La crisis de los cayucos
Un viaje por mar durante cuatro d¨ªas, y con destino a una de las m¨¢s importantes plazas tur¨ªsticas del Atl¨¢ntico, es indudablemente un programa atractivo. Si el precio no supera los 300 euros, la oferta es irresistible. El problema reside en que ¨¦sta no es una oferta disponible en nuestras agencias de turismo para atraer a los miles de ciudadanos que buscan destino para las inminentes vacaciones de Semana Santa, sino que es la oferta que se puede encontrar en la costa norte de Mauritania para intentar alcanzar en cayuco -una especie de canoa- las costas de Tenerife o Lanzarote.
Es evidente que esta apuesta de miles de africanos para alcanzar un pa¨ªs europeo es mucho m¨¢s arriesgada y peligrosa que hacerlo desde la costa de Marruecos cruzando el Estrecho. No es que el paso del Estrecho en patera sea una actividad sin riesgo, como centenares de muertes ya lo demuestran. El problema es que por un lado es mucho m¨¢s caro encontrar plaza en una embarcaci¨®n de Marruecos que en una de Mauritania. Por otro lado, hoy empieza a ser mucho m¨¢s dif¨ªcil para un subsahariano acceder a la costa norte marroqu¨ª como consecuencia de la mayor vigilancia policial contra la circulaci¨®n en Marruecos de personas estranjeras con destino hacia Europa.
La crisis de los cayucos pone una vez m¨¢s ante nuestros ojos la evidencia de que cuando la decisi¨®n de emigrar ya ha sido tomada, pocos inmigrantes van a desistir del viaje por las dificultades que puedan encontrar para alcanzar su objetivo de destino. Hay un instinto de superaci¨®n que lleva a minimizar por parte del inmigrante la consideraci¨®n de los riesgos que muchas de las formas de desplazamiento migratorio comportan. Lo hacen los menores magreb¨ªes cuando se colocan en la parte inferior de los camiones o los que se encajan en c¨¢maras frigor¨ªficas para pasar inadvertidos en los controles policiales. Lo hacen los que se lanzan a la mar en pateras o cayacos. Lo hicieron incluso aquellos j¨®venes que se escondieron en el hueco del tren de aterrizaje de un avi¨®n creyendo haber encontrado la f¨®rmula para llegar desde Centroam¨¦rica hasta Estados Unidos. Lo hacen los espaldas mojadas que se adentran en los ¨¢ridos desiertos que creen que los llevar¨¢n hasta el sue?o norteamericano.
La fuerza que necesariamente debe acompa?ar a cualquier persona que ya decidi¨® dejar a los suyos y abandonar su pa¨ªs en busca de futuro en otro continente, lleva probablemente a convencerse de que cualquier riesgo ser¨¢ superado, por desproporcionado que este sea, especialmente si con anterioridad otros lo han superado. Poco importa que en muchas ocasiones -como ocurre en la crisis de los cayucos- m¨¢s de la mitad de los que inician el viaje no lleguen a destino y pierdan su vida en el trayecto. No es desapego a su propia vida lo que los lleva a minimizar los riesgos, sino un exceso de confianza en ellos mismos, una confianza sin la cual ning¨²n proyecto migratorio seria posible.
El Gobierno espa?ol exige al de Mauritania el cumplimiento del acuerdo del a?o 2003, seg¨²n el cual ese pa¨ªs debe admitir a todos los inmigrantes que salieron desde Mauritania y que entraron en Espa?a de manera irregular. Poco o nada importa si esas personas son o no de nacionalidad mauritana. En verdad sabemos que la mayor¨ªa no son nacionales de ese pa¨ªs, sino de otros muchos pa¨ªses subsaharianos. Es evidente que un acuerdo est¨¢ para que se cumpla, pero lo que deber¨ªa plantearse en este caso es la validez moral del mismo y en consecuencia plantear su modificaci¨®n. Se puede llegar a aceptar que Canarias no puede soportar m¨¢s el incremento de centros para inmigrantes en situaci¨®n irregular, pero lo que nadie puede mantener es que lo que no puede asumir el Estado espa?ol deba asumirlo Mauritania.
Que se canalice ayuda econ¨®mica de Cruz Roja, Acnur o la Uni¨®n Europea para estos centros que se deben crear en Mauritania no puede ser la justificaci¨®n para que desde Espa?a se transfiera el problema y la crisis a Mauritania. Que se anuncie que desde organismos internacionales se trabajar¨¢ para que esos inmigrantes que se van a devolver a Mauritania sean repatriados posteriormente a sus respectivos pa¨ªses no puede ser tampoco lo que tranquilice nuestras conciencias pensando que finalmente Mauritania tendr¨¢ la ayuda adecuada para resolver esta cuesti¨®n.
La complejidad y dificultad que rodea la gesti¨®n de la inmigraci¨®n no nos deber¨ªa hacer pasar por alto que actuaciones como la que nos ocupan no son m¨¢s que parches superficiales para una herida que no ha recibido previamente el m¨ªnimo e indispensable tratamiento para que la misma se cure.
Estamos ante una nueva forma de colonialismo en el sentido m¨¢s genuino del concepto; trasladamos a esos territorios aquello que a nosotros nos produce incomodidad y costes. Parece razonable pensar que Espa?a ha comprado centros para inmigrantes en Mauritania a cambio de supuestas ayudas para el desarrollo de ese pa¨ªs. Finalmente, las autoridades mauritanas deben de pensar que su pa¨ªs es muy grande -tres veces mayor que la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica- y sus habitantes muy pocos -menos de la mitad de los catalanes- para no ceder unos cuantos metros cuadrados a cambio de otras cosas. El problema, ciertamente, no son los metros cuadrados que estos centros ocupar¨¢n. El problema est¨¢ en la necesidad de dar un trato digno a sociedad mauritana -?por qu¨¦ les imponemos a ellos lo que no queremos para nuestra sociedad?- y a unas personas -los inmigrantes-, que no pueden ser tratados como mercanc¨ªas a la espera de su repatriaci¨®n. ?Qu¨¦ estamos haciendo?
Jordi S¨¢nchez es polit¨®logo.
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