El final de los supervivientes
A la pregunta de qu¨¦ le preocupa del porvenir, responde Jorge Sempr¨²n: "La memoria. Est¨¢n desapareciendo los testigos del exterminio". Y esa preocupaci¨®n se ti?e de angustia ante la posibilidad de ser el ¨²ltimo superviviente. Ni ¨¦l ni su interlocutor en la ocasi¨®n, Elie Wiesel, quieren serlo, porque eso significar¨ªa tener que aprovechar los minutos de descuento para que la memoria gane la partida hist¨®rica que va perdiendo. Llevan 60 a?os diciendo que sin memoria, la cat¨¢strofe se repetir¨¢ fatalmente, y nadie les hace caso. El ¨²ltimo superviviente tendr¨ªa que correr con la responsabilidad de lograr solo y en unos instantes lo que a todos ellos les ha sido negado durante m¨¢s de medio siglo.
Asociamos memoria a superviviente de suerte que con su desaparici¨®n se extingue la memoria y el pasado pasa a ser gestionado por el negociado de la historia. Como dice Maurice Halbwachs, el pensador franc¨¦s de la memoria que muri¨® en Buchenwald, "cuando acaba la memoria empieza la historia". Es un cambio traum¨¢tico, pues con el fin de los testigos algo se pierde definitivamente; a saber, "el olor a carne quemada", dice Sempr¨²n. Podemos reconstruir los hechos echando mano de los archivos, pero si queremos aproximarnos al significado de esos hechos, dependemos de los testigos, de c¨®mo experimentaron ellos esos acontecimientos. Dependemos de los testigos o, m¨¢s exactamente, de su talento narrativo, de su capacidad art¨ªstica o literaria de comunicaci¨®n. Eso es lo que se puede perder con la desaparici¨®n del ¨²ltimo superviviente. Se gana, a cambio, rigor en la reconstrucci¨®n del pasado.
?Es eso as¨ª? ?La historia cancela la memoria? ?Acaso no sobrevive la memoria a la desaparici¨®n f¨ªsica de los testigos? Sobran ejemplos de memoria que sobrevive a los testigos directos. El juda¨ªsmo transmite de generaci¨®n en generaci¨®n significados originarios que, al igual que "el olor a carne quemada", no se hallan en los libros de historia de las religiones. Maim¨®nides despreciaba los libros de historia porque, si lo importante era captar el sentido actual de los acontecimientos, nada como la memoria colectiva transmitida de padres a hijos. El que recuerda siempre sabr¨¢, aunque le bailen los datos, por qu¨¦ sus padres salieron de Egipto: porque eran esclavos y su Dios les llevaba a una tierra en la que pod¨ªan ser ellos y sus descendientes libres. Como dice el historiador jud¨ªo Hayim Yerushalmi, es el m¨¢s claro ejemplo de una memoria que sobrevive a los testigos presenciales.
Y, sin necesidad de ir tan lejos, todas esas asociaciones espa?olas por la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica no han nacido en el seno de la historia. Son fruto de una memoria conservada y cultivada discretamente entre descendientes de las v¨ªctimas y que ha aflorado cuando las circunstancias externas lo han permitido. Es verdad que en ellas encontramos a toda una generaci¨®n de j¨®venes historiadores, pero eso lo ¨²nico que muestra es que memoria e historia pueden ser dos modos distintos de relacionarse con el pasado, pero no incompatibles.
Son, desde luego, dos modos muy distintos de entender el pasado. Propio de la historia es conocer el pasado "tal y como ha sido". Ese n¨²cleo de objetividad es, seg¨²n Eric Hobsbawm, irrenunciable si lo que se pretende es una reconstrucci¨®n de los hechos. La memoria, por el contrario, pone el acento en la construcci¨®n de un sentido, en la creaci¨®n de un significado de ese pasado que valga para el presente. De alguna manera se puede decir que lo que importa a la memoria no son los hechos, sino los no-hechos, es decir, lo que pudo ser y qued¨® frustrado, lo que fracas¨® y ha quedado arrumbado en la cuneta de la historia. El contenido de la memoria son esos huecos o vac¨ªos en las esculturas de Chillida que socavan la compacticidad del hierro macizo, abriendo la materia a nuevos espacios y debilitando su contundencia. Para la memoria, la realidad no es s¨®lo la contundencia de la materia, sino tambi¨¦n los vac¨ªos que alteran profundamente la pretensi¨®n de la materia a ser considerada como expresi¨®n de la realidad. Esto tambi¨¦n vale para los acontecimientos hist¨®ricos. Pensemos en el Chile posterior al golpe de Augusto Pinochet. A los ojos de la memoria, la realidad de Chile, tras 1973, no es s¨®lo la dictadura de Pinochet, sino el espectro de Allende que juzga y cuestiona la pretensi¨®n de la dictadura de ser la ¨²nica realidad. Pinochet es lo f¨¢ctico, pero si queremos comprender la realidad de los a?os de Pinochet, tenemos que tener en cuenta la presencia de la ausencia de Allende, es decir, la sustracci¨®n a la sociedad chilena de una experiencia pol¨ªtica abortada violentamente. Lo mismo podr¨ªa decirse de Franco y la II Rep¨²blica espa?ola. Los no-hechos est¨¢n ah¨ª para cuestionar la pretensi¨®n de los hechos a ser tratados como la ¨²nica realidad. Facticidad y realidad no coinciden. Con esa estrategia lo que la memoria pretende es que se considere lo frustrado como parte del patrimonio de las generaciones actuales, de manera que puedan los nietos llevar a cabo las causas que ellos no pudieron o no supieron realizar. El modelo de la relaci¨®n de la memoria con el pasado es el que propone Brecht en el poema A los descendientes: pide a los nietos que se acuerden de los abuelos, pero no de sus ¨¦xitos que ciertamente tuvieron, sino de sus fracasos -de su incapacidad para ser amables con los otros- para que ellos lo sean.
La memoria no compite con la historia en conocimientos. Cuando el historiador Raul Hilberg ha querido reconstruir la historia del exterminio jud¨ªo ha ido tras los archivos de los nazis, donde todo estaba cuidadosamente anotado. Pero si alguien quiere aproximarse al significado de esa barbarie, m¨¢s le vale ver el filme Shoah, de Claude Lanzmann, construido con puros testimonios de supervivientes. Si la historia cient¨ªfica necesita conocer todos los detalles para reconstruir lo que ocurri¨®, a la memoria le basta con un acontecimiento. Basta la existencia de un solo campo de exterminio para amotinar a todos los hechos de la historia europea en el siglo contra la l¨®gica hist¨®rica que busca comprender los hechos detectando sus causas. Recordar, por ejemplo, que en Belzec, tres hect¨¢reas de un pueblo polaco, asesinaron a 600.000 jud¨ªos en nueves meses, coloca hechos hist¨®ricos fuera de toda comprensi¨®n posible y obliga a considerarlos bajo una nueva luz: si algo impensable tiene lugar, se convierte en lo que da que pensar, en el punto de partida de una nueva consideraci¨®n de la "era de la cat¨¢strofe" que va de 1914 a 1945. Como en la inquietante serie pict¨®rica de Sof¨ªa Gandarias sobre Primo Levi, los relojes parados en la hora de su muerte dan la hora al espectador para que se ponga a punto.
Con la desaparici¨®n de los ¨²ltimos supervivientes, nadie podr¨¢ identificar aquel olor a carne quemada. Pero eso no significa que desaparezca la memoria del Holocausto, porque si lo que busca la memoria es proclamar la vigencia del crimen cometido, habr¨¢ memoria si las generaciones posteriores elaboran un concepto de pol¨ªtica que no cabalgue sobre ruinas o escombros; un concepto de moral que plantee el ser bueno como respuesta a la inhumanidad del hombre o un concepto de verdad que reconozca que el sufrimiento oculto es la condici¨®n de la racionalidad de un discurso. M¨¢s all¨¢ del gesto sentimental de acordarnos de lo que ocurri¨® entonces, la memoria es una tarea de presente que afecta a nuestro modo de conocer y de actuar. Sin olvidar que "necesitamos desesperadamente la historia verdadera de este infierno porque se ha vuelto la experiencia fundamental de nuestra ¨¦poca y su desconcierto fundamental" (Hanna Arendt).
Reyes Mate es profesor de investigaci¨®n en el Instituto de Filosof¨ªa del CSIC.
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