Vuelven al anochecer
Se ha dicho, con devota malicia, que la lectura es "un vicio sin castigo". No menos impune pero a¨²n m¨¢s pecaminosa es la afici¨®n irredenta a los cuentos de fantasmas, un vicio particular dentro del vicio general. Los lectores que padecemos esta adicci¨®n pasamos temporadas largas sin alimentarnos de otra cosa: no solemos confesarlo, desde luego, para no escandalizar indebidamente a nuestros conocidos m¨¢s sesudos o menos dados a dietas tan caprichosas. Nadie puede quitarnos de la cabeza que el cuento de fantasmas es el cuento por excelencia, el primero que contaron nuestros remotos antepasados en torno al fuego y rodeados por la noche estremecedora. Perdido todo recato, confieso por ejemplo que pocos libros me han causado placer tan intenso como la recopilaci¨®n Cuentos ¨²nicos preparada por otro ilustre aficionado al g¨¦nero, mi amigo Javier Mar¨ªas: casi todas esas narraciones son, de uno u otro modo, ghost stories. Borges dijo que se enorgullec¨ªa m¨¢s de los libros que hab¨ªa le¨ªdo que de los que hab¨ªa escrito, lo que naturalmente suscribo con menos demostraci¨®n de modestia que ¨¦l. Pero a¨²n me envanezco m¨¢s de que esa antolog¨ªa magistral me haya sido dedicada...
EL HORROR DE LA ESCALERA
Arthur Quiller-Couch
Traducci¨®n de Santiago Garc¨ªa
Valdemar. Madrid, 2005
615 p¨¢ginas. 14 euros
Pues bien, no puedo imaginar mejor elogio para los relatos fant¨¢sticos de Quiller-Couch ahora reunidos en este volumen de la insustituible editorial Valdemar que proclamarlos dignos (al menos algunos de ellos) de figurar entre los antologados por Mar¨ªas. Claro que ser¨ªa imposible calificarlos de "¨²nicos" pues Quiller-Couch fue un narrador prol¨ªfico y abund¨® en aportaciones al registro espectral: un aut¨¦ntico serial-Quiller, dir¨ªamos. Sus cuentos tienen el encanto de un perfume remoto, levemente anticuado. No porque sean muy antiguos, sino porque pertenecen a la era inmediatamente anterior a M. R. James y a Lovecraft, los dos cl¨¢sicos que han establecido por uno y otro conf¨ªn las fronteras entre las que hoy discurren inevitablemente este tipo de historias. En Quiller-Couch es muy perceptible, en cambio, la influencia de Stevenson, el de Olalla o Juana la Cuellituerta. No en vano fue el elegido entre muchos aspirantes para concluir St Ives, la preciosa novela que Stevenson dej¨® inacabada (el resultado fue bueno, sin duda, pues recuerdo los elogios que dedicaba al libro el exigente Juan Benet).
En franc¨¦s, los fantasmas
son los revenants, los que vuelven para atosigarnos con su malevolencia o simplemente con su melancol¨ªa: los que regresan para reprocharnos que est¨¢n muertos. En los relatos de Quiller-Couch, surgen de las aguas del mar o de las callejas mal iluminadas, de ciertos paisajes o de algunos espejos, de los remordimientos o de la invencible nostalgia. Mi preferido de todos es el brownie protagonista de La suerte del se?or, un genio familiar escoc¨¦s carente de principios cuyas ayudas no buscadas terminan comprometiendo mortalmente al joven oficial a quien pretende proteger. Estos cuentos son lo m¨¢s adecuado para tener en la mesilla de noche y leer uno de vez en cuando, antes de dormirnos. Seguido probablemente de otro m¨¢s, porque el sue?o ya no querr¨¢ venir...
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