no bastar¨¢ para contener "la falta de civismo b¨¢sico en una parte de los j¨®venes espa?oles". Algo que achaca al "nihilismo pedag¨®gico" que practican los padres y la propia escuela. La falta de normas, de l¨ªmites, la inexistencia de una pauta de autoridad en los poderes p¨²blicos para imponer los l¨ªmites, ser¨ªa una de las causas. "Tan malo es el autoritarismo como la actual ausencia de l¨ªmites", dice D¨ªaz-Salazar, que lamenta el fracaso de la educaci¨®n del gusto. "En esta sociedad hay una cultura de lo b¨¢rbaro, del mal gusto". Puede que esto haya ocurrido por una especie de enamoramiento social de la juventud, "es encantadora y no es reprimible. Y cualquier principio de autoridad p¨²blica es visto como dictatorial. El ciudadano normal est¨¢ desamparado".
A veces, la violencia juvenil surge del fracaso familiar o del escolar, pero la propia cultura puede tener un papel pernicioso, porque abusa del "culto a la transgresi¨®n", dice este soci¨®logo. Para que las cosas cambien, "hay que crear un orden democr¨¢tico-c¨ªvico. Hay que potenciar un republicanismo-c¨ªvico". Un proceso que s¨®lo dar¨¢ frutos a largo plazo, porque habr¨ªa que "fomentar el civismo en la familia, en la escuela y por los poderes p¨²blicos".
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