Un moralista que juega
Los relatos de Francisco Ayala se reconocen porque son, fundamentalmente, un modo de contarlos. Tanto como su trama o su intenci¨®n (que las tienen, por supuesto), nos importa la estrategia de su focalizaci¨®n: la voz que los cuenta y que es la de un implicado en la misma narraci¨®n, alguien que quiere justificarse o defenderse. Los memorables cuentos de La cabeza del cordero (1949) -nuestra primera recomendaci¨®n al lector interesado- constituyen, por ejemplo, un asedio a la Guerra Civil pero tambi¨¦n son inseparables de los cuatro testimonios personales que los sustentan: el del viajante de comercio que ri?e con sus familiares por culpa de una carta indescifrable; el del soldado nacional que mata est¨²pidamente a un enemigo y nunca podr¨¢ olvidar su crimen; el del exiliado que regresa y acaba por hallarse en la cama -mercenaria- de la hermana de quien crey¨® su mejor amigo y hab¨ªa sido su denunciante; el del viajero en Marruecos que acude a la casa de quienes se le presentan como antiguos parientes y va recordando al hilo de los hechos su poco gallarda actuaci¨®n durante la guerra. S¨®lo el segundo cuento no est¨¢ narrado en primera persona; en los otros, es precisamente la voz narrativa -todav¨ªa irritada, o impersonal y ajena, o hip¨®crita y mendaz- la que nos muestra la profunda vulgaridad, y hasta la abyecci¨®n, de los actores de esto que llamamos orgullosamente Historia (y ¨¦sta, la Historia de Espa?a, precisamente fue el tema de otra serie de cuentos rigurosamente coet¨¢nea, que resulta tambi¨¦n una lectura obligada: Los usurpadores).
Adem¨¢s de la literatura, sus temas como ensayista son el liberalismo, la tecnificaci¨®n de la pol¨ªtica y el papel de los intelectuales
En un libro de ensayos algo anterior, Histrionismo y representaci¨®n (1944), Ayala reflexion¨® agudamente acerca de la condici¨®n social del ser humano que siempre act¨²a (o sobreact¨²a) y representa. El poder sobre los dem¨¢s y, en su marco, el poder pol¨ªtico ha llegado a ser, sin duda, la forma m¨¢s tentadora de representaci¨®n, y por lo cual es tambi¨¦n una usurpaci¨®n. Por eso, el lector de Ayala tendr¨¢ muy en cuenta el trabajo que encabeza aquel libro (aunque ya no lo hallar¨¢ sino en librer¨ªas anticuarias) y los cuentos de Los usurpadores, a la hora de leer las dos ¨²nicas novelas extensas del escritor, Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1961), porque son bastante m¨¢s que una caricatura de las dictaduras arbitrarias y populistas de la Am¨¦rica Latina, que conoci¨® entre 1939 y 1956. Son una profunda reflexi¨®n sobre la naturaleza de los seres humanos y su desamparo, su ego¨ªsmo y a veces su inocencia.
Ese enredo de voces donde todos mienten y se revelan, se justifican y se condenan, est¨¢ ya en el camino de otra joya narrativa, diez a?os posterior: me refiero a El jard¨ªn de las delicias (1971), que podr¨ªa parecer un sarc¨¢stico almac¨¦n de voces chillonas, de episodios chocarreros y de historias de amores escaldados, si no fuera, a la vez, un libro profundamente coherente en lo deliberadamente fragmentario y una suerte de danza de la muerte, digna de la imaginaci¨®n de El Bosco (a eso alude el t¨ªtulo, claro...), que se anticipa milagrosamente a juegos de ficci¨®n muy actuales.
Ayala ha sido siempre un moralista, pero tampoco ha dejado de ser un escritor que juega. No se debe tomar muy al pie de la letra el pr¨®logo de La cabeza del cordero que s¨®lo limitadamente es una palinodia del vanguardismo. Nuestro autor no ha vacilado en reimprimir a menudo los ensayos narrativos de sus a?os juveniles y ahora el lector puede adquirir esa joyita que es Cazador en el alba, en coqueta edici¨®n facsimilar, que contiene dos relatos: el ep¨®nimo y 'Erika ante el invierno', una inquietante y sutil historia alemana, llena de turbias premoniciones, como si un cuadro de Marc Chagall se hubiera cruzado con un dibujo de Otto Dix. La cubierta es del pintor falangista Luis Ponce de Le¨®n y el escritor precede a sus relatos de una desenvuelta 'Carta a mis editores': todos son signos del tiempo.
Pero Ayala fue y es siempre un hombre sobreaviso. Tal es la segunda naturaleza del ensayista -la atenci¨®n a lo aparentemente menudo y la capacidad de inferir consecuencias de lo ef¨ªmero- y, por eso, nos hallamos ante uno de los mejores del siglo XX espa?ol. Los ensayos de Ayala tienen dos vertientes dominantes, aunque no se dan puras sino mezcladas: la pol¨ªtica-sociol¨®gica y la literaria. Para quien quiera saber algo de la primera dedicaci¨®n, resulta imprescindible la compilaci¨®n Hoy ya es ayer, que vio la luz en 1972. El t¨ªtulo tiene un inevitable eco de Quevedo, pero poco de nostalgia y bastante m¨¢s de satisfacci¨®n personal al comprobar lo certero de sus premoniciones y la congruencia del propio pensamiento. Sus temas son las mutaciones del liberalismo, el porvenir de la libertad tras la ca¨ªda de los fascismos, la tecnificaci¨®n de la pol¨ªtica y el papel de los intelectuales en la nueva sociedad. Al fondo del 'Ensayo sobre la libertad' o de El problema del liberalismo est¨¢n los pensadores m¨¢s abiertos del neoliberalismo (desde Mannheim hasta Popper) y, en lo que toca al librito Raz¨®n del mundo (1944), los serios avisos de Julien Benda en La trahison des clercs. Pocas gentes del exilio espa?ol -quiz¨¢ s¨®lo Mar¨ªa Zambrano y Jos¨¦ Ferrater Mora- supieron ver con tanta amplitud e independencia de sus leg¨ªtimos prejuicios lo que andaba ocurriendo en el mundo y en qu¨¦ medida iba a marcar sus destinos.
Al recoger sus principales ensayos literarios en dos vol¨²menes, Ayala los agrup¨® en dos apartados: las reflexiones generales (El escritor en su siglo, 1990) y los concretos estudios de literatura espa?ola (Las plumas del F¨¦nix, 1989). En el primer libro, el lector disfrutar¨¢ de las 'Reflexiones sobre la estructura narrativa' y, en general, de los trabajos sobre la novela, incluidos los que (como la carta a Hugo Rodr¨ªguez Alcal¨¢) tanto nos dicen acerca del autor. Pero tambi¨¦n apreciar¨¢ sus independientes (y hasta heterodoxas) reflexiones sobre el destierro: '?Para qui¨¦n escribimos nosotros?' (1949) y 'La cuestionable literatura del exilio' (1987). Del segundo no es f¨¢cil recomendar nada en detrimento de otras cosas. Y sin embargo, convendr¨¢ se?alar que lo escrito sobre el Lazarillo o sobre Cervantes ha modificado nuestra perspectiva de estos cl¨¢sicos. Y que 'El t¨²mulo' (acerca del soneto cervantino sobre el de Felipe II) o 'Comentarios textuales a El Aleph' son textos casi tan imprescindibles como aquellos a los que se refiere.
Por ¨²ltimo, quien quiera gozar a su sabor de la prosa de Ayala, entonada y hasta una pizca arcaizante, aunque tambi¨¦n certer¨ªsima en el choteo, no debe perderse unas memorias que titul¨® -con sabidur¨ªa y circunspecci¨®n muy suyas- Recuerdos y olvidos (1982-1983; la edici¨®n definitiva fue de 1988), para que nadie se llamara a enga?o sobre el alcance de la relaci¨®n entre vida y literatura (un tema que explor¨® y reexplora a menudo). El pr¨®logo de la ¨²ltima edici¨®n es uno de los mejores, si no es el mejor, de este aut¨¦ntico especialista en retratarse al pie de sus propias obras.
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