Comunicaci¨®n de masas y 'botell¨®n'
Casi con la ¨²nica excepci¨®n de los estrategas del Partido Popular que creen que salieron da?ados con el experimento, todos recordamos como un hecho positivo, como una definici¨®n de las nuevas comunicaciones de masa, las manifestaciones colectivas en los cortos d¨ªas que transcurrieron entre el 11-M y las elecciones generales. Lo m¨¢s significativo fue la eficacia del "p¨¢salo" en la generalizaci¨®n del e-mail, la telefon¨ªa m¨®vil y los diversos sistemas de comunicaci¨®n que permiten que el autor del mensaje se incluya en la masa del receptor. Un hecho que promete un nuevo sistema de creaci¨®n de opiniones menos dirigidas jer¨¢rquicamente y m¨¢s controladas por la realidad de lo colectivo, es decir, de la misma masa receptora.
Hace pocos d¨ªas ha acontecido algo similar con la convocatoria de no s¨¦ cu¨¢ntos botellones simult¨¢neos en diversas ciudades espa?olas. Una convocatoria que parece provocada por la propia masa receptora, utilizando los mismos instrumentos espont¨¢neos de los d¨ªas posteriores al 11-M, si es que realmente no ha habido una subterr¨¢nea pero decisiva presi¨®n de los intereses econ¨®micos de la producci¨®n y distribuci¨®n del alcohol con la ayuda de una sospechosa red de venta ambulante clandestina. Esta convocatoria, no obstante, ha dejado muy claro que unos buenos instrumentos de comunicaci¨®n no comportan siempre la bondad o la legitimidad de unos contenidos. Esta vez los contenidos eran tan malos que se ha podido plantear incluso la torpeza de esos medios de comunicaci¨®n espont¨¢neos porque las pretendidas neutralidad y reciprocidad se convierten, a menudo, en una indiferencia moral, es decir, en una inmoralidad.
Es dif¨ªcil imaginar el proceso mental de esos j¨®venes empe?ados en convocar la gran noche del botell¨®n con el mismo entusiasmo y el mismo esfuerzo con que antes se convocaban las manifestaciones contra la guerra y el terrorismo, o a favor de la ense?anza laica, la amnist¨ªa o el estatuto de autonom¨ªa. Porque, desenga?¨¦monos, esas reuniones et¨ªlicas -extensiones discotequeras degradadas en plena v¨ªa p¨²blica- son una simple vulgaridad inc¨ªvica que, adem¨¢s de la inconveniencia moral del propio programa, comportan agresiones sociales como el descontrol de la venta, la destrucci¨®n de la convivencia, la degradaci¨®n urbana y, al final, el desastre callejero, la destrucci¨®n ambiental, a la manera de una estupenda diversi¨®n, amparada en una mitificaci¨®n progresista de la borrachera. Salir a la calle enarbolando las banderas de los conservadores y de los conformistas del statu quo siempre me ha parecido un desaguisado rid¨ªculo. La calle es para convivir la revoluci¨®n, alguna revoluci¨®n que reclame justicia y bienestar popular. Pero salir a la calle violentamente para una liturgia et¨ªlica me parece peor, me parece simplemente un delito. Porque no hay que dudar de las reales intenciones y de la actitud de esos j¨®venes. No nos enga?an con el disfraz de una actitud libertaria que se anuncia hip¨®critamente dispuesta a desactivar y desarticular el sistema. Al contrario, se trata de un acto vand¨¢lico perpetrado desde el bienestar burgu¨¦s y sub-burgu¨¦s que encuentra as¨ª un teatro f¨¢cil para la fogosidad de una juventud seguramente frustrada que se ha olvidado de los que tendr¨ªan que ser objetivos de sus protestas contra las injusticias del sistema, siguiendo, al menos, el modelo de sus compa?eros franceses, que en vez de alcohol, reclaman estabilidad laboral y ense?anza p¨²blica de calidad.
Hay que reconocer que, desgraciadamente, en este tema no se vislumbra en Catalu?a ning¨²n hecho diferencial que apoye nuestra depauperada autoestima. Si somos tan mal educados como los espa?oles, no s¨¦ si vale la pena reclamar demasiadas competencias en el Estatut. No es excusa ni el hecho de reservar para esos acontecimientos una denominaci¨®n extra¨ªda de la jerga madrile?a, con lo que conserva su identidad. Hay s¨®lo una peque?a diferencia, quiz¨¢, en la oportunidad de la represi¨®n: el Ayuntamiento de Barcelona ha sido algo m¨¢s eficaz en cortar el alboroto y no ha ca¨ªdo en la horterada de algunos municipios andaluces que han ofrecido carpas y paraguas. Pero es una diferencia que no satisface: el freno policial es indispensable para proteger al resto de los ciudadanos, pero no es la soluci¨®n de fondo. Todo el mundo lo dice y lo repito, aunque a veces sin recordar que no depende s¨®lo de los ayuntamientos, ni siquiera de los inmediatos estamentos pol¨ªticos superiores. La educaci¨®n, la responsabilidad y una cierta jerarqu¨ªa de valores, una moral colectiva menos d¨¦bil, son cuestiones que requieren una refundaci¨®n social de mayor alcance. Una refundaci¨®n global. Pero, de momento, ya ser¨ªa localmente positivo evitar las pla?ideras progresistas que intentan maquillar a los botelloneros -como hacen con la inmundicia de los grafitos y en general con la mala educaci¨®n urbana- atribuy¨¦ndoles supremos prop¨®sitos de cambiar el mundo montando el simulacro de una revoluci¨®n l¨²dica. El botell¨®n es, s¨®lo, una fuga sin ideolog¨ªa o con ideolog¨ªa conservadora.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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