Campus universitario abandonado
La experiencia de recorrer el espacio urbano del Campus de Letras de la Universidad de Barcelona (UB) y del Campus Sur de la Universidad Polit¨¦cnica de Catalu?a (UPC), en la Zona Universitaria, en el lado sur de la avenida Diagonal, en bastante mal estado, sin aceras para los peatones -con un dominio total de la ciudad-asfalto- y con los inmensos aparcamientos de autom¨®viles convertidos en descampados, con bastantes edificios que llevan a?os sin que se haya invertido en mejoras y que da la impresi¨®n de que est¨¢n a la espera de ser abandonados, da mucho que pensar. Posiblemente sea todo un s¨ªntoma del estado de la Universidad p¨²blica.
El que escribe ha visitado en los ¨²ltimos meses universidades en Argentina, Brasil e India, grandes pa¨ªses a los que consideramos m¨¢s retrasados que nosotros, pero cuyos campus universitarios son realmente campus. En estos pa¨ªses, incluso en las ciudades menores, los campus universitarios, ya tengan potentes edificios o ya dispongan de modestos pabellones, disfrutan, por lo menos, de unos recintos propios, una frondosa vegetaci¨®n y unos generosos espacios p¨²blicos, con estudiantes reuni¨¦ndose junto a los ¨¢rboles o estirados sobre la hierba. Mientras, en nuestras depauperadas universidades s¨®lo hay asfalto desgastado y aparcamientos a rebosar.
Esta situaci¨®n de dejadez material es un reflejo de la situaci¨®n de una Universidad que tiene una plantilla con profesores cada vez m¨¢s envejecidos y de tal rigidez que no permite la diversidad de situaciones docentes que realmente se dan; con unos rectorados bienintencionados pero m¨¢s preocupados en hacer pol¨ªtica que en mejorar sus escuelas y las condiciones de trabajo de sus profesores y estudiantes; y con unos planes de estudio obsoletos y que se resisten a ser actualizados.
Una de las razones de la crisis de la Universidad p¨²blica radica en la endog¨¢mica estructura departamental creada por la Ley Org¨¢nica de Reforma Universitaria (LRU), que ha ido empobreciendo, atomizando y anquilosando la vida universitaria, que obliga de por vida a que sus profesores sobrevivan en aut¨¦nticos reinos de taifas o mundos predemocr¨¢ticos, conviviendo entre fronteras y laberintos de rencillas y rivalidades, con trabajos e investigaciones que, cuando existen, est¨¢n escasamente coordinados entre ellos. Mientras vivimos en unas sociedades cada vez m¨¢s complejas, que exigen el aprendizaje y la cooperaci¨®n multidisciplinar, especialmente para intervenir en las ciudades y los territorios, los departamentos siguen fortificados tras sus exclusividades, restricciones, compartimentos y especialidades.
Nuestras universidades p¨²blicas viven flagrantes contradicciones: las mismas actividades que dan prestigio, reconocimiento, sexenios y subvenciones, es decir, obras premiadas, publicaciones de gran impacto, relaciones e intercambios internacionales, participaci¨®n en conferencias, cursos y congresos, son interpretadas por las estructuras funcionariales y reglamentistas internas como peque?as traiciones a la que se considera la m¨¢xima misi¨®n de un profesor: la acumulaci¨®n de horas en despachos y aulas. Se exige que los proyectos de car¨¢cter cient¨ªfico, t¨¦cnico o art¨ªstico se hagan en los mismos edificios universitarios, pero en general no hay ni los medios ni los espacios adecuados para ello. Arquitectos, ingenieros y otras actividades polit¨¦cnicas no disponen de espacios adecuados y suficientes para la docencia y no tienen otro remedio que recurrir a sus propios estudios o a despachos profesionales afines para realizar sus investigaciones, desarrollar sus proyectos y preparar su docencia.
Mientras espera la implantaci¨®n de los planes de las carreras, nuestra Universidad p¨²blica, desde hace a?os dentro del corralito de Bolonia, se va debilitando tanto por su propia incapacidad como por la competencia desleal de las universidades privadas. En ¨¦stas se da entrada a los profesores que el sistema de las universidades p¨²blicas, en proceso de reducci¨®n de plantilla, va expulsando, y se incorpora a los profesores j¨®venes que no pueden entrar en la p¨²blica. Y mientras se aprovechan de la Universidad p¨²blica, de unos profesores all¨ª formados y de unas infraestructuras sobreutilizadas a las que tambi¨¦n recurren los de la privada, dichas universidades van creciendo y se van haciendo nombre sin los mecanismos de control y de cr¨ªtica genuinos de la Universidad p¨²blica.
Dif¨ªcil futuro tiene una Universidad p¨²blica que, por mucha voluntad que pongan sus profesores, se va alejando de los est¨¢ndares de las universidades de prestigio internacional. S¨®lo avanzar¨¢ si rompe con las ataduras departamentales, si refuerza las competencias de cada escuela y facultad, si promociona y coordina las investigaciones de mayor calidad y si realiza una fuerte cr¨ªtica y puesta al d¨ªa, conceptual y tecnol¨®gica, analizando, reconociendo y superando su propia realidad. Lamentablemente, ni el Gobierno progresista del PSOE en Madrid ni el tripartito en Catalu?a han puesto ¨¦nfasis en intentar corregir este abandono de la Universidad p¨²blica. De momento, la prioridad ha sido la de intentar resolver el problema de la poca eficiencia de la ense?anza secundaria y no se ha hecho casi nada para corregir la tendencia marcada por los gobiernos conservadores anteriores, que favorecieron a las universidades privadas. As¨ª las cosas, la Universidad espera, contemplando su horizonte de decadencia. Por esto, un paseo entre las escuelas que pueblan el Campus Sur de la Zona Universitaria puede ser revelador de una capacidad intelectual, cient¨ªfica y creativa que est¨¢ latente en un presente paralizado por la falta de voluntad de salir de la mediocridad.
Josep Maria Montaner es arquitecto y catedr¨¢tico de la Escuela de Arquitectura de la UPC.
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