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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Cien a?os con Ayala

Su centenaria vida est¨¢ llena de recuerdos y olvidos. Ayala vive, disfruta, trabaja y pasea por Madrid, la ciudad donde reside desde su regreso de un largo exilio. Su obra y su historia son una lecci¨®n de libertad. Ayala asiste a su siglo de vida evocando a sus amigos, los que permanecen y los que se fueron. Una exposici¨®n y un documental, 'La ilusi¨®n perseguida', recogen los primeros cien a?os de un perseguidor de ilusiones.

Francisco Ayala, un ni?o en Granada, un centenario que recuerda su infancia. Un recuerdo entre la ilusi¨®n y la decepci¨®n. El padre acaba de volver de un viaje de negocios de Nueva York, lanza al vuelo un p¨¢jaro mec¨¢nico, un juguete: "Esa fue la primera privaci¨®n de mi vida. Tengo el recuerdo vivo en la memoria, estaba sentado en la habitaci¨®n, fascinado con aquel vuelo mec¨¢nico del p¨¢jaro, que vuela, cruza la habitaci¨®n y se para. Algo m¨¢gico y cercano. Cre¨ª que era para m¨ª, un regalo, pero no. Despu¨¦s de admirar aquel vuelo, despu¨¦s de visto aquel p¨¢jaro m¨¢gico, desapareci¨® para siempre de mi vista. Pero no de mi memoria. En mi memoria todav¨ªa sigue volando. Incluso ahora que voy a cumplir cien a?os".

Sus jardines de las delicias no son los jardines del Bosco. Son jardines reales de una ciudad con muchos jardines, la Granada de principios de siglo. Familiares jardines que siguen bien presentes en sus recuerdos.

El carmen de los Ayala es ahora un convento. Un tranquilo lugar que mantiene la misma estructura que conoci¨® el ni?o. Los jardines, el estanque, las habitaciones, el dormitorio de los padres -que conserva un artesonado que ya en su infancia era visitado por los pocos turistas que paseaban por la Granada de aquellos principios de siglo-, el palomar, los balcones desde donde miraba c¨®mo alguna de las muchachas se ba?aban sin quitarse la ropa. Infantiles visiones, primeras im¨¢genes de un erotismo inocente, una felicidad de miradas escondidas que todav¨ªa hoy est¨¢n presentes.

Sonidos de canciones populares, aquellos "cuatro muleros" que le cantaban las chicas del servicio. Mucho despu¨¦s aquellas canciones las armoniz¨® su paisano Federico Garc¨ªa Lorca. "Me las hizo escuchar como si fueran una invenci¨®n suya, como si las estuviera creando. No s¨¦ si le gust¨® que yo dijera: 'Son las canciones que escuch¨¦ a las criadas de mi casa".

Granada en la infancia del escritor, una ciudad llena de m¨²sicas, de coplas y flamenco, de sonidos de una calle por donde pasaban carros, mulos, gallinas o pavos. "Recuerdo aquellas navidades con los paveros, desfilando con sus pavos por las calles. Los vend¨ªan a un duro, fuera el que fuera? Usted elige el pavo que quiera y paga un duro. As¨ª la gente pas¨® a llamar un pavo al duro. Antes se dec¨ªa esto cuesta tres pavos, es decir tres duros, hoy casi nadie recuerda que detr¨¢s de ese nombre estaban los pavos que hab¨ªan paseado vendi¨¦ndose por la ciudad".

El padre vigila la educaci¨®n del ni?o. Muy pronto comienza sus lecturas. Paquito se esforzaba, no entend¨ªa nada de aquellas noticias de la guerra, de la Primera Guerra Mundial. "Sab¨ªa leer, pero no entend¨ªa, como es natural, aquellas noticias guerreras, con los alemanes avanzando por los pueblos de Francia, con aquellos nombres de pueblos cuya pronunciaci¨®n har¨ªa a la manera de un ni?o esforzado". El padre, que sub¨ªa a la casa del Albaic¨ªn en caballo, discut¨ªa de aquella guerra con los suyos. Manten¨ªa sus opiniones partidarias a los alemanes, justo lo contrario que las opiniones de la familia de su madre, m¨¢s liberal, m¨¢s cercana a los aliados. Tradicionalistas contra liberales, reaccionarios contra progresistas, dos Espa?as que se opon¨ªan, que discut¨ªan y se enfrentaban. Opuestos pero civilizados. Pl¨¢cidos d¨ªas, con la madre pintando en el jard¨ªn, y el padre, un abogado, un hombre que nunca supo prosperar en los negocios, entretenido con sus habilidades manuales, construyendo min¨²sculas jaulas con n¨¢car. El ni?o crec¨ªa con sus juegos, sus lecturas, sus animales y sus p¨¢jaros. Tambi¨¦n con sus p¨¢jaros en la cabeza.

De para¨ªsos y destierros

Un tiempo feliz. El adolescente se entretiene cuidando un peque?o mono que su t¨ªo Pepe, el boticario, le hab¨ªa tra¨ªdo de Guinea. "Al t¨ªo Pepe le gustaba gastar el dinero, regalarlo a montones, hasta que quebr¨® su farmacia de la plaza de Bibarrambla. Traslad¨® su farmacia a las colonias, a Guinea. De all¨ª me trajo un mono chiquit¨ªn. Lo cuid¨¦ y quise mucho, como ¨¦l a m¨ª. Todav¨ªa recuerdo que una vez lo encontr¨¦ triste, sin moverse, ca¨ªdo? ?Qu¨¦ le pasa a este mono? Lo cog¨ª en brazos; lo que le pasaba es que una argolla del cintur¨®n le hab¨ªa atravesado la cosita de orinar y entonces estaba que se mor¨ªa de tristeza. Lo levant¨¦ en brazos, le libr¨¦ de esa tortura y todo el tiempo de la operaci¨®n se estuvo quieto. Es decir, que el mono tuvo el talento, la sabidur¨ªa que no saben tener los seres humanos muchas veces, supo aguantar el dolor sabiendo que era para su bien". Ese fue el primer macaco de los muchos que se cruzar¨ªan en la vida y la obra de Ayala.

Una vida con muchos gozos, con bastantes sombras. Una vida de para¨ªsos y destierros.

"Yo he sido un desterrado desde el principio, la experiencia del exilio es para m¨ª una experiencia fundamental, pero yo ya me hab¨ªa sentido expulsado del para¨ªsos desde chico. Por ejemplo, el jard¨ªn que tengo m¨¢s presente, el que todav¨ªa me acompa?a en el cuadro de mi madre que conservo conmigo, es el jard¨ªn de mi abuelo. Un jard¨ªn que nunca conoc¨ª, en el que nunca llegu¨¦ a entrar, al que miraba desde fuera, desde un callej¨®n en los bordes de Granada. Nunca entr¨¦ en el jard¨ªn. Nunca salt¨¦ la tapia. Pero es el jard¨ªn de mis sue?os, de mis felices imaginaciones infantiles, pero un jard¨ªn del que me sent¨ªa expulsado; ese sentimiento de extra?amiento, de expulsi¨®n por tanto, lo he sentido desde chico".

Ayala bachiller. Escap¨¢ndose con sus amigos por las calles prohibidas del barrio de la Manigua. "No s¨¦ por qu¨¦ se llamaba con ese nombre cubano, supongo que porque estaba lleno de aquellos soldados que regresaban derrotados de los desastres de Cuba. As¨ª llamaron a ese barrio que estaba detr¨¢s del Ayuntamiento, de la plaza del Carmen; era el barrio de las prostitutas, el lugar prohibido al que los chicos del instituto, con esa curiosidad adolescente o, digamos, con el esp¨ªritu cient¨ªfico de averiguar misterios que nos estaban velados, por all¨ª nos acerc¨¢bamos a ver lo que pasaba? y pasaban cosas que mejor no contar".

Conserva una extraordinaria memoria, tambi¨¦n para las peque?as cosas o personas que pasaron alguna vez por su vida. Habla de una monja llamada Filomena, una priora con toda la barba: "Se ten¨ªa que afeitar todas las semanas, llegaba el s¨¢bado con la cara bien cubierta de barba, m¨¢s que yo ahora? Era la que capitaneaba a aquel reba?o de monjitas. Un d¨ªa entr¨® como una fiera a la clase, comenz¨® a discutir con otra monja, comenz¨® a darle empujones, la sac¨® de la clase a golpes. Nosotros est¨¢bamos aterrados con el espect¨¢culo, sin saber qu¨¦ pensar; luego los pensamientos vienen y uno va reconstruyendo el fondo de la situaci¨®n, claro". Detiene su narraci¨®n, as¨ª nos deja, como en suspenso, con su expresivo silencio, con su memoria que se escapa hacia el fondo de alg¨²n vaso. All¨ª donde habitan los recuerdos de su vida.

Las armas y las letras

El joven aprendiz de escritor sue?a con el pr¨®ximo traslado a Madrid. Una capital imaginada, vista en los peri¨®dicos, deseada por un chico que comenzaba a escribir, que no paraba de leer. Entre sus soledades, acompa?ado por sus libros, por los entonces solitarios jardines de la Alhambra, podemos imaginar a Ayala sentado en un banco, entretenido con las novelas de Alejandro Dumas. Se recuerda hablando con palabras del Quijote. "Empec¨¦ a hablar con ese lenguaje, de pronto, para increpar a los supuestos enemigos, que podr¨ªan ser mis primos, mis hermanos; empleaba palabras gruesas, insultos que resultaban extempor¨¢neos, no ten¨ªa ni idea del valor de aquellas palabras. Una vez me pregunt¨® mi madre: de d¨®nde has sacado esas palabras? de ese libro. Se sorprendi¨®, no se imaginaba que estaba leyendo el Quijote. Yo tendr¨ªa unos doce a?os".

No se olvida de otro objeto de aquellos a?os, su primera pistola, la que le hac¨ªa imaginarse un personaje de Dumas. Una peque?a pistola que disparaba un bal¨ªn inofensivo, eso cre¨ªa el joven, no era lo que pensaba su padre: "Llevaba oculta aquella pistola, me acompa?aba hasta para dormir. Yo creo que me delat¨® un primo envidioso. Y una ma?ana al despertarme busco la pistola bajo mi almohada, no estaba".

Tard¨® mucho en llevar pistola. Tuvo una que nunca olvidar¨¢. Volv¨ªa, porque consideraba su deber regresar a su pa¨ªs, a la Espa?a republicana y en guerra. Un barco hasta Lisboa. En la capital portuguesa, el embajador, Claudio S¨¢nchez Albornoz, que ya se sent¨ªa preso en aquel destino, le aconsej¨® que no regresara, que siguiera su viaje. Pudieron tomar un barco alem¨¢n que hac¨ªa la traves¨ªa hasta Cherburgo, con escala en Vigo para desembarcar a varios gallegos repatriados. Ayala llevaba un pasaporte de la Rep¨²blica que le pod¨ªa delatar. Hasta Vigo lo hicieron emboscados en su camarote; no deber¨ªan hacerse notar ante los oficiales alemanes, pero alguna vez hab¨ªa que salir del camarote, ten¨ªan que comer. Estaban en una esquinada mesa del comedor, se les acerc¨® un m¨¦dico argentino y les inform¨® que el capit¨¢n alem¨¢n del barco alarde¨® durante la comida de que a los espa?oles que bajaran en Vigo les pedir¨ªa hacer el saludo fascista. Al que se negara lo mandar¨ªa fusilar de inmediato. Ayala no estaba dispuesto a saludar como lo que no era. Ni pensaba gritar viva Franco. No permitir¨ªa que se les desembarcara en la ciudad de Vigo, que ya estaba en poder de los sublevados. "Esa pistola, s¨ª, esa s¨ª fue una pistola importante en mi vida. Una pistola de verdad. Durante m¨¢s de treinta minutos, anclados en el puerto de Vigo, encerrado con mi mujer y mi hija en aquel camarote, mientras desembarcaban a aquellos pobres espa?oles, a los pobres emigrantes que volv¨ªan, entonces s¨ª pens¨¦ que tendr¨ªa que hacer uso de mi pistola. Vivimos unos momentos de angustia. No llegaron a nuestros camarotes, eran de primera clase y creyeron que todos los espa?oles viajaban como aquellos humildes emigrantes gallegos. No nos hubieran desembarcado, no me hubieran hecho saludar como un fascista, no nos hubieran sacado vivos de all¨ª? Uno nunca sabe c¨®mo hubiera terminado aquello, no sabe c¨®mo actuar¨¢ en los momentos del peligro. No lo s¨¦, pero creo que hubiera utilizado aquella pistola, y no contra los enemigos?".

Madrid, la forja de un escritor

La familia ha de trasladarse a Madrid. Las cosas no iban econ¨®micamente bien. El padre ten¨ªa que buscar trabajo. Algo poco habitual en esa familia en la que muchos se enorgullec¨ªan de su condici¨®n de se?oritos, de personas que viv¨ªan de sus rentas y no del trabajo. Francisco tuvo la fortuna de haber sido pr¨¢cticamente adoptado por su padrino, un hombre rico y generoso. Pod¨ªa continuar sus estudios, dedicar su tiempo a la que ya era su mayor pasi¨®n, la escritura. "Yo he escrito desde siempre; claro, primero ser¨ªan pavadas, tonter¨ªas, pero siempre estuve escribiendo. El sentido de mi vida est¨¢ en la literatura, esa es la verdad y creo que la literatura es la verdadera realidad. A la vejez ¨²ltima he descubierto que eso de literatura y realidad es una falsa contraposici¨®n, la realidad es la literatura. La realidad real, no es real, no existe".

El Madrid con el que se encontr¨® el quincea?ero Ayala en nada se parec¨ªa al que hab¨ªa visto en las revistas ilustradas. Pronto cambi¨® de opini¨®n. Pas¨® de la decepci¨®n al descubrimiento de otros mundos. Conoci¨® el popular Madrid galdosiano, fue testigo de la modernizaci¨®n de la ciudad, disfrut¨® en las tertulias de sus caf¨¦s, pas¨® muchas horas en la Biblioteca Nacional, compr¨® libros en la cuesta de Moyano, empez¨® a visitar las redacciones, termin¨® su bachiller, comenz¨® la carrera de Derecho. Madrid era una ciudad que se abr¨ªa para ese joven escritor: "Fue Melchor Fern¨¢ndez Almagro, que ya era amigo de la familia en Granada, el que me ayud¨® en los principios, me llev¨® por todas partes, me introdujo en la vida literaria y me hizo colaborar en el peri¨®dico La ?poca, que era el ¨®rgano del Partido Conservador? Tambi¨¦n hac¨ªa sapos, es decir, art¨ªculos para peri¨®dicos en los que te pagaban con entradas gratis para alg¨²n teatro. Una manera no mala de empezar en lo literario; te publicaban, te pon¨ªa en contacto con el mundo de la prensa, de la literatura, del ambiente y te hac¨ªan sentir dentro".

No se pod¨ªa estar en el ambiente, en el periodismo o la literatura, si no estabas en alguna tertulia, si no encontrabas tu acomodo en alguno de los caf¨¦s que fueron espacios centrales de la vida ciudadana. "Se pasaba de una tertulia a la otra, la mayor¨ªa eran abiertas, en aquellos caf¨¦s que llenaban el espacio entre la Puerta del Sol a la Puerta de Alcal¨¢. Fundamental para m¨ª fue ser admitido en una de aquellas tertulias, la de la Revista de Occidente, la tertulia de Ortega. Una tertulia con invitaci¨®n, muy interesante porque Ortega trataba que los contertulios fueran un grupo heterog¨¦neo. Recuerdo como una aparici¨®n la llegada de Victoria Ocampo; impresionaba su elegancia, su cultura, su refinamiento, fue una sensaci¨®n".

Cuando recuerda a Aza?a lo hace con cercan¨ªa y decepci¨®n: "Aza?a fue una antigua amistad, era muy abrupto, muy serio y severo. Cuando llegu¨¦ a su tertulia, ¨¦l estaba solo y no par¨® de hablar como ¨¦l lo hac¨ªa, solemnemente pero lleno de inter¨¦s en su esencia. Siempre mantuve con ¨¦l una buena y dif¨ªcil amistad, ¨¦l era dif¨ªcil? Al principio estuvo cerca de Melquiades ?lvarez, que era un conservador, aunque un hombre liberal y mon¨¢rquico. Aza?a se present¨® a las Cortes por su partido, pero no consigui¨® el esca?o como candidato liberal mon¨¢rquico? Pas¨® el tiempo, vino lo que vino, y este hombre, este intelectual, se encuentra de pronto elevado a la jefatura del Gobierno de Espa?a".

Ayala, memoria viva y malicioso humor: "Recuerdo aquella tarde en que sub¨ªa en un ascensor en compa?¨ªa de Garc¨ªa Morente, yo creo que a alguna conferencia de Ortega, y en el ascensor hab¨ªa un fuerte olor a perfume. Tenemos dama, parece que esta tarde tenemos visita de se?ora, le digo. No, me contesta Morente, eso es que ya ha llegado Zubiri. As¨ª era, el perfume pertenec¨ªa al ex cura, al destacado alumno de Ortega, Xavier Zubiri".

Una aventura motorizada e institucionista: "Hab¨ªamos pasado un d¨ªa en la sierra, algo muy com¨²n entre las gentes de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza; hab¨ªa comprado mi primer coche, me ofrec¨ª a llevar al tan respetado profesor que hab¨ªa estado en el tribunal de mis oposiciones y, m¨¢s all¨¢ de la diferencia de edad, ten¨ªamos una buena amistad. Fernando de los R¨ªos, a pesar de su educaci¨®n de austeridad, me hab¨ªa llevado a un mes¨®n serrano con muy buen jam¨®n y no mal vino. Nos pusimos morados. Hab¨ªa que regresar a Madrid. Yo, en mi impericia, o quiz¨¢ por el vino, me puse nervioso y romp¨ª el cambio en plena cuesta abajo. Bajamos sin embrague, a toda pastilla, frenando como pude, intentando que no se quemaran los frenos. Don Fernando, sorprendido, me dec¨ªa: 'Ayala, no le parece que vamos un poco deprisa'. No, no, vamos bien, es la cuesta. Yo estaba realmente preocupado. Llegamos, no s¨¦ c¨®mo, hasta el final de la gran bajada. Me imagino que ¨¦l ir¨ªa sudando. Pero tranquilamente, al llegar me dijo: 'Muy bien, lo ha hecho muy bien, conduce usted maravillosamente'. Nunca le cont¨¦ nada. Nunca volvi¨® a subir en mi coche".

Amor y Rep¨²blica

Berl¨ªn era el centro del mundo. All¨ª, con una pensi¨®n de estudios, se va Ayala. Tiene 23 a?os: "Berl¨ªn era un foco, como luego lo ha sido Nueva York, era un mundo distinto, en ebullici¨®n, muy especial. Al llegar a Berl¨ªn, el tren paraba en el centro de la ciudad, al salir me encuentro unos hombres, unos tiarrones vestidos de mujeres, pintarrajeados? Eran unos travestidos, algo ins¨®lito entonces para nuestros ojos. Berl¨ªn era la libertad, la transigencia, la ruptura y el cambio de tantos modelos, de tantas formas de vida y pensamiento. No not¨¢bamos el nazismo, eso estaba debajo, no lo vimos".

Vuelve a una Espa?a en la que se anunciaban cambios, la Rep¨²blica m¨¢s cerca. Y sigue el magisterio de Ortega. "Ciertamente fue un maestro, pero no un maestro infalible para m¨ª. Yo nunca he tenido una devoci¨®n cerrada y absoluta por nadie. Yo respet¨¦, sigo respetando sus ideas, su gran personalidad, pero eso no quiere decir que yo suscriba cada una de sus palabras. Ha tenido disc¨ªpulos de ese tipo, pero a m¨ª no me ha hecho da?o, el seguimiento sin fisuras de algunos creo que les ha da?ado. Yo le he visto siempre con respeto, desde fuera, nunca he sido un ¨ªncubo. Mantengo sus ideas en un armario, en un caj¨®n, son de una ¨¦poca; las ideas, todas, pertenecen a una ¨¦poca".

Lleg¨® la Rep¨²blica, entre sus amigos hab¨ªa euforia. Tambi¨¦n Ayala la recibi¨® con alegr¨ªa. Pero atemperaba sus pasiones, le gustaba afirmar su voluntad de independencia. Ante la insistencia de sus amigos, en la explosiva fiesta del 14 de abril que celebraba en la Granja del Henar, se pusieron la insignia tricolor en el pecho, tambi¨¦n Ayala. Al terminar el festejo, al separarse de sus amigos, se quit¨® aquel emblema: "No era cuesti¨®n, en aquellos momentos de general euforia, ponerse uno a explicarle a cada cual la resistencia que siempre he tenido a embanderarme, a catalogarme, mi repugnancia a hacer alarde de unas convicciones que, como ellos bien sab¨ªan, compart¨ªa con todo el mundo. Tan pronto como me vi de nuevo a solas me quit¨¦ el mo?ito".

Sigue siendo as¨ª. Libre, independiente, sin banderas. Un espa?ol que crey¨® en la Espa?a republicana, critic¨® sus errores, se escap¨® de los vencedores, conoci¨® de cerca la muerte, el asesinato cruel e injusto de alguno de los suyos y que tuvo que partir al exilio.

"Yo fui colaborador de la Gaceta Literaria de Jim¨¦nez Caballero. Aquella colaboraci¨®n fue uno de los caminos, uno de los sitios, de las ventanas por donde yo me pod¨ªa asomar al mundo. Nada ten¨ªa que ver con Gim¨¦nez Caballero, pero ten¨ªa una personalidad fascinante, era un extraordinario personaje, muy alocado y muy agudo. Yo me sent¨ªa en una casa de fieras, pero, caray, qu¨¦ fiera m¨¢s interesante, sobre todo al lado de otras aburridas y rutinarias fieras".

Comparti¨® con el extravagante fascista el amor por el cine. "Para m¨ª el cine es una de las m¨¢s importantes expresiones que ha tenido la expresi¨®n de la cultura en el pasado siglo. El cine y mi vida han sido inseparables, lo fueron desde el comienzo y lo es hasta ahora. La primera vez que fui al cine la recuerdo, en un cine de la Gran V¨ªa granadina. Al que fui con mi madre. La pel¨ªcula era La bestia humana, basada en la novela de Zola. La actriz era la estrella italiana Francesca Bertini, que aparec¨ªa en la pantalla en un primer plano y jadeando, ah, ah, ah, y entonces yo le dec¨ªa a mi madre: 'Mam¨¢, esa es la bestia humana', y ella me dec¨ªa: 'calla, tonto'. Los recuerdos infantiles son muy vivos, persisten, son misteriosos. Uno se puede olvidar de lo que comi¨® ayer, pero recuerda una comida de hace noventa a?os".

Queridos y malqueridos

El cine, los modernos, los extravagantes, las extravagancias. De G¨®mez de la Serna: "La relaci¨®n que uno pueda tener con las grandes figuras contempor¨¢neas puede ser muy variada, y en mi caso, con G¨®mez de la Serna, fue una relaci¨®n ambivalente. Admiraci¨®n, aprecio por su genialidad, por su obra y rechazo por su personalidad humana. As¨ª me pasa desde el primer momento, desde el primer encuentro en la tertulia de Pombo. All¨ª me encontr¨¦ con una escena que me pareci¨® horrible, por all¨ª estaba un conocido mendigo al que llamaban Pirandello. Un pobre hombre del que se re¨ªan; les hac¨ªa gracia su rareza, su locura, su condici¨®n, no s¨¦? le daban alg¨²n dinerillo, una propina, algo para que comiera? Me pareci¨® atroz que Ram¨®n se prestara a eso. Ten¨ªa algo de actuaci¨®n continua, de actuaci¨®n que no era fingida sino que era una autoexpresi¨®n? Era un hombre con miedo. Me molestaba que una vez en Argentina levantara el pu?o, despu¨¦s levantara el brazo para volver. No le importaba un pito la pol¨ªtica, quiz¨¢ siempre con una tendencia conservadora, pero sobre todo conservador porque ten¨ªa miedo, miedo a la vida, a los resfriados, a los atropellos? viv¨ªa asustado".

Aza?a, Gonz¨¢lez Ruano, Negr¨ªn, Salazar Chapela, Cernuda, Rosa Chacel, Mar¨ªa Zambrano; con ellos, con muchos m¨¢s tuvo Ayala cercana relaci¨®n: "Recuerdo a Mar¨ªa Zambrano de antes de la guerra, en la tertulia de la Revista de Occidente. Ortega siempre encantado por recibir visitas de se?oras, y si adem¨¢s eran como entonces era Mar¨ªa, los contertulios se concentraban m¨¢s en sus piernas que en sus palabras".

Durante la guerra trabaj¨® para el Ministerio de Relaciones Exteriores; reparti¨® su tiempo entre Madrid, Valencia y sus contactos en Praga. Habla del cantante Miguel de Molina, al que vio actuar ante la tropa miliciana en alg¨²n teatro de Valencia, o recuerda a Jos¨¦ Robles, el profesor, traductor y amigo de John Dos Passos -el personaje del libro Enterrar a los muertos, de Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n- y uno de los primeros asesinados por el estalinismo. "Robles era un hombre ingenuo, inocente. Culto, conocedor de varios idiomas, republicano que trabaj¨® en Valencia para la embajada sovi¨¦tica. Parece que cometi¨® la ligereza de hablar con demasiada libertad, que cont¨® una cosa que s¨®lo ¨¦l pod¨ªa saber, una cosa sin importancia, pero que le cost¨® la vida. Lo mataron. Yo recuerdo a su pobre mujer preguntando por ¨¦l, movi¨¦ndose con un hijo peque?o, acudiendo a todos los lugares donde pensaba que pod¨ªan saber de su marido. Un asunto horrible, todav¨ªa hay qui¨¦n tiene dudas, para m¨ª est¨¢ bastante claro".

El exilio, la vida otra vez

Con emoci¨®n habla de la muerte de Machado. Una desaparici¨®n que le sigue pareciendo -con el fusilamiento de Lorca- el resumen de las tragedias que los espa?oles han vivido en la guerra. "Es una fatalidad que el camino al exilio y la muerte de Machado, en compa?¨ªa de su anciana madre, el final de ese gran poeta, las circunstancias en las que se produce sean las que mejor simbolicen el sufrimiento de todo una naci¨®n, de un pa¨ªs".

Hab¨ªa que salir. Buscar otra vida. Pensar en el futuro, no olvidar, pero vivir sin tener que mirar continuamente hacia atr¨¢s. No pod¨ªa pensar en Europa, ya hab¨ªa crecido el huevo de la serpiente. Buenos Aires ser¨ªa su destino. "Reci¨¦n llegados a Buenos Aires, todav¨ªa en un hotel, apareci¨® un se?or que me quer¨ªa ver. Era Borges. Yo ten¨ªa amistad con su hermana Norah. Nos sentamos en el bar, comenz¨® a hablar de literatura, sigui¨® hablando de otras cosas, nunca hablamos de la guerra, de la derrota, de lo duro del exilio. Siempre me he entendido bien con Borges, incluso sin hablar demasiado". Normaliz¨® su vida, se relacion¨® con los espa?oles del exilio, pero nunca estuvo en ese lado de las nostalgias del regreso. "Yo quer¨ªa integrarme en la nueva realidad y no enquistarme como tantos hicieron. No quer¨ªa ser uno de esos republicanos de caf¨¦, dando vueltas al pasado, pensando obsesivamente en un regreso que, cuando menos, parec¨ªa bastante incierto. Yo no quer¨ªa pensar en volver a Espa?a en mucho tiempo, quiz¨¢ nunca. Sab¨ªa que nunca podr¨ªa regresar a la Espa?a que dej¨¦, que volver¨ªa a otra Espa?a muy distinta a la que hab¨ªamos vivido. Me sorprend¨ªan muchos compatriotas que cada d¨ªa so?aban con volver ma?ana, regresar a sus mismos puestos. Yo no quer¨ªa que me pasara lo que a un antiguo amigo, a un conocido escritor, que despu¨¦s de haber hecho su carrera en Am¨¦rica, volvi¨® y se sinti¨® desencantado porque aquello que vio ya no era lo que hab¨ªa dejado. ?Pero qu¨¦ se pensaba, ni al d¨ªa siguiente hubiera sido lo mismo que dejamos!

Han pasado a?os, ciudades, obras, Ayala cumple cien a?os. Vive, disfruta, bebe, trabaja, come, sonr¨ªe, escribe y sigue paseando por el centro de Madrid. Asistir¨¢ a su centenario. Una ciudad, un mundo, un pa¨ªs que fue reconociendo, recuperando, redescubriendo o encontr¨¢ndose por primera vez con la vida y la obra de un hombre, de un escritor, de un pensador que nunca se dej¨® usurpar su libertad. Los primeros cien a?os de un perseguidor de ilusiones.

La familia

Francisco Ayala naci¨® en Granada, el 16 de marzo de 1906, hijo del abogado Francisco Ayala Arroyo y de Luz Garc¨ªa Duarte. Tuvo seis hermanos: Jos¨¦ Luis, Eduardo, Vicente, Rafael, Enrique y Mari Luz. La educaci¨®n sentimental de Ayala estuvo marcada por las aficiones art¨ªsticas de la madre y por el prestigio civil de la figura del abuelo materno, Eduardo Garc¨ªa Duarte, m¨¦dico republicano y rector de la Universidad de Granada. A finales de 1922, a causa de problemas econ¨®micos, la familia se traslad¨® a Madrid. En 1930, mientras disfrutaba en Berl¨ªn de una beca de estudios, conoci¨® a la joven chilena Etelvina Silva Vargas, con la que se cas¨® en enero de 1931. El matrimonio tuvo una hija, Nina, nacida en 1934. Despu¨¦s de la proclamaci¨®n de la Segunda Rep¨²blica, el padre de Francisco Ayala fue nombrado administrador del monasterio de las Huelgas, en Burgos. Invitado a dictar conferencias en Chile, el golpe militar de 1936 sorprendi¨® al escritor en Am¨¦rica, acompa?ado de su mujer y su hija. Durante la guerra fueron ejecutados su padre y su hermano Rafael, y encarcelados sus hermanos Jos¨¦ Luis y Vicente. La madre hab¨ªa muerto antes de iniciarse la contienda. Una hermana de Etelvina, entrando en la Espa?a franquista desde Alemania, consigui¨® sacar de Burgos a los dos hermanos peque?os, de los que se hizo cargo Ayala. La familia vivi¨® en Valencia, Praga, Marsella y Barcelona. En 1939 sali¨® al exilio, fijando su residencia en Buenos Aires, en donde se relacion¨® con los c¨ªrculos literarios argentinos, y se dedic¨® a la narrativa, a la traducci¨®n y al ensayo pol¨ªtico y sociol¨®gico. Los azares del exilio condujeron despu¨¦s a la familia a R¨ªo de Janeiro, San Juan de Puerto Rico y Nueva York. All¨ª se cas¨® su hija, naciendo en 1966 su nieta Juliet. Profesor de literatura espa?ola en diversas universidades norteamericanas, a mitad de los a?os setenta conoci¨® a la profesora Carolyn Richmond, que se convertir¨ªa en 1976 en su compa?era y, a?os m¨¢s tarde, en su segunda mujer.

La historia

Ayala public¨® su primera novela, Tragicomedia de un hombre sin esp¨ªritu, en 1925. Entr¨® despu¨¦s en contacto con la joven literatura de vanguardia, colabor¨® en La Gaceta Literaria y frecuent¨® la tertulia de la Revista de Occidente. Profesor de Derecho Pol¨ªtico desde 1928, en su formaci¨®n intelectual se unieron la herencia de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, la tradici¨®n liberal y las preocupaciones sociales. Importancia especial cobraron los magisterios de Adolfo Posada, Jos¨¦ Ortega y Gasset, Fernando de los R¨ªos y Luis Jim¨¦nez de As¨²a. Su experiencia en el Berl¨ªn de 1930, coincidiendo con el ascenso del nazismo, se plasm¨® en sus art¨ªculos en la revista Pol¨ªtica. Amigo de Aza?a, fue militante de Izquierda Republicana. En 1932 accedi¨® al cuerpo de letrados de las Cortes, y en 1935 obtuvo la c¨¢tedra de Derecho Pol¨ªtico. Aunque le sorprendi¨® la Guerra Civil en Am¨¦rica, volvi¨® a Espa?a para ponerse al servicio del Gobierno, colaborando en labores diplom¨¢ticas y dirigiendo el Comit¨¦ de Ayuda a la Espa?a Republicana. Sali¨® al exilio en febrero de 1939, llegando a Buenos Aires despu¨¦s de pasar por Francia, La Habana y Chile. En Argentina pudo integrarse con facilidad en los ambientes literarios e intelectuales argentinos, gracias a sus antiguas relaciones con Guillermo de Torre, la pintora Norah Borges y su hermano Jorge Luis. En 1947 puso en marcha la revista Realidad, una de las publicaciones m¨¢s importantes de la ¨¦poca. En sus ensayos sobre la libertad y en su Tratado de sociolog¨ªa estudi¨® la situaci¨®n del mundo despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial. Ayala apost¨® por aprovechar el descr¨¦dito de los viejos Estados nacionales para extender la raz¨®n democr¨¢tica en un mundo tecnol¨®gicamente unificado. Apost¨® tambi¨¦n por el di¨¢logo de los escritores exiliados con la Espa?a interior en busca de una nueva democracia. A partir de 1950 fue profesor de ciencias sociales en Puerto Rico y de literatura espa?ola en Estados Unidos. Regres¨® definitivamente a Espa?a en 1976.

El regreso

En 1960, en viaje privado, Francisco Ayala volvi¨® a Espa?a. El escritor se integr¨® poco a poco en la vida de su pa¨ªs, pero sin aceptar ning¨²n tipo de relaci¨®n con el Estado franquista. El car¨¢cter intelectual de Ayala, no muy partidario de las nostalgias y preocupado siempre por las situaciones hist¨®ricas concretas, le ayud¨® a comprender la nueva realidad espa?ola, marcada por un desarrollo econ¨®mico que hac¨ªa inviable la permanencia del r¨¦gimen. Sus an¨¢lisis publicados en Espa?a, a la fecha (1965, 1977) fueron testimonio de una lucidez extrema. Antes de su regreso definitivo en 1976, el escritor se hab¨ªa convertido ya en una referencia moral para la nueva sociedad espa?ola. Ayala representaba la narrativa del exilio, con t¨ªtulos tan importantes como Los usurpadores (1949), La cabeza del cordero (1949), Historia de macacos (1953), Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962). Y recibi¨® el Premio de la Cr¨ªtica por El jard¨ªn de las delicias (1971). Pero, adem¨¢s, ensayos como El problema del liberalismo (1941, 1943) hab¨ªan hecho de ¨¦l un ejemplo de la tradici¨®n liberal espa?ola, una referencia de respeto y civismo que los lectores descubrieron en los libros y en los art¨ªculos de prensa, y que sus amigos pudieron confirmar en la austeridad decente y distinguida, casi institucionista, de su casa de la calle del Marqu¨¦s de Cubas. Ayala, partidario de la modernidad, no dud¨® nunca en adaptarse a las nuevas t¨¦cnicas, pasando a lo largo de su vida del plum¨ªn a la estilogr¨¢fica y de la m¨¢quina de escribir al ordenador. Pero cuando sale a la calle representa una moral por desgracia en desuso: la moral del ciudadano educado y respetuoso que sabe conversar con un idioma pausado y rico, atiende a los argumentos del otro y defiende sus puntos de vista sin dogmatismos. En la ciudad de hoy, la figura de Ayala representa una conciencia c¨ªvica, tan pudorosa como firme, que ha sobrevivido a un siglo de guerras, dictaduras, campos de concentraci¨®n y bombas at¨®micas. Feliz cumplea?os.

Luis Garc¨ªa Montero coordina la Exposici¨®n sobre Ayala, patrocinada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Autor, con Javier Rioyo, del documental 'La ilusi¨®n perseguida'.

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